Las sospechas sobre los alunizajes del programa Apolo entre 1969 y 1972, la creencia de que Paul Mccartney murió en 1966, de que Elvis aún está vivo, de que el calentamiento global es falso, de que las vacunas no sirven, de que el orden global está regido por un grupo de gente poderosa o aliens… son solo una pequeña muestra de la larga lista de teorías conspirativas que inundan la red y que algunas personas creen. La situación ha llegado al grado de despertar el interés de los científicos, quienes han hallado una explicación de estas creencias y advertido sobre los riesgos de alimentar algunas de ellas.
Los estudiosos del tema han podido desentrañar algunos rasgos de las personas adictas a estas historias. Por un lado, quienes las creen parecen tener una necesidad “intrínseca y casi narcisista” de singularidad. Por otra parte, los conspiracionistas encuentran sentido al mundo cuando se sienten fuera de control, ansiosas o sin poder si sus necesidades se ven amenazadas.
Stephan Lewandowsky, profesor de psicología de la Universidad de Bristol, explicó a la BBC que para algunos creyentes puede ser reconfortante psicológicamente creer que “personas poderosas” están detrás de eventos aleatorios como los magnicidios o los asesinatos en masa.
“No nos gusta la idea de que de repente pueda pasar algo terrible, por lo tanto, es psicológicamente reconfortante para algunas personas creer en una conspiración bien organizada de personas poderosas que son responsables de esos eventos”, comentó Lewandowsky.
Karen Douglas, profesora de psicología social de la Universidad de Kent, explicó a su vez a la cadena británica que “estas personas exageran las amenazas en comparación con los demás”, en parte porque utilizan una percepción inflada de las amenazas globales como un mecanismo de supervivencia.
Una serie de estudios en los cuales ha participado Douglas han encontrado que las teorías conspirativas ayudan a las personas a dar sentido al mundo cuando se sienten fuera de control, ansiosas o sin poder si sus necesidades se ven amenazadas.
No obstante, las mismas investigaciones han encontrado que estas creencias no ayudan con la ansiedad, e incluso pueden hacer que las personas se sientan menos controladas, más inseguras, impotentes y desilusionadas. Paradójicamente, esto ocasiona que continúen creyendo en estas teorías.
Una investigación recientemente publicada por Douglas encontró que la educación también puede jugar un papel en las creencias. Según se explica, los individuos que crecieron inseguramente unidos a sus padres, donde experimentaron una relación negativa con uno o ambos, también parecen ser más propensos a apoyar las teorías de conspiración.
Si bien, creer en si el hombre llegó o no a la Luna o si el “Rey del rock and roll” pasa su tiempo sin la presión de la fama es inofensivo, no lo es así el pensar que el cambio climático es un fraude perpetuado por razones financieras e ideológicas o que detrás de las vacunas en realidad hay un tipo de control gubernamental, incluso la desconfianza hacia el gobierno tiene sus consecuencias. En el primer caso se pierde la conciencia de un daño ambiental, en el segundo se pueden propagar enfermedades letales y en el último, las personas simplemente pueden optar por no votar.
“Todos compartimos un solo mundo, y las consecuencias de lo que decidimos desde una perspectiva de política o ética nos afectan a todos. Si ni siquiera podemos ponernos de acuerdo sobre ciencia básica, cosas que ni siquiera deberían ser controvertidas, [tendremos] serios problemas para tomar decisiones”, explicó al respecto el físico David Grimes, de la Universidad de Queen, Belfast.
Ante esta situación los expertos piden no creer todo lo que se lee y escucha, ni en que la verdad está allá afuera.