LILIA ESTRADA
Pulseras, collares, ropa típica, peines y palas de madera,
todo se puede encontrar en las calles del Centro Histórico de Oaxaca, incluso
niños vendiendo dulces y cigarros para “sacar” lo del día, “siquiera para comer
hoy”, dicen ellos.
Desde muy temprano, en las principales calles céntricas de
la ciudad de Oaxaca se pueden observar niños desde los 8 años hasta personas
mayores, quienes con su andar cansado buscan la manera de poder tener un
sustento.
Estos vendedores caminan principalmente sobre el andador
turístico y el zócalo, que es en donde se establecen la mayor parte del día.
Calles como Bustamante, Valerio Trujano, Independencia, Armenta y López y
García Vigil, son también algunas de las vialidades más transitadas por estos
ambulantes.
En el zócalo oaxaqueño, la mayoría se acerca a los
comensales de los restaurantes ubicados en los portales, quienes generalmente
reaccionan con desagrado y muy pocas veces les llegan a comprar sus productos;
incluso son expuestos a humillaciones y malos tratos.
Al menos un centenar de niños vendedores ambulantes se confunden
entre los desplazados de la agencia Vicente Guerrero, perteneciente al
municipio de Zaachila, quienes llevan 5 meses viviendo frente al Palacio de
Gobierno.
Son aproximadamente 35 infantes quienes se dedican a la
venta de dulces y cigarros; 30 señoras, de blusas bordadas; 15 jovencitas, de
pulseras y collares, así como 10 niños boleros, que pasan rápidamente para no
ser sorprendidos tanto por los inspectores como por los boleros que sí están
establecidos en la zona centro de la ciudad.
Dos jovencitas, de entre 13 y 14 años aproximadamente,
quienes ofrecen sus pulseras y al mismo tiempo le dan de comer a un bebé, son
ignoradas una y otra vez por los transeúntes.
Con un rebozo en la espalda cargando a su hermanito, una
pequeña de 8 años ofrece dulces, chocolates y cigarros, mientras todos la
observan y nadie le compra nada; frente a ella, la madre ofrece blusas bordadas
a las mujeres que transitan por ahí.
Los vendedores ambulantes siempre están en “alerta” y
cuidándose de los inspectores debido a que no cuentan con los premisos
correspondientes y son obligados a retirarse.
Fatigados por tanto cargar su mercancía, un grupo de niños
se sienta a un lado del campamento de los maestros y platica en dialecto; de
repente, una que otra carcajada hace que olviden su dura realidad, pero después
de descansar un rato, deben seguir trabajando.
Una señora va empujando su carrito de helados con el fuerte
sol de mediodía y ofrece a todos los niños que pasan, pero aun así no ha
vendido mucho.
Así es la imagen de todos los días, mujeres, niñas, niños y
adultos, deambulando en las calles para poder ganar unos cuantos pesos y al
menos tengan comida para ese día.
Pueden pasar horas y a veces no venden nada; al caer la
noche sus caras reflejan angustia y cansancio y se preguntan si mañana les irá
un poco mejor.
Así es como pasan los días y muchos también las noches,
sobre todo jueves, viernes y sábado, que es cuando más venta de cigarros hay,
refieren los niños cigarreros, quienes a pesar de su edad entran a los bares
donde se les permite la entrada y donde están expuestos a la delincuencia que
se vive en el estado.