Tal parece que con la boda del príncipe Harry y Meghan Markle la realeza británica se pone al día con las tendencias sociales. Pero en Gran Bretaña la realidad es más sombría: los ataques segregacionistas crecen, al igual que las políticas racistas de inmigración.
Un soleado día de abril, varias adolescentes de una escuela local hacían un día de campo en el parque. Yo estaba sentada en una banca cerca de ellas, leyendo un libro, hasta que el ruido se hizo demasiado. Las estudiantes vestían uniformes, jugaban entre ellas y bullían con el entusiasmo típico de las adolescentes. Reflejaban la infinita variedad de clases, razas y orígenes étnicos de Londres. Algunas yacían en torno a una adorable chica mestiza y entrelazaban flores silvestres en su cabello rizado. “Aláciate el cabello”, le dijo una. “¡Te verías igualita a Meghan!” Mientras se tomaban selfies, gritaban al abrir sitios de internet de vestidos de novia, escudriñando revistas de celebridades con fotos de Meghan Markle. Idolatrada y envidiada, Markle parecía la mujer más afortunada del mundo. La chica con la corona floral rompió el hechizo: “Eso es una tontería. Será muy duro estar lejos de su familia, ser princesa, ser mestiza y demás”. Su suave voz pasó inadvertida.
El Reino Unido está extravagantemente entusiasmado y lleno de alegría por las nupcias del príncipe Harry y Markle. Ambos se conocieron en Londres a través de un amigo mutuo en el verano de 2016. Para octubre había fuertes rumores de que Harry, el sexto en la línea para ascender al trono británico, había encontrado una improbable novia: una mujer mestiza, divorciada, de 36 años, que además de ser activista y actriz, ¡era estadounidense! El Palacio de Kensington confirmó la relación y, un año después, la pareja se comprometió. El público de inmediato vio con buenos ojos a este futuro miembro de la familia real que, además, tenía una buena influencia sobre el otrora caprichoso Harry.
Y, ahora, se anuncia la boda, que se llevará a cabo el 19 de mayo en la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor. En lugar de regalos, se ha pedido a los invitados que hagan donaciones a organizaciones sin fines de lucro. Además de familiares y amigos, en la lista de invitados se ha incluido a 1,200 personas “ordinarias” que fueron seleccionadas para formar parte de la celebración. Estas decisiones han hecho que el evento sea considerado tan accesible como la propia Markle.
La relajada incorporación de Meghan en la familia real sugiere estar frente a una nación transformada y cosmopolita. Y parte del bullicio está justificado. Desde hace mucho tiempo, la Gran Bretaña ha sido un lugar culturalmente diverso, dinámico y biológicamente heterogéneo. Las primeras parejas interraciales datan de la era de la reina Isabel I. En ese entonces, la moda entre las familias ricas consistía en tener criados negros e indios, principalmente varones. Pronto, las mujeres inglesas de raza blanca formaban parejas con esos esclavos liberados, provocando un gran pánico moral. En 1764, la publicación The Gentleman’s Magazine calculaba que había 20,000 personas de raza negra viviendo en Londres. Otras más se habían establecido en otras ciudades, mezclándose con la población.
Aunque los nacionalistas británicos repudian esta historia, las pruebas acumuladas son irrefutables. Yo describo a algunas de las parejas interraciales en mi libro Mixed Feelings (Sentimientos mezclados). Esas parejas desafiaban a la sociedad y se les hizo sufrir. Esto no las detuvo. Edward Long, que era propietario de plantaciones de esclavos en Jamaica, publicó advertencias en 1772 sobre la malignidad que, en unas cuantas generaciones, “contaminaría la sangre británica”. La furia purista tuvo poco efecto. La hibridez transfiguró el ADN de la nación.
Actualmente, la categoría de niños con mayor crecimiento en el Reino Unido es la de los chicos birraciales. En relación con las amistades, el amor y el sexo interracial, este país es más progresivo que el resto de Europa o que Estados Unidos. El profesor Anthony Heath, de la Universidad Nuffield en Oxford, que actualmente escribe un libro sobre las razas y las clases sociales, me dice que “el prejuicio de los blancos contra las relaciones y las personas interraciales está reduciéndose de manera importante”. Esto indica que las personas se sienten más a gusto con la diversidad y que existe un cambio importante en sus actitudes. Más de la mitad de los hijos de familias caribeñas tienen un padre o un abuelo caucásico, y durante la década anterior, la cantidad de personas residentes en Inglaterra y Gales que viven o están casadas con una persona de otro grupo étnico aumentó en más de 35 por ciento. De acuerdo con la Oficina de Estadísticas Nacionales, casi una de cada diez personas que vive en Gran Bretaña está casada o vive con alguien que pertenece a un grupo étnico distinto al suyo.
Podríamos decir que, por fin, la realeza británica se ha puesto al día con las tendencias sociales y se ha integrado tardíamente a la alentadora historia de las relaciones raciales británicas. Sin embargo, también hay una realidad más sombría.
EL MERCADEO DE MARKLE
Menos de un mes antes del matrimonio entre el príncipe Harry y Markle, informes publicados en The Guardian revelaron que personas originarias del Caribe Británico, que residen legalmente en el país, así como sus hijos británicos, han sido perseguidas y acosadas sin piedad por oficiales de inmigración. En mayo de 1948, el barco Empire Windrush, utilizado antiguamente para transportar soldados, trasladó a la primera generación de emigrantes jamaiquinos y trinitenses al Reino Unido, llevados allí para compensar la escasez de mano de obra producida por la guerra. Entre esos pasajeros había soldados que se habían unido al ejército británico y que habían combatido a los nazis. Esos inmigrantes, todos ellos súbitos británicos, ayudaron a construir el Servicio Nacional de Salud y los sistemas de transporte, y las generaciones posteriores se dedicaron a los servicios públicos.
Pero en 2014, el Estado les retiró arbitrariamente sus derechos ciudadanos. Muchos de ellos descubrieron que la documentación oficial que demostraba su estatus había sido destruida por servidores públicos. A muchas personas, entre las que se encontraban enfermeras jubiladas, incluso se les negó la atención a la salud, mientras que otras fueron retenidas en crueles centros de detención para inmigrantes y deportadas a sus países de origen. Los sorprendidos, lastimados y rechazados ciudadanos se convirtieron en los rostros de lo que ahora se conoce como el escándalo Windrush, una lamentable saga que tiene que ver tanto con el tema racial como con la inmigración.
Hay más migrantes estadounidenses en el Reino Unido que bangladeshíes, jamaiquinos o nigerianos, más australianos que trinitenses o tanzanos. Los inmigrantes de raza blanca nunca han sido considerados como problemas, como cargas o como personas indeseables. Las políticas racistas de inmigración han sido implementadas por cada gobierno británico desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los últimos nueve años han sido particularmente crueles e inmorales. El gobierno conservador estaba decidido a crear un ambiente hostil para los migrantes no caucásicos antiguos y recientes. Tuvo éxito. Exiliada de mi lugar de origen en Uganda en 1972, me mudé al Reino Unido con pasaporte británico. Actualmente, a los inmigrantes se nos considera intrusos. Los más integrados de nosotros ahora nos sentimos inseguros e indeseados.
Hasta ahora, la familia real ha sido la encarnación de la raza caucásica. Lo que es aún más problemático es que algunos de sus miembros han mantenido puntos de vista perniciosos o han mostrado un fanatismo irreflexivo (la excepción fue la reina Victoria, una imperialista que denunció el racismo instintivo de sus cortesanos y de los miembros de su familia). La reina madre, bisabuela de Harry, le dijo una vez a un editor de clase alta que “los africanos simplemente no saben cómo gobernarse a sí mismos… Qué pena que no sigamos cuidándolos”.
Alguien podría decir que eso ocurrió hace mucho tiempo. Pero cuando conocí al príncipe Philip en un evento para celebrar a William Shakespeare, se dirigió a mi esposo inglés y le preguntó: “¿Ella realmente tuya?”. La princesa Michael de Kent, que no es ajena a los comentarios racistas, asistió al almuerzo de Navidad de la reina en diciembre usando un broche “blackamoor” que representa a una persona de raza negra y que es considerado ofensivo por las personas de ese origen racial. Y, en abril pasado, el príncipe Charles, padre de Harry, le preguntó a Anita Sethi, una periodista británica de piel morena, de donde venía. “Manchester”, respondió ella. “No lo pareces”, le dijo.
¿Y Harry? En 2005 provocó un escándalo por usar un uniforme nazi en una fiesta de disfraces. En 2006, fue filmado utilizando los términos racistas “Paki” y “raghead” [cabeza de trapo] cuando realizaba su servicio militar en Afganistán. Seguramente, Markle ha buscado en Google las palabras “familia Windsor racistas”, pero debemos preguntarnos si realmente sabe lo poco liberal, malcriada, estirada, culturalmente estancada y artera que es su futura familia política. Con el brexit en el horizonte, el hecho de proyectar a Gran Bretaña como un país justo e internacionalista se ha convertido ahora en una necesidad urgente. Para salvaguardar a la institución y mantener su riqueza y su posición, los estrategas Windsor necesitan urgentemente una reforma.
Una boda real es justamente lo que hacía falta. Meghan Markle, audazmente moderna, birracial y hábil usuaria de las redes sociales, es un regalo que el país necesita y que la familia real está ansiosa de utilizar. Por ahora.
UNA EMPRESA, NO UNA FAMILIA
Todo el mundo adora una boda real británica, aun si, como hasta ahora, a la mayoría de las parejas bendecidas se les ha negado un final de cuento de hadas. Esta no es una familia, sino una empresa. Sus valores y expectativas pueden aplastar a cualquiera que se una a ella. Diana fue la víctima más notoria. Sarah Ferguson, exesposa del príncipe Andrew, desdeñada; los esposos de la princesa Margarita y de la princesa Ana, que nunca encajaron realmente, acabaron desapareciendo. Los Windsor siguen adelante a pesar de su disfuncionalidad y de sus escándalos. El increíble éxito de la serie The Crown de Netflix demuestra que existe un enorme apetito por el antiguo esplendor, mezclado con giros modernos. Esto mantiene a las masas extáticas y leales.
Aunque no soy partidaria de la realeza, he observado a esta dinastía desde que era una niña. Qué largo ha sido el camino que parecen haber recorrido estos supervivientes supremos. En 1931, Edward, el príncipe de Gales, se enamoró de Wallis Simpson, una socialité estadounidense divorciada. Tras la muerte de George V, el príncipe se convirtió en el rey Edward VIII. Pero no por mucho tiempo. El orden establecido decidió que el matrimonio de Edward lo incapacitaba para ser rey. El monarca terminó abdicando. En 1952, la princesa Margaret, la obstinada hermana de la reina, se enamoró de Peter Townsend, un héroe de guerra divorciado, por lo que su amor estaba prohibido. Ella renunció a su amor un lluvioso día de octubre de 1955.
En 1977 entró en escena Diana, una virginal chica que tenía 16 años cuando conoció al príncipe Charles. Cuatro años después, tuvo su vestido de novia y su boda. Su esposo continuó con su antigua amante, la también casada Camilla Parker-Bowles, mientras que la infeliz Di tuvo dos hijos, William y Harry. Esta adorable aristócrata rechazó el protocolo y la altivez de la realeza, trató instintivamente a las personas como iguales y abrazó a individuos diversos, en ocasiones, literalmente. El público amaba a su princesa, pero a los inflexibles Windsor les atemorizaba. Su inclusividad era una ventaja para la empresa, pero no podían valorar lo que ella era o lo que había hecho (en estas historias hay varias lecciones para Meghan).
El divorcio fue doloroso, pero liberó a Diana. Ella se enamoró de dos hombres musulmanes y pudo haberse casado con uno de ellos. ¡Imaginemos cómo habría enfrentado esto la familia real! Afortunadamente para esta, Diana murió antes de ponerlos aún más a prueba. Mientras tanto, Charles se casó con su Camilla, actualmente duquesa de Cornwall. El divorcio había dejado de ser un pecado o una línea divisoria. Los parientes de Harry, es decir, la futura familia política de Markle, ahora se presentan más cordiales y sensibles, más parecidos a Diana.
La división de clases también está disolviéndose. Edward, el hijo más joven de la reina, se casó con Sophie, cuyo padre era un vendedor de neumáticos. Catherine, la duquesa de Cambridge, es hija de una aeromoza jubilada y de un hombre de negocios que dirige una exitosa empresa de artículos para fiestas. Doria Ragland, la madre de Markle, es instructora de yoga, y su padre, Thomas Markle, es un antiguo director de iluminación de televisión. Y Markle, que alguna vez protagonizó el programa de televisión Suits, es, como comentó el autor de un artículo publicado en la revista Spectator, “el tipo de mujer que el príncipe habría tenido como amante y no como esposa” hace 70 años. La endogamia y los matrimonios arreglados con aristócratas de nacimiento han pasado de moda; lo de hoy son los obreros y comerciantes de clase media.
Una fuente que trabajó como parte de un equipo de prensa en uno de los palacios me dice que Harry proporcionó la oportunidad perfecta para las relaciones públicas de la realeza. “La familia real será vista como gente de hoy, no como recuerdos arcaicos de alguna época pasada”, dice. “Saben que su futuro depende de cambiar el mito. Charles es una carga, exigente pero no popular. Necesita a William, Harry, Kate y Meghan para que le den el brillo del que carece desesperadamente. La gente será manipulada. Justo como lo ha sido siempre”.
Así que debemos esperar las afirmaciones más descabelladas e hiperbólicas cuando Harry despose a Markle. Revistas y diarios, incluidos aquellos que promueven los puntos de vista más crueles y antiinmigrantes, adulan a la belleza de ojos oscuros, y venden la idea de que la unión simboliza una movilidad social. Markle es el equivalente de una bandita adhesiva para la igualdad.
Recientemente, en una lujosa cena, un achispado periodista me pidió que dejara de “hacer sonar el ruidoso tambor antirracista. El racismo es cosa del pasado. ¿Comprendes? Meghan es la prueba. Personas como tú construyen sus carreras quejándose de los blancos. Muestra algo de gratitud, algo de patriotismo”.
EL MITO DE LA GRAN BRETAÑA POSRACIAL
Afua Hirsch, una aguerrida abogada y escritora birracial, desmantela la fantasía de que Markle es un signo de un cambio de postura radical. “Si bien celebro la incorporación de Meghan en la familia real como un cambio simbólico en una institución simbólica, ello no podrá cambiar siglos de injusticia estructural” afirma Hirsch, autora del libro Brit(ish), que explora la identidad nacional y la raza. “Gran Bretaña se engaña a sí mismo al asumir una postura de autofelicitación al pensar que no tuvimos una segregación o una esclavitud al estilo de Estados Unidos o el tipo de racismo institucionalizado y legalizado que existía bien entrado el siglo XX. Sin embargo, las colonias británicas practicaron la economía de plantación y sistemas de apartheid en el mismo periodo. Hemos heredado un racismo que está muy lejos de la visibilidad de la vida diaria, pero que no deja de ser pernicioso y penetrante”.
Gran Bretaña tuvo menos conflictos raciales y más justicia en las primeras décadas de este siglo. El asesinato de Stephen Lawrence, un adolescente de raza negra, ocurrido en Londres en abril de 1993, y los posteriores fracasos de la policía, fueron un momento de despertar. Sus padres lucharon denodadamente para obtener justicia, e impresionaron profundamente al público, a los medios de comunicación y a los políticos. En 1999, el gobierno del primer ministro Tony Blair realizó una investigación dirigida por un juez. En el informe se llegó a la conclusión de que el racismo estaba profundamente arraigado en la práctica institucional y en la sociedad británica. Se implementaron leyes antidiscriminatorias más eficaces. Lo más importante fue que empresas y personas poderosas hicieron lo que pudieron para combatir el racismo consciente y los prejuicios inconscientes.
Pero la patriotería y el nativismo están de nuevo al alza. En el aniversario número 25 del asesinato de Lawrence, la primera ministra Theresa May anunció un día de conmemoración anual en su honor (Markle, que asistió a la ceremonia, fue criticada en numerosos tuits por su “cabello revuelto” y por llevar un vestido sin mangas. ¡Bienvenida a Inglaterra!). A algunos británicos blancos les enfureció que se honrara la vida de una persona de raza negra. Esos críticos se consideraban a ellos mismos como víctimas de las políticas de igualdad y corrección política. Mientras tanto, muchas minorías consideraban que se trataba de un gesto para tranquilizar los ánimos al producirse, como ocurrió en realidad, justo después del escándalo de Windrush.
Desde 2009, los partidos y los políticos xenófobos se han vuelto más francos e influyentes. El brexit ha enrarecido aún más la atmósfera. No todas las personas que votaron a favor de salir de la Unión Europea eran racistas, pero es probable que todos los racistas que votaron lo hayan hecho a favor del brexit. Y siguen estando agitados. De acuerdo con el Consejo de Jefes de la Policía Nacional, los crímenes de odio aumentaron 49 por ciento después del referendo. A las personas a favor del brexit a las que se entrevistó para este artículo les enfurecía que personas de piel oscura y originarias de Europa Oriental siguieran viviendo en la Gran Bretaña. Un trabajador de zoológico jubilado me dice: “Queremos recuperar nuestro país. Jamón y fiambres de cerdo, y a todos ustedes fuera del país. Quizás estés casada con un chico inglés, pero nunca serás una de nosotros. No soy racista. A cada quien lo suyo. No quiero a Pakis (un término racista) como tú en mi país”.
Aparentemente, nosotros los migrantes y las personas de color les robamos todo: empleos, casas, atención a la salud, amantes. Y ahora a Harry.
Con base en una encuesta en línea realizada en 2017, académicos del Observatorio de Migración de la Universidad de Oxford encontraron que “las personas británicas hacen una clara distinción entre los migrantes con base en su país de origen… Únicamente 10 por ciento dijo que no se debía permitir que los australianos vinieran a vivir a Gran Bretaña, en comparación con 37 por ciento que señaló que se debía prohibir la entrada a los nigerianos”. En el extremo de la escala de las personas preferibles: aquellos que sean de raza blanca, que hablen inglés, que vengan de Europa y que hayan nacido en países cristianos. Las menos preferibles eran las personas no caucásicas, no europeas y provenientes de países musulmanes.
Últimamente, he vuelto a sentir el ardor del racismo en mi piel. Me han escupido e insultado. También he recibido amenazas de muerte y necesito protección policiaca. Gina Miller, una extraordinaria mujer de negocios guyanesa británica que obligó a nuestro gobierno a hacer que los miembros del parlamento votaran con respecto al brexit, ha sido aterrorizada por racistas violentos. Diane Abbott, la primera parlamentaria de raza negra, sufre abusos mayores y más salvajes que cualquier otra figura pública. Recientemente escribió: “Varias personas han tuiteado que yo debería ser colgada si ‘pudieran encontrar un árbol lo suficientemente grande para soportar el peso de esa p*** gorda’… He sufrido amenazas de violación, he sido descrita como patética, inútil, gordinflona, pedazo de m***** negra, fea, obesa, p*** negra y n***”.
Markle no ha escapado al odio y el racismo. Cuando se anunció el compromiso el 27 de noviembre, algunos diarios se mostraron tan abiertamente sexistas y racistas que el Palacio de Kensington emitió una declaración en la que condenaba la cobertura. El Daily Mail tuiteó: “De la esclavitud a la realeza, la familia arribista de Meghan Markle”. El año pasado, ese mismo diario sugirió que Markle “[casi] había salido directamente de Compton”, haciendo alusión al álbum Straight Outta Compton, del grupo estadounidense NWA, en el que se habla de uno de los barrios negros más pobres y peligrosos de Los Ángeles. La periodista Rachel Johnson, hermana del secretario británico de Relaciones Exteriores, Boris Johnson, escribió en The Mail on Sunday que Markle podía ayudar a llevar “un ADN rico y exótico” a la familia real. También describió a la madre de Markle como “una dama afroestadounidense con trenzas rastafaris que había nacido en el lado equivocado del camino”.
En enero pasado, Jo Marney, novia de Henry Bolton, que en ese entonces era líder de UKIP, un popular partido de extrema derecha contrario a la Unión Europea, escribió en un mensaje de texto que la futura esposa de Harry “mancharía” la sangre de la familia real. En febrero, se envió una nota racista y un polvo blanco sospechoso al Palacio de St. James, ambos dirigidos a Meghan Markle.
The Runnymede Trust, un grupo de analistas establecido que vigila la discriminación racial, religiosa y étnica, ha descubierto que uno de cada cuatro británicos admite tener prejuicios raciales y que cerca de la mitad de la población no querría que un familiar se casara con una persona musulmana. Los británicos de raza negra y de origen asiático deben enviar el doble de currículos que los británicos blancos que cuentan con las mismas capacidades para obtener entrevistas de trabajo, y de acuerdo con el exministro de Educación Superior, David Lammy, en 2017 no se ofreció un lugar a ningún estudiante de raza negra en 13 universidades de Oxford. La Oficina de Estadísticas Nacionales ha informado que los varones graduados de raza negra tienen casi el doble de posibilidades de estar desempleados que los varones graduados de raza blanca. Yo solía dar clases a adolescentes negros y asiáticos y pasaba horas tratando de convencerlos de ir a la universidad. Algunos adquirieron enormes deudas y fueron aceptados. De los seis que lograron graduarse, solo uno encontró un empleo adecuado. Otro se suicidó, desencantado y deprimido.
Otro suceso alarmante es el crecimiento de la extrema derecha. Los partidos neonazis se escabullen en la corriente principal desde los márgenes, y sus puntos de vista son adoptados por los partidos convencionales para obtener votos populistas. El gobierno trata, tardíamente, de abordar este problema.
Danny Dorling, geógrafo social, me pide no caer en el pesimismo y mirar el panorama general. “A partir del día siguiente del referendo del brexit, surgieron muchas pruebas de que los ataques y los abusos han aumentado”, dice. “Esto puede considerarse como un retroceso, pero en general estamos avanzando. Un pequeño grupo de racistas se han envalentonado, mientras que, al mismo tiempo, la mayoría de la población se vuelve gradualmente menos racista”. No es así como nos sentimos la mayoría de nosotros. Espero que tenga razón. Estoy segura de que Markle también lo espera.
Dorling también piensa que la boda será un impulso para Gran Bretaña, conforme la gente se dé cuenta de lo doloroso que será el brexit para la economía. Lo que la nación necesita son turistas y buena voluntad.
¿Pero es esto lo que Markle necesita? Actualmente está siendo preparada intensamente para desempeñar su función por personas del interior del palacio y del Estado, quienes la mantendrán alejada de realidades incómodas, pero los rumores entre los reporteros de los tabloides que siguen a los Windsor como sabuesos es que Markle no es feliz. “Se siente aislada y solitaria”, me dice uno de ellos.
Aun cuando le deseamos a la pareja mucha felicidad y un largo matrimonio, la esperanza es que la futura princesa sea lista y consciente. La familia y el país a los que habrá de unirse no son lo que aparentan.
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Yasmin Alibhai-Brown es una periodista galardonada que ha escrito para The Independent, The Guardian, The Observer, The Sunday Times, the Daily Mail y The New York Times. Actualmente es columnista del diario I, el International Business Times y The New European. Ha sido elegida dos veces como una de las diez mujeres asiáticas más influyentes en el Reino Unido.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek