Hace casi una década, un experto estadounidense en el tema de Afganistán presagió un escenario espeluznante si el Talibán seguía ganando territorio en la guerra: la evacuación de emergencia del personal estadounidense destacado en Kabul haría que la caída de Saigón, y el consiguiente rescate aéreo desde la embajada sudvietnamita de Estados Unidos, pareciera pan comido.
La predicción del colapso de Kabul fue prematura; por varios años. En su editorial abierto de 2009, Thomas Johnson -profesor de investigación en la Escuela de Posgrado de la Academia Naval de Estados Unidos- vaticinó que, si la estrategia estadounidense no cambiaba, la derrota podría producirse apenas en 2012. Pero, transcurridos seis años, y con una reducción drástica de su fuerzas, Estados Unidos sigue arraigado en Afganistán; y el pronóstico es aun más sombrío. A decir de diversas fuentes, el presidente Donald Trump está volviendo a su postura anterior de que la guerra es un “desastre total”; aunque hay quienes dudan de que la haya abandonado alguna vez.
En una revelación de “Fear”, libro que hace un análisis de la presidencia Trump, el periodista de investigación, Bob Woodward, detalla la reacción del magnate a una propuesta de estrategia revisada que H. R. McMaster, su ex asesor en seguridad nacional, presentó en el verano de 2017. Cuenta que el presidente estalló: “¿Qué carajos hacemos allá?”. Luego, Trump se volvió a su entonces asistente, Rob Porter, y se quejó de que Afganistán era “un desastre. Nunca será una democracia funcional. Deberíamos retirarnos por completo”, escribe Woodward.
Pese a ello, en agosto de 2017, lograron convencer a Trump de que firmara un compromiso abierto y destinara otros 4,000 soldados para la guerra en Afganistán, con lo que el total ascendió a más de 14,000 efectivos. A ellos se suman alrededor de 27,000 contratistas que trabajan para Estados Unidos, de los cuales, unos 10,000 son ciudadanos estadounidenses.
El 7 de octubre de 2018 será el 17º aniversario de la intervención estadounidense en Afganistán. Ha sido la guerra más prolongada de Estados Unidos, y si bien dista de ser la más mortífera -el conflicto de Vietnam cobró 58,200 vidas estadounidenses- ha sido, con mucho, la más costosa: en este momento, Washington gasta alrededor de 50 mil millones de dólares anuales para operativos militares en Afganistán; y según cálculos, el costo total de la guerra, a la fecha, oscila entre 841 mil millones y 1.07 billones de dólares (esta cifra contempla el costo de la atención proporcionada por Asuntos de Veteranos). No obstante, el balance oficial del Pentágono es mucho más bajo.
También hay que considerar los costos para los soldados. Es difícil obtener una cifra exacta de los hombres y las mujeres que han prestado servicio solo en Afganistán, y las veces que han estado allá; pero un reciente estudio de RAND afirma que, desde los ataques del 11 de septiembre, alrededor de 2.77 millones de efectivos han intervenido en 5.4 millones de despliegues en todo el mundo, sobre todo en Oriente Medio y el sur de Asia, “y los soldados del Ejército representan el grueso de esa cifra”. A fines de julio, el Pentágono informó que 2,372 militares habían muerto en Afganistán, con un saldo de 20,332 heridos en acción. Ahora bien, según el proyecto Costos de Guerra de la Universidad de Brown, “al menos 970,000 veteranos tienen algún grado de discapacidad oficial a resultas de las guerras” en Afganistán e Irak (donde la mayor parte de las fuerzas estadounidenses fue retirada en 2011).

Por supuesto, los civiles afganos la han llevado mucho peor. A decir del proyecto de Brown, para mediados de 2016, la cifra combinada de muertos afganos y palestinos que vivían en los frentes de combate fue de 3,000 muertos, con más de 183,000 heridos de gravedad.
Hace 17 años, después que equipos de la CIA y de Fuerzas Especiales expulsaran a los talibanes de Kabul, Washington acarició el sueño de llevar la paz y la democracia a Afganistán, país que ha sido devastado por diversos conflictos armados desde la invasión soviética de 1970; y, mucho antes, por tres guerras con el Imperio Británico a lo largo de 80 años. Pero Washington ya no tiene puesta la mira en la victoria. Para 2017, su objetivo era bombardear a los extremistas sunitas hasta obligarlos a negociar la paz y, tal vez, a entablar un régimen de poder compartido con el endeble gobierno del presidente Ashraf Ghani. Al cabo de un año, resulta evidente que su estrategia fue un fracaso. Expertos señalan que el Talibán, impelido por una serie de logros inesperados en el campo de batalla (incluidos los renovados ataques suicidas en Kabul) y apuntalado por la creciente impopularidad de Ghani, ahora exige el retiro total de las fuerzas estadounidenses como condición para considerar cualquier acuerdo de poder compartido con Kabul.
El Pentágono y el Departamento de Estado “intentan negociar algún acuerdo con el Talibán que les permita conservar su dignidad”, comentó Thomas Joscelyn, editor de Long War Journal, sitio Web que vigila estrechamente las actividades militantes islámicas desde el 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda atacó el World Trade Center de Nueva York y el Pentágono. “Están ansiosos porque el Talibán diga, de la manera que sea, ‘En serio, no hay problema si se retiran’. Mientras que el Talibán solo quiere que salgamos, punto que han reiterado una y otra vez. Nos quieren fuera”.
Según el rumor que corre por los pasillos de la política exterior de Washington, todo esto ha llevado a Trump a concluir, nuevamente, que la guerra es una causa perdida. Se dice que, tras las elecciones de medio periodo de noviembre, el presidente pretende anunciar un cronograma para el retiro de fuerzas, el cual iniciaría en 2020. Con todo, parece que nadie está presionando para que la salida sea más rápida o para escalar la intervención militar en Afganistán, señala Anthony Cordesman, asesor en asuntos iraquíes y afganos para los departamentos de Estado y Defensa. Y dado que el nuevo comandante llegó a Kabul hace poco y está haciendo su propia evaluación, Trump tiene muchas razones para esperar, en vez de actuar.
“Pasarán algunos meses antes que el presidente tenga que resolver esta situación”, prosiguió Cordesman, quien ahora es el presidente Arleigh A. Burke de Estrategia, en el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, D.C. “Hay razones para esperar. Con las elecciones estadounidenses de medio periodo y las elecciones que celebrará Afganistán, las negociaciones de paz tienen muy pocas posibilidades; y, además, el invierno reducirá la presión militar”. También se ha detenido el nombramiento de Zalmay Khalilzad, a quien Mike Pompeo, el secretario de Estado, ha designado como el nuevo enviado especial en Afganistán. Se espera que Khalilzad, un ex embajador muy respetado en Kabul, intente negociar con el Talibán.
“Mi impresión es que Afganistán no tiene alguna voz que ejerza presión para negociar más allá de los problemas que enfrenta su gobierno”, señaló Cordesman. Sin embargo, si Trump decidiera actuar, “creo que ocurrirían dos cosas [en Washington]: una desescalada rápida en vez de una retirada inmediata; y una resistencia intensa a cualquier propuesta para aceptar grandes cifras de refugiados o inmigrantes afganos”.
La Casa Blanca no respondió a las insistentes peticiones de Newsweek para comentar sobre lo que piensa el presidente en el asunto de Afganistán.
Todos los expertos en este tema advierten que, debido a la célebre volatilidad de Trump y -según se afirma- a la necesidad de disuadirlo de tomar decisiones precipitadas, es difícil predecir qué hará al final. “Antes de la declaración del año pasado (sobre más soldados), estaba completamente a favor de la retirada”, reveló un funcionario de inteligencia, al abrigo del anonimato porque no está autorizado para hablar con la prensa. “Luego, dio una vuelta de 180 grados, así que nadie sabe, exactamente, hacia dónde enfilan las cosas”. Además, agregó, los altos mandos militares pueden obstaculizar cualquier orden presidencial intempestiva para abandonar Afganistán, argumentando que el general Scott Miller, el nuevo comandante estadounidense, necesita tiempo para redactar su propia evaluación militar y enviarla a la Casa Blanca. “Es algo que siempre piden”, añadió el funcionario de inteligencia. Los militares han utilizado esta estrategia dilatoria desde hace una década: primero, para esquivar las preferencias del presidente Barack Obama y ahora, para la retirada de Trump. “No se trata de demorar la misión, sino de demorar el calendario”, explicó el funcionario. “Y cuando te des cuenta, habrá pasado otro año”.
EL EFECTO “DÍA DE LA MARMOTA”
Un lúgubre informe del Servicio Nacional de Inteligencia (NIE) sobre Afganistán -que, según algunas fuentes, concluyó en agosto, aunque no se ha divulgado- podría ser la excusa para que Trump se desdiga de la retirada. “Desde hace años, todo NIE sobre Afganistán ha sido muy pesimista”, dijo a Newsweek el ex director de inteligencia nacional, James Clapper. Pero se dice que este lo es incluso más, pues enfatiza los logros del Talibán durante el año pasado, así como la impopularidad y la corrupción endémica del régimen de Ghani. “Es un documento devastador”, reveló una fuente que compartió los hallazgos de NIE con un importante funcionario de la presidencia, ya que el estudio concluye que el impasse persistente “es una victoria para la insurgencia”. Y, según dicha fuente, Trump “se pondrá como loco” porque respalda su insistencia en “largarse”.
Producidos, oficialmente, por la inteligencia de Estados Unidos -pero con profunda influencia del departamento de Estado, el Pentágono y la Casa Blanca-, los ultra secretos NIE son instantáneas tridimensionales de la situación actual de aquel país, con vistas a lo que está por ocurrir. A lo largo de muchas décadas, los funcionarios han logrado sesgar dichos informes para que reflejen conclusiones preconcebidas, como ocurrió con el infame NIE que presentó la presidencia George W. Bush, acerca de las armas de destrucción masiva de Irak (resultó que no existían). Es común que los funcionarios filtren a la prensa algunas partes del informe con objeto de apuntalar sus posturas; así que Trump bien podría desclasificar los párrafos que justifican su deseo de salir de Afganistán. Por supuesto, topará con resistencia al interior de su gobierno.
La postura del departamento de Estado es que Estados Unidos y las fuerzas de coalición están ganando. “Los ataques del Talibán contra los centros poblacionales afganos no han logrado conquistar ni retener áreas urbanas, y solo han ocasionado muchas bajas entre los combatientes talibanes”, afirmó una portavoz, a condición de anonimato, pues no está autorizada a hacer declaraciones. La vocera atribuyó estos resultados a “una capacidad siempre creciente de las Fuerzas de Seguridad y la Defensa Nacional de Afganistán”, las cuales “conservan el control de todas las capitales provinciales”.
Expertos externos dicen que las huestes del Talibán se han triplicado en los últimos años, de 25,000 a 75,000 combatientes. “Cuenta con 17 por ciento del apoyo popular”, precisó Johnson, autor de “Taliban Narratives: The Use and Power of Stories in the Afghanistan Conflict”, agregando que “Mao diría que es una victoria definitiva”. Según un informe del gobierno estadounidense, para mediados de 2017 “el gobierno de Afganistán controlaba alrededor de 60 por ciento del territorio afgano, una disminución de 6 por ciento respecto del área controlada en el mismo periodo de 2016”. Johnson asegura que la cifra ha empeorado desde entonces.
Pese a ello, los observadores señalan que el Pentágono impugnarán cualquier informe que justifique la retirada total de Afganistán.
Las fuerzas armadas están “tragándose sus mentiras sobre Afganistán”, acusó un experto en contrainsurgencia que asesora a la presidencia. “Creen que todo marcha estupendo”.

“Excepto por los generales, todos saben que el tiempo no nos favorece”, interpuso el funcionario de inteligencia. “Tampoco favorece a Kabul. Está a favor del Talibán”. Otro observador agregó: “Las agencias de inteligencia opinan que la guerra es un fracaso absoluto”.
Jason Campbell, quien hasta hace poco era el director de Afganistán en el Pentágono, advierte que “las evaluaciones de inteligencia, sobre cualquier cosa, siempre reflejarán un extremo del espectro, pues casi todas son muy reservadas, si no es que pesimistas; entre tanto, la evaluación del comandante del escenario tiende a caer en el otro extremo del espectro. La verdad yace en algún punto intermedio”.
Por su parte, Seth Jones, ex asesor del Pentágono para Afganistán, dijo que “los elementos clave del Pentágono y la comunidad de inteligencia” tendrían razón en oponerse a cualquier llamado a una retirada de Kabul, porque saben “lo que pasaría con la victoria del Talibán”.
“Primero, en la eventualidad de una retirada de Estados Unidos, creo que colapsarían los compromisos OTAN con Afganistán”, enumeró Jones, actual director del Proyecto de Amenazas Trasnacionales en el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, D.C. “Segundo, habría un impacto enorme en la moral del gobierno afgano y la ciudadanía en general; se desataría el pánico si Estados Unidos decidiera salir, porque perderían su respaldo principal”. Laurel Miller, ex representante especial actuante para Afganistán y Paquistán en el departamento de Estado, se mostró de acuerdo. “La opinión del consenso es que una retirada [estadounidense] repentina conduciría al colapso del gobierno”.
CATÁSTROFE
“La salida no será agradable”, previno Johnson, quien ha investigado y escrito sobre Afganistán desde hace más de 30 años. En su opinión y en la de otros expertos, el gobierno afgano caería precipitadamente sin el respaldo de Estados Unidos y la OTAN. “Durante una entrevista con 60 Minutes, el propio Ghani aseguró que el gobierno caería en un plazo de seis meses. Me parece una exageración tremenda”, prosiguió Johnson. “No les doy más de seis días. Sin la presencia internacional, las Fuerzas Afganas para la Defensa Nacional se retirarían de inmediato al desierto, y el Talibán entraría caminando en Kabul sin soltar un solo tiro, tal como hizo en el otoño de 1996, cuando tomó el poder por primera vez”. En su mayoría, los otros expertos consideran que, sin el respaldo de Estados Unidos y las demás fuerzas internacionales, la supervivencia del gobierno de Ghani sería más prolongada, si bien solo resistiría un máximo de seis meses.
“Algunas áreas caerían bajo el control Talibán con bastante rapidez, mientras que otras podrían librarse de sus garras durante algún tiempo más”, conjeturó Joscelyn. “En resumidas cuentas, el gobierno se vería forzado a defenderse en muchos más frentes, y no queda claro cuánto tiempo podría resistir a los insurgentes. Las cosas terminarán muy mal”.
Muchos expertos consideran que el simple inicio de la retirada Estados Unidos-OTAN podría desencadenar una cascada de incidentes horripilantes, como el caótico rescate en helicópteros de Saigón, en abril de 1975, cuando las fuerzas norvietnamitas cercaron la capital de Vietnam del Sur. O el caso de Mogadiscio, donde la insurgencia somalí avasalló a las huestes estadounidenses, evento dramatizado en la película de 2001, “La caída del Halcón Negro”. También cabe la posibilidad de que no cunda el pánico, como ocurrió en ocasiones anteriores, cuando Estados Unidos comenzó a reducir su fuerza de un máximo de 100,000 efectivos.
“Desde una perspectiva más amplia, si fracasa la estrategia que seguimos en el sur de Asia no será porque el Talibán abrumó a las Fuerzas de Seguridad Afganas”, sentenció Campbell. “[El Talibán] carece de las fuerzas blindadas y regulares que tenía el Viet Cong. Tampoco tiene artillería, ni poder o apoyo aéreo”. El colapso ocurrirá cuando los afganos hayan perdido la fe en su gobierno y ya no cuenten con el rescate de Estados Unidos y las fuerzas de la OTAN.

