¡No morirá la palabra, no encerrarán nuestra voz! ¡Sigamos haciendo esto llamado teatro que es pura vida! Gritaron desde el Reclusorio Preventivo Varonil Norte de la Ciudad de México, al concluir el estreno de “Tlamaquitiliztli: No morirá la palabra, no encerrarán nuestra voz”, una puesta en escena creada a partir de “La conversión de los indios, tierra libre” de Juan Grave y cientos de discusiones constantes sobre la libertad y la religión al interior del taller de teatro penitenciario, realizado por la gestión de la Subdirección de Prevención Social de la Subsecretaría del Sistema Penitenciario de la Ciudad de México, Artes Sin-Frontera y el apoyo de la Secretaría de Cultura (PECDA 2018).
Era una mañana de viernes en Cuautepec Barrio Bajo de la Ciudad de México, la calle transitada como cualquier día normal, el claxon, los cuchicheos de transeúntes, la vendimia de frutas, verduras y tacos se escuchaban normal. El nervio de estar “sola” en una “zona peligrosa” no me dejaba en paz, el tiempo corría. Yo de rojo vivo, otros más de amarillo y morado. La tienda de pinturas de la esquina fue mi resguardo durante unos minutos hasta que mi respiración se calmó al encontrarme con el responsable de la actividad cultural de ese día. Tras resguardar en una tienda de confianza mis pertenencias, comenzamos el trayecto. Con solo una libreta, pluma y mi identificación, caminé hacia lo que se convertiría en una de las experiencias más transformadoras de mi vida. El contraste no tardó en presentarse, mientras por fuera estaba el ruido citadino, el silencio se apoderó del espacio tras la primera puerta denominada “Filtro 1”.
No presté atención ya por cuantos filtros pasamos, el nervio y la emoción me carcomía. No puedo mentir, temía un poco por mi seguridad por tantos comentarios que recibí de otros compañeros y compañeras periodistas y artistas, sobre “lo que pasa dentro de las penitenciarías de la Ciudad de México”.
Seguí caminando y observando que la vida interna es como si fuera otra ciudad. Pájaros cantando, árboles adultos, flores y arbustos que daban frescura al camino. En las canchas jugaban fútbol como en cualquier otro espacio deportivo, había grupos distribuidos en todo el espacio haciendo diversas actividades y oficios.
“Buenas tardes jefa” me dice un par de internos que saludaban con mayor confianza a quienes me acompañaban, con un cálido abrazo y un apretón de manos. El rap suena de fondo, algunos bailaban al ritmo del scratch y otros solo estaban recargados en la pared con su cigarro entre los dedos.
Llegamos al Auditorio. Un amplio lugar como el salón multiusos de mi antigua escuela. Las bromas y chiflidos no se hicieron esperar. “Muévanse que no quepo”, “Dejen pasar perros” se escuchaba a un par de asientos detrás de mí.
El público interno comenzaba a tomar sus lugares. “¿Café jefa? Es de olla con piloncillo”, me dice un amable señor que cargaba 4 vasos con café caliente en una charola -que por cierto fue hecha creativamente con MDF y agujeros para detener los vasos sin derramarse-. El olor a humanidad crecía al mismo tiempo que los ánimos del público. El telón color guinda se mantenía cerrado, bajaban y subían algunos de producción (por el gafete que portaban los identifiqué) y algunas veces “La flaca” se dejaba ver por en medio.
Las ansias se elevaban, los chiflidos comenzaban “Que ya empiece”, “está tan chida que no nos merecemos verla”, silencio… Mientras ellos se reían yo quedé fría con un efecto de tristeza. ¿Cómo ellos pueden pensar eso de sí mismos? Qué efecto tan negativo ha hecho la humanidad para que se les olvide que son eso, humanos con dignidad y derecho a una vida plena.
Tras un par de minutos más, el telón se abrió acompañado de eufóricos aplausos, los nervios expuestos, 360 compañeros privados de su libertad como público, y toda la emoción de compartir un proyecto mágico. El primer actor nos invitó a imaginar y a respetar la presentación. Comenzamos…
Petates pintados con dioses náhuatl colgados al aire, cajones de madera y una decena de macehuales y españoles, nos llevaron a un barco a la deriva, con una muestra de los roles de poder basado en la historia de la conquista española, la firmeza de los pueblos indígenas de América, pero con una mezcla de la realidad humana: la desigualdad social, la discriminación económica y de poder, así como la resistencia social.
Haciendo uso de sus propias habilidades como el rap, detallaron la historia sobre cómo los españoles tomaron nuestras tierras, esclavizando a los indios mexicanos, “la gran Tenochtitlán es la tierra del maíz digna para vivir, tierra libre, la sangre nunca muere”, con un rápido y limpio parafraseo que da muestra de la habilidad lírica que tienen estos dos varones adultos. Mientras la música urbana sonaba, se ofrecía una escena clara de los indios esclavos jugando con el movimiento de los cajones de madera simbolizando las pesadas cargas que les exigían, así como los abusos de los soldados españoles con armas amenazantes.
De pronto aparece “La Capitana”, un personaje eje de la puesta, de carácter fuerte, ruda y manipuladora que manejaba sin temor al contingente de soldados y el ataque a esas tierras vírgenes.
Otro elemento fundamental, la gran cruz de metal que representó la evangelización de los pueblos indígenas y el conflicto de creencias. El apego de los indios a sus dioses y la resistencia a no creer en lo que los hombres blancos exigían.
En diversas escenas hicieron uso de técnicas como la mímica, la cámara lenta, la mezcla de disciplinas y habilidades de los propios actores, como la danza aérea con largas telas colgadas de tubos altos, la acrobacia en piso y tubulares, la música prehispánica con instrumentos creados por ellos mismos. Y, sobre todo, el poder de la memoria al aprender sus escenas en la lengua náhuatl; diálogos que fueron traducidos de manera simultánea en una proyección de apoyo.
El mensaje constante de La Capitana hacia los macehuales se mezclaba con la realidad, “estos son simples gusanos, serán castigados con la privación de cualquier relación con nosotros y cuando el sol esté en su máximo esplendor, los mandaremos a cargar bultos y conseguir víveres”. En momentos rompían la historia con comentarios como “son simples presos de este reclusorio”, causando reacciones inmediatas en el público, que demostró la atención máxima que mantuvieron a la puesta en escena.
Los macehuales tomaron fuerza para levantarse en honor a sus tierras y a sus dioses, “los españoles subestiman nuestra inteligencia con falsos dioses y sangre regada; un gobierno que reprime, sin democracia, ni dignidad. Cultura, resistencia, coraje. Somos fuerza, somos vida”, rapeaban al ritmo de los movimientos coordinados que simulaban una confrontación de clases.
El lenguaje fue pieza clave. La mezcla de diálogos en náhuatl y castellano mantuvieron al público interesado, pues a pesar de desconocer exactamente lo que decían, la energía y la expresión corporal tan coordinada, permitían entender el mensaje. El uso de técnicas diversas como el teatro físico, generó reacciones extremas en los espectadores con constantes “¡wow!”, “¡ay wey!”, “qué chingón”, acompañados de expresiones faciales de gran sorpresa. El ritmo tan energético que mantuvieron en escena no dejó caer los ánimos del auditorio, inclusive cuando un par de compañeros decidieron bromear con “que ya se acabe cabrones”, se le respondió con una ola de abucheos “ya saquen a este pendejo”.
La reflexión sobre la evangelización se presentó, “desconocemos a ese dios que castiga y manipula, que crea guerras, que exige. Nuestros Dioses dan luz, salud, paz, sin pedir plegarias ni demandan obediencia”. Al enfrentarse con el sacerdote evangelista y a la Capitana, recuperaron su libertad, en una isla desierta, pero con grandes recursos naturales. “La madre naturaleza nos enseña a vivir en colectividad, gracias por lo aprendido, la lealtad, la solidaridad. No somos bestias, somos humanos con derecho y dignidad. Orgulloso mexicano levanto en alto mi bandera”.
Así concluyeron con el sudor recorriendo sus cuerpos y cara, la respiración exaltada, la sonrisa marcada en sus caras y el público de pie.
El equipo técnico está conformado por: -Ángel Rubio (Dramaturgia y puesta en escena) -Itandehu Gutiérrez (Entrenamiento actoral y vocal) – Amyntia Moreno (Entrenamiento de danza aérea) -Maztl (cultura Toltecayotl y traducciones) -Lorena Jáuregui (Diseño escenografía) -Patricia Yáñez (Asesoría escenografía) -Sara Alcántar (Diseño de iluminación) -Ignacio Plá (Tutor del PECDA)
Con agradecimientos especiales a todo el personal del sistema penitenciario por todas las facilidades, así como a cada uno de los compañeros internos que se han dejado tocar por el arte para la transformación de sus entornos.
Círculo Tazocamatil (Mi corazón está contento) Tras despedir al público con el telón cerrado, se generó en el escenario un círculo de agradecimiento y de reflexión entre la compañía y los invitados externos. Cada uno de los integrantes de la Compañía RENO y docentes expusieron su sentir, agradeciendo ante todo la confianza para llevar este proyecto a la vida y por confiar en que pueden ser otras personas de paz. “El teatro es espacio para la libertad. A pesar de los tropiezos ustedes me han ayudado a superarme, hoy soy alguien más que hará lo mejor por mis nenas, por mi padre, por mí. Simplemente, me han liberado”, se coincidió en que cada uno es una pieza del rompecabezas llamado vida en el que este taller ha permitido ofrecerles un espacio, momento, lugar para resistir, para transformarse; donde no se juzga se aprende y se apoya.
“Yo agradezco el haber encontrado la libertad aquí, mucho tiempo estuve preso de mis demonios, ahora esta familia me está ayudando a salir y demostrarme que puedo ser una mejor persona, que tengo talento y lo puedo usar para el bien”, sumó otro compañero con lágrimas y las manos temblando de la emoción. Si bien no todo ha salido como lo esperado, pues a lo largo del proceso de este proyecto se tuvieron algunas bajas; un
par de integrantes se disculparon con sus maestros y compañeros por retirarse del taller sin avisar, pidiendo la oportunidad de volver al grupo “me comprometo ahora sí a estar al cien”, a lo que se le fue respondido: “Para nosotros tú nunca te fuiste, esta es su casa siempre”.
Entre aplausos, risas, sonrisas energéticas y lágrimas se invitaron como equipo a no flaquear, a reforzar las técnicas y mejorar sus personajes; toda vez que este viaje apenas comienza, ya que seguirán ofreciendo funciones al interior del Reclusorio con diferentes grupos de PPL (tomando en cuenta que es un centro de más de 8 mil internos).
El adiós
El aplauso hermanado y un “nos vemos el lunes con todo resguardado” se despidieron uno por uno, retirándose para limpiar el escenario y guardar la escenografía. Los abrazos no paraban, y aunque no sabía si una como externa tenía permiso de responderles, la emoción ganó, mientras algunos actores me daban sólo un apretón de manos, otros me daban un beso en la mejilla y un abrazo fuerte. El respeto se mantuvo en todo momento. Fue un momento como si estuviéramos es un teatro externo.
La salida fue igual de emotiva. El recorrido lo conocía, pero la energía cambió. Los internos que caminaban por los pasillos cuchicheaban de lo que acaban de ver,
algunos decían querer sumarse al taller, otros solo miraban nuestro pasar. Y los custodios continuaban con sus charlas sobre la comida, sus familias y los turnos. El ruido citadino se retomó, el silencio y la emoción quedó encerrada en esas paredes, pero la reflexión seguirá en cada espectador, porque no importa si sean o no “personas privadas de su libertad”, el teatro toca a todos seas rico, pobre, ignorante o muy estudiado. El teatro está transformando.