JUAN PABLO CONTRERAS es un compositor de música clásica que a los seis años tocaba el violín, después fue bajista y vocalista de una banda de rock, y hoy es el compositor residente de la Orquesta de Cámara de Los Ángeles, en California, Estados Unidos.
Originario de Guadalajara, Jalisco, donde nació hace 32 años, ha trabajado con más de 25 orquestas de todo el mundo, entre las que destacan la Orquesta Sinfónica Nacional de México, la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, de Venezuela, y la Orquesta Sinfónica de Córdoba, de Argentina.
Hoy es el primer mexicano en ostentarse como compositor residente de la Orquesta de Cámara de Los Ángeles, el primero en firmar con un sello discográfico gigante y el primero en ganar el BMI William Schuman Prize.
“Justamente cuando formaba parte de la banda de rock llegó un grupo que quería hacer arreglos orquestales para la banda, y ahí me dije: pues hay que aprender cómo se escribe para orquesta”, cuenta Juan Pablo en entrevista con Newsweek México.
“El tema me interesó tanto que me fui a estudiar a Los Ángeles la licenciatura. Luego me fui a Nueva York seis años e hice la maestría. Y hace poco regresé a Los Ángeles para hacer mi doctorado también en composición de música orquestal, y ahí radico”.
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La característica principal de este compositor de música clásica es que le gusta plasmar la esencia e historias de México en su sonido orquestal. Muestra de ello es Mariachitlán (Universal Music México, 2019), un disco que se presenta como un viaje por la historia de México en tres distintas composiciones.
La primera obra que escribió de este disco se titula “El laberinto de la soledad”, un homenaje sinfónico a Octavio Paz.
“Fue mi tesis de maestría en la Manhattan School of Music, y ganó el premio BMI William Schuman Prize compitiendo contra 800 compositores de toda Norteamérica, y eso hizo despegar mi carrera como compositor. En cuestión de un año ya la habían tocado diez orquestas, se hizo muy popular porque tenía un sello muy mexicano, y a raíz de eso empecé a escribir las demás obras del disco”.
La segunda composición se titula “Mariachitlán” y está inspirada por los sonidos de la Plaza de los Mariachis, en Guadalajara, en donde varios grupos tocan al mismo tiempo, cada uno ubicado en un lugar distinto de la plaza, con tal de ganar la atención de los clientes.
“‘Mariachitlán’ fue una obra que escribí para un concurso que, de hecho, organizó la Filarmónica de Jalisco, con la cual grabé este disco. Gané ese concurso nacional, y a partir de eso dijimos: pues hay que grabar este disco”.
Y “Pirámide del sol”, que es la tercera obra del disco, es un concierto para piano y orquesta que se estrenó con la Sinfónica Nacional de México en el Palacio de Bellas Artes y en Venezuela con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar.
—Juan Pablo, ¿qué quieres transmitir aparte del fenómeno de la mexicanidad?
—Un estilo de música clásica muy accesible, que suene a México. Tiene mucha energía, mucha vitalidad, entusiasma al escucha, y es mi misión principal, el que la gente se sienta identificada con la música clásica. Muchas veces vas al teatro, escuchas a Mozart, a Beethoven, que es música increíble, pero no tiene tanto que ver con nosotros los mexicanos, y yo lo que quiero es que la gente pueda escuchar música clásica, este género tan increíble. En este disco tuvimos a 96 músicos en el escenario, es un sonido impresionante, cuando los escuchas en vivo no hay micrófonos, entonces es una sinergia y una química que se hace entre los músicos increíble. Quiero que disfruten y que se sientan identificados con este género, que se animen a ponerlo en el coche y que sientan que hay un compositor mexicano hablándoles a ellos.
—¿Cuál es la relevancia de viajar por la historia de México a través de la música?
—El entendernos más como mexicanos. Pienso que gran parte de este disco tiene la misión de explorar la identidad del mexicano a través del sonido: cómo ha evolucionado el país a la par de cómo ha cambiado la música desde la música prehispánica, que era principalmente con flautas y tambores; luego la llegada de los españoles con sus instrumentos europeos, el enfrentamiento entre las raíces indígenas con las españolas, y cómo pueden coexistir estas dos influencias dentro de un mismo panorama musical; y al final “Mariachitlán”, que es el México moderno, el festivo, el que ya se encuentra a sí mismo satisfecho de haber tenido toda esta mescolanza de inspiraciones.
—¿Quiénes o cuáles son tus influencias de la música mexicana?
—Me gustan mucho los compositores que iniciaron este movimiento, hace unos cien años, y que tuvieron interés por tratar de explicar a qué suena la música mexicana y cómo la podemos trasmitir en el ámbito sinfónico: Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, José Pablo Moncayo. Ellos fueron los primeros nacionalistas que escribieron este tipo de música. Creo que su misión era tratar de establecer ese sonido y la mía como compositor es usar esas influencias para contar historias sobre México: no es tanto que quiera establecer un sonido mexicano, sino que quiero usar esos colores mexicanos para contar algo sobre México.
“Me gusta mucho también la música del mariachi, el son jarocho, los boleros, música tradicional mexicana en la que voy metiendo mi propio lenguaje para crear un estilo único. Me interesa mucho buscar cómo la música mexicana se puede diferenciar de la música clásica mexicana y de la música clásica alemana, por ejemplo. Que haya un sonido muy definido de a lo que suena México en las calles, no tanto el México idealizado, hecho orquesta, sino cómo suena lo rústico, lo desafinado, lo chistoso, todas esas características que tenemos como mexicanos traducidas a orquesta”.
—¿Cuál es tu reflexión: en qué estado se halla hoy en México la composición de música clásica?
—Afortunadamente ha habido más apoyo para los compositores mexicanos, y hay un interés de la nueva generación, de la que yo soy parte, de hablarle directamente al público, de escribir música que sea entendible, que sea digerible, que se pueda disfrutar. Venimos de una época donde estábamos muy influenciados por Europa y queríamos hacer cosas y sonidos raros y cosas que eran nada más para lo académico, y creo que esa idea del compositor genio que está en su torre escribiendo se está derrumbando. Este disco es una señal de eso, de que se está haciendo música para la gente, que la gente puede disfrutar y que ese sea el propósito, no que el compositor sea admirado, sino que la gente pueda digerirlo y disfrutarlo.
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—¿Como compositor cuáles son tus desafíos a corto y largo plazo?
—Lo difícil de ser compositor de música clásica es que estás compitiendo contra compositores vivos y, sobre todo, muertos. Si yo voy con una orquesta y le digo: toca “Mariachitlán”, estás compitiendo contra Beethoven, contra Mozart, porque el programa que ellos eligen es música de todas las épocas. Entonces, un desafío es tener un mensaje muy claro, y obviamente una técnica muy depurada, para que quieran programar tu música, para que se convenzan de que vale la pena meter a Contreras dentro de un programa con Beethoven y Haydn.
“Y a largo plazo, a mí me interesa mucho colaborar con orquestas mexicanas
—concluye Contreras—. Afortunadamente he tenido buena relación con ellas, pero quiero seguir esa sinergia de recibir encargos, de escribir obras a la medida para estas orquestas y para estos ensambles”.