En México, la edad para el inicio del consumo de drogas oscila entre los 12 y los 17 años. El promedio por tipo de sustancia es el siguiente:
- 12 años para el alcohol
- 13 años para los inhalables
- 13.1 años para el tabaco
- 14.2 años para la cocaína
- 14.3 años para la mariguana
- 14.5 años para las metanfetaminas
La Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco, Encodat 2016, también detalla un dato interesante: la mayoría de los niños y adolescentes que fueron iniciados en las drogas lo hicieron por medio de brownies, muffins, hot-cakes, paletas de dulce y palitos de chocolate alterados con cocaína o mariguana.
Esta estimulación temprana cerebral en los niños altera en la parte anterior de los lóbulos frontales, justo en la corteza o córtex prefrontal, la toma de decisiones por inmadurez fisiológica, ya que de manera natural madura a los 21 años.
Lo anterior lleva a los niños tener una conducta inadecuada a temprana edad y tiene como resultado una adicción veloz, sobreestimulada por el consumo, así como un deterioro biológico, neuroquímico y orgánico.
Se adentran también en un sistema de tolerancia, que es la necesidad de mayor consumo a ritmo indiscriminado para lograr el mismo efecto, y pueden llegar a desarrollar un síndrome de abstinencia, con características como ansiedad, depresión, temblores e irritabilidad.
También puede repercutir en una reducción de actividades sociales, escolares y recreativas, e incluso detonar conductas sociopáticas, como robos o violencia, para adquirir las sustancias.
Una de las preocupaciones de la salud pública en México debe ser el aumento en el consumo de hasta un 47% en los niños durante los últimos siete años, es decir, del 2011 al 2018, aunado a que, a nivel mundial la venta de sustancias ilegales se ha incrementado vía internet de 200% a 400%.
En los niños existe la inducción a las sustancias por parte de personas mayores, ya sea a través de acoso, violencia o por presión de círculos externos de consumo, incluyendo la familiar.
En la gran mayoría de los casos, las familias suelen ser grupos disfuncionales, como consecuencia de la separación de cónyuges, la muerte de algún miembro, problemas de comunicación, mensajes contradictorios de autoridades violentas intrafamiliares, roles poco afectivos o, por el contrario, por sobreprotección o maltrato.
Entre las causas sociales, cabe destacar los movimientos migratorios, el hacinamiento, el fácil acceso a drogas psicoactivas y la limitada responsabilidad de acompañamiento de padres en la formación y la educación de los hijos.
Sin duda, algunos de los grandes problemas en la materia son la introducción de las adicciones en las siguientes generaciones, la generación de una cultura de ilegalidad a nivel nacional y el despunte de la violencia que genera la venta de drogas y su acercamiento al deterioro social.
Por tanto, el daño en los niños es aún más profundo, ya que son la línea humana más vulnerable, no tienen conciencia de la decisión que están tomando y muchas de las ocasiones se les incita al consumo con un fin económico a posteriori.
El verdadero peligro de mutilar un futuro de un infante inocente, que, si bien podría saber que se trata de algo “prohibido o malo”, no es consciente al cien por ciento de los daños secundarios en su salud, lo que implica aceptar alcohol, tabaco, mariguana, cocaína o inhalantes.
La prevención ha fallado y la comunicación falla en primera instancia en los padres si los problemas de índole intrafamiliar los tienen que abordar los maestros o los trabajadores sociales, y uno de los mayores problemas es que no existen centros de rehabilitación pública para niños.
Colocar a los niños de menos de 12 años con jovencitos de 18 años o más es un grave error. Ahí es donde, lejos de encontrar ayuda, son sometidos a golpes, vejaciones y resulta una gran escuela de dolor y soledad, donde la frustración es la madre de todos los rincones y de todas las mejillas de los niños sin consuelo y sin nadie.
Si añadimos que hay una pobreza enorme en el país y en los jóvenes en México, y que más de siete millones de ellos participan en el narcotráfico y uno de cada tres jóvenes viven en pobreza, es ahí justo donde el límite entre la crisis humanitaria, la pérdida de la autoestima y las necesidades primarias pueden hacer más delgado y frágil el consumo de sustancias, que retiran el hambre, ofrecen felicidad transitoria y colocan distancia a la angustia, el dolor, la nostalgia, mitigando la soledad de tantos niños en nuestro país, abandonados a su suerte sin comunicación ni afecto de sus padres, aunque vivan bajo el mismo techo y pertenezcan a diferentes niveles socioeconómicos.
@gapcorona