Cada día aumentan las probabilidades de una guerra catastrófica con la Península de Corea. La presidencia Trump está decidida a impedir que Corea del Norte amenace a Estados Unidos con armas nucleares. Y estando a punto de alcanzar, justamente, ese objetivo, el líder supremo Kim Jong Un no está de ánimos para ceder a las presiones estadounidenses y detener –mucho menos, echar atrás- su programa armamentista. Ningún bando hace concesiones para aliviar la tensión, y Washington ha anunciado que está agotándose el tiempo para las opciones no militares que pondrían fin al impasse.
Las consecuencias de un conflicto serían devastadoras. Según cálculos conservadores, hasta 300,000 personas morirían en los primeros días de la guerra. A esto seguirían millones de refugiados, una crisis humanitaria generalizada y al menos, billones de dólares en costos de reconstrucción. Y por si eso no bastara, es muy improbable que los soldados de Estados Unidos y Corea del Sur sean las únicas fuerzas extranjeras en territorio norcoreano.
China no iniciará un conflicto con Corea del Norte, aunque de persistir la inestabilidad o estallar la guerra, tampoco se quedará de brazos cruzados. Con mucho en juego, sus crecientes ambiciones y un ejército cada vez más capaz, es muy factible que China enviara decenas de miles de policías y soldados a Corea del Norte, una eventualidad para la que Estados Unidos, simplemente, no se encuentra preparado en estos momentos. A fin de evitar un enfrentamiento militar involuntario con China y proteger los intereses asiáticos a largo plazo de Estados Unidos, la presidencia Trump debiera desarrollar, urgentemente, un plan postconflicto que refleje su objetivo final para la Península de Corea.
Un cohete no identificado es exhibido durante un desfile militar que marcó el 105 aniversario del natalicio del difunto líder norcoreano, Kim Il-Sung, en Pyongyang, en abril. GETTY
A pesar del tratado de defensa de 1961, China no intervendrá en Corea del Norte en una acción altruista. Las relaciones entre Beijing y Pyongyang se han deteriorado rápidamente en los últimos años: Kim aún no se ha reunido con el presidente chino Xi Jinping; el régimen ha purgado a funcionarios de alto rango vinculados estrechamente con Beijing; y Corea del Norte ha rechazado los recientes intentos chinos para resucitar los nexos bilaterales.
La intervención de China tendría, al menos, tres objetivos. Primero: gestionar el flujo de refugiados. De hecho, hay informes verosímiles de que el gobierno chino ya está construyendo campamentos para refugiados en la provincia de Jilin, justo al otro lado de la frontera. Segundo: el Ejército Popular de Liberación intentaría asegurar las principales instalaciones nucleares y de misiles. En este esfuerzo, Estados Unidos y China tienen el interés común de evitar que las mortíferas armas norcoreanas desaparezcan o caigan en las manos equivocadas.
Tercero –y lo más perturbador para Estados Unidos-, es muy probable que China estableciera una presencia militar de gran escala para maximizar su influencia en las negociaciones posteriores sobre el futuro político y militar de la Península de Corea. Y, como ha demostrado Rusia en el caso de Siria, las fuerzas en el terreno ejercen un control considerable sobre el futuro político.
La intervención militar china es casi inevitable y tiene implicaciones importantes para la estrategia de Estados Unidos. Por ello, es imperativo que la presidencia Trump haga todo lo posible para iniciar conversaciones con China respecto de lo que cada bando pretende hacer para responder al caos y a la inestabilidad posteriores al conflicto. Una planificación conjunta es ir demasiado lejos, pero los canales de comunicación dedicados pueden, como mínimo, resolver conflictos en cuanto a las operaciones de la otra parte. Un objetivo más ambicioso sería, por ejemplo, llegar a un acuerdo sobre la división de trabajos para asegurar los materiales nucleares.
Rex Tillerson, el secretario de Estado, ha sugerido que ya comenzaron dichas conversaciones con Beijing; sin embargo, según todas las fuentes, hasta ahora son preliminares e insuficientes. China siempre se ha resistido a las negociaciones de contingencia, sobre todo porque podrían señalar su disposición a precipitar la caída de Pyongyang. Corea del Norte es el tema de política exterior debatido más vehementemente en Beijing y –en marcado contraste con asuntos como Taiwán y el Mar de la China Meridional- los líderes han tomado la decisión de permitir que académicos, grupos de expertos y hasta funcionarios gubernamentales propongan estrategias nuevas y diferentes. Con más éxito del que se creyó posible en años recientes, la presidencia Trump ha recurrido a la presión y a la diplomacia para hacer que Beijing suscribiera sanciones más estrictas contra Corea del Norte. Otro esfuerzo concertado de esa naturaleza para lograr un plan de contingencia podría producir resultados positivos.
No obstante, Washington tiene que ponerse a trabajar primero. Excepto por las tareas militares básicas, hay pocos indicios de que la administración Trump esté preparada para los enormes desafíos humanitarios y económicos que, casi sin duda, seguirán inmediatamente a la guerra inicial. En ausencia de un plan –por no hablar de uno que pueda coordinarse con Beijing-, aumenta el riesgo de que las fuerzas estadounidenses y chinas terminen en una proximidad peligrosa, e ignorando sus intenciones mutuas.
Algo más fundamental, y quizás sorprendente, es que el gobierno de Estados Unidos sigue sin consolidar su visión a largo plazo para la península, incluyendo el futuro de la alianza con Corea del Sur y la disposición de las fuerzas de avanzada estadounidenses. Si la presidencia Trump no actúa pronto para remediar este déficit, Washington tendría poco tiempo para redactar propuestas que protejan los intereses estadounidenses a largo plazo y, lo más crítico, coordinarse con Corea del Sur. Entre tanto, China aprovecharía su influencia y la ventaja del primer actor para prevenir la mayoría –si no es que todos- los elementos más onerosos del peor resultado para Beijing: una Corea unificada, gobernada desde Seúl, aliada con Estados Unidos, posicionando efectivos estadounidenses, y en posesión de armas nucleares.
Estados Unidos no podrá impedir que el ejército chino entre en Corea del Norte, y tampoco debe intentarlo. Pero con suficiente planificación anticipada, la cual debe iniciar de inmediato, Washington puede disminuir el riesgo de un conflicto involuntario con China, y limitar la capacidad de Beijing para dictar las condiciones del papel futuro de Estados Unidos en el noreste de Asia. En este caso, la incapacidad para prepararse realmente, es prepararse para el fracaso.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek