El sueño imposible de derrotar al maldito cáncer está más cerca que nunca y sin embargo aún pueden pasar décadas antes de que el ser humano encuentre el tratamiento definitivo para acabar con una enfermedad que siega la vida de millones de personas cada año en todo el mundo. ¿Quién no tiene un familiar muerto prematuramente por algún tipo de cáncer? ¿Quién no ha sentido la impotencia de no poder hacer nada por un amigo fatalmente tocado por un tumor incurable? Eduardo López Collazo, director del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario La Paz de Madrid (IdiPAZ), dirige esta desigual batalla que el ser humano lleva perdiendo durante siglos. Elegido uno de los cincuenta homosexuales más influyentes de España, tras el bisturí de López Collazo hay un gigantesco equipo formado por 1,500 investigadores que se devanan los sesos cada día para descubrir el antídoto definitivo a esa palabra que nos provoca escalofríos. “¿Que si encontraremos algún día una cura? Por supuesto que sí. Si tuviéramos una máquina del tiempo y pudiéramos viajar al siglo XIX, a la época del Romanticismo, no nos creerían si les dijéramos que hoy podemos curar enfermedades como la sífilis con el tratamiento adecuado. Lo curaremos, aunque en el futuro aparecerán otras enfermedades, fundamentalmente porque las sociedades modernas van aumentando su esperanza de vida y la muerte nos llega de forma mucho más tardía”, asegura. Células madre, investigaciones con inmunoterapia, nuevos y sofisticados aparatos y medicamentos cada vez más eficaces han abierto en los últimos años una puerta a la esperanza para muchos enfermos que esperan esa ansiada noticia que puede producirse en cualquier momento: la curación total de la peor enfermedad de nuestro tiempo.
—Dirigir el IdiPAZ debe ser algo así como llevar la Nasa de la medicina española…
—Sí, la verdad es que es una de las pocas ideas que se copian de Estados Unidos que son buenas. Hasta hace bien poco en España se investigaba por separado, por un lado la medicina se dedicaba a los ensayos clínicos y a ensayar directamente las drogas y los tratamientos en los humanos y por otra parte estaba la investigación que buscaba qué drogas hay que utilizar. Y cuando digo drogas me refiero también a sustancias o medicinas. Todo esto se hacía por separado por lo que entre que se hacía el descubrimiento y el tratamiento llegaba al hospital pasaba mucho tiempo. La idea americana es incluirlo todo junto, es decir, hacer que la investigación se haga dentro de un hospital. Y esto es lo que hemos copiado ahora en España. Se han creado veintiocho institutos de investigación sanitaria pura y dura, dentro de los hospitales, y yo dirijo el Idipaz, que es el segundo del país en importancia y el primero de la Comunidad de Madrid.
—Mil quinientos investigadores a tu cargo, toda una responsabilidad…
—Bueno, no atiendo a cada uno de ellos diariamente, pero con lo que sí tengo que lidiar es con los egos de cada uno. A veces pensamos que la ciencia y el arte son cosas muy diferentes, pero no, no se diferencian demasiado, científicos y artistas somos creadores, y los creadores tenemos un ego que no te puedes ni figurar. Imagínate lidiar con mil quinientos egos. Realmente mi misión consiste en diseñar la estrategia científica global de todo el instituto, por supuesto no de cada uno de los investigadores que lo integran, y a la vez dirijo un grupo directamente, que es donde va mi investigación. Tengo por tanto dos áreas de trabajo: por una parte la del científico puro, donde tengo a mi cargo unos quince investigadores, que para los estándares españoles es un grupo muy grande y con el que hago mi aportación a la ciencia, y por otra como gestor, diseñando a nivel global toda la estrategia científica del instituto.
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—¿Y a qué se dedica tu grupo?
—Fundamentalmente a la investigación sobre defensas humanas, a hacer que esas defensas nos sigan defendiendo. Los humanos no deberíamos infectarnos con bacterias, no deberíamos tener cáncer, no deberíamos sufrir nada de eso. Sin embargo, eso pasa y los hospitales están llenos de personas con ese tipo de enfermedades. Nuestro punto de vista es: si sabemos cómo es que fallan y por qué fallan las defensas, nuestros antidisturbios, nuestros policías, entonces vamos a saber qué estrategias seguir para que no fallen, para poder corregirlo. Y ahí fundamentalmente trabajamos en dos líneas de investigación que son las sepsis o infecciones, y las metástasis, que es la culminación del cáncer, para lo cual todavía no hay ni un solo tipo de tratamiento.
—¿Y existen esperanzas de encontrar algún tratamiento experimental avanzado a corto plazo?
—Vamos detrás de lo que se llama la inmunoterapia. En 2005 publicamos un artículo muy importante que fue muy mediático y ahora todo el mundo quiere estar en ese barco, ya que todo parece indicar que el avance en la lucha contra el cáncer va a ser utilizar a nuestro favor nuestro sistema inmunológico, la inmunoterapia, nuestras defensas. Nosotros estamos centrados en tratar de explicar qué es la metástasis utilizando el sistema inmune. Por tanto, cuando uno explica algo perfectamente, inmediatamente va a poder saber cómo atacarlo. Es decir, para atacar al enemigo primero hay que conocerlo, conocer su punto flaco. Y en eso es en lo que estamos trabajando.
—¿Conseguiremos encontrar una cura definitiva para el cáncer algún día?
—Por supuesto que sí, si tuviéramos una máquina del tiempo y viajáramos al siglo XIX, a la época del Romanticismo, no nos creerían si les dijéramos que hoy podemos curar enfermedades como la sífilis con el tratamiento adecuado. Por supuesto que sí, aunque aparecerán en el futuro otras enfermedades, fundamentalmente porque las sociedades modernas van aumentando su esperanza de vida, la muerte nos llega de forma mucho más tardía, y entonces aparecen enfermedades que antes no se conocían o no eran prevalentes porque la humanidad no era tan longeva y no llegábamos a vivir los años que vivimos ahora. Por lo tanto aparecerán otras enfermedades y tendremos que luchar contra ellas. Pues con el cáncer sucederá lo mismo: esto también pasará.
—¿Qué te empujó a dedicar tu vida a la lucha contra esta lacra? ¿Hubo algo que te llevó a tomar esa decisión?
—Mi vocación siempre fue la ciencia desde que nací, eso lo llevo en mi ADN, en mi genética. ¿Por qué me dedico justamente a la lucha contra el cáncer? Realmente la decisión la tomé tras responder a una pregunta, fue un proceso intelectual que me llevó a decir: no me creo cómo se explican ciertos mecanismos que desencadenan algunas enfermedades, entre ellas la metástasis. No me lo creo. No me parece posible. Por lo tanto, si no me parece posible una cosa trato de darle otra explicación. Por ahí me vino la decisión. Por supuesto que he tenido gente cercana a mí que ha muerto a causa de esta terrible enfermedad y quedaría muy poético decir que verlos fallecer me empujó a la investigación. Normalmente la prensa busca ese tipo de poesía en las vidas de los científicos, que está muy bien, pero sinceramente no fue así en mi caso. Lo mío fue un interés por luchar, por conocer algo, que por supuesto es una faceta hermosa de la investigación porque si conseguimos esclarecerla vamos a poder resolver un problema grave en nuestra sociedad. Pero honestamente no puedo decir que estoy aquí porque se me ha muerto un ser querido de cáncer. No.
—A menudo se habla de las células madre como la gran panacea que curará el cáncer, ¿confías en que así sea?
—Pues fíjate que yo siempre fui escéptico con respecto a que fueran la panacea, siempre he creído que no existen las “balas mágicas” para acabar con una enfermedad como ésta, sino que esas balas mágicas serían más bien un compendio de artillería. Las células madre, que son un descubrimiento hermoso de la ciencia, no son una verdad absoluta, sino algo que va cambiando con el tiempo, y en el que se van sumando experiencias. Lo que hoy pensamos que es cierto sobre ellas, mañana puede perfectamente no ser cierto y no debemos tener ningún problema en desdecirnos. Yo era de los que no pensaba que las células madre iban a ser algo interesante en los próximos años y hoy me he tenido que morder la lengua porque les estamos dando muchísimo protagonismo. Las células madre son muy resistentes, posiblemente sean las células que den ese pistoletazo de salida, no solamente para que se produzca el cáncer como tal y se desarrolle sino que también en las etapas más tardías, cuando se produce la metástasis, cuando el cáncer ya se extiende por todo el cuerpo, juegan un papel muy importante.
—¿Cómo defines tú el cáncer?
—El cáncer es una aberración. Las células que componen nuestro cuerpo se tienen que dividir para reproducirse. De una sola salen dos, de dos salen cuatro y así. Pero ese proceso debe ser controlado. Hay momentos determinados en que debido a una mutación genética, o debido a influencias o reacciones o efectos externos como el humo del tabaco o cualquier otra sustancia que sea cancerígena, ese control en la división celular se pierde, se traspasa lo que llamamos el check point, y las células empiezan a dividirse erróneamente, sin ningún tipo de control. Normalmente nuestras defensas reconocen ese momento y eliminan esas células. Ahora mismo en que tú y yo estamos hablando se están produciendo muchos fenómenos de ese tipo y nuestro sistema inmune lo está parando, lo está frenando, y está matando esas células que se reproducen descontroladamente y no pasa nada. Pero en algunos casos ese sistema inmune, esas defensas de nuestro organismo fallan y entonces se descontrola el proceso, nuestro sistema inmune no puede atacarlo y es el momento en que aparece el cáncer. Procesos cancerígenos va a haber muchísimos a lo largo de nuestra vida y afortunadamente para nosotros son muy pocos los que tienen éxito. Un crecimiento no controlado de algunas células de nuestro organismo y que el sistema inmune no logra detenerlo: eso sería en palabras sencillas el cáncer.
—De alguna manera esas células se resisten a morir y se reproducen descontroladamente, quizá para ser eternas…
—Pues mira, es una buena forma de decirlo.
—Esas células erróneamente pretenden ser inmortales…
—Exacto, sí, sí, y además al resistirse a morir nos afectan porque cuando van proliferando descontroladamente empiezan a perder funciones: por ejemplo, las células del hígado empiezan a crecer y dejan de tener las funciones que son necesarias para que funcione ese hígado, y por supuesto comprometiendo incluso la vida del organismo.
—Existe la creencia bastante extendida, en la calle, de que ahora hay más casos de cáncer que antes, que nuestros abuelos no tenían este problema que nosotros tenemos por la contaminación, la comida, el estrés, por nuestro modo de vida en general, ¿es cierto eso?
—Es un compendio de todo. Por una parte está el hecho de que cada vez hay mejores técnicas de diagnóstico, se detecta antes el cáncer, y se detectan más casos porque las tecnologías que tenemos ahora son muy finas. Por tanto logramos ver más tumores de los que antes veíamos. Probablemente hace diez o veinte años se nos escapaban muchos casos en la detección precoz del cáncer. Por otra parte no podemos dejar de tener en cuenta que la población es más longeva, y por tanto aparecen muchas más enfermedades que son propias de la vejez. Y en tercer lugar, tampoco voy a decir que no, hoy nos movemos en un ambiente mucho más hostil, pero en todos los sentidos, la atmósfera está mucho más contaminada y aunque en los últimos años hemos reducido los niveles de gases contaminantes mira lo que pasa ahora con Trump, que dice que va a dejar de hacerlo. Eso es verdad. Es cierto que hemos reducido el consumo de tabaco y de alimentos nocivos, pero los efectos persisten. Y hay una cuestión muy importante y es que estamos notando un aumento, y en esto no estamos tomando medidas ni poniendo ningún tipo de cortafuegos preventivo, del estrés. No solo el personal o laboral, sino que las nuevas tecnologías pueden estar perjudicando ese estrés. Ahora nos comunicamos mucho más. Antes escribíamos una carta y nos pensábamos mucho lo que íbamos a decir en ella, después teníamos que ir a comprar el sello, ir a correos para echarla, luego el destinatario la leía cuatro semanas después, respondía cuando podía. Ahora no. Ahora estamos pendientes de que tenemos que consultar el correo electrónico, tenemos que consultar el WhatsApp, tenemos que actualizar nuestro Facebook, el Twitter, y todo esto nos está llevando a un nivel de estrés al que antes no estábamos sometidos…
—Es decir, que el estrés tecnológico nos podría estar pasando factura, podría tener una incidencia en el desarrollo del cáncer…
—Vamos a ver, yo esto no lo diría en un congreso pero sí lo digo a nivel de especulación porque evidentemente el estrés es un factor con el que convivimos a lo largo del día, tenemos muchísimo estrés diario, tanto en nuestra vida personal como en nuestra vida profesional y todo eso afecta directa y proporcionalmente a la aparición de todo este tipo de enfermedades. Es verdad que todavía no tenemos estudios con datos fehacientes que digan que esto es así, porque evidentemente necesitamos tiempo para realizar esos estudios prospectivos. Llevamos poco tiempo trabajando con las nuevas tecnologías y tenemos que estudiar todo esto, pero podemos especular con que también podría estar afectándonos… Por tanto, primero tenemos mejores y más afinados métodos de diagnóstico para detectar el cáncer, en segundo lugar somos más longevos cada vez —aparecen enfermedades que antes no aparecían—, tercero el ambiente en que vivimos se ha enrarecido, es más hostil, y por último, una idea un poco especulativa, el estrés que tenemos no debe estar ayudándonos.
—En cualquier caso se deberían impulsar más estudios sobre este asunto…
—Y se hace, se hace, aunque lleva su tiempo, no son estudios que se puedan llevar a cabo de hoy para mañana.
—Y encima cada vez comemos peor. ¿Cómo valoras las recomendaciones de la OMS de no abusar de la carne roja?
—Siendo sincero, no he visto datos contundentes, si la OMS lo dice es porque existen estudios interesantes e importantes que van en ese sentido, pero yo particularmente no los he visto. Yo no soy de los que no comen carne roja, he ido evolucionando, creo que el ser humano terminará siendo vegetariano e incluso vegano, aunque hoy por hoy yo no lo soy. Realmente si miramos la historia de la humanidad vemos que primero hemos ido comiendo comida cruda, después cocinándola, más tarde refinándola e incluso haciendo deconstrucciones con ella. Yo creo que por una cuestión ética, y también de salud, probablemente tendamos a ello. Ahora, sobre tu pregunta sobre la carne roja, no me gusta especular con datos que no tengo en la mano.
—El azúcar, los sulfitos del pescado, cada día aparece un nuevo estudio y esto confunde al ciudadano…
—Creo que en eso influye mucho la prensa, no quiero ser descortés, pero de verdad que influye la prensa, buscáis siempre el titular impactante y por eso muchas veces la sociedad no cree en la ciencia. A veces, lo que hay son estudios que apuntan por dónde pueden ir las líneas de investigación pero el titular suele ser demasiado contundente, porque se supone que es lo que le interesa a la gente. Si el periodista busca ese titular impactante, la gente lo reclama y los científicos no sabemos expresarnos bien, todo eso se mete en una especie de coctelera y sale algo que no es del todo cierto. Por eso la noticia a veces confunde más que educa. Cuando se producen esos estudios científicos es que algún investigador lo vio, alguien vio que los sulfitos pueden estar provocando ese daño o que la carne roja puede tener esas consecuencias pero claro, no es definitivo, son investigaciones o recomendaciones. Es cierto que muchas cosas están haciendo daño a nuestra salud pero también tenemos que vivir; es cierto que el humo del tabaco es nocivo, pero tenemos que respirar. Entonces, tenemos que tener un cierto cuidado a la hora de comunicar estas cosas. Y ahí tenemos la culpa un poco todos, yo me incluyo también porque a veces los científicos no sabemos cómo trasladar de una manera más correcta, más clara, nuestras ideas, investigaciones y conclusiones a los periodistas y a la sociedad.
—La industria farmacéutica, ¿podría hacer más en la investigación para erradicar esta lacra o priman los intereses económicos?
—Con eso tenemos que tener también un cierto cuidado, no podemos ni endiosar ni satanizar a la industria farmacéutica. Como siempre tenemos un compendio de todo. Sin la industria no existirían los ensayos clínicos, ningún Gobierno te va a financiar completamente un ensayo que tenemos que probar en personas enfermas y que realmente cuesta una barbaridad de dinero. No hay otra manera de hacerlo si queremos llevar un tratamiento a buen fin. Tengamos en cuenta que solo un pequeño porcentaje de ensayos clínicos tiene éxito; es verdad que cuando aciertan ganan muchísimo dinero pero también lo pierden. Por tanto, no debemos demonizar a las farmacéuticas, que sin duda juegan un rol importante y créeme: yo no tengo nada que ver con las empresas del sector. Por tanto no podemos restarle importancia. Que hay intereses económicos por detrás, por supuesto que sí, somos humanos, todos tenemos algún tipo de interés, y el mundo se mueve por poder, por dinero o por amor. Evidentemente, hay un negocio detrás. Invierten muchísimo dinero en un medicamento que puede ser efectivo y con el que pueden ser líderes del sector y luego tienen que recuperar esa inversión vendiéndolo. Pero el sistema está creado de esa manera y es muy difícil no pasar por ahí porque simplemente, como digo, los gobiernos no van a subvencionar de manera pública todos los ensayos clínicos para buscar un tratamiento eficaz, algo que además sería imposible. ¿Que hay una historia oscura puntual detrás? Puede haberla porque somos humanos y tenemos esa doble cara, esa doble condición: somos muy buenos y muy malos al mismo tiempo. Por un lado descubrimos la energía nuclear y enseguida inventamos la bomba atómica. Eso es algo que está en la esencia humana. Pero yo ni endioso ni rebajo el papel de las farmacéuticas. Lo que es cierto es que cumplen un papel importantísimo porque investigan tratamientos que luego se comprueba que son eficaces contra las enfermedades.
—Y luego está la homeopatía, hay un boom, muchos enfermos de cáncer están recurriendo a estos tratamientos alternativos…
—Hasta ahora te habrás dado cuenta de que he sido políticamente correcto, cuando me preguntas por la industria farmacéutica tengo que decirte que ni es negro ni blanco, porque lo siento así, lo veo así y lo creo así, pero en cuanto a la homeopatía sí soy radicalmente opuesto. Y te explico por qué: cuando he hecho experimentos con mis propias manos, cuando he tratado de determinar el efecto de esas soluciones homeopáticas en modelos de enfermedades celulares, en el tratamiento de ciertas enfermedades como el cáncer, he visto que el efecto es cero. Nada. Absolutamente nada. Pero aparte de eso soy especialista en el tema, si vas a mi tesis doctoral sobre farmacia e inmunología verás que he estudiado los efectos de las microdosis en el sistema inmunitario, es decir cómo afectan pequeñas cantidades de una sustancia en nuestro cuerpo y nuestras defensas. Pero son microdosis, ¡no agua! Y no producen esos efectos tan bestiales que dicen como para curar el cáncer. Entonces dices: mira, no… Podemos hablar del efecto placebo pero nada… En eso y en el rechazo a las vacunas soy radicalmente contrario. Pero lo soy no solo por una cuestión científica sino por la diferencia que hay entre la ciencia y la religión o la superstición. Las creencias personales hay que respetarlas pero no son verdades universales. Una opinión no es una verdad universal. Una verdad universal lo es cuando se prueba. Nos estamos volviendo locos como esos padres que no vacunan a sus hijos por su rechazo a las vacunas. Hombre, todos los tratamientos tienen efectos secundarios en una porción pequeñísima de la población porque es así y porque siempre ha sido así. Lo que produce una enfermedad es no vacunar al niño y hacer que una enfermedad que ya ha sido erradicada vuelva de nuevo. Lo que no cura es el agua. El agua no cura. Por eso cuando escucho que una persona se ha puesto en manos de alguien que le ofrece un tratamiento de homeopatía contra el cáncer pues no. Lo siento, ojalá fuera cierto. Yo lo probé en los laboratorios y no funcionó.
—Has advertido en numerosas ocasiones de que sin investigación España nunca será un país avanzado. ¿Tan mal estamos?
—A los latinos siempre se nos atribuye una gran creatividad pero sin embargo no logramos aprovecharla, ser sistemáticos. Entonces siempre culpamos al Gobierno de que no se preocupa de la ciencia, pero yo no creo que sea un problema del Gobierno como tal. Es un problema de la sociedad en general. El Gobierno es un espejo social, una parte de la sociedad que sale de nosotros. Si a la sociedad no le interesa la ciencia, es complicado. Dicho lo cual, la situación es patética: hay muchas fugas de cerebros, no se aprovecha el talento que hay y no se mantienen los programas científicos.
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Esta entrevista se publica en paralelo en la revista Gurb con autorización del autor y director de esa publicación.