Yaroslav y Nazar, de 11 años, llevan una chaqueta verde caqui, un fusil de madera y una ametralladora de plástico. Cuando no siguen sus clases a distancia, vigilan su falso “checkpoint” en la carretera. Los dos niños juegan en una parada de autobs, bajo una bandera de Ucrania azul y amarilla.
Desde principios de verano, en las carreteras de la provincia de Donetsk, en la parte del Donbás bajo control de Kiev, o en la región de Járkov, hay decenas de niños jugando a esto. Algunos aprovechan para recaudar fondos para el ejército y hacen el saludo militar cuando pasan los vehículos del ejército que recorren la zona, a pocas decenas de kilómetros del frente. Otros acumulan dulces o frutas que les dan las personas que pasan por el lugar.
“Estamos aquí para detener a los coches y comprobar si la gente son ‘russkoffs’ o no”, dice Nazar, poniendo cara seria y malvada.
“Los detenemos y les decimos que la brigada 93 les saluda”, dice en referencia a una de las unidades ucranianas que combate al ejército ruso en el frente al este de Járkov, la segunda ciudad del país y situada en la frontera con Rusia, pero que resiste desde el inicio de la invasión el 24 de febrero.
Según el niño, “la brigada 93 es legendaria. Nos defiende para que tengamos una vida apacible”.
PARA APOYAR A LAS FUERZAS ARMADAS DE UCRANIA
Un auto se detiene. El conductor tiene que conocer la contraseña para identificarse como ucraniano, según los aprendices de soldado.
“¡Gloria a Ucrania!”, grita Nazar, “Gloria a los héroes”, responde el automovilista. “Gloria a la nación”, agrega el niño, “muerte al enemigo”, replica el conductor.
Otras contraseñas se suceden, una de ellas en alusión al presidente ruso, Vladimir Putin, con un apodo de pájaro. Cuando sea mayor, Nazar quiere ser militar y “apoyar las fuerzas armadas ucranianas“. Su amigo Yaroslav también.
Oleksander Ivanik, de 39 años, que pasa en coche, les sigue el juego. “Estamos orgullosos que haya una generación que crece patriota y que comprende quién es nuestro enemigo que ha venido a matarnos”, dice.
En el otro extremo del pueblo, Arten, de 15 años, y sus tres amigos Pavlo, Ivan y Andriy no tienen indumentaria militar pero muestran una bandera ucraniana delante de su cabaña, en el borde de la carretera. Detienen a los autos que pasan y proponen té o café.
“Comprobamos los documentos de identidad y los papeles de los vehículos”, cuenta Arten. “Estamos aquí todo el día y el fin de semana”, añade.
¿Son patriotas? “¡Sí!”, responden todos a la vez. Decenas de kilómetros más lejos, Maksym, de 10 años, luce un chaleco militar lleno de insignias, un casco de plástico y un fusil de madera. Saluda a los militares y recauda fondos para ellos.
“Di al ejército 15,000 grivnas (400 dólares)”, dice con orgullo.
Poco hablador, el niño prefiere decir que le “gusta ayudar a la gente y hacerla reír”, antes de volver a su puesto, con un falso cañón, un falso cohete y una bandera ucraniana. N
(Con información de AFP)