Gatito, mírate ahí calientito en tu cama mientras el invierno invade Ámsterdam. Tu papá humano está en alguna montaña francesa esquiando mientras yo espero su regreso persiguiendo una carrera corporativa. Tú eres ajeno a todos esos detalles, incluso eres ajeno a esa estrella que te tocó entre 20 tiernos gatitos y fuiste tú el adoptado. Solo por esta noche déjame perturbar tu sueño, llegó el día en que te voy a contar una historia, la historia de donde nací yo.
Yo vengo de un continente al otro lado del mundo. Un continente que se desangra y que no se avergüenza de mandar a sus niños a vivir aventuras negras por el Darién y a saltar a las garras de un tren bestia donde sus pies mueren y sus sueños vuelan. Ahí, en tiempos de elecciones, desde tarimas los políticos, que pocas veces tiene talento o programas concretos, suelen tener muchas ambiciones, sobre todo, de enriquecimiento veloz.
Gatito, yo vengo de un pequeño país de nombre común para cualquiera que entienda dónde está el paralelo 0 del mundo, pero que la gente no suele reconocer al mencionarlo. Generalmente tengo que decir “Galápagos” para que alguien medio levante una ceja aceptando que mi patria sí existe.
AHÍ ABAJO HAY UN PARAÍSO
Cuando visites mi tierra, mi gatito holandés, y tu pasaporte hasta de gato sea alabado por tener el sello de estos nortes, verás cómo ahí abajo hay un paraíso. Un paraíso donde las penas y las alegrías se viven con un vallenato, viendo los altos Andes, bebiendo una botella de trago de caña y pasando la resaca con un encebollado. En mi país las familias son inquebrantables y crecen respetando una religión que ofrece la esperanza que suele estar perdida, pero al menos en la iglesia encuentras explicaciones dudosas a todo lo que la gente intenta obviar.
Te va a encantar cuando lo visites, es un paraíso del que todos quieren irse. Mientras yo te cuento esta historia miles de personas están dejando sus casas y caminando hacia el norte o dando su último suspiro. Yo observo desde lejos, desde mi destino migrado, y me desespero al ver caminantes muertos en algún punto entre el paralelo 0 y la frontera del supuesto desarrollo. Quisiera poder gritarles que no se vayan y explicarles razones.
¿Qué derecho tengo yo de aleccionar al sueño inquebrantable de almas dispuestas a cruzar el Río Bravo buscando el dorado, pero en sentido inverso? ¿Acaso solo el hombre blanco tiene legitimidad para soñar con en el dorado?
GATITO, SOY COMO ELLOS
Yo, que tengo la piel canela y las curvas de mis montañas marcan mis caderas, soy como ellos. A veces no entiendo por qué a mí me tocó esa estrella al haber nacido dentro de un mínimo porcentaje de la población Latina. Esa estrella que me dio legitimidad y derecho a estudiar en universidades maravillosas, tener visas en seis países, tres continentes y ser llamada turista y no intrusa cuando cruzo fronteras.
Cada vez que vuelvo a mi sur me quiero quedar, extraño el frío aire de mis Andes y el ardiente sol ecuatorial, el aire húmedo de mi Amazonas, el sonido de mi mar Pacífico y el limón agrio de un ceviche. La cotidianidad ahí abajo suele ser ilógica, pero tiene una magia inexplicable.
Gatito, mi sur tiene muchas caras y verdades. Y yo, piel canela y cadera de Andes, crecí en una burbuja de primaveras donde la vida era segura, estable, y jugaba en mi casa de la montaña, jamás queriendo dejar mi paraíso.
Pero por más densa que sea la burbuja, donde yo nací es imposible no entender los motivos que tiene un caminante para irse en busca del dorado en sentido inverso. La vida ahí es un acertijo marcado por la incertidumbre, el miedo y el coraje; porque a veces parece que nada funciona.
¿MILAGROS DE MOVILIDAD SOCIAL?
Crecí también entre libros, periódicos y acaloradas discusiones políticas en cada cena, entendiendo mi suerte y la realidad de pobreza, inequidad y amarguras a la que parecemos estar destinados para siempre. Luego mi pluma me llevaría a las calles a contar las muchas realidades, pero un día cargué mi cámara y mi pluma y yo también me fui y no volví.
¿Sabes, gatito? Mi propia estrella es el resultado de los pocos milagros de movilidad social que suceden en mi sur. Claro, de los pocos que pasan sin haber tocado puestos políticos y habiendo pagado impuestos. Ahí los milagros de movilidad social son incluso menos comunes que esas legendarias hazañas de santos de nombres largo que los abuelos cuentan que salvaron a toda una aldea de morir sepultada por un volcán y ahora tiene estatuas en muchos santuarios.
¿Crees, gatito, que todos los migrantes romantizamos nuestra patria, aunque pocos volvemos a ella? Me cuesta pensar que mi sur no es tan bello como en mi corazón. A través de más de una década de nostalgia, cuando pienso en casa aún sonrío. Ahí el amor no es perfecto, pero es sincero; los mangos huelen a trópico, los aguacates crecen en el jardín, la música se cuela por las hendijas y la belleza natural desborda la imaginación.
NO SON DOS PAÍSES
Además, si te toco en suerte, las casas son más espaciosas que aquellas de millones de euros en el centro de Ámsterdam y te puedes educar bajo el mismo sistema que cualquier niño en Suiza.
Ay, gatito holandés, no me mires con esos grandes ojos sorprendidos, estoy consciente de que este relato puede parecer incoherente porque el contraste es mucho y parece que estuviera invitando a tus patitas holandesas a dos países distintos. No son dos países, es uno mismo con muchas realidades.
Mi paraíso está marcado por la inequidad, la corrupción, la violencia, la falta de sistemas mínimamente funcionales y casi siempre ha estado gobernado por ineptos de turno. Esos con mucho ego y pocas ganas.
Desde sus recién adquiridas mansiones y con hijos que presumen en Instagram la plata mal habida, ellos levantan muros cada vez más altos para no ver a los caminantes que mueren buscando el dorado en sentido inverso. Pero a esos migrantes ¿cómo les digo yo que no se vayan, que no se mueran? N
—∞—
Belén Estrella Fiallo es periodista actualmente enfocada en impulsar un desarrollo sostenible en la industria de la moda. Se dedica a temas de política internacional y cultura. Magister en medios y política por la Universidad de Ámsterdam, ha desarrollado su carrera a lo largo de seis países y tres continentes. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.