Dado que han menguado mucho los niveles de efectivos estadounidenses y de la OTAN, la amenaza de reducir su presencia casi a cero podría ocasionar que hasta 30,000 afganos intenten escapar ocupando los aeropuertos o emigrando por tierra a los países vecinos, previno el funcionario de inteligencia, veterano de la guerra en ese país. Militares, contratistas y personal de las embajadas de Estados Unidos habrían de ser transportados en autobuses o helicópteros hasta los aviones de carga C-17 o C-130 que los aguardarían en la base aérea estadounidense de Bagram, a unos 50 kilómetros de la capital; o bien en la de Kandahar, a unos 480 kilómetros de distancia. Las evacuaciones de emergencia (por largas carreteras bajo el ataque de la insurgencia) serían en extremo tensas, y podrían requerir de la intervención de la “82ª Brigada Aérea o algo que vaya a asegurar la ruta”, agregó el funcionario de inteligencia. “Y entonces, tendrías que reunir todos los activos que la Fuerza Aérea pueda aterrizar en Bagram”. A partir de allí, estadounidenses y demás extranjeros serían transportados por aire a países como Omán, Qatar y Bahréin (sede de la 5ª Flota de Estados Unidos) o incluso a destinos lejanos en Europa. “Pero no sería conveniente que volaran demasiado lejos porque, una vez desocupados, tendrán que regresar de inmediato”, señaló el funcionario de inteligencia.
“Aún no llegamos a ese punto, mas la situación está poniéndose interesante”, comentó Seth Jones, quien, entre 2010 y 2011, fuera un importante enlace entre el Pentágono y el Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos en Afganistán.
La portavoz del departamento de Estado se negó a proporcionar los detalles de una posible evacuación y, a condición del anonimato, solo dijo que “hacemos todos los esfuerzos posibles para proteger a nuestro personal, y para prever todas las contingencias en cualquiera de las misiones estadounidenses en todo el mundo”. Un ex funcionario CIA de alto nivel, agregó: “Siempre tenemos un plan de evacuación o de contingencia cuando operamos en alguna zona de guerra; de hecho, es un requisito”.
No obstante, no existe la menor duda sobre las repercusiones de una salida precipitada. “Si el Talibán ganara en Afganistán… habría un impulso tremendo para el movimiento yihadista, que ha recibido fuertes golpes en Irak y Siria”, presagió Jones. “Sería un impulso enorme, considerando la importancia histórica de Afganistán como la región donde, en buena medida, nació la yihad”. Añadió que hay “indicios” de que Ayman al-Zawahiri, el sucesor de Osama bin Laden, “ya se encuentra o, al menos, ha estado en Afganistán”.
Esos escenarios de pesadilla podrían persuadir a Trump de abstenerse de abandonar por completo Afganistán, llevándolo a optar por una “huella más ligera” que dependa más de las operaciones de la CIA o incluso de operativos de contrainsurgencia a cargo de mercenarios privados, como han propuesto diversos personajes; entre ellos, Erik Prince, el controvertido fundador de Academi [empresa militar privada estadounidense, antes conocida como Blackwater]. Según el libro de Woodward, la CIA cuenta con una fuerza de 3,000 combatientes afganos en el frente.
Trump no es el único factor relevante para la situación. El Talibán también tiene mucho que decir sobre el futuro.
“Expertos en insurgencia concuerdan en que un impasse es, de hecho, una victoria para los rebeldes, sobre todo si hay potencias extranjeras implicadas”, apuntó Johnson. “Y la historia sugiere que el público de una potencia extranjera no suele apoyar un impasse sangriento por tiempo indefinido”.
“El Talibán lo sabe. Y se complace en decir, ‘Los estadounidenses tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo’”, concluye Johnson.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek