Los escándalos de la Casa Blanca tienden a convertir perfectos desconocidos en infortunadas celebridades. Eso sucedió hace 45 años, en octubre, cuando The Washington Post reveló que Donald Segretti era una pieza importante en un programa de trucos sucios con el que la Casa Blanca pretendía destruir a Ed Muskie, senador por Maine y el principal candidato demócrata a la presidencia. El presunto papel de Segretti daba un contexto nuevo y sorprendente a lo que llegó a conocerse como el escándalo Watergate, y demostraba que el allanamiento de la sede del Comité Nacional Demócrata fue parte de una amplia campaña de vigilancia y sabotaje contra los objetivos de la “lista de enemigos” del presidente Richard Nixon, la cual incluía desde reporteros hasta comités liberales de expertos, y funcionarios gubernamentales disidentes como Daniel Ellsberg, el responsable de filtrar los llamados “papeles del Pentágono”.
Ahora llega el turno a George Papadopoulos, otro donnadie cuyo nombre pronto quedará inmortalizado en una tarjeta de Trivial Pursuit sobre escándalos políticos. Según la acusación de gran jurado que el asesor especial, Robert Mueller, leyó el 30 de octubre, el treintañero fue otro facilitador en la campaña del Kremlin para destruir a Hillary Clinton desde varios frentes. Alguna vez, Donald Trump describió a Papadopoulos, su exasesor en política exterior, como “un tipo excelente”, pero ahora lo descarta como “un voluntario de bajo nivel” y un “mentiroso”.
A juzgar por su declaración de culpabilidad, no es lo uno ni lo otro. Papadopoulos es el nombre más reciente en la creciente lista de asociados de Trump que se encuentran bajo el escrutinio del asesor especial. Una lista que incluye al expresidente de la campaña, Paul Manafort, y a su socio comercial, Rick Gates; al antiguo asesor de seguridad nacional de Trump, Michael Flynn; y al consultor petrolero y asesor en política exterior de Trump, Carter Page (quien, según el controvertido expediente compilado por el exagente de inteligencia británico Christopher Steele, se reunió con rusos allegados a Vladimir Putin). Page ha negado toda colusión con personajes del Kremlin y ha dicho que no teme nada de la investigación de Mueller. Manafort y Gates se declararon inocentes después de ser arrestados por lavado de dinero y otros cargos, pocas horas antes de leerse la acusación y el acuerdo de culpabilidad de Papadopoulos.
“Lo grande es el asunto de Papadopoulos”, me dijo Michael Hayden, exdirector de la CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional, horas después de la lectura de cargos contra Manafort y Gates, luego de dirigir el panel “Truth Teller in the Bunker” en Washington, D. C., donde hizo referencia a los medios y a las agencias de inteligencia que notificaron sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016.
Para Hayden, la acusación de Papadopoulos volvía a poner de relieve la impaciencia del equipo de Trump para coludirse con el Kremlin cuando sus emisarios llegaron con obsequios de la “basura” de Clinton. Durante el último año, Trump y sus asociados han descartado insistentemente dichas interacciones, argumentando que su incumplimiento para notificarlas se debió a una simple omisión. Antes de Papadopoulos, la acusación más perniciosa había sido el encuentro de 2016 entre Donald Trump Jr., Jared Kushner, Manafort y Natalia Veselnitskaya, una abogada relacionada con el Kremlin. La reunión se llevó a cabo después que un intermediario prometiera ciertos documentos a Trump hijo, asegurando que “incriminarían a Clinton y sus tratos con Rusia” (“Si es lo que dices” —respondió Trump Jr.— me encanta”). Al principio, Trump hijo negó un informe sobre la reunión, pero más tarde insistió en que “no proporcionaron y ni siquiera ofrecieron detalles o información de respaldo”.
¿TIENEN DERECHOS? Los miembros del equipo de Trump bajo
escrutinio por contactos con rusos incluyen al procurador general, Sessions,
Papadopoulos y Page. FOTOS: CHIP SOMODEVILLA/GETTY; E. K./THE NATIONAL
HERALD/KOSTA BEJ; MARK WILSON/GETTY
De igual manera, Jeff Sessions —quien fuera un importante asistente de la campaña de Trump y es el actual procurador general de Estados Unidos— compareció ante el Congreso en junio y declaró, bajo juramento, que “no tenía conocimiento” de alguna conversación por parte de alguien vinculado con el equipo de Trump sobre “algún tipo de interferencia [rusa] con alguna campaña”. Sin embargo, poco después, The Washington Post informó que Sessions no había revelado que tuvo dos contactos con el embajador ruso Sergey Kislyak durante la competencia presidencial. Cuatro días después de darse a conocer el acuerdo de culpabilidad de Papadopoulos, NBC informó que Sessions y Trump habían escuchado una propuesta del joven asesor en política exterior durante marzo de 2016, y que Papadopoulos sugirió recurrir a sus “contactos rusos” personales para organizar un encuentro entre el candidato republicano y Putin. Sessions “rechazó” la idea, según NBC, mientras que “Trump no aceptó y tampoco se negó”, informó CNN, citando a “una persona presente en la habitación” durante la reunión. Al preguntarle al respecto, el 3 de noviembre, mientras se disponía a emprender la visita de Estado por Asia, Trump respondió a los reporteros: “No recuerdo mucho” de aquella reunión, la cual calificó de “irrelevante”.
Tal vez Mueller tenga la oportunidad de refrescar la memoria del presidente. Cuenta con las declaraciones juramentadas de Papadopoulos, en las cuales afirma que un funcionario de la campaña de Trump lo alentó a buscar “basura” rusa. La acusación contra Papadopoulos no mencionaba el nombre de ese individuo, pero The Washington Post pronto lo identificó como Sam Clovis, un exlocutor de la radio conservadora y copresidente de la campaña de 2016 de Trump. Autoproclamado “experto en Rusia mientras prestó servicio en el Ejército de Estados Unidos en el Pentágono”, Clovis retiró su candidatura para ocupar un alto puesto en el Departamento de Agricultura después de que trascendieron sus conversaciones con Papadopoulos.
En vez de reconocer los ofrecimientos rusos como una clásica estratagema de la inteligencia enemiga —y llamar al FBI—, los esbirros de Trump acogieron a los presuntos agentes del Kremlin en su círculo de íntimos. “No podían ser más estúpidos”, dice Hayden acerca de las acciones de la campaña.
Exagente de la KGB, Putin logró una gran victoria al obtener acceso al equipo de Trump, asegura Jason Matthews, exagente de la CIA que sirvió en Moscú y lidió con sus agentes secretos durante décadas. “Igual que la reunión con Donald Trump Jr. y la abogada rusa, el objetivo de esos encuentros era establecer contacto”, explica en un correo electrónico. “Por supuesto, había un elemento de señuelo” —los rusos ofrecieron a Papadopoulos “miles” de correos electrónicos de Clinton—, “pero las expectativas del Kremlin en cuanto a esos encuentros eran mesuradas. Solo querían evaluar a los tipos jóvenes e inexpertos como los chicos Trump, Jared Kushner y Papadopoulos. El nombre del juego era evaluar y buscar una entrada”.
Matthews, hoy convertido en escritor de novelas de espionaje, afirma que los rusos no esperaban dañar tanto a Clinton para cambiar la elección a favor de Trump. “Solo pretendían poner porquería en la leche” consiguiendo audiencias privadas con asociados del magnate neoyorquino de bienes raíces. Para los rusos, aquella jugada resultó mucho mejor que sus reuniones discretas con el equipo de Trump, que omitió notificarlas en los formularios de seguridad, los cuales fueron filtrados a la prensa. Ciberpiratas rusos robaron correos electrónicos que revelan a un Comité Nacional Demócrata —supuestamente neutral— favoreciendo a Clinton sobre el senador Bernie Sanders. Dichos correos fueron publicados por WikiLeaks, lo que acrecentó la desilusión con la política estadounidense. Informes de agentes del Kremlin que recurrían a plataformas como Facebook para influir en la opinión de los votantes de Michigan, Wisconsin y otros estados añadieron otra capa de desconfianza en el sistema. Y ahora emergen pruebas de que la manipulación del Kremlin en Facebook, Twitter y otros medios sociales fue mucho más extensa de lo que se creía.
“Es el mayor programa de influencia encubierta en la historia”, aseguró Hayden. “Si su objetivo era volver más disfuncional nuestra sociedad, explotar la disfunción de la sociedad estadounidense, lo consiguieron”. Si su objetivo era “fomentar la idea de que, fundamentalmente, no hay diferencias entre su sistema y el nuestro, lo consiguieron”.
Sin embargo, la campaña de influencia de Putin fracasó en otros sentidos, añadió Hayden. “Si el propósito era poner en el puesto a alguien que mejorara las relaciones entre nosotros y Moscú, eso fue un desastre”. El escándalo no solo impidió que Trump alcanzara su deseo manifiesto de estrechar relaciