Esta pequeña comunidad es famosa por haber expulsado a las empresas mineras de su territorio amazónico, en el norte de Ecuador. Pero los nativos Cofán Avie tienen otra particularidad misteriosa y fascinante: son los maestros de la ayahuasca, una planta alucinógena, medicinal y puerta de entrada “al mundo de los espíritus”.
“Dios vivió una vez aquí, en este planeta”, dice Isidro Lucitante, de 63 años, patriarca y “taita” (chamán) de las nueve familias que integran esa comunidad en la villa de la Reserva Ecológica de Bermejo. La escasa población Cofán Avie vive diseminada en 55,000 hectáreas de selvas y ríos, a lo largo de la frontera con Colombia.
“Dios arrancó uno de sus cabellos y lo plantó en la tierra. Así nació la ayahuasca, fuente de sabiduría”, añade.
También conocida como yagé, es una decocción preparada tradicionalmente por los pueblos de la cuenca occidental del Amazonas a partir de la liana “Banisteriopsis caapi”. Muy popular en Estados Unidos y Europa, la ayahuasca se ha hecho fama de remedio milagroso, alucinógeno recreativo o hasta peligrosa droga psicotrópica.
En Perú, y en menor medida en Ecuador, se ha desarrollado una jugosa industria de turismo psicodélico en torno a esta planta, que ya se consigue en cápsulas o infusiones y se vende en internet.
LA AYAHUASCA LLEVA LA CONCIENCIA A ESPACIOS DESCONOCIDOS
Para los Cofán Avie, la ayahuasca es parte de su cultura y cosmogonía ancestral, se transmite de generación en generación y está vinculada a la naturaleza exuberante que los rodea. Unos pocos visitantes privilegiados, entre ellos la AFP, se disponen a vivir la experiencia.
Todos los fines de semana familiares, vecinos, algunos universitarios y pocos turistas se sientan en las hamacas de la maloca, o casa comunal indígena, donde beben el extraño líquido amargo de color parduzco.
Bajo la supervisión del “taita” Isidro y sus ayudantes, entre el tabaco, los cánticos, las náuseas y los monólogos febriles de los participantes, empieza el viaje caótico, hipnótico, que lleva la conciencia a espacios desconocidos.
“Nuestra cultura proviene del conocimiento que tenían nuestros ancestros de la medicina del yagé, una planta milenaria, sagrada”, explica Isidro, con su rostro de piel cobriza salpicado de maquillaje.
El yagé “es ante todo un remedio”, subraya. Recogida en el bosque, la liana se “machaca, se mezcla con agua y se hierve durante horas. El cocinero debe ayunar, seguir una dieta especial”, añade.
La ceremonia de los Lucitante tiene lugar al anochecer en la maloca familiar de madera, pintada con loros, serpientes, cabezas de pantera variopintas y los rostros de ancianos ilustres de la comunidad.
Los Cofán Avie son conocidos en Ecuador por haber obtenido una histórica victoria legal contra la industria minera en 2018. Un tribunal local anuló 52 concesiones mineras de oro otorgadas por el Estado ecuatoriano sin consultar ni informar a la comunidad como manda la ley.
Su lucha fue honrada en 2022 con el Premio Goldman, conocido como el Nobel de los ecologistas, concedido a Alex Lucitante, uno de los líderes de la comunidad.
“ES UN CAMINO SAGRADO PARA VIVIR CON LA NATURALEZA”, AUNQUE NO ESTÁ INDICADO PARA ALGUNAS PERSONAS
Alex, de 30 años y uno de los hijos del chamán, organizó una guardia indígena y vigilancia con drones para recoger pruebas de los abusos de los mineros.
“Ha sido una lucha larga y difícil para proteger nuestro territorio y la naturaleza, un camino en el que nos hemos inspirado en la sabiduría de los ancianos y los conocimientos del yagé”, declara Alex a la AFP.
Luce un collar de dientes de pecarí (un mamífero mediano parecido a un cerdo peludo) en el pecho, pañuelo rojo al cuello, una pluma en la nariz. Este “héroe de la biodiversidad”, como le llaman algunas ONG, oficia en la noche como ayudante de su padre y cantante con guitarra para acompañar el trance de los participantes.
“Gracias a la medicina yagé podemos conectar con los espíritus y (…) equilibrar el mundo. El yagé es un camino sagrado que nos invita a vivir en armonía con la naturaleza”, explica Alex.
Sin embargo, de moda en distintas partes del mundo, la ayahuasca puede ser peligrosa para quienes toman antidepresivos, padecen problemas cardíacos o psicóticos, los epilépticos y los asmáticos.
Aunque la receta de los Cofán Avie no fue revelada, este mejunje suele contener el alucinógeno DMT (Dimetiltriptamina), prohibido en Estados Unidos y otros países occidentales. “El yagé no es una droga”, insiste Isidro con su voz cavernosa. “Mi abuelo bebía yagé todas las semanas y murió a los 115 años”, asegura.
La ayahuasca no crea dependencia, según expertos, y por el contrario puede servir de tratamiento para ciertas adicciones. “Vienen enfermos, algunos adictos a las drogas. Se van calmados o con mejor salud”, asegura el viejo chamán, que empezó a usarlo desde los cinco años.
“VOMITAS TODA LA ENERGÍA NEGATIVA CON ESTA PLANTA MEDICINAL”
“El contacto con este otro mundo puede ser peligroso, y es función del chamán guiar y proteger al aprendiz”, advertía en 2004 el principal documental sobre el tema, ‘Otros mundos‘, del cineasta Jan Kounen.
Beber “ayahuasca es una propuesta arriesgada”, ya que la bebida “actúa como un revelador de la psique, y uno nunca sabe, hasta que la ha ingerido, lo que este poderoso alucinógeno revelará sobre uno mismo (…)”, advierte el libro Dos plantas que enseñan: el tabaco y la ayahuasca de Jeremy Narby. Es además una “purga” como también se le conoce al ritual.
“Vomitas toda la comida mala y la energía negativa acumulada en tu cuerpo. Es como una gran limpieza”, describe Isidro.
Solo entonces “pueden llegar las visiones. Primero los colores. Luego, concentrándonos, aparece la selva. Vienen los animales, la boa dueña de los ríos, el bagre o el jaguar. Y por último la gente y los espíritus (…) pero no todo el mundo puede verlos”, explica, enigmático, el viejo sabio.
En la maloca todos se preparan para el “viaje” interior. Los novatos permanecen en aprensivo silencio. Los más curtidos, charlando y bromeando. El “taita” llama por turnos a cada participante para que beba una taza de la repugnante mezcla. Se ordena apagar la cámara y terminar la reportería. Todos se acomodan en sus hamacas, ansiosos por transitar “el camino de la serpiente”. N