Cincuenta años después de su estreno, La noche de los muertos vivientes todavía aterra al público e influye en la cultura.
El trueno retumba sobre el cementerio. Mientras Johnny y su hermana caminan a través de un panteón, él se burla de ella con la frase ahora famosa: “¡Vienen por ti, Barbra!”. Un hombre extraño en un ropaje hecho jirones camina hacia ellos. Se les acerca torpemente, con expresión vacía. Barbra inclina la cabeza y empieza a alejarse, y entonces el tipo la sujeta.
¿Quién es este hombre? ¿Cuál es la naturaleza de este ataque? En 2018, las respuestas son obvias: es un muerto viviente, y tiene antojo de la carne de los vivos. Pero cuando La noche de los muertos vivientes se estrenó en el Cine Fulton, en Pittsburgh, el 1 de octubre de 1968, no había precedentes. Los zombis, por lo menos como los conocemos ahora, todavía no se habían inventado.
Esa tarea recayó en George Romero, un aficionado al cine de 27 años oriundo del Bronx, y su amigo de la universidad, Russell Streiner. A principios de la década de 1960 crearon una productora fílmica comercial, Latent Image, para producir comerciales de cervezas locales en Pittsburgh, pero pronto consiguieron clientes corporativos grandes; filmaron Mr. Rogers sufre una amigdalectomía y otros segmentos para Mister Rogers’ Neigborhood [El vecindario del señor Rogers, título no oficial]. No obstante, lo que en verdad querían filmar era una película.
En 1967, John Russo se unió a Romero y otros clientes regulares de Latent Image para una lluvia de ideas. “Nos sentábamos, bebíamos vino y fumábamos hierba probablemente, y a alguien se le ocurrió esta idea sobre unos adolescentes del espacio exterior”, dice Russo a Newsweek. Sin embargo, con un presupuesto de 114,000 dólares, una película de horror parecía más un ensayo. Romero escribió algunas decenas de guion, las cuales Russo usó para trabajar en un esbozo completo. La película de Monstruos, como la llamaron, tenía de protagonistas a “necrófagos” caníbales, que en el guion usualmente eran llamados simplemente “ellos”.
Las características de lo que ahora llamamos “zombis” (la palabra nunca se pronuncia en La noche de los muertos vivientes) solo tuvieron más carnita (por así decirlo) después de que empezó la filmación, en junio, en Ciudad de Evans, Pensilvania, 50 kilómetros al norte de Pittsburgh. En el plató, los actores ensayaban, hasta que Romero lo aprobaba, el lento andar característico con rengueo, arrastre y trastabillo de los zombis. Para tener los cientos de necrófagos que sitiaron a los sobrevivientes en una granja, gran parte del escaso equipo de producción tuvo que hacerla también de actores, a veces en múltiples papeles, apoyados por una planilla de extras.
Ruso interpretó a un zombi asesinado con una llave de cruceta por Ben, un chofer de camiones de cabeza fría que se enfrenta a otros sobrevivientes por el control del único rifle en la granja. “Alargaba mi cara para deformarla lo más posible”, dice Russo, para imitar los efectos del rigor mortis. “Me daba dolor de cabeza después de un tiempo”.
Aun cuando el equipo tenía solo un preciado frasco de sangre falsa 3M (lo cual obligó a usar también chocolate líquido, que se ve como sangre en películas en blanco y negro), no escatimaron esfuerzos en su búsqueda de una buena toma sangrienta. Para un festín zombi usaron órganos de oveja, llenos de agua para darle un movimiento y chapoteo más realista. Los maquilladores Karl Hardman y Marilyn Eastman (quien interpretó a la madre condenada Helen Cooper) añadieron cuencas oculares vacías y piel manchada o cicatrizada con Derma Wax (producto usado en funerarias), con lo que obtuvieron por primera vez una apariencia que los artistas de efectos especiales como Tom Savini refinarían en las secuelas El amanecer de los muertos vivientes y El día de los muertos vivientes. Brazos de maniquíes, Silly Putty [marca de plastilina flexible] para la carne masticada y paquetes explosivos de sangre, o buscapiés, completaron el repertorio repugnante.
Russo incluso se prendió fuego para una escena que incluía cocteles molotov. “Íbamos a hacer lo que fuera necesario para filmar esa película”, afirma.
La noche de los muertos vivientes fue un éxito instantáneo. Abarrotó autocinemas y desafió las críticas horrorizadas, como la reseña en Variety que se quejaba de la “pornografía de violencia” que amenazaba la “salud moral de los cinéfilos, quienes optaron alegremente por esta orgía incesante de sadismo”.
La película llegó a ser considerada como una crítica a la sociedad estadounidense de la década de 1960. El actor negro Duane Jones, en el papel de Ben, se hace cargo en medio del sitio zombi. Sobrevive a la larga noche (¡alerta de spoiler!) para que le disparen al día siguiente unos pueblerinos y policías locos por las armas.
Romero y Russo originalmente no tenían la intención de crear un subtexto racial, pero estaban conscientes de que lo habían hecho, en especial después del asesinato de Martin Luther King Jr. en abril de 1968. Romero recuerda que escuchó la noticia en la radio mientras manejaba hacia Nueva York, en busca de un distribuidor, con las latas de película en la cajuela. A Jones le preocupaba cómo reaccionaría el público; pidió, infructuosamente, que se reconociera más la tensión racial subyacente entre Ben y los otros sobrevivientes, en especial Harry Cooper (Hardman), a quien le irrita el liderazgo de Ben.
Los críticos interpretaron La noche de los muertos vivientes de manera diferente. Algunos vieron un eco oscuro de la Guerra de Vietnam; otros, una reacción violenta de una generación vieja en contra del movimiento juvenil. En los últimos 50 años, la película ha generado cinco secuelas, incluida la crítica al consumismo Amanecer de los muertos vivientes y la pieza maestra del gore Día de los muertos vivientes (ambas de Romero). Inventó todo un subgénero del horror que, desde entonces, ha inspirado cientos de películas y programas de televisión, incluidos éxitos actuales como The Walking Dead.
En su núcleo se halla el vacío radical del zombi, que vive y muere según reglas específicas, pero no tiene una historia ni una motivación interna más allá de un consumo voraz. El horror sencillo de La noche de los muertos vivientes radica en entender que la sociedad ha terminado terriblemente mal, un concepto tan aterrador hoy día como lo fue en 1968.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek