Una de cada diez personas presenta este tipo de problemas pero los gobiernos solo destinan el 2% de su presupuesto sanitario a ello, según HRW
Cientos de miles de personas, incluidos niños de tan solo 10 años, que presentan problemas de salud mental viven encadenados o encerrados durante semanas, meses e incluso años en unos 60 países de todo el mundo, según denuncia Human Rights Watch (HRW) en su último informe, en el que también pone de manifiesto el estigma del que suelen ser víctimas estas personas.
En su informe “Vivir con cadenas: Encadenamiento de personas con discapacidades psicosociales en el mundo”, HRW examina el hecho de que con frecuencia este tipo de personas son encadenadas por sus familias en sus propias casas o encerradas en instituciones atestadas e insalubres, contra su voluntad, debido al estigma generalizado y a la falta de servicios de salud mental en muchos países.
“Encadenar a personas con problemas de salud mental es una extendida práctica brutal que es un secreto a voces en muchas comunidades”, subraya Kriti Sharma, investigadora sobre derechos de las personas con discapacidad en HRW y autora del informe.
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“Las personas pueden pasar años encadenadas a un árbol, encerradas en una jaula o en un establo porque sus familias tienen problemas para gestionarlo y los gobiernos no ofrecen servicios adecuados de salud mental”, lamenta. Muchas de las personas que se ven en esta situación, según HRW, son obligadas a comer, dormir, orinar y defecar en el mismo lugar en el que están encerradas.
En el caso de las instituciones privadas o gestionadas por el Estado, así como en los sanatorios tradicionales o religiosos, se obliga a menudo a quienes son internados a ayunar, ingerir medicamentos o brebajes de hierbas, además de ser víctimas de violencia física y sexual.
Para elaborar su informe, la ONG recabado los testimonios de más de 350 personas con discapacidades psicosociales, así como 430 familiares, trabajadores de instituciones, profesionales de salud mental, activistas y cargos gubernamentales. Además, ha estudiado la situación in situ y con testimonios en Afganistán, Burkina Faso, Camboya, China, Ghana, Indonesia, Kenia, Liberia, México, Mozambique, Nigeria, Sierra Leona, Palestina, la región de Somalilandia, Sudán del Sur y Yemen.
Práctica presente en 60 países
De los 110 países analizados, la ONG ha hallado pruebas de encadenamiento de personas con problemas de salud mental de todos los grupos de edad, etnias, religiones y estratos económicos en unos 60 países. Según HRW, aunque algunos países cada vez prestan más atención a la cuestión de la salud mental, no hay datos o esfuerzos a nivel regional e internacional para erradicar el encadenamiento.
En todo el mundo se estima que hay 792 millones de personas, o lo que es lo mismo una de cada diez –una de cada cinco en el caso de los niños– con algún tipo de problema de salud mental, pese a lo cual los gobiernos destinan menos del 2 por ciento de su presupuesto sanitario a la salud mental. En más de dos tercios de los países este tipo de servicios no los costea el Estado y en los casos en que sí son gratuitos o subsidiados, la distancia y el coste del transporte también constituyen un obstáculo.
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A esto se suma la falta de profesionales cualificados en salud mental, especialmente en los países más pobres. Así, en estos países suele haber menos de dos de estos profesionales por cada 100,000 habitantes, en comparación con los 70 por cada 100,000 en los países más ricos.
Ante la falta de un apoyo adecuado de salud mental y de concienciación, según HRW, muchas familias sienten que no tienen otra opción que encadenar a sus parientes. En muchos casos, impera el temor a que la persona pueda huir o pueda hacerse daño a sí misma o a otras personas.
Esto es lo que le sucede a Aisha, que tiene a su hija de 18 años encadenada en la Franja de Gaza. “La mantenemos encadenada de la mañana a la noche. Usa pañales las 24 horas del día, no puede ir al baño”, relata la mujer, explicando que si no la encadenaran su hija “jugaría con su propia caca” y “podría escaparse de casa”. “No le damos la oportunidad de que huya”, añade.
Desconocimiento del problema
La práctica es más frecuente entre familias que creen que los problemas de salud mental son resultado de espíritus malignos o de haber pecado, según HRW. Con frecuencia, se suele consultar primero a algún curandero tradicional o religioso y solo se acude a servicios de salud mental como último recurso. Eso fue lo que le ocurrió a Mura en Indonesia, a quien su familia encerró en una habitación durante años tras acudir a 103 curanderos.
En otros casos, las familias optan por llevar a su pariente, incluidos niños de tan solo 10 años, a sanatorios tradicionales o religiosos, donde estos son encadenados para contenerles o como castigo. Además, se les suele obligar a tomar medicamentos o se les somete a “tratamientos” alternativos como brebajes “mágicos” de hierbas, así como a ayuno. Igualmente, se les recitan versos del Corán en el oído, himnos evangélicos o se les somete a baños especiales, según el informe.
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“En muchas de estas instituciones, el nivel de higiene personal es atroz porque la gente no tiene permitido bañarse o cambiar sus ropas y viven en un radio de dos metros”, incide Sharma, subrayando que “se les deniega la dignidad”.
“Llevo cinco años encadenado”, cuenta a HRW Paul, que vive recluido en un sanatorio religioso en Kenia. “Estoy en una pequeña habitación con siete hombres. No puedo usar ropa, solo calzoncillos. Voy al baño en un cubo. Como gachas por la mañana y si tengo suerte, un trozo de pan por la noche, pero no todas las noches (…) Así no es como debe vivir un ser humano. Un ser humano debería ser libre”, se lamenta.
Dado que no tienen acceso a adecuado a saneamiento, jabón o la atención sanitaria básica, las personas encadenadas se enfrentan a un mayor riesgo de contraer la COVID-19, alerta HRW. Además, dado que en muchos países la pandemia ha perturbado los servicios de salud mental, las personas con estos problemas podrían terminar ahora encadenadas.
Impacto en las víctimas
HRW advierte de que el encadenamiento tiene un impacto no solo en la salud mental sino en la salud física de quienes son sometidos al mismo. Las personas víctimas de esta práctica pueden presentar estrés postraumático, desnutrición, infecciones, daños nerviosos, atrofia muscular y problemas cardiovasculares. En algunos casos extremos, una persona es encadenada a otra, lo que les obliga a ir al baño o a dormir juntas.
Por todo ello, la ONG defiende que los gobiernos deberían actuar con urgencia para prohibir el encadenamiento, reducir el estigma y desarrollar servicios comunitarios de salud mental de calidad, accesibles y asequibles. Además, deberían ordenar inspecciones y controles regulares de las instituciones, tanto públicas como privadas, y adoptar acciones contra aquellas que actúen de forma abusiva.
“Es horrible que cientos de miles de personas en todo el mundo vivan encadenadas, aisladas, víctimas de abusos y solas”, lamenta Sharma, que reclama que “los gobiernos deberían dejar de barrer este problema debajo de la alfombra y emprender acciones reales ahora”.
Con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, que se celebra el 10 de octubre, HRW lanzará la campaña #BreakTheChains (rompe las cadenas) a nivel mundial para animar a acabar con el encadenamiento.