DE TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS
Comí recién con un empresario, el ingeniero Guillermo Wittenberg, quien en un punto de la charla me preguntó: “¿Conoces a algún empresario que en el pasado reciente haya quebrado?” Conozco a varios que quebraron en la pandemia, pero no conozco a ningún empresario que, recientemente, haya quebrado. Así, la conclusión para muchos es que la economía mexicana marcha bien.
No se trata de analizar si los créditos autorizados llevarán la deuda a niveles peligrosos, o si se perdió el superávit primario. Las empresas tienen trabajo, luego entonces, la economía marcha bien, y esto en época de elecciones resulta fundamental para el partido en el poder.
Pero lo que se juega en la elección de 2024 es algo mucho más importante que la percepción de la economía. Y no me malinterpreten, la economía es de una importancia meridiana; sin embargo, la democracia que tenemos en México nos ha costado cien años y nos permitió castigar al PRI quitándole la presidencia. Y después nos permitió sacar al PAN. Ahí logramos decir fuerte y claro: “¡El que no cumple pierde el poder!”.
Cuando salió el PAN volvimos a votar por el PRI para darnos cuenta de que chango viejo no aprende maroma nueva. Las oenegés que surgieron con la democracia denunciaron los robos exagerados de los gobernadores priistas y hasta del presidente de México. Esto llevó a que el país se volcara en apoyos a Andrés Manuel López Obrador y Morena.
Nuestra vocación monárquica se dejó ir como gorda en tobogán y entregó la presidencia y las cámaras a un solo partido, dando un poder casi absoluto al presidente. Esta vocación monárquica nació con la Independencia. Al conquistarla, los mexicanos no conocíamos otra forma de gobierno que no fuera la monarquía, y al independizarnos nació el Imperio Mexicano.
UN RECORRIDO POR LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA EN MÉXICO
El flamante Imperio se declaró en quiebra, y nuestros próceres se decantaron por un gobierno democrático sin conocer, bien a bien, el andamiaje necesario para establecer una democracia en México. La primera elección se hizo bien, pero a partir de la siguiente el poder en el país se conquistó mediante fraudes electorales y a balazos.
Esto duró 48 años, hasta que Porfirio Díaz llegó a la presidencia, en 1877, y estableció una dictadura que equivalía a otra monarquía, pues el poder estaba centrado en un solo hombre. La dictadura porfirista funcionó para apaciguar el país. Pero el dictador envejeció sin ceder a tiempo el poder. Así estalló la Revolución Mexicana y comenzamos de nuevo a entendernos por otros 20 años con golpes y asonadas un día sí y el otro también.
Esta vez Plutarco Elías Calles apaciguó al país al establecer un sistema nuevo en México: la dictadura de partido. El partido creado para ello, en 1929, se llamó Partido Nacional Revolucionario (PNR), y fue diseñado para que Calles mantuviera el poder.
Siete años después Lázaro Cárdenas mandó a Calles exiliado a Estados Unidos y le cambió el nombre, de PNR, a Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Luego, en 1946, durante el sexenio de Ávila Camacho el PRM cambió de nombre a Partido Revolucionario Institucional.
Este fue un partido instalado en la contradicción desde el nombre, pues un revolucionario, por definición, está en contra de las instituciones. La otra contradicción era que se ofrecía una democracia y se entregaba una dictadura sexenal donde el presidente ejercía un poder absoluto durante seis años en México. De nuevo el poder se centraba en un solo hombre.
30 AÑOS DE TRANSICIÓN ENTRE DICTADURA DE PARTIDO Y DEMOCRACIA
El gobierno se controlaba desde la presidencia y, conforme creció el país, la presidencia fue insuficiente para controlarlo. El sexenio de Luis Echeverría, en el que se formó López Obrador como priista de choque, evidenció que el sistema había dejado de servir y nos pasamos 30 años en la transición entre dictadura de partido y democracia.
Durante estos 30 años hubo cinco desastres económicos y la paridad cambiaria entre el peso y el dólar pasó de 12.50 pesos por dólar en 1970 a 9,570 pesos por dólar en el año 2000. Una devaluación de 75,500 por ciento. Claro que el valor del dólar era de 9 pesos con 57 centavos, pero esto se debe a que en 1993 Carlos Salinas decidió quitarle tres ceros a la moneda y crear los nuevos pesos. De modo que los 9.57 nuevos pesos por dólar equivalían a 9,400 pesos de 1992.
Desde el sexenio de Miguel de la Madrid la dictadura de partido hacía agua por todos lados. La elección federal de 1988, en la que Carlos Salinas llegó a la presidencia, fue otro presunto fraude electoral, pues el ganador, aparentemente, fue Cuauhtémoc Cárdenas. La presión política era enorme y Salinas cedió un poco de poder.
Así, la entrada a la democracia la marcó la elección de 1989 en la que el PRI, hasta entonces el partido hegemónico, perdió la gubernatura de Baja California. Luego, en 1997 perdió la mayoría en el Congreso, y en diciembre del año 2000 el PRI perdió la presidencia.
¿QUÉ REQUIERE LA DEMOCRACIA EN MÉXICO PARA FUNCIONAR?
Ahí estrenamos una democracia completa. Los procesos electorales mejoraron y el fraude se minimizó gracias a una serie de instituciones políticas que se encargaban del proceso, pero para que una democracia funcione se requiere un andamiaje de instituciones fuertes que controlen la administración pública.
La administración de un país tiene muchas facetas y en cada una de ellas es posible cometer fraudes. La consolidación de la democracia controla el ejercicio del poder; y los políticos, por naturaleza, se resisten a ser controlados.
Un ejemplo es lo difícil que fue permitirles a los diputados la reelección. La definición de reelección en una de sus acepciones nos la da Omar Delgado Chávez, en un artículo del número 27 de la revista Derecho Electoral. Chávez toma la definición de Dieter Nohlen que dice:
“…el derecho de un ciudadano (y no de un partido) que ha sido elegido y ha ejercido una función pública con renovación periódica de postular y de ser elegido una segunda vez o indefinidamente para el mismo cargo (ejecutivo) o mandato (parlamentario)…” (Nohlen, 2007, p. 287).
La teoría dice que cuando un diputado ha hecho un buen trabajo en su distrito, la posibilidad de que este se reelija es sana, pues premia su desempeño. Además, la experiencia política en el cargo puede lograr que en el siguiente periodo mejore el ejercicio de su función.
Claro que, como todo, la reelección también tiene argumentos en contra, pero lo medular es que se da al pueblo la posibilidad de decidir si se queda con el funcionario o lo rechaza, aunque al mismo tiempo se le quita al presidente del partido la posibilidad de poner al candidato de su preferencia en esa elección.
LA CUESTIONADA REELECCIÓN DE LOS DIPUTADOS
Consecuentemente, los presidentes del partido perdían poder y se oponían a ello, pues para ellos, como para cualquier ser humano, lo principal son sus intereses (no los intereses de usted, querido lector, sino los de ellos).
La primera vez que se habló de la reelección de diputados fue en 1994, pero la iniciativa no pasó en las cámaras. Esta resistencia duró diez años hasta que se aprobó la reelección de diputados, senadores, presidentes municipales (hoy alcaldes), y síndicos en febrero del 2014, estableciendo limites de periodos para reelegirse.
Nuestra democracia poco a poco se fue afinando. Lo sano es dividir el poder y establecer árbitros que evalúen el desempeño de los funcionarios. Una división equilibrada y un arbitraje congruente frena los excesos. La importancia de esto se evidenció al crear el Instituto Federal Electoral (IFE), para sustituir a la Comisión Nacional Electoral (CNE).
La CNE era un órgano que dependía de la Secretaría de Gobernación (Segob) y que gestionaba y controlaba los procesos electorales. Así, el gobierno era juez y parte del proceso electoral, y la máxima de Stalin: “No es quien vota lo que cuenta, lo que cuenta es quien cuenta los votos” se materializaba en victorias para el partido en el poder: el PRI.
Al término del sexenio de Luis Echeverría las condiciones no estaban dadas para un proceso democrático de cambio de poder. Con López Portillo fue otra vez lo mismo, esta vez con el agravante de una nacionalización bancaria que destrozó la confianza de la comunidad financiera y dejó a Miguel de la Madrid bailando con la más fea.
LA DEMOCRACIA DE MÉXICO ESTÁ EN RIESGO EN LA ELECCIÓN DE 2024
La elección de 1988, organizada por la Comisión Federal Electoral, resultó un presunto fraude, pues cuando la preferencia de los votos marcaba a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano con ventaja sobre Carlos Salinas se cayó el sistema. Cuando se recuperó este, la ventaja era de Salinas. Esto trajo consigo, primero, la creación del IFE, que quedó libre de la Segob, pero con candados. Y luego, en el sexenio de Zedillo, logró la autonomía completa.
El IFE se convirtió en un órgano ejemplar, y a partir de 1997 fue garante de las elecciones, lo que permitió la llegada de Fox, Calderón, Peña Nieto y López Obrador. Pero López Obrador, desde que llegó al poder, ha tratado de controlar las elecciones para conservar el poder indefinidamente. Al mismo tiempo ha desgastado o eliminado las instituciones que sirven como contrapesos al gobierno.
En la elección intermedia López Obrador perdió la mayoría calificada y al perderla ya no pudo modificar la Constitución a su antojo. Ahora quiere recuperar esa mayoría para hacer cambios a la Constitución que le permitan apoderarse de las pensiones de los trabajadores, politizar el sistema judicial y debilitar al INE con la idea de controlar las elecciones.
Con esto último pretende arrebatarnos la democracia y regresar a la dictadura de partido tan odiada en México. Si lo logra volveremos a los viejos tiempos del partido hegemónico y el poder centrado en un solo individuo. Y si este nos embarca en un proceso devaluatorio, o masacra estudiantes, o estatiza la banca, no va a pasar nada, pues los caprichos y revanchas del mandatario estarán por encima de todo, incluso del desarrollo del país.
Por eso para México resulta fundamental continuar con una democracia funcional, pues con ella ¡el que no cumpla perderá el poder!
VAGÓN DE CABÚS
Los índices de seguridad marcan 20 entidades del país como de alto riesgo para los contendientes en la elección por venir. La política de abrazos y no balazos ha permitido un exagerado crecimiento del crimen organizado y este habrá de imponer, a sangre y fuego, candidatos que garanticen sus intereses. Mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes. N
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.