LILIA ESTRADA
De acuerdo con los datos de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL), 14 millones 940 mil mexicanos viven en la
indigencia. Sólo en el estado de Oaxaca esta problemática ha ido al alza en el
último año y, aún sin tener cifra exacta, los indigentes son vistos por las
calles de la ciudad capital cada vez con mayor frecuencia.
La Central de Abastos y el Centro Histórico son los lugares
donde se puede observar mayor presencia de indigentes, muchos de ellos
alcohólicos, drogadictos y con diversas enfermedades, quienes piden limosna a
los transeúntes, pero estos prefieren ignorarlos y hacerse a un lado ante el
temor de ser agredidos.
Debido a que carecen de un hogar y viven bajo condiciones
insalubres, estas personas tienden a desarrollar algunos trastornos emocionales
o psicológicos que son propios de la carencia de cierta red de apoyo.
Ana pertenece a este grupo de la población. Tiene 58 años y
lleva 4 años viviendo en Oaxaca. Ella duerme en una banca del parque “Los
Pintores”, frente a la Iglesia de Sangre de Cristo, en pleno Centro Histórico.
Lleva 3 cobijas encima, un gorro y, a su lado, un carrito del supermercado
color naranja, donde guarda basura y otras cobijas.
Diariamente, Ana barre el patio de la Iglesia a cambio de
comida, la cual –dice– nunca se la han negado desde que llegó a Oaxaca.
Su memoria abarca desde que tenía 20 años hasta la
actualidad. Cuenta que es originaria de Michoacán y que la relación con su mamá
era muy cercana hasta que murió de cáncer.
“Ya los últimos días de mi mamá veía cómo se le agrietaban
las piernas y la pipí le salía por las grietas; le dolía mucho y le ardía, así
como le arde a uno cuando hace del baño”, dice.
Recuerda que se casó aproximadamente a los 30 años, cuando
su mamá ya había fallecido y, como no se llevaba bien con su papá, se fue con
su esposo a la ciudad de México porque él era de ahí.
Detalla que vivió muchos años con su esposo y que los dos
tenían un buen trabajo, pero que nunca tuvieron hijos.
“Mi esposo se murió de cáncer en el estómago y desde que
murió decidí venirme para acá”, relata con las lágrimas en sus ojos. “Él era mi
vida, lo extraño mucho, no extraño ni a mi mamá, ni a mi papá, ni a mis
hermanos, sólo lo extraño a él”, dice mientras limpia con un pedazo de papel
sus pies ensangrentados.
Al preguntarle si se había lastimado, ella solo atina a
decir que tal vez tenía la misma enfermedad que le dio a su mamá, pero no le da
importancia y dice que sólo es cuestión de limpiarlos.
“Desde que llegué a Oaxaca hace 4 años siempre me he quedado
aquí porque aquí trabajo; me pagan 20 pesos diarios por barrer este pedazo de
calle y en la iglesia barro el patio porque ahí me dan comida; ahí no les cobro
nada porque es como pagarles que ellos me dan comida a mí. No me dejan entrar
por lo que siempre ando con mi carrito, pero no es por otra cosa, ahí me sacan
mi plato de comida, es muy sabrosa”, asegura mientras acomoda su carrito de
supermercado que –dice– se lo regaló un amigo.
Ana relata que sólo tiene a un amigo con el que se vino de
la ciudad de México y que juntos empezaron a levantar botellas de plástico
entre la basura para venderlas y tener un poco de dinero. Menciona que a veces
la invitaban a quedarse en una casa en Etla, pero como “está tan lejos”
prefiere quedarse en el parque, “aquí duermo no le hago daño a nadie”.
Al plantearle si alguna vez se ha encontrado en una
situación de peligro debido a sus condiciones de vida, Ana responde: “cuando
los hombres me quieren hacer algo, Dios me protege y los paraliza, no se pueden
mover y es cuando yo me quito de ahí y ya no me hacen nada, tampoco el sexo.
Dios me cuida, yo no tengo Sida” y agrega que recientemente quisieron hacerle
una prueba de VIH/Sida, pero que con sólo verla le dijeron que no tenía nada,
según cuenta.
“A pesar de que estoy sola, yo no estoy enferma de sexo; tan
bonito es tener su conciencia tranquila, yo me siento orgullosa porque estoy
guardando los mandamientos de Dios, no debe uno acostarse con varios hombres,
sólo con su marido, porque si no viene el castigo de Dios, el Sida”, refiere
mientras se muerde las uñas al ver a dos policías que se encontraban a escasos
metros de la banca.
Al pedirle una foto, Ana inmediatamente ríe y asegura estar
“muy desarreglada” y que no le gusta salir así en las fotos, “cuando me
arreglo, me veo muy bonita, pero ahorita mejor que ni salga mi cara” y cuenta
que muchas veces la han invitado a comer “a esos restaurantes lujosos que están
allá abajo”, refiriéndose al zócalo de la ciudad.
Con un suspiro y antes de continuar limpiando sus pies, Ana
dice: “A veces me baño, casi no porque hace frío, pero cuando tengo oportunidad
me baño, y cuando no como es porque no tengo hambre, no porque no tenga qué
comer; yo vine a Oaxaca buscando un buen trabajo y ahora lo tengo, soy muy
buena trabajando, me gusta mi trabajo, es muy bueno barrer”.
Como Ana, muchas personas viven en las mismas condiciones y,
pese a que no existe un censo en el estado, por las calles del centro de la
ciudad de Oaxaca es notoria la presencia de indigentes.
Ante las bajas temperaturas, el municipio de Oaxaca de
Juárez mantiene abiertos los albergues instalados en la temporada de lluvias,
donde se invita a los indigentes a resguardarse durante el invierno.
A pesar de eso, en Oaxaca no se cuenta con una estrategia
para disminuir dicha situación ni tampoco para evaluar el estado mental de los
indigentes debido a la desidia de las instituciones gubernamentales.