En su nuevo libro, el legendario periodista Ronen Bergman hace que prominentes funcionarios israelíes confiesen sus resquemores morales, sus meteduras de pata y sus errores más espantosos.
La literatura de espionaje moderna está plagada de autores que alguna vez desempeñaron el oficio. Ian Fleming inventó a James Bond después de servir como oficial de inteligencia de la Armada británica en la Segunda Guerra Mundial. David Cornwell, mejor conocido como John le Carré, aún trabajaba para el MI6 cuando escribió su primer thriller de espionaje, El espía que surgió del frío. Y la experiencia de Jason Matthews como exagente de operaciones de la CIA evadiendo equipos de vigilancia de la KGB en Moscú es el fundamento de su trilogía Gorrión rojo.
Ronen Bergman, reportero veterano del espionaje israelí, ha adoptado un enfoque un tanto distinto para adentrarse en las sombras del mundo de espías, contraespías y asesinatos. Alistado en las Fuerzas de Defensa de Israel en 1990, Bergman pasó tres años reclutando y manejando informantes para la división de investigación criminal del Ejército, donde incursionó en la corrupción militar, el narcotráfico, el tráfico de armas y otros crímenes. Las destrezas adquiridas le han sido muy útiles como cronista principal de los servicios de espionaje más importantes de su país: la Mossad (la CIA de Israel), Sin Bet (el órgano de seguridad interno) y Aman (la inteligencia militar). “Creo que el entrenamiento y la experiencia de reclutar y gestionar agentes vivos… te brinda [información privilegiada sobre] sus situaciones… y su mentalidad”, comenta, durante una entrevista para promover su libro más reciente, Rise and Kill First: The Secret History of Israel’s Targeted Assassinations.
Igual que la mayoría de los varones israelíes, Bergman (45 años) aún presta servicio como reservista del Ejército, y deberá hacerlo hasta que cumpla 51 años. Con todo, dice que no hay “polinización cruzada” entre su servicio militar y su trabajo como informante sobre la inteligencia israelí. “No informo sobre las cosas que hago, y no estoy implicado en nada relacionado con lo que estoy informando”.
No obstante, sus credenciales de inteligencia sin duda le han ayudado a ganarse la confianza de los jefes de espías y los agentes de Israel. Como prominente analista político y militar para Yedioth Ahronoth -el diario de mayor circulación en el país-, sus columnas y (nueve) libros han expuesto, de manera regular, los debates internos de las agencias de inteligencia nacional, convirtiéndolo en lectura obligada para los fanáticos de la seguridad nacional de todo el mundo. Para escribir Rise and Kill First entrevistó a “más de mil” funcionarios activos y retirados.
El libro describe las seis décadas de historia de “tratamiento negativo” contra los enemigos de Israel (un eufemismo para las operaciones de asesinato dirigido), los cuales han incluido desde criminales de guerra alemanes fugitivos, científicos de cohetes y líderes árabes de primera línea hasta funcionarios nucleares iraníes (bajo Saddam Hussein) y científicos del programa nuclear de Irán. Y, por supuesto, siempre figuran los líderes palestinos, así como los militantes de Hezbolá respaldados por Irán, quienes deben ser “liquidados”.
Un crítico dijo que Rise and Kill First —título tomado de la instrucción talmúdica: “Si alguien viene a matarte, levántate y mátalo primero”— comienza como “un diario policiaco interminable [con] los grandes éxitos de Israel”. Sin embargo, a lo largo de más de 750 páginas con extensas notas al pie, funcionarios israelíes de alto nivel confiesan sus resquemores morales, sus meteduras de pata y sus errores: matar a la persona equivocada o a testigos inocentes, o asesinar a un líder palestino que pudo ser un socio en las negociaciones de paz.
Pregunté a Bergman si descubrió algo realmente sorprendente. “Sí”, respondió. “Un día estaba en un café del norte de Tel Aviv, no lejos de donde vivo, con alguien de la Fuerza Aérea, y hablábamos de todo tipo de temas distintos. Entonces él dijo: ‘Hay algo de lo que necesito desahogarme, que he mantenido callado mucho tiempo’”.
Resultó ser la historia extraordinaria de cómo, en 1982, por órdenes del entonces ministro de Defensa, Ariel Sharon, unos pilotos israelíes casi derribaron un avión civil debido a que un equipo de la Mossad creía, erróneamente, que a bordo iba Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina. Solo gracias a que los agentes de la Mossad hicieron una corrección en el último segundo se salvaron las vidas de los pasajeros, entre quienes se contaba Fathi Arafat, hermano menor de Yasser; ambos, muy parecidos. Fathi era un pediatra que fundó la Sociedad de la Media Luna Roja Palestina, y viajaba a El Cairo con 30 niños palestinos heridos para proporcionarles tratamiento médico. En su libro, Bergman insinúa que Sharon, quien vivía obsesionado con matar a Arafat, pudo haber autorizado el envenenamiento que lo privó de la vida en 2004. Pero, aunque esté en lo cierto, “el censor militar de Israel me prohíbe hablar del tema”, escribe.
Bergman me dice que “en las últimas dos décadas he batallado sin cesar con la censura militar y el gobierno israelí”. Lo han requerido para “algunos interrogatorios”, y las autoridades han emitido “imputaciones contra mis presuntas fuentes”. En 2010 y 2011, el jefe de Estado del Ejército “exigió que el procurador general abriera una investigación de alta traición contra mí. Han estado luchando, ferozmente, contra mí y contra mi trabajo”.
Con todo, Bergman se ha granjeado muchos aliados para sus investigaciones; al parecer, sobre todo dentro de la Mossad, cuyos líderes más recientes han enfrentado —a veces abiertamente— al gobierno de derecha y proasentamientos del primer ministro Benjamin Netanyahu. Así pues, no sorprende que Tamir Pardo (uno de los exjefes de la Mossad que han sido fuentes de Bergman) haya celebrado su nuevo libro. “[Rise and Kill First] es el libro más impresionante que he visto sobre el tema, y el primero que utiliza una investigación real, en vez de una narrativa de ficción”, dijo Pardo en una cita promocional.
Por supuesto, la Mossad ha tenido una presencia enorme en la ficción. Uno de los mitos más grandes, retratado en la película Múnich, de Steven Spielberg (2005), es que había cazado y matado a los palestinos que asesinaron a los 11 atletas israelíes y al policía alemán durante los Juegos Olímpicos de 1972. Pero, de hecho, Bergman aclara que “casi ninguno de los implicados en Múnich fue capturado o eliminado. La Mossad empezó a matar a los que pudo. Y la gente que mató —la mayoría— no tuvo nada que ver con Múnich”. En su opinión, la película se inspiró en un libro basado en un israelí que afirmaba haber sido el principal asesino del equipo de sicarios y quien, en realidad, era “un inspector de distintivos” en el aeropuerto de Tel Aviv.
Pero, ciertamente, hubo matanza, y “liquidaron” a decenas de palestinos en las siguientes décadas. La Mossad también lanzó operaciones brutales contra Hezbolá, la más conocida: contra la mente maestra del grupo, Imad Mughniyah, a quien acabaron con un autobomba en 2008, en coordinación con la CIA.
Bergman dice que, tratándose de asesinatos, la pelota se detiene en el escritorio del primer ministro. La Mossad no es una “agencia deshonesta”. La inteligencia israelí envía equipos de sicarios con la autorización del primer ministro y, al parecer, con la aprobación abrumadora de la nación judía. Sin embargo, la comunidad de inteligencia no siempre está de acuerdo con el primer ministro. Antes de las elecciones israelíes de 2015, Netanyahu atizó el temor de una bomba nuclear iraní e hizo la fuerte insinuación de que Israel emprendería un ataque preventivo contra el programa nuclear de Irán.
Netanyahu incluso ordenó ejercicios militares para puntualizar sus intenciones, medidas que provocó que algunos exjefes de inteligencia previnieran a la nación contra lo que consideraban los excesos de Netanyahu. “¡Despierten!”, imploró Meir Dagan, uno de los exjefes más despiadados de la Mossad. Feroz opositor de Netanyahu, Dagan rogó que “los ciudadanos israelíes dejen de ser rehenes de los temores y las angustias que nos amenazan día y noche”.
Con anterioridad, las declaraciones de israelíes de semejante prosapia habrían sido tratadas como “sagradas”, escribe Bergman. Mas eso se acabó. “La fuerza de las viejas élites ha menguado”, asegura. “Las nuevas élites —judíos de tierras árabes, ortodoxos, la derecha— tienen el ascendiente”. La moderación es anacrónica, el extremismo está de moda. Los partidos ortodoxos de la coalición gobernante hacen campaña por una teocracia judía sobre la democracia israelí. Lo mismo aplica a los judíos mizrajíes de Israel, muchos de los cuales fueron expulsados de sus tierras árabes tras la creación del Estado de Israel en 1948.
En todo caso, hay más apoyo popular que nunca para que las agencias de seguridad erradiquen las amenazas externas e internas. El problema es que ninguna de sus victorias tácticas ha dado a Israel más que un alivio temporal frente a las amenazas inmediatas, por no hablar de paz. Ya en su séptima década, el ciclo de violencia difícilmente cederá considerando la agitación en Siria e Irak, los cohetes procedentes de Gaza, los amagos de misiles del sur de Líbano, y la amenaza de Irán.
Una de las muchas ironías de este relato fascinante es que varios líderes de la Mossad, Sin Bet y Aman han emergido de sus servicios sangrientos para proclamar “Ya basta”. “Lo llamo la banalidad del mal”, dijo a Bergman el exjefe de Sin Bet, Ami Ayalon, repitiendo el sentir de seis exjefes de agencias de seguridad, en el extraordinario documental de 2012, The Gatekeepers. “Te acostumbras a matar. La vida humana se vuelve algo simple, fácil de descartar”.
¿Y qué se logró?
“Queríamos seguridad”, respondió Ayalon, en 2012. “Y obtuvimos más terrorismo”.
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Jonathan Broder contribuyó en este artículo.
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Publicado en cooperación con Newsweek /Published in cooperation with Newsweek