Filosofó, Teólogo, Papa, logró una convivencia entre “Fe y Razón”, lo discutió con las voces más autorizadas. Demostró que no hacen vida en solitario. Supo que el Dios legislador y legitimador se quedaron en la evolución del propio pensamiento, dieron paso a un Dios que discute, dialoga, que se actualiza. La ideología de Dios perdió validez, su cimiento en lo divino padeció un terremoto, ello motivó reflexiones esenciales y exigentes, el pensamiento ganó las avenidas de un nuevo Derecho que intenta permanentemente que el derecho positivo se enfrente al derecho surgido de la naturaleza, esencia del ser humano, hacerlo, construirlo, perfeccionarlo, a fin de corregir defectos del derecho positivo.
La modernidad impulsó una reflexión sobre el contenido y los orígenes del Derecho. La fe y el derecho cristiano, un imperio de ley para todos, no había de otra, una cartografía jurídica inconmovible. Fue preciso que el pensamiento postulara un derecho de vinculación y guía para los seres humanos en su vida compartida, reguladora de esa relación social. Un Derecho que superó el dogma, cuyas bases están más allá de la fe, en el epicentro de la razón humana. Un Derecho fuera de confesorios y altares. Impulsado por diálogo y consensos de una convivencia plural y diversa, que engendra problemas que nacen de la razón humana, mismos que solo y solamente se resuelven por vía de la razón. Es el caso de los Derechos Humanos, que abrazan a los seres humanos sujetos de derechos amparados en valores, normas, que intentan que las virtudes muestren comportamientos. Ratzinger propuso sean complementados con Deberes Humanos, un Derecho racional.
El diálogo intercultural fue una pedagogía promovida por Ratzinger. En el ámbito religioso explorado por peligrosas ideologías que demandan el uso adecuado de la razón en el ámbito de la divinidad. La razón es el “órgano de control interno” que decanta y atempera la idea de la religión. De la misma manera la razón investiga para no ahogarse en patologías de las que pierde ser consciente. La ciencia demanda razón, empero, llega a estadios que ponen en peligro a la humanidad misma. Lo vivimos con la pandemia “Covid19”, los gobiernos guardaron silencio, escondieron información, traficaron con las vacunas en el estraperlo de los mercados, una impertinencia de la razón que vio al ser humano como utilidad, crearon un “pandemónium”. La moral de la fe y la ética de la razón marcan sus fronteras para que la aduana de las virtudes haga un trabajo de comportamientos deseables. Es el momento en que la ciencia puede escuchar la voz de las tradiciones religiosas y éstas escuchar lo fáctico. Fe y razón tienen un discurso incontenible e inconmensurable, su diálogo es la fuerza de creer, saber, conocer, estar seguro, razón, carácter, libertad… Si no hay voluntad de la razón y de la fe se desperdician los aprendizajes, se abre la puerta a la violencia y a la destrucción. Las y los mexicanos lo padecemos en las alboradas cotidianas del Alcázar.
Los dos polos de la cultura occidental se dan la mano y desarrollan una relación cultural en la que ellas mismas revelan que razón y fe son complementarias. En esta partitura dialogan dos partichelas, la de Joseph Ratzinger y Jürgen Habermas, el 19 de enero de 2004, en la Academia Católica de Baviera, en Munich, un diálogo entre razón y fe. En el centro del debate las posiciones de cada uno, frente a la legitimidad del Estado democrático. Rupturas y adhesiones, nos dieron una lección de aprendizaje recíproco entre razón y fe. Para Habermas “…la religión es núcleo del humanismo”. Para Ratzinger “…la religión puede ser un fundamento cohesivo de la convivencia.”
Vivimos tiempo de posmodernidad, caracterizada por lo efímero, por el quebranto del sentido, el reciclaje, la novedad como valor y, por supuesto, la magra significación de Dios. Las mega narrativas, sepultan las consideraciones particulares cotidianas. Es en este cruce de circunstancias cuando Ratzinger muestra la necesidad y urgencia impostergable del diálogo. El “eje cartesiano” es que la fe es racional. Razón y Fe logran vida compartida con armonía, ritmo, encuentros y desencuentros, superados por argumentos en un periplo de discusiones cotidianas al amparo de la ética, ninguna ofende a otra.
Ratzinger expuso la necesidad de una razón abierta a la fe de la misma manera que a los sentimientos; rebobinar la Ilustración griega y moderna; exorcizar las posibles patologías entre religión y razón ilustrada: ni excesos ni estrecheces racionales, tampoco irracionalismos posmodernos. En pocas palabras, “EVITAR” que fe y razón sean destructivas. Se refirió a una razón y fe próspera de arte, ética, religión, sentimientos, convivencia.
Deconstruir la verdad en las avenidas culturales desde las costumbres y carácter responsables. Dios es tema en los conversatorios públicos, requiere argumentos, sí por supuesto, pero desde la posibilidad de la razón.
¡A-Dios! mi gran Maestro.