La lucha armada continúa después de 17 años, un billón de dólares y tres presidentes estadounidenses. ¿El conflicto más prolongado y costoso de Estados Unidos es un “desastre total” o un mal necesario?
En 1842, la joven reina Victoria se escandalizó al saber, tardíamente, que todo el Ejército británico apostado en Afganistán (16,000 hombres) había sido aniquilado por guerreros tribales. Por supuesto, la situación no persistió mucho tiempo. Impasible, el Reino Unido dio por descontada la pérdida —libró otras dos guerras en Afganistán— y nunca pensó en renunciar a su papel autoproclamado como la fuerza civilizadora y estabilizadora del mundo. Pasaría un siglo antes de que terminara por agotar su reserva del Tesoro y perdiera el imperio durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1945, Estados Unidos asumió la función de Gran Bretaña como superpotencia mundial. Pero ahora también está agotando sus fondos del Tesoro, recursos humanos y voluntad política a consecuencia del pecado original de democratizar Afganistán a punta de pistola. Hartos de otras incursiones catastróficas en Irak, Libia y Siria, millones de estadounidenses cuestionan el rol mundial de su país. Según una reciente encuesta del Centro de Investigaciones Pew, casi la mitad de los adultos estadounidenses considera que Estados Unidos “ha fracasado en la consecución de sus objetivos [en Afganistán]”, mientras que solo un tercio afirma que ha tenido éxito, y 16 por ciento se manifestó indeciso.
Ahora, se dice que el presidente Donald Trump ha retomado su postura de que la guerra es un “desastre total” y que está contemplando la retirada de sus fuerzas militares. ¿Acaso la salida de Afganistán podría anunciar una nueva era de aislacionismo? A simple vista, parece que sí. Trump no solo ha proclamado que la intervención de Washington en Oriente Medio y el sur de Asia es una pérdida de tiempo, vidas y dinero; también está cuestionando la estructura que sustenta las alianzas europeo—estadounidenses que, desde hace tres cuartos de siglo, han impedido que se desate una guerra nuclear de escala mundial. Su frase “primero Estados Unidos” parece sinónimo de “la fortaleza Estados Unidos. Y los demás, hagan lo que puedan”.
Muchos vislumbran una consecuencia más sombría en la estrategia de Trump. Una retirada total de Afganistán expondría al turbulento país a las intrigas de la teocracia en Irán, el crecimiento de China y, en particular, a la Rusia de Vladimir Putin. Y eso, sin hablar de Paquistán e India, que podrían engancharse en una repetición del bicentenario “Gran Juego”, la competencia por influir en la región. Mientras Trump cuestiona el valor de la OTAN y la Unión Europea, el mandatario y sus asesores defienden las intenciones del Kremlin en Occidente, como consta en su respaldo para el voto brexit y en el ascenso de los partidos nacionalistas europeos de “sangre y patria”.
Para las instituciones de política exterior de Washington y Europa occidental, las políticas de Trump no son aislacionistas, sino traicioneras, pues socavan las estructuras que han preservado la paz durante 73 años. El congreso de Estados Unidos ha manifestado su repudio presentando al presidente una legislación que impone nuevas sanciones a Rusia, la cual no puede vetar y en la que advierten que no despida al asesor especial Robert Mueller.
¿Acaso ese impulso para retirar al ejército de una guerra afgana imposible de ganar apunta a un replanteamiento de las estrategias estadounidenses o se trata de algo peor? Líderes mundiales, desde Kabul hasta Berlín, esperan con inquietud.

TRUMP, EN APRIETOS
Hace casi una década, un experto estadounidense en el tema de Afganistán presagió un escenario espeluznante si el Talibán seguía ganando territorio en la guerra: la evacuación de emergencia del personal estadounidense destacado en Kabul haría que la caída de Saigón, y el consiguiente rescate aéreo desde la embajada sudvietnamita de Estados Unidos, pareciera pan comido.
La predicción del colapso de Kabul fue prematura por varios años. En su editorial abierta de 2009, Thomas Johnson —profesor de investigación en la Escuela de Posgrado de la Academia Naval de Estados Unidos— vaticinó que, si la estrategia estadounidense no cambiaba, la derrota podría producirse apenas en 2012. Pero, transcurridos seis años, y con una reducción drástica de su fuerzas, Estados Unidos sigue arraigado en Afganistán; y el pronóstico es aun más sombrío. A decir de diversas fuentes, el presidente Donald Trump está volviendo a su postura anterior de que la guerra es un “desastre total”; aunque hay quienes dudan de que la haya abandonado alguna vez.
