EL BALANCE que nos arrojan los 41 años de lucha del movimiento LGBT+ en México es de claroscuros. Si bien en los últimos años se han dado avances como el reconocimiento al matrimonio igualitario en 17 o 18 estados, o el caso del reconocimiento de la identidad de género y los fallos que ha dado la Suprema Corte de Justicia, considera Ángel Conto, también indica que en los últimos diez años los crímenes de odio se han incrementado:
“Nuestro país es uno de los más violentos contra las personas LGBT+; es el segundo con el mayor número de crímenes de odio, solo después de Brasil donde casi cada día asesinan a una persona LGBT+”.
El promotor cultural y cofundador del portal digital Desastre.mx observa que se ha incrementado el asesinato de mujeres trans.
“Hay estados como Veracruz, Puebla, Ciudad de México, Coahuila, que tienen cifras bastante altas de este tipo de crímenes, que muchas veces no son investigados porque no se reconocen como crímenes de odio”.
A menudo se les tilda de crímenes pasionales o de venganza, “pero lo cierto es que lo que motiva a una persona a matar a una mujer trans en una carretera y degollarla o escribirle con un cuchillo la palabra ‘puto’ en el pecho, no son crímenes ni pasionales ni por un robo; son crímenes de odio”.
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En contraparte, la visibilidad de las personas LGBT+ en los últimos cinco años ha ido en aumento.
“Eso es positivo —dice— porque estamos apareciendo en muchos programas de televisión, en el periódico, en las redes sociales y, además, se está mostrando un abanico de posibilidades que antes se cerraba solo a ser gay y ahora no”.
Y reconoce la importancia de las luchas ganadas, así como el poder de la generación de los llamados centennials, “que tienen mucho que enseñarnos a los millennials porque, a diferencia de nuestro pesimismo, ellos y ellas tienen muchas ganas de participar, mucho entusiasmo, y les emociona activarse y unirse a una causa”.
El nuevo paradigma, según Conto, tiene que ver con centennials, porque dentro de todas sus cualidades están propiciando “que nos abramos más y que haya menos prejuicio”.
Al respecto, agrega: “Vivimos tiempos de mucha violencia tanto en el espacio público como en las redes, y no solo las personas LGBT+; sin embargo, la posibilidad que tienen las nuevas generaciones de abrirse y no ver las diferencias como un factor de división, sino más bien superar los prejuicios, es muy esperanzadora”.
Esta nueva cultura se ha ido abriendo paso y hoy sería absurdo negarla, pues sería como “cuestionarnos en 2019, tras su muerte, si Juan Gabriel era gay o no, y que tu tío, el más homofóbico, en la borrachera canta sus canciones”, dice entre risas.
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–A ti cómo te fue, ¿tuviste que enfrentarte a algo?
–Tuve mucha suerte porque soy un hombre gay y porque soy alto. Las características superficiales muchas veces hacen que “pases”. Desde hace dos años traigo el pelo teñido, y me han gritado en la calle “joto” o “puto” como nunca en mi vida. Pero tuve la suerte de tener una familia que no tenía muchos prejuicios sobre el tema.
“He tenido la fortuna —añade— de no tener que vivir o exponerme a situaciones ni de exclusión ni de violencia. A un nivel mucho más personal, sí te puedo decir que, durante mi juventud o adolescencia, vivía una sexualidad y afectos reprimidos. Ahora veo adolescentes de secundaria que van en la calle caminando de la mano, se dan un beso y son muy felices y me da mucho gusto. En mi época no era tan común”.