Nacieron poco antes del 11/9, crecieron durante la Gran Recesión y entran en la edad adulta en medio de una pandemia global. ¿Cuánto más puede aguantar la Generación Z?
Lo primero que tienes que saber sobre Natasha Nielsen es que vive en una casa con otras 11 veinteañeras. No es una fraternidad universitaria, aunque, a sus 21 años, esta estudiante de último año de la Universidad de Michigan aceptó ser miembro provisional de la fraternidad Alpha Gamma Delta durante su primer año, y rápidamente se acostumbró a tener alrededor a muchas personas cuando necesitaba ayuda con sus tareas escolares (estudió políticas públicas) o una cerveza barata en Good Time Charley’s (cervezas de 2.50 dólares en los “Lunes del Club de Tarros”). Así que, cuando la pandemia del coronavirus comenzó a asolar Estados Unidos, su pequeño rincón del mundo se volvió bastante solitario.
Ahora, las clases de la Universidad de Michigan se imparten en línea, y el campus Ann Arbor está desierto. La ceremonia de Nielsen fue cancelada, junto con las fiestas en los jardines, las fogatas y las barbacoas donde esperaba celebrar sus últimas semanas como estudiante. La mayoría de sus compañeras de cuarto han vuelto a su casa, dejando a Nielsen y a otras cuatro chicas en una inquietantemente silenciosa casa fuera del campus que hace un mes bullía de actividad.
“Es difícil no contar con el sistema de apoyo que tenía”, dice. “Son tiempos aterradores”.
A mediados de abril, sin un empleo después de la universidad y con un futuro nada prometedor en el entorno actual, Nielsen no estaba segura de cómo lograría pagar el alquiler de mayo. “Estaba muy estresada con respecto al dinero”, dice. Pero en el momento justo obtuvo un empleo en el que, desde el 1 de mayo, trabaja haciendo llamadas telefónicas para el Partido Demócrata, lo cual la sacará de apuros por ahora.
Este es un gran alivio para Nielsen, que aún tiene cicatrices emocionales de la Gran Recesión, y del golpe que esta dio a su familia. La crisis económica resultante, afirma, contribuyó al divorcio de sus padres y cambió para siempre el curso de su propia vida. También le provocó una ansiedad constante con respecto a sus finanzas. “Pienso constantemente en cuándo se producirá el próximo golpe”, dice.
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La verdad es que ya se ha producido, y a Nielsen y a aproximadamente 2 millones más de miembros de la Generación de 2020, que ahora reescriben el guion de su entrada en la edad adulta, esto les ha caído como un torpedo. Hace apenas unos meses, estos estudiantes de último año estaban a punto de graduarse en uno de los mercados laborales más sólidos de la historia de Estados Unidos, con uno de los índices de desempleo más bajos de la historia y en medio de la expansión económica más larga de que se tiene registro. Ahora, mientras el COVID-19 se propaga por todo el país, enfrentan cada vez menos oportunidades de empleo y muy pocas ofertas de trabajo, lo que arroja al caos uno de los periodos más fundamentales de su vida.
No es solo el trabajo. También se están perdiendo acontecimientos como cruzar el escenario durante su graduación con su diploma en mano y mudarse a su propio apartamento en calidad de adultos. Tienen que olvidarse de las citas y, bueno, también de la diversión.
La ansiedad que sienten estos jóvenes adultos no tiene precedente, aunque resulta totalmente familiar para una generación cuyas vidas siempre han estado moldeadas por fuerzas fuera de su control. Muchos de sus primeros recuerdos tienen que ver con los ataques terroristas del 11/9, cuando estaban en preescolar y con la crisis que definió toda una era, la cual ocurrió cuando estudiaban en la escuela primaria, e introdujo una precariedad de la que algunas de sus familias jamás se recuperaron. Ahora sufren otro golpe al cuerpo que los hace sentir que viven una historia más parecida a las novelas y películas distópicas que eran las favoritas de muchos de ellos cuando eran más jóvenes.
No tienen trabajo ni dinero ni vida social. Solo tienen preguntas: ¿Cómo van a superarlo? ¿Cuándo acabará “esto”, si es que alguna vez lo hace? Y quizá lo más importante, ¿están condenados para siempre? Mientras tanto, esperan. “Nuestro futuro está completamente en pausa”, dice Tabitha Bair, de 24 años, próxima a graduarse por la Universidad Estatal de Arizona. “Todo cambia. Yo solo trato de mantener la cabeza fuera del agua”.
LOS CHICOS NO ESTÁN BIEN
Bair estudia administración de empresas, una carrera que eligió específicamente, dice, porque le permitía tomar clases en línea mientras trabajaba a jornada completa para pagar sus estudios.
Sin embargo, a principios de abril, a Bair se le otorgó licencia en su trabajo como especialista en soporte de ventas de una empresa tecnológica local. Se había entrevistado para otro puesto hacía poco tiempo, pero el COVID-19 obligó a la empresa a congelar las contrataciones antes de que ella recibiera cualquier oferta.
“Todo el mundo decía que la administración de empresas era una de esas carreras en las que uno puede hacer cualquier cosa”, dice. “Yo no sabía que fuera susceptible a algo como esto”.
Por supuesto, la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos y de cualquier rincón del mundo se sienten bastante desanimados ahora mismo, mientras el sistema nervioso colectivo de las naciones vibra con un miedo que se transmite las 24 horas del día. Todo el mundo lo piensa dos veces antes de salir a la tienda de víveres, y busca en Google “síntomas del coronavirus y de la alergia”, por si acaso. A las personas les preocupa la salud de sus abuelos, de sus compañeros de trabajo, de los amigos de su familia. Todo el mundo mira demasiado la serie sobre crímenes reales Tiger King.
Y las cosas tampoco han sido exactamente fáciles para nadie en relación con su carrera. En apenas cinco semanas (hasta el 18 de abril), alrededor de 26 millones de estadounidenses han perdido su empleo, más que las personas que solicitaron el subsidio de desempleo durante los 18 meses que duró la Gran Recesión.
Aun así, es difícil imaginar a un grupo de trabajadores más vulnerables durante este periodo que aquellos que apenas comienzan. Durante la última recesión, el índice de desempleo alcanzó un máximo de 10 por ciento de la población general, pero llegó hasta 19.2 por ciento para las personas de entre 16 y 24 años de edad.
“Me gradué en 2009, y me di cuenta de lo difícil que era en ese entonces comenzar nuestro camino en el mundo laboral”, señala Martha Gimbel, experta en el mercado laboral y directora de investigación económica de Schmidt Futures. “Por desgracia, creo que los graduados de la actualidad tendrán aún más dificultades”.
Las primeras señales no son exactamente esperanzadoras. En una encuesta realizada el mes pasado por College Reaction/Axios se encontró que, entre los estudiantes universitarios que tenían un empleo, 75 por ciento de esos puestos habían sido cancelados, se habían trasladado a una modalidad remota o se habían pospuesto. De los 450 empleadores que aparecen en el sitio web Is My Internship Cancelled (¿Mi trabajo como interno ha sido cancelado?), 69 por ciento informaron haber cancelado, retrasado o trasladado los trabajos como internos a modalidad remota, solo 129 siguieron adelante con las ofertas y únicamente nueve contrataban activamente.
Mientras tanto, mientras los propietarios de negocios de todo el país pasan apuros para cumplir con las cuarentenas gubernamentales, los trabajos en restaurantes, tiendas minoristas y otros empleos “puente” a los que las personas suelen recurrir en tiempos de incertidumbre no existen ahora mismo, ni para los veinteañeros que tratan de encontrar su lugar en el mundo y que suelen ocupar de manera desproporcionada esos puestos.
“Muchas de las personas que se graduaron durante la crisis financiera terminaron aceptando empleos para los que se sentían sobrecalificadas”, dice Gimbel, antiguo director de investigación del Laboratorio de Contrataciones de Indeed.com. “Ahora no hay contrataciones en absoluto”.
Incluso las escuelas de posgrado, que históricamente son más populares cuando los alumnos no pueden encontrar buenos trabajos en tiempos de recesión, lucen menos atractivas en esta crisis. El paso a las clases virtuales, los probables recortes en la financiación de las instituciones públicas y el temor de que las donaciones para las universidades puedan perder miles de millones de dólares debido al COVID-19 podría hacer que obtener un grado avanzado de educación resulte una opción menos viable.
“Ahora mismo no hay muchas buenas opciones —dice Gimbel—. Los graduados enfrentarán una época realmente difícil hasta que esta crisis de salud pública logre resolverse”.
El momento en que se presentó la pandemia, unos cuantos meses antes de la graduación, no ha hecho más que empeorar la situación para los futuros graduados. Las clases en línea han hecho imposible hablar cara a cara con los profesores favoritos para obtener referencias o para establecer relaciones en los asuntos del campus. Los cierres de las bibliotecas han dificultado enormemente la preparación para los exámenes finales y las investigaciones para las tesis. Las exhibiciones de los alumnos de último año, los proyectos fílmicos y las funciones de teatro se han cancelado.
Por ejemplo, hace unas semanas, Annie Lee-Daly, de 21 años, estudiante de último año del Colegio de Artes de Montserrat en Massachusetts, daba los toques finales a una exhibición en la que había trabajado durante todo un año. Ahora, ha vuelto a su dormitorio de la infancia en Rego Park, Queens, intentando terminar su último semestre, y algunas clases muy importantes y que pueden definir su carrera, sin ninguno de los materiales o equipo necesarios. Su exhibición en la galería ha sido cancelada, y con ella, una de las mayores oportunidades que tenía para establecer relaciones con posibles empleadores y compradores de arte.
TODA UNA VIDA DEFINIDA POR LA CRISIS
Para Lee-Daly, que estaba en quinto grado cuando llegó la última recesión, la caída económica provocada por la pandemia le trae vívidos recuerdos de aquellos tiempos. Su padre era arquitecto, por lo que la caída del mercado de la vivienda, ocurrida entre 2007 y 2009, golpeó a su familia particularmente duro.
“Esos sucesos alteraron nuestra vida”, dice. “Es aterrador haber pasado por todo aquello cuando era niña, y saber que va a ocurrir de nuevo”.
Lee-Daly y sus compañeros de la generación Z, nacidos en la década de 1990 y principios de la de 2000, son demasiado jóvenes para recordar cómo era la vida antes de los videochats y de Animal Crossing, un juego de video en el que los jugadores interactúan con adorables animales antropomórficos en una isla virtual, y cuya popularidad ha aumentado en medio de las cuarentenas que abarcan estados completos. Pero son lo suficientemente maduros como para haber vivido dos de las crisis más profundas de la historia estadounidense, y ahora se preparan para vivir una tercera de manera cercana y personal.
Son los primeros chicos que crecieron con un ciclo de noticias de 24 horas en la punta de sus dedos aferrados a un iPhone. Y aunque han sido llamados “holgazanes y “exigentes” por personas que fueron jóvenes antes de que la ansiedad sobre el cambio climático y los tiroteos escolares colgaran sobre la cabeza de cualquier joven, en realidad siempre lo han pasado bastante mal. Sus vidas se han caracterizado por los traumas nacionales colectivos, primero con el ataque al World Trade Center de 2001 y, posteriormente, la crisis financiera, un periodo de extrema incertidumbre que sacudió a muchas de sus familias con despidos, quiebras, ejecuciones de hipotecas y divorcios.
Cuando las universidades comenzaron a anunciar que cerrarían los campus para evitar la propagación del COVID-19, la generación de 2020 lamentó el final prematuro de su último año de estudios. Sin embargo, muchas personas realmente no se sintieron sorprendidas de que algo iba a salir terrible y abrumadoramente mal.
