En su película más reciente, Sonora, el director Alejandro Springall desempolva la xenofobia hacia la comunidad china en México, un pasaje vergonzoso y casi enterrado.
Es 1931. El presidente de Estados Unidos Herbert Clark Hoover acaba de cerrar la frontera México-Arizona. Hay deportaciones masivas de mexicanos en un ambiente de nacionalismo extremo. Por su parte, los chinos son expulsados de Sonora, acusados de ser sucios y de traer enfermedades al país, y las Guardias Verdes, un grupo de ataque de las organizaciones antichinas, los hacen víctimas de humillaciones y escarnio público.
Aarón (Flavio Medina) aprovecha la situación para iniciar un negocio de transporte de personas hacia Mexicali en su impecable Chrysler 1929. Alma (Giovanna Zacarías) acepta apoyar a su marido y, con ello, comienza una intensa aventura en el desierto sonorense en el que convergen 12 personajes, las dunas, el Camino del Diablo y el Valle de la Muerte.
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La película Sonora es un road movie entrañable que funge como espejo de la realidad de los años 30 y del actual problema migratorio. Sobre la serpenteante carretera los personajes van develando los miedos y deseos de los protagonistas que, en palabras del realizador Alejandro Springall —ganador del premio Latin America Cinema en el Festival de Sundance por Santitos (1999) y productor de La delgada línea amarilla (Celso García, 2015)— retratan “el microcosmos del norte de México”.
Ahí están Sánchez (Juan Manuel Bernal), con su xenofobia e impertinencia; Rosario (Dolores Heredia), con el peso de los años y de sus culpas; Lee (Jason Tobin) y la familia Wong, manteniendo, con dignidad, la mirada en alto; Emeterio (Joaquín Cosío), aferrándose al conocimiento ancestral de la gente del desierto para lidiar con su alcoholismo. Transitan por el segundo desierto más caliente del mundo, los acompaña el viento negro y las cruces de quienes dejaron, en ese lugar, su último aliento.
Basados en la novela La ruta de los caídos, de Guillermo Munro, Springall y John Sales dieron vida a este guion que duele por el nivel de verdad que maneja y por la veracidad con la que se construyeron los diálogos, particularmente los de Sánchez, un militar cuyos comentarios sin filtro llevan al espectador de la risa a la indignación y de ahí a una reflexión silenciosa y profunda de su propia intolerancia.
Sonora llega a las salas en un momento coyuntural donde cada imagen, emplazada con una belleza estética impecable, resulta en una metáfora de la situación de los migrantes sin importar su nacionalidad. Con esa misma maestría, desempolva la xenofobia hacia los chinos, pasaje vergonzoso y casi enterrado que nos recuerda que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla hasta que aprenda de ella.
ALEJANDRO SPRINGALL, EL CORTE DEL DIRECTOR
—El estreno de Sonora coincide con un momento complejo de la migración. Alejandro, ¿cómo lee su película en este contexto?
—Cuando comencé a trabajar con esta historia Trump ni siquiera era el candidato republicano de Estados Unidos. La realización de las películas tarda mucho tiempo, en el ínter la realidad nos alcanzó. Ahora el tema de la migración se ha exacerbado y la situación es tremenda. Sonora tiene una lectura muy diferente a la que yo originalmente le estaba dando. Me interesa que se conozca este pasaje de la xenofobia en México, de la expulsión de los asiáticos, y que hubo un genocidio. En los años 30 estas situaciones de intolerancia se replicaban en el mundo entero y desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. En México se está desatando una segregación igualita a la que se veía con los chinos.
—La presencia de la Guardia Verde en la película resulta similar a la Guardia Nacional…
—¡Exacto! En esa época eran los grupos de ataque de las organizaciones antichinas y se consideraban pro raza what ever it means en México. Eso es una locura de una ideología fascista, claro, entendamos que fue diez años después de la Revolución, estaba tratándose de conformar un país un poco más homogéneo, incluyendo el mestizaje de ciertas razas: los indígenas nativos y los españoles, los demás no pertenecían a esta nación.
“Soy muy sensible a este tema porque vengo de familia de británicos y libaneses, desde niño me consideraba que no era puramente mexicano. No me gusta que la Guardia Nacional se vuelva la Border Patrol del sur, creo que el ser humano debería poder desplazarse para encontrar una mejor vida, y es obligación de los gobiernos organizarlos. Estamos viviendo un nacionalismo tremendo con los cierres de la frontera, tal como lo vimos en la película”.
—¿Qué le preocupa de la intervención de la Guardia Nacional?
—Es una fuerza sumamente poderosa contra seres sumamente vulnerables sin derechos ni la protección del país que cruzan. No son enemigos, no se les tiene que echar al Ejército, y menos en México porque es un país donde ni siquiera tienen la intención de quedarse, ellos buscan un refugio en Estados Unidos. No se les puede tratar como invasores ni como una amenaza, tiene que haber un plan mucho más inteligente para dar ese refugio temporal que se requiere.
—¿Cómo fue la estrategia de producción para filmar en las dunas?
—Llevarme al crew implicó un costo muy alto porque éramos 100 personas, de las cuales ocho estaban dedicadas solo a los coches antiguos. El rodaje iba a ser de 12 semanas y lo tuve que recortar a siete. Filmábamos con mucha rapidez, teníamos que ser muy eficientes y efectivos. Estábamos a 43 grados, y un día nos tocó un viento negro. Bertha Navarro, productora que lleva 50 años haciendo cine, me dijo: “Es la película más difícil que he hecho, ¡estás loco! ¡Cómo quieres meter estos coches de 1929 en medio de las dunas!”. A veces eran hasta seis horas para meter los autos y esperar a que se borraran las huellas y poder filmar.
—La historia de Rosario nos recuerda la foto del padre que murió con su hija cruzando el Río Bravo…
—Sí, es muy triste. La película trata de personajes que pasan por situaciones difíciles y solo les queda tomar soluciones en colectividad, porque cuando surge el individualismo finalmente se mueren. También me interesaba hablar de los chinos por el potencial que están tomando en el mundo, han sido uno de los pueblos que más han migrado y más han maltratado, pero tienen una resistencia muy grande, se adaptan y adoptan los lugares en donde están, eso es muy admirable.
JUAN MANUEL BERNAL, DETRÁS DE SÁNCHEZ
—¿Qué te dejó Sonora, Juan Manuel?
—Es la película parteaguas en mi vida porque me enfrenté dentro de ella a la muerte, literal, y salí vivo. Había tenido un accidente cuatro meses antes en el mar que pudo haberme dejado cuadripléjico, me disloqué tres vértebras cervicales. Me aferré a Sánchez y descubrí que en mi debilidad está mi fortaleza porque, cuando creí que era el más débil, fui el más fuerte. La reflexión que me deja la película es voltear a ver al otro desde la compasión. Este es un mundo en movimiento. Rehúso pensar que somos los únicos dueños de esta tierra y, por lo tanto, me niego a cerrarle las puertas a alguien que es igual que yo.
—¿Cómo creaste tu personaje?
—Cuando lo conceptualicé me inspiré en las barbaridades de Trump, pero había que encarnarlo, hacerlo humano y que no se quedara en una caricatura del cara de culo de mandril (afirma enojado). ¡Perdón! Ya sabes a quién me refiero. Me ayudó mucho la visión de Alejandro, me di cuenta de que en la risa que provocaba Sánchez había algo incómodo, dice las cosas sin filtro. Mi personaje les pica el culo porque así somos de crueles y, en algún momento, hemos actuado o dicho lo mismo.
—El cine está jugando un papel muy importante en la responsabilidad social, ¿qué opinas del recorte presupuestal a la cultura?
—Pienso que están haciendo mal las cosas. Un país sin cultura es un país pobre. Tengo la esperanza de que esta cuarta transformación, que fue por quien voté, siga recapacitando sobre los errores que ha cometido a lo largo de estos meses y que las malas decisiones tengan vuelta.