En una revelación de Fear, libro que hace un análisis de la presidencia Trump, el periodista de investigación, Bob Woodward, detalla la reacción del magnate a una propuesta de estrategia revisada que H. R. McMaster, su exasesor en seguridad nacional, presentó en el verano de 2017. Cuenta que el presidente estalló: “¿Qué carajos hacemos allá?”. Luego, Trump se volvió a su entonces asistente, Rob Porter, y se quejó de que Afganistán “nunca sería una democracia funcional. Deberíamos retirarnos por completo”.
Pese a ello, en agosto de 2017, lograron convencer a Trump de que firmara un compromiso abierto y destinara otros 4,000 soldados para la guerra de Afganistán, con lo que el número ascendió a más de 14,000 efectivos. A ellos se suman alrededor de 27,000 contratistas que trabajan para Estados Unidos, de los cuales, unos 10,000 son ciudadanos estadounidenses.
El 7 de octubre de 2018 fue el 17º aniversario de la intervención estadounidense en Afganistán. Ha sido la guerra más prolongada de Estados Unidos, y si bien dista de ser la más mortífera —el conflicto de Vietnam cobró 58,200 vidas estadounidenses— ha sido, con mucho, la más costosa: en este momento, Washington gasta alrededor de 50 mil millones de dólares anuales para operativos militares en Afganistán; y según cálculos, el costo total de la guerra, a la fecha, oscila entre 841 mil millones y 1.07 billones de dólares (esta cifra contempla el costo de la atención proporcionada a la oficina de Asuntos de Veteranos). No obstante, el balance oficial del Pentágono es mucho más bajo.
También hay que considerar los costos para los soldados. Es difícil obtener una cifra exacta de los hombres y las mujeres que han prestado servicio solo en Afganistán, y las veces que han estado allá; pero un reciente estudio de RAND Corp. afirma que, desde los ataques del 11 de septiembre, alrededor de 2.77 millones de efectivos han intervenido en 5.4 millones de despliegues en todo el mundo, sobre todo en Oriente Medio y el sur de Asia, “y los soldados del ejército representan el grueso de esa cifra”.
A fines de julio, el Pentágono informó que 2,372 militares habían muerto en Afganistán, con un saldo de 20,332 heridos en acción. Ahora bien, según el proyecto Costos de Guerra de la Universidad de Brown, “al menos 970,000 veteranos tienen algún grado de discapacidad a resultas de las guerras” en Afganistán e Irak (donde la mayor parte de las fuerzas estadounidenses fue retirada en 2011).
Por supuesto, los civiles afganos la han llevado mucho peor. A decir del proyecto de Brown, para mediados de 2016, la cifra combinada de muertos afganos y palestinos que vivían en los frentes de combate fue de 173,000 muertos, con más de 183,000 heridos de gravedad.
Hace 17 años, después de que equipos de la CIA y de Fuerzas Especiales expulsaran a los talibanes de Kabul, Washington acarició el sueño de llevar la paz y la democracia a Afganistán, país que ha sido devastado por diversos conflictos armados desde la invasión soviética de 1970; y, mucho antes, por las tres guerras con el Imperio Británico a lo largo de 80 años. Pero Washington ya no tiene puesta la mira en la victoria. Para 2017, su objetivo era bombardear a los extremistas sunitas hasta obligarlos a negociar la paz y, tal vez, a establecer un régimen de poder compartido con el endeble gobierno del presidente Ashraf Ghani.
Con todo, al cabo de un año, resulta evidente que su estrategia ha sido un fracaso. Expertos señalan que el Talibán, impelido por una serie de logros inesperados en el campo de batalla (incluido el ingreso cada vez más fácil en Kabul, con devastadores ataques suicidas) y apuntalado por la creciente impopularidad de Ghani, ahora exige el retiro total de las fuerzas estadounidenses como condición para considerar cualquier acuerdo de poder compartido con Kabul.

El Pentágono y el Departamento de Estado “intentan negociar algún acuerdo con el Talibán que les permita conservar su dignidad”, comentó Thomas Joscelyn, editor de Long War Journal, sitio Web que vigila estrechamente las actividades militantes islámicas desde el 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda atacó el World Trade Center de Nueva York y el Pentágono. “Están ansiosos porque el Talibán diga, de la manera que sea, ‘en serio, no hay problema si se retiran’. Mientras que el Talibán solo quiere que salgamos, cosa que han reiterado una y otra vez. Nos quieren fuera”.
Según el rumor que corre por los pasillos de la política exterior de Washington, todo esto ha llevado a Trump a concluir, nuevamente, que la guerra es una causa perdida. Se dice que, tras las elecciones intermedias de noviembre, el presidente pretende anunciar un cronograma para el retiro de fuerzas, el cual iniciaría en 2020. Con todo, parece que nadie está presionando para que la salida sea más rápida o para escalar la intervención militar en Afganistán, señala Anthony Cordesman, asesor en asuntos iraquíes y afganos para los departamentos de Estado y Defensa. Y dado que el nuevo comandante acaba de llegar a Kabul y está haciendo su propia evaluación, Trump tiene muchas razones para esperar, en vez de actuar. A últimas fechas, ha estado sopesando una propuesta de Erik Prince, el controvertido fundador de Academi [empresa militar privada estadounidense, antes conocida como Blackwater], quien ha sugerido que Estados Unidos podría ganar la guerra con 5,000 millones de dólares y recurriendo a unos pocos millares de mercenarios.
“Pasarán algunos meses antes que el presidente tenga que resolver esta situación”, prosiguió Cordesman, quien ahora es el presidente Arleigh A. Burke de Estrategia, en el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, D. C. “Tiene motivos para esperar. Con las elecciones estadounidenses de medio periodo y las elecciones que celebrará Afganistán, las negociaciones de paz tienen muy pocas posibilidades; y, además, el invierno reducirá la presión militar”.
El 21 de septiembre, el secretario de Estado Mike Pompeo finalmente hizo el esperado nombramiento de Zalmay Khalilzad como nuevo enviado especial del Departamento de Estado en Afganistán. La misión de Khalilzad —un respetado exembajador ante Kabul— es buscar negociaciones con el Talibán.
“Mi impresión es que Afganistán no tiene alguna voz que ejerza presión para negociar más allá de los problemas que enfrenta su gobierno”, señaló Cordesman. Sin embargo, si Trump decidiera actuar, “creo que ocurrirían dos cosas [en Washington]: una desescalada rápida en vez de una retirada inmediata; y una resistencia intensa a cualquier propuesta para recibir grandes cifras de refugiados o inmigrantes afganos”.
La Casa Blanca no respondió a las insistentes peticiones de Newsweek para comentar sobre lo que piensa el presidente en el asunto de Afganistán.
Todos los expertos en este tema advierten que, debido a la célebre volatilidad de Trump y —según se afirma— a la necesidad de disuadirlo de tomar decisiones precipitadas, es difícil predecir qué hará al final. “Poco antes de la declaración del año pasado [sobre el envío de más soldados], estaba completamente a favor de la retirada”, reveló un funcionario de inteligencia, al abrigo del anonimato porque no está autorizado para hablar con la prensa. “Luego, dio una vuelta de 180 grados, así que nadie sabe hacia dónde se enfilan las cosas”. Además, agregó, los altos mandos militares pueden obstaculizar cualquier orden presidencial intempestiva para abandonar Afganistán, argumentando que el general Scott Miller, el nuevo comandante estadounidense, necesita tiempo para redactar su propia evaluación militar y enviarla a la Casa Blanca.
“Es algo que siempre piden”, añadió el funcionario de inteligencia. Los militares han utilizado esta estrategia dilatoria desde hace una década; primero, para contener las preferencias del presidente Barack Obama y ahora, con la retirada de Trump. “No se trata de demorar la misión, sino de demorar el calendario”, explicó el funcionario. “Y cuando te des cuenta, habrá pasado otro año”.

EL EFECTO “DÍA DE LA MARMOTA”
Un deprimente informe del Servicio Nacional de Inteligencia (NIE) sobre Afganistán —que, según algunas fuentes, concluyó en agosto, aunque no se ha divulgado— podría ser la excusa para que Trump se desdiga de la retirada. “Desde hace años, todo NIE sobre Afganistán ha sido muy pesimista”, dijo a Newsweek el exdirector de inteligencia nacional, James Clapper. Pero se afirma que este lo es incluso más, pues enfatiza los logros del Talibán durante el año pasado, así como la impopularidad y la corrupción endémica del régimen de Ghani.
“Es un documento devastador”, aseguró una fuente que compartió los hallazgos de NIE con un importante funcionario de la presidencia, ya que el estudio concluye que el impasse persistente “es una victoria para la insurgencia”. Y, según dicha fuente, Trump “se pondrá como loco” porque confirma su insistencia en “largarse”.
Producidos, oficialmente, por la inteligencia de Estados Unidos —pero con profunda influencia del departamento de Estado, el Pentágono y la Casa Blanca—, los ultrasecretos NIE son instantáneas tridimensionales de la situación actual de aquel país, con vistas a lo que está por ocurrir. A lo largo de muchas décadas, los funcionarios han logrado sesgar dichos informes para que reflejen conclusiones preconcebidas, como ocurrió con el infame NIE que presentó la presidencia de George W. Bush, referente a las armas de destrucción masiva de Irak (resultó que no existían). Es común que los funcionarios filtren a la prensa algunas partes del informe con objeto de apuntalar sus posturas; así que Trump bien podría desclasificar los párrafos que justifican su deseo de salir de Afganistán. Pero, por supuesto, topará con resistencia en el interior de su gobierno.
La postura del departamento de Estado es que Estados Unidos y las fuerzas de coalición están ganando. “Los ataques del Talibán contra centros poblacionales afganos no han logrado conquistar y retener las zonas urbanas, y solo han ocasionado muchas bajas entre los combatientes talibanes”, afirmó una portavoz, a condición de anonimato, pues no está autorizada para hacer declaraciones. La vocera atribuyó estos resultados a “una capacidad creciente de las Fuerzas de Seguridad y de la Defensa Nacional de Afganistán”, las cuales, “retienen el control de todas las capitales provinciales”.
Expertos externos señalan que las huestes del Talibán se han triplicado en los últimos años, de 25,000 a 75,000 combatientes. “Cuenta con 17 por ciento del apoyo popular”, precisó Thomas Johnson, autor de Taliban Narratives: The Use and Power of Stories in the Afghanistan Conflict, y agrega que “Mao diría que es una victoria definitiva”. Según un informe del gobierno estadounidense, para mediados de 2017, “el gobierno de Afganistán controlaba alrededor de 60 por ciento del territorio afgano, una disminución de 6 por ciento respecto del área controlada en el mismo periodo de 2016”. Johnson asegura que la cifra ha empeorado aún más.

Pese a ello, los observadores creen que el Pentágono impugnará cualquier informe que justifique una retirada total de Afganistán.
Las fuerzas armadas están “tragándose sus mentiras sobre Afganistán”, acusó un experto en contrainsurgencia que asesora a la presidencia de Estados Unidos. “Creen que todo marcha estupendo”. El funcionario de inteligencia interpuso: “Excepto por los generales, todos saben que el tiempo no nos favorece. Y tampoco favorece a Kabul. Está a favor del Talibán”. Otro observador agregó: “Las agencias de inteligencia opinan que la guerra es un fracaso deplorable”.
Jason Campbell, quien hasta hace poco era el director nacional de Afganistán para el Pentágono, advierte que “las evaluaciones de inteligencia, sobre cualquier cosa, siempre reflejarán un extremo del espectro, pues casi todas son muy reservadas, si no es que pesimistas. Entre tanto, la evaluación del comandante del escenario tiende a caer en el otro extremo del espectro. La verdad está en algún punto intermedio”.
Por su parte, Seth Jones, exasesor del Pentágono para Afganistán, dijo que “los elementos clave del Pentágono y la comunidad de inteligencia” tendrían razón en oponerse a cualquier llamado a una retirada de Kabul, porque saben “lo que pasaría con la victoria del Talibán”.
“Primero, si Estados Unidos se retira, colapsarán los compromisos de la OTAN con Afganistán”, explicó Jones, actual director del Proyecto de Amenazas Trasnacionales en el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales. “En segundo término, la retirada tendría un impacto enorme en la moral del gobierno afgano y en la ciudadanía en general. Se desataría el pánico si Estados Unidos decidiera salir porque perderían su respaldo principal”.
Lo mismo cree Laurel Miller, exrepresentante especial del Departamento de Estado ante Afganistán y Paquistán, quien ahora trabaja para corporación RAND, la cual es un think tank que da entrenamiento a militares estadounidenses. “La opinión de la mayoría es que una retirada [estadounidense] repentina conduciría al colapso del gobierno, suponiendo que una salida súbita se traduce también en retirar todo el dinero”. Agrega que hay “una opinión minoritaria” en el sentido de que “tal vez no ocurra todo eso”, y que la retirada de Estados Unidos “dejaría que los afganos resolvieran las cosas” por su cuenta.
CATÁSTROFE
“La salida no será agradable”, previno Johnson, quien ha investigado y escrito sobre Afganistán desde hace más de 30 años. En su opinión y en la de otros expertos, el gobierno afgano caería precipitadamente sin el respaldo de Estados Unidos y la OTAN.
“Durante una entrevista con 60 Minutes, el propio Ghani aseguró que el gobierno caería en un plazo de seis meses. Me parece una exageración tremenda”, prosiguió Johnson. “No les doy más de seis días. Sin la presencia internacional, las Fuerzas Afganas para la Defensa Nacional se retirarían de inmediato al desierto, y el Talibán entraría caminando en Kabul sin soltar un solo tiro, tal como hizo en el otoño de 1996, cuando tomó el poder por primera vez”.
En su mayoría, los expertos consideran que, sin el respaldo de Estados Unidos y las demás fuerzas internacionales, la supervivencia del gobierno de Ghani sería más prolongada, si bien solo resistiría un máximo de seis meses. “Algunas áreas caerían bajo el control Talibán con bastante rapidez, mientras que otras podrían librarse de sus garras durante algún tiempo más”, conjeturó Joscelyn, de Long War Journal. “En resumidas cuentas, el gobierno se vería forzado a defenderse en muchos más frentes, y no queda claro cuánto tiempo podría resistir a los insurgentes. Las cosas terminarán muy mal”.

Muchos consideran que el simple inicio de una retirada Estados Unidos—OTAN podría desencadenar una cascada de incidentes horripilantes, como el caótico rescate en helicópteros de Saigón, efectuado en abril de 1975, cuando las fuerzas norvietnamitas cercaron la capital de Vietnam del Sur. O el caso de Mogadiscio, donde la insurgencia somalí avasalló a las huestes estadounidenses, evento dramatizado en la película de 2001, “La caída del Halcón Negro”. Aunque también cabe la posibilidad de que no cunda el pánico, como sucedió con retiradas anteriores, cuando Estados Unidos comenzó a reducir su presencia al alcanzar un máximo de 100,000 efectivos.
“Desde una perspectiva más amplia, si fracasa la estrategia que seguimos en el sur de Asia no será porque el Talibán abrumó a las Fuerzas de Seguridad afganas”, sentenció Campbell. “[El Talibán] carece de las fuerzas blindadas y regulares que tenía el Viet Cong. Tampoco tiene artillería, ni poder o apoyo aéreo”. El colapso ocurrirá cuando los afganos hayan perdido la fe en su gobierno y ya no cuenten con el rescate de Estados Unidos y las fuerzas de la OTAN.
Dado que han menguado mucho los niveles de efectivos estadounidenses y la OTAN, la amenaza de reducir su presencia casi a cero podría ocasionar que hasta 30,000 afganos intenten escapar ocupando los aeropuertos o emigrando por tierra a los países vecinos, previno el funcionario de inteligencia, veterano de la guerra en ese país. Militares, contratistas y personal de la embajada de Estados Unidos habrían de ser transportados en autobuses o helicópteros hasta los aviones de carga C-17 o C-130 que los aguardarían en la base aérea estadounidense de Bagram, a unos 50 kilómetros de la capital; o bien en la de Kandahar, a unos 480 kilómetros de distancia.
Las evacuaciones de emergencia (por largas carreteras bajo el ataque de la insurgencia) serían en extremo tensas, y podrían requerir de la intervención de la “82ª Brigada Aérea o algo que asegure la ruta”, agregó el funcionario de inteligencia. “Y entonces, habría que reunir todos los activos que la Fuerza Aérea pueda aterrizar en Bagram”. A partir de allí, estadounidenses y demás extranjeros volarían a países como Omán, Qatar y Bahréin (sede de la 5ª Flota de Estados Unidos) o incluso a destinos europeos más lejanos. “Pero no es conveniente que [los aviones] vayan demasiado lejos porque, una vez desocupados, tendrán que regresar de inmediato”, señaló el funcionario de inteligencia.

“Aún no llegamos a ese punto, pero la situación está poniéndose interesante”, comentó Seth Jones, quien, entre 2010 y 2011, fue un importante enlace entre el Pentágono y el Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos en Afganistán.
La portavoz del departamento de Estado se negó a proporcionar detalles de una posible evacuación y, a condición del anonimato, solo dijo que “hacemos todos los esfuerzos posibles para proteger a nuestro personal, y para prever todas las contingencias en cualquiera de las misiones estadounidenses en todo el mundo”. Un exfuncionario CIA de alto nivel, agregó: “Cuando operamos en alguna zona de guerra, siempre hay un plan de evacuación o de contingencia; de hecho, es un requisito”.
No obstante, no existe la menor duda sobre las repercusiones de una salida precipitada. “Si el Talibán ganara en Afganistán… habría un impulso tremendo para el movimiento yihadista, que ha recibido fuertes golpes en Irak y Siria”, vaticinó Jones. “Sería un impulso enorme, considerando la importancia histórica de Afganistán como la región donde, en buena medida, nació la yihad”. Añadió que hay “indicios” de que Aymán al—Zawahiri, el sucesor de Osama bin Laden, “ya se encuentra o, al menos, ha estado en Afganistán”.
Esos escenarios de pesadilla podrían persuadir a Trump de abstenerse de abandonar por completo Afganistán, llevándolo a optar por una “huella más ligera” que dependa más de operaciones de la CIA o incluso de una contrainsurgencia a cargo de mercenarios privados, como han propuesto diversos personajes, incluido Erik Prince de la empresa militar privada Blackwater. Según el libro de Woodward, la CIA cuenta con una fuerza de 3,000 combatientes afganos en el frente.
“Así no se puede vencer a la insurgencia, ¿de acuerdo?”, dijo Arturo Muñoz, exfuncionario de operaciones de la CIA con mucha experiencia en Afganistán. “No puedes derrotar a la insurgencia con esas tácticas”. Kevin Hubert, exjefe de estación la CIA en Afganistán, está de acuerdo. Sin embargo, considera que mantener un pequeño contingente de unidades élite de las Fuerzas Especiales y la CIA podría lograr el objetivo estadounidense principal de impedir que Al Qaeda o el grupo militante Estado Islámico (ISIS) “establezcan un refugio donde planificar, entrenar y lanzar ataques contra Occidente o nuestro país. Y no queremos eso”, agrega Muñoz.
Trump no es el único factor relevante para la situación. El Talibán también tiene mucho que decir sobre el futuro. “Expertos en insurgencia concuerdan en que un impasse es, de hecho, una victoria para los rebeldes, sobre todo si hay potencias extranjeras implicadas”, apuntó Johnson. “Y la historia sugiere que el público de una potencia extranjera no suele apoyar un impasse sangriento por tiempo indefinido”.
“El Talibán lo sabe, y se complace en decir, ‘Los estadounidenses tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo’”, concluye Johnson.

MÁS ALLÁ DE AFGANISTÁN
Destacado en otros puntos candentes de todo el mundo, el personal militar de Estados Unidos mantiene guerras que el público estadounidense ha olvidado.
por Tom O’Connor
CAMERÚN
Desde octubre de 2015, el Comando Africano de Estados Unidos ha combatido en Camerún como parte del esfuerzo contra Boko Haram, organización terrorista vinculada con el grupo militante Estado Islámico (ISIS). Aunque Estados Unidos también ha intervenido en las vecinas Chad, Níger y Nigeria, los cerca de 300 soldados de la misión Camerún son objeto de renovado escrutinio ahora que aquel país se involucra cada vez más en un conflicto con los rebeldes separatistas. Entre tanto, el Batallón de Intervención Rápida —fuerza de elite entrenada por el Pentágono— ha sido acusado de abusos contra los derechos humanos.