“Crecer y leer las noticias… está esa sensación, este ambiente general, de que no puedes contar con que las cosas irán cuesta arriba”, dice Drew Pendergrass, de 22 años, estudiante de último año de física de la Universidad de Harvard.
Pendergrass tiene una buena situación financiera, afirma. Se ha inscrito en la universidad más rica del mundo, donde continuará sus estudios en otoño como estudiante de doctorado. Sin embargo, no deja de estar preocupado.
Él investiga la contaminación atmosférica con base en experimentos de laboratorio y observaciones realizadas desde aviones, estaciones en tierra y satélites. La mayoría de esas misiones aéreas han sido canceladas debido al COVID-19, afirma, y las personas que trabajan en los centros de investigación procesando los datos de satélite están en riesgo de ser dadas de baja de manera temporal. Sin datos, la investigación de Pendergrass está en el limbo. Y si bien sus subvenciones están seguras, la forma de la economía no lo está.
“Dentro de cinco años podría estar buscando en un mercado laboral muy distinto”, dice.
El profundo sentido de incertidumbre que Pendergrass y los otros miembros de su generación experimentan no hará más que sumarse a la angustia emocional que sienten muchos miembros de la generación Z. Distintas investigaciones han mostrado que estos jóvenes padecen más ansiedad y depresión que cualquier otra generación, y que únicamente 45 por ciento afirma que su salud mental es excelente o muy buena, en comparación con 56 por ciento de los milénicos (millennials) y 70 por ciento de los miembros de la generación de la posguerra. ¿Cuáles son las principales causas de su estrés? Trabajo (77 por ciento) y salud (75 por ciento), temas que dominan la conciencia nacional ahora mismo.
Pasar su último semestre de estudios universitarios en cuarentena, bombardeados por noticias sobre uno de los sucesos más aterradores de la historia moderna, probablemente no ayudará mucho a calmar sus mentes. “Lo que estamos atravesando es simplemente muy intenso”, afirma Tess Brigham, psicoterapeuta que reside en San Francisco.
Los miembros de la generación Z aún “tratan de averiguar quiénes son y de qué se trata la vida”, dice. “Es una generación muy ansiosa y esto hará que lo sea aún más”.
UN IMPACTO DURADERO
Las investigaciones indican que la ansiedad de la generación de 2020 sobre el futuro no es totalmente errónea.
A juzgar por el impacto de las generaciones anteriores, por ejemplo, es probable que sufran un impacto bastante grande en los ingresos obtenidos en su primer empleo. La economista laboral Lisa Kahn, que actualmente es catedrática de la Universidad de Rochester, descubrió que, por cada incremento de un punto porcentual en la tasa de desempleo, los estudiantes que obtuvieron un grado universitario durante la recesión de 1980–1981 ganaban aproximadamente 7 por ciento menos en promedio al inicio de sus carreras que quienes se graduaron en una economía mejor.
Y aunque la diferencia disminuía conforme aumentaba la experiencia laboral, no desaparecía. Casi 20 años después, quienes se graduaron durante la crisis económica ganaban aproximadamente 2 por ciento menos, con pérdidas salariales acumulativas de más de 100,000 dólares durante su carrera.
Los milénicos que se incorporaron al mercado laboral durante la Gran Recesión también ganaban menos al inicio que los graduados universitarios promedio; sin embargo, y aquí hay una posible buena noticia para la generación de 2020, las personas con una licenciatura y un empleo a jornada completa se habían nivelado en relación con el salario una década después, de acuerdo con Pew Research. Aun así, el golpe temprano tuvo consecuencias: en términos generales, los milénicos tienen un poco menos de ahorros que los que tenían a su edad las generaciones anteriores que, junto con unos niveles más altos de deuda estudiantil, han dificultado su capacidad para adquirir casas. En un estudio realizado en 2019 por el Instituto Brookings se muestra que probablemente también tendrán menos dinero para jubilarse.
Como si todo lo anterior no fuera suficientemente deprimente, en un nuevo estudio de la Universidad del Noroeste y de la Universidad de California en Los Ángeles se encontró que las personas que se incorporaron al mercado laboral a principios de la recesión de la década de 1980 también tenían mayores probabilidades que otras personas de morir por una enfermedad cardiaca, cáncer pulmonar, enfermedad hepática y sobredosis de drogas, lo que los investigadores denominan “muertes por desesperación”.
También existen implicaciones sociológicas relacionadas con el hecho de graduarse de la Universidad durante una crisis internacional, afirma Corey Seemiller, experto en la generación Z y profesor adjunto de la Universidad Estatal de Wright. Casi de la noche a la mañana, en el caso de esta pandemia, las rutinas diarias se han transformado en algo parecido a una distopía: permanecer dentro de casa, evitar saludarse de mano, llenar las alacenas con latas de frijoles y papel higiénico, comprar grandes cantidades de desinfectante para las manos.
Para la generación de 2020, estos hábitos podrán prolongarse en el tiempo, justo como ocurrió para la “generación de la Segunda Guerra Mundial”, afirma Seemiler. Estos estadounidenses, que ahora tienen 90 años o más, vivieron la epidemia de gripe española de 1918 y se unieron al mercado laboral durante la Gran Depresión. Al mismo tiempo, adquirieron algunos hábitos arraigados como el ahorro a ultranza y la acumulación de suministros de emergencia, a los que se aferraron por el resto de su vida.
“Lo que ocurre al final de nuestra adolescencia y principios de nuestra edad adulta tiene un profundo impacto en la forma en que nos comportamos más adelante”, afirma Seemiller.
Desde luego, eso no siempre es negativo.
Alicia Frison, estudiante de Derecho de 25 años que habrá de graduarse en la Universidad Howard, dice que ver a sus padres luchando para salir de la crisis financiera la ha motivado a ahorrar siempre tanto dinero como pueda. Y al hablar con estudiantes de derecho de la era de 2008, muchos de los cuales han pasado dificultades para encontrar trabajo y pagar sus créditos estudiantiles, la impulsaron a buscar un empleo antes de su último día en el campus. (Frison aceptó recientemente un puesto para trabajar en la oficina de un abogado de oficio en Nueva Orleans).
Sin embargo, algunas cosas están fuera de su control. No está claro cuándo Frison podrá presentar el examen de titulación, y si este será en línea, en persona, o si se pospondrá indefinidamente. Su familia vive en un estado diferente, y le duele no poder estar con ellos ahora mismo; un familiar murió recientemente y la propagación del COVID-19 impidió que se le realizara un funeral.
“He querido ejercer el derecho desde que tenía siete años”, dice Frison. “En cada paso de mi vida he tratado de posicionarme para convertirme en una buena litigante. Simplemente no pude hacer ningún plan para algo como esto”.
CÁLMATE Y SIGUE ADELANTE
La buena noticia es que la generación Z es resiliente. Lejos de los estereotipos del holgazán obsesionado con las redes sociales en los que se les ha catalogado, los estudiantes universitarios del último año son ambiciosos y decididos. Igual que lo fue la generación de la Segunda Guerra Mundial.
“Lo que estamos atravesando es una locura”, dice Christian Santiago, de 22 años, estudiante del último año de la Universidad St. John de Queens.
Este mes, Santiago obtendrá un grado universitario en comunicaciones que pretende usar en la industria televisiva y cinematográfica. Durante largo tiempo, planeó conseguir su propio apartamento en Brooklyn, y un trabajo temporal en un restaurante o cafetería para pagarlo. “Me emocionaba poder vivir solo”, dice. “Solo seré joven una vez”.
En lugar de ello, ha vuelto al Área de la Bahía, duerme en el sofá de sus padres y no tiene idea de cuándo podrá volar de vuelta al Este. La producción cinematográfica en Nueva York se ha suspendido indefinidamente, por lo que no hay ningún empleo valioso para su carrera que él pueda solicitar. Y dado que casi todos los bares y restaurantes han cerrado para cumplir con las órdenes de cuarentena, tampoco puede trabajar en esos lugares.
En estos días, Santiago pasa la mayor parte de su tiempo buscando empleo en LinkedIn y trabajando en la promoción de su nuevo cortometraje. Sus amigos de Nueva York comienzan a volverse locos por el aislamiento y realizan fiestas por Zoom para pasar el rato y crean un video de TikTok tras otro, por lo que no tienen excusa para no ver su película, bromea. Otro nuevo pasatiempo para sus amigos: “Algunos han descargado aplicaciones como Bumble y Tinder y ‘aprueban’ a todo el mundo solo para tener una conversación genuina”, afirma. “Pienso que necesitan algún tipo de interacción humana”.
Si el COVID-19 mantiene a Santiago en la Costa Oeste durante mucho más tiempo, el plan, dice, “es tratar de encontrar un empleo, cualquier clase de empleo, ahorrar cada centavo que gane y usarlo para volver a Nueva York”.
En otras palabras: no se dará por vencido. Dicho lo anterior, las pérdidas sufridas hasta ahora por la generación de 2020 son principalmente abstractas: una fiesta de graduación virtual por aquí, una casa universitaria vacía allá, pero no son más que símbolos.
Incluso el simple acto de caminar por el estrado durante la graduación “es un gran momento para muchos de nosotros”, dice Katya Vera, estudiante de la Universidad de Princeton de 22 años de edad.
Vera nació en México y es la primera persona de su familia en tener una educación universitaria. Cuando Princeton anunció que su ceremonia de inicio de 2020 se realizaría por internet, ella lanzó una petición en línea para reprogramarla en una fecha posterior del año, cuando la amenaza del virus haya pasado.
“Esto no es lo peor que podía pasar”, dice Vera. “Me voy a casa, que es un lugar seguro; podría ser peor. Pero al final, se trata de uno de mis sueños. Cruzar el escenario, lanzar nuestros birretes al aire, es algo realmente simbólico. He esperado esto prácticamente durante toda mi vida”.
Hay muchas cosas que le quitan el sueño a Vera. Quiere solicitar su ingreso a la facultad de medicina, pero necesita tomar algunas clases en otoño para ser elegible. ¿Seguirán realizándose esas clases y serán válidas para cumplir con los requisitos de ingreso a la facultad de medicina si se realizan totalmente en línea? ¿Podrá ella trabajar en el verano, como lo había planeado? ¿O tendrá que solicitar un crédito para cubrir sus gastos?
Ella no puede escapar a la realidad de la pandemia del coronavirus: una de sus últimas clases en Princeton es un curso de epidemiología, y participa en un chat telefónico familiar que, con demasiada frecuencia, difunde un nuevo y aterrador encabezado. Sin embargo, mediante una mezcla de obstinación, fatiga y una inconfundible determinación de que “el mundo es mi hogar” que, milagrosamente, no se ha desvanecido, ella sigue adelante.
Lo mismo pasa con Natasha Nielsen, la estudiante de políticas públicas de la Universidad de Michigan que, junto con sus amigas, averigua nuevas formas de afrontar la soledad de la distancia social y de seguir adelante con su vida. Tiene “citas” con su novio en Animal Crossing y ambos juegan Nintendo Switch juntos, desde sus respectivas casas. Y se incorpora a una llamada de Zoom todos los lunes con sus amigos con los que solía reunirse en Good Time Charley’s, el bar cerca del campus.
“Los efectos de la pandemia son tan personales y perjudiciales para nuestra vida, pero cada uno le hace frente”, afirma Nielsen. “Debo recordarme a mí misma que todos estamos juntos en esto”.
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Kristen Bahler es reportera independiente de negocios y cultura y reside en Brooklyn.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek