En el barrio donde vive Azul Piccone, en la colonia Portales de la Ciudad de México, la tarde es una fiesta de cláxones, gritos de vendedores, motores de motocicletas y automóviles y conversaciones en voz alta. Sin embargo, en su estudio, su espacio más íntimo, el silencio apenas lo desgarra el ladrido de dos queridas mascotas. A sus casi 41 años, Azul se define como una mujer trans no binarie, artista plástica, peluquera, actriz, vegana y, por sobre todo, libre.
Su historia es la de una niña que alguna vez se sintió sola en el recreo, pero que aprendió a habitarse a su manera, desde el margen y con una convicción férrea de que existir también es una forma de resistencia.
“Me defino como una persona libre y que está mayormente fuera del sistema. Trabajo para mí misma, camino para mí misma, existo con muchos privilegios y con mucha fortuna de estar, de estar viva y de tener un lugar donde trabajar y donde habitar”, dice en charla con NW Noticias.
Azul nació en Monterrey, Nuevo León. Su estatura rebasa los 1.90 metros y siempre viste de color negro. Le gustan mucho el café y los tatuajes —en los brazos luce desde un David hasta un Freddie Mercury—, como también le gusta ponerse el apellido de no binarie por aquello del rechazo a las normas. En su andar vital ha hecho de lo cotidiano una afirmación política: trabaja para sí, vive con sencillez y privilegia el control sobre su tiempo y energía. En su estudio privado corta el cabello, pinta cuadros, ensaya obras de teatro, escribe guiones y, sobre todo, se permite ser.
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Su transición, más que una decisión puntual, fue un proceso continuo de exploración y descubrimiento. “Dentro de mis posibilidades, he tenido siempre el privilegio de poder habitarme y vivirme muy libremente. Salí de casa muy pequeña, por lo que de algún modo podía ser yo a escondidas, y como ya sabían en mi hogar que yo era diversa, fui saliendo del clóset y dando muchos pasos conforme iba descubriendo el mundo de maneras diferentes”, cuenta.
Con el paso del tiempo esa vivencia secreta se fue haciendo más visible. Empezó a llamarse públicamente Azul hace ocho años y habita su feminidad desde los 25. No lo hace desde una etiqueta rígida, sino desde una posición que desafía las normas binarias del género.
En ese tenor, si bien durante su transición el ambiente LGBT le ofreció refugios parciales, fue en la escena underground donde encontró su espacio, pues “ahí nadie me decía nada si llegaba vestida de vampira”. La androginia fue una trinchera, una forma de habitar su feminidad sin provocarla demasiado. Hoy, con más claridad sobre quién es, mira hacia atrás con humor: “Siempre supe que yo era alguien diferente. No me cuadraba el concepto de hombre o niño; hoy volteo hacia atrás y me da mucha risa verme como la escuincla sentada sola en el jardín, en el patio, leyendo, dibujando… ay, por favor, no se daban cuenta. Sin embargo, no había el conocimiento que tenemos hoy, no existía la apertura que tenemos de unos años hacia acá”.
UN ESPACIO PARA SER AZUL PICCONE
Azul Piccone se sostiene económicamente de su oficio como peluquera, una profesión históricamente ligada a las mujeres trans, aunque muchas veces invisibilizada por los prejuicios. También pintora y artista plástica, desde el 8 de mayo y hasta el 16 de junio su exposición de 25 piezas “ReTRANSpectiva” se exhibe en el Centro Cultural Jaime Torres Bodet del Instituto Politécnico Nacional, recinto universitario que por primera vez presenta la muestra de una persona trans.
En tanto, como actriz en abril pasado concluyó temporada en la puesta en escena Hudud, una obra teatral que protagonizó y que, ambientada en Irán, retrata cómo los hombres homosexuales, que son castigados hasta con la pena de muerte, tienen como camino una operación de reasignación sexual, no solo obligatoria, sino subvencionada.
“Abrí mi propio salón de peluquería muy joven, y así de algún modo también tuve el espacio para ser yo y explorar muchas cosas de mi identidad: mi vestimenta, mi maquillaje, mis uñas, mi cabello, e ir dando pasitos más fuertes”, relata.

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Con el tiempo su salón se convirtió en un lugar seguro, lejos del juicio de la calle y del rechazo sutil que persiste incluso dentro del gremio: “De algún modo siempre tuve oportunidades de trabajo. Sin embargo, después de la transición legal y hormonal y ya vivirme públicamente como mujer trans, sí me he encontrado con que la gente con la que me relacionaba antes dentro del gremio de la peluquería no me da el mismo trato, a pesar de que a lo largo de la historia la peluquería la hemos sostenido las mujeres trans”.
Y pone un ejemplo: “En algún momento me acerqué con una amiga y le dije: ‘Oye, estoy buscando chamba porque necesito recursos’. Y la respuesta fue muy amable, nada transfóbica ni mucho menos, pero: ‘Déjame ver con mis amigos que tienen lugares más alternativos’. Porque ella, mi amiga, no iba a tener a una mujer trans en un salón en una zona donde viven personas muy conservadoras. Entonces, de algún modo yo lo entiendo como: donde no me quieren no es lugar seguro para mí”.
Pero Azul no se detiene, por ello prefiere construir sus propios espacios. “Tengo el privilegio de tener dos manos y talento para muchas cosas y vivir de lo que más me gusta: estar en el teatro y en exposiciones y trabajar en la peluquería”, sostiene. “Sigo construyendo para mí. En mi peluquería trabajo a la hora que yo quiero, con la gente que conozco, recomendación tras recomendación. No estoy abierta al público, pues no me expongo a la calle de ninguna manera”.
“ME GUSTA MUCHO SER UNA MUJER TRANSVISIBLE”
En ese tenor, explica que ser visible en un país como México también implica un riesgo. “Ahorita controlo mucho mi tiempo, mi energía, mi espacio y el dónde y cómo me presento. Me gusta mucho ser una mujer transvisible, me gusta estar ahí, hablar; me gusta estar y existir en el espacio donde nos dijeron que no debíamos existir. Esa es mi venganza”, dice.
A pesar de vivir con relativa autonomía y muy libremente en su espacio laboral, para Azul Piccone en general aún hay mucha discriminación contra las personas trans. “Me encanta ver en la marcha LGBTQ+ cada año camiones y camiones de marcas y empresas, pero quiero acercarme con esas marcas a preguntarles cuántas personas trans tienen en sus nóminas”, reflexiona. “Los de la G y las mujeres lesbianas de algún modo tienen mucho tiempo más ahí y ya caben y se les abraza en todos lados, muchas empresas se los ponen como botoncitos incluso, pero para las mujeres trans todavía no hay espacios, como lo podemos ver en muchos lugares y lo podemos escuchar de muchas de nuestras hermanas”.

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Además de la discriminación laboral y social, Azul sabe perfectamente que México también es un país que violenta a sus mujeres trans: “El otro día me persiguió una señora. Iba yo con mis audífonos y vi que atrás de mí venía corriendo una señora gritándome con el brazo levantado. Pero yo seguí cantando con Lady Gaga; lo siento mucho, no le di el privilegio de mi atención, no le di espacio para su discurso porque seguro no me interesa lo que tenía que decirme”.
Sin embargo, en diciembre del año pasado una agresión física rebasó las fronteras del respeto humano: “Saliendo del metro a alguien se le ocurrió que era muy buena idea soltarme un puñetazo. Yo seguí caminando, no me regresé, no me interesa tener esa discusión ni saber por qué se le ocurrió golpearme. Siempre voy a seguirme derecho, voy a caminar y a ponerme en un lugar seguro”.
Pese a todo, Azul se niega a quedarse con ese único rostro de la realidad. “También me encuentro con muchas sonrisas y con señoras que se voltean y me dicen: ‘Estás padrísima, qué bonito look, qué guapa'”, concluye la artista. “No solo hay un chingo de odio. También me he encontrado con muchísima admiración, aplausos, muchísima gente que en el día a día se acerca, aunque sea con una sonrisa, a darme una bendición. Eso es muy bonito. Es muy bello y lo agradezco”. N