LIBIA
Muamar el Gadafi fue asesinado en 2011, durante una rebelión de la Primavera Árabe que respaldó la OTAN. Poco después, las facciones rivales desataron una guerra civil, notable por el ataque de 2012 contra la embajada de Estados Unidos en Bengasi. Entrevistado en 2016, Barack Obama calificó la intervención estadounidense en Libia como el “peor error” de su presidencia. Persisten los enfrentamientos entre diversos grupos —incluidos Al Qaeda e ISIS—, si bien Libia se encuentra dividida por dos regímenes antagonistas, uno basado en Trípoli y apoyado por la ONU, y el otro en Tobruk. Aunque se desconoce la dimensión de la presencia militar de Estados Unidos, un portavoz informó hace poco que era “limitada y dispersa”.
NÍGER
La intervención en este país de África Occidental llamó la atención mundial en octubre de 2017, cuando ISIS reivindicó una emboscada cerca de la frontera con Malí, en la que murieron cuatro Boinas Verdes y cinco de sus aliados locales. En 2013, Obama autorizó la misión estadounidense en Níger con el propósito de apoyar a las fuerzas francesas que combatían a los militantes islamistas de Malí, pero la operación creció conforme aumentaba la actividad de la insurgencia asociada con Al Qaeda e ISIS. Se calcula que el personal destacado en Níger asciende a 800 efectivos, cifra solo superada en África por la base de Estados Unidos en Yibuti, donde hay un personal de 2,000 elementos.
SOMALIA
Ocurrida en octubre de 1993, la Batalla de Mogadiscio —descrita en el libro “La caída del Halcón Negro” (1999) y en la película posterior— fue provocada, parcialmente, por un mortal ataque accidental que Estados Unidos había lanzado un mes antes contra la población civil. Veinte militares estadounidenses murieron en aquel incidente, mientras la insurgencia repelía una redada contra un líder de la milicia local. Eso puso fin a la intervención de Estados Unidos en la guerra civil somalí; aunque, en 2013 desplegó efectivos adicionales para ayudar a las fuerzas locales que combatían contra Al—Shabbaab, grupo aliado de Al Qaeda. El año pasado, Donald Trump duplicó las fuerzas a un total de 500 soldados, y continúan los ataques aéreos contra las posiciones de Al—Shabbaab e ISIS.

SUDÁN DEL SUR
Estados Unidos era el principal aliado en un esfuerzo independista de décadas que, en 2011, terminó por convertir a Sudán del Sur en el país más reciente del mundo. Sin embargo, en 2013 estalló una guerra civil entre facciones rivales del Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán y sus aliados respectivos. Ese mismo año, los rebeldes atacaron tres aviones militares estadounidenses, lesionando a cuatro soldados. En 2016, Estados Unidos envió alrededor de 40 Marines “equipados para combate”, con la misión de evacuar al personal de su embajada. Informes sobre abusos de los derechos humanos, perpetrados por los dos bandos del conflicto, han orillado a Estados Unidos a imponer sanciones contra Sudán del Sur.
UCRANIA
Desde 2014, cuando Rusia anexó la Península de Crimea, Ucrania ha sido un detonante para el deterioro de las relaciones entre Washington y Moscú. Las fuerzas armadas ucranianas han recibido apoyo estadounidense, incluyendo armas y 300 efectivos que combaten a la insurgencia separatista oriental que, en opinión de muchos, está respaldada por Rusia. El mes pasado, el representante especial de Estados Unidos para las negociaciones de Ucrania dijo a The Guardian que Washington estaba “absolutamente” dispuesto a incrementar la ayuda militar para Ucrania.
YEMEN
Al menos desde 2002, Estados Unidos ha lanzado ataques con drones contra Al Qaeda, pero la intervención creció en 2015, cuando el presidente Abd Rabbuh Mansur al—Hadi se vio forzado a escapar del grupo zaidí chiita conocido como los hutíes. Con el apoyo de Estados Unidos, Arabia Saudita formó una coalición que ha tenido algunas victorias contra los hutíes —que ambas naciones consideran un representante de Irán—, mas no ha podido mantener el impulso. ONU ha declarado que Yemen sufre “la peor crisis humanitaria del mundo”. Se dice que Estados Unidos ha enviado más soldados, lo cual ha llevado a los legisladores a exigir mayor claridad en cuanto al papel del Pentágono en este conflicto.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek