Vivo en Quintana Roo, México, y siendo un hombre de 81 años, actualmente estoy jubilado. Nací el 10 de diciembre de 1938 en el puerto de Xcalak, un pueblo situado a unos 10 km de la frontera entre México y Belice. Era el típico pueblito pesquero con unas cuantas calles arenosas.
Teníamos árboles de mangle detrás de nosotros, el Mar Caribe enfrente, y muy cerca, el Sistema Arrecifal Mesoamericano, que es un excelente lugar para bucear. Yo crecí ahí, pero tuve que irme por el paso del huracán Janet en 1955, que destruyó un gran número de edificios y provocó la muerte de muchas personas.
Primero, me fui por unos meses a San Pedro, Belice, y luego a la isla de Cozumel, México. En Cozumel seguir trabajando como pescador y, cinco años después, volví a Xcalak para dedicarme a la pesca de langostas.
Me casé a los 20 años y tuve a mis primeros dos hijos: Vidal y Benito Polanco. En 1968, me divorcié y emigré de Xcalak, mi amado pueblo. Al volver a Cozumel, comencé a viajar al Banco Chinchorro, que es el atolón más grande de México, como guía, capitán y conductor. Me casé por segunda vez y tuve otros tres hijos: Víctor, Luis Felipe y Omar Polanco.
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A principios de la década de 1970, comencé a trabajar en un yate estadounidense llamado “Courthouse”. Trabajé en él durante 40 años, y por muchas temporadas, hice expediciones al Banco Chinchorro en el Océano Atlántico y al Arrecife Alacranes en el Golfo de México.
El primer barco hundido que descubrí fue el “40 Cañones”. Perseguía a un gran pez y lo primero que vi fue el ancla, y luego, los cañones. Lo llamé así porque conté 40 cañones. El descubrimiento me sorprendió y me entusiasmó: inmediatamente comencé a buscar y a cavar para ver lo que podía encontrar. Sin embargo, me reprendieron porque el objetivo de nuestro viaje era pescar y no buscar tesoros.
Con el paso de los años, encontré unos 30 barcos hundidos entre el Banco Chinchorro y Alacranes; todos ellos tienen una historia diferente y se les conoce con el nombre de los artefactos que se han encontrado en ellos. En esos años, conocí al oceanógrafo Ramón Bravo. Hice muchos viajes con él al Banco Chinchorro para filmar documentales y trazar mapas de la isla.
En Alacranes, descubrí uno de mis barcos hundidos favoritos. En unos vestigios a los que bautizamos como “Sancho Panza”, descubrimos muchos objetos religiosos: candiles, platos, copas, elementos que se utilizan en la misa católica.
El segundo de ellos ocurrió cerca del Banco Chinchorro: los vestigios del barco “El Inglés”, conocidos ahora como “Pecio Manuel Polanco”. Ahí, encontramos monedas españolas y mexicanas que, por supuesto, son piezas de museo.
Yo buscaba langostas cuando encontré los vestigios de “El Inglés” a finales de la década de 1990; fue un momento muy emocionante. Cuando llevé al grupo del Club de Exploración y Deportes Acuáticos de México (CEDAM) a verlo, encontramos botones de oro con la insignia de la Marina Real Británica y un ancla marcada con una flecha, que indicaba que era propiedad del gobierno de ese país.
Comencé a trabajar junto con la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) cuando realizaba expediciones con el CEDAM. En 1984, trabajé con María del Pilar Luna Erreguerena, fundadora de la División de Arqueología Subacuática del INAH. Y desde entonces, he trabajado con Laura Carrillo, que dirige el proyecto del Banco Chinchorro para la SAS-INAH con el Dr. Roberto Junco y el Dr. Nicolás Ciarlo. Con el paso de los años, también he trabajado con un arqueólogo submarino aficionado llamado Peter Tattersfield, y agradezco el apoyo que todos ellos me han dado.
Al principio, cuando mi hijo Benito Polanco me informó que la SAS-INAH quería hacerme el honor de dar mi nombre al pecio de “El Inglés”, no me gustó la idea, pues había otros pescadores que también sabían de los vestigios. Pero animado por mi familia, lo acepté con gran orgullo.
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Creo que es una idea excelente que la SAS-INAH esté estudiando más el sitio para descubrir sus orígenes como parte de su trabajo de arqueología subacuática en el Banco Chinchorro.
Me llena de orgullo que mi hijo Benito haya sido el guía de la reciente expedición al pecio “Manuel Polanco”, ya que ha pasado muchos años haciendo lo mismo que yo, y ha navegado desde Florida hasta Venezuela y las Antillas, así como por el Océano Pacífico, además de seguir mis pasos; me siento muy orgulloso de él.
Si la gente encuentra un barco hundido o algo muy antiguo, no debe tratar de destruirlo para encontrar cosas valiosas. En cambio, debe informar a las autoridades y dejar que los profesionales se hagan cargo.
Los científicos necesitan que los pescadores locales encuentren los vestigios. Sin nosotros, esto podría requerir más tiempo y dinero. Y, por supuesto, nosotros los pescadores necesitamos que los científicos nos ayuden a comprender los artefactos: la colaboración ayuda ambos grupos a trabajar mejor.
Manuel Polanco es un pescador jubilado que vive en Quintana Roo, México. Descubrió el pecio “Manuel Polanco” en la década de 1990, al igual que otros 30 barcos hundidos frente a las costas mexicanas. Tiene cinco hijos, entre ellos, Benito, que recientemente dirigió una expedición con la SAS-INAH para explorar con mayor detalle el pecio “Manuel Polanco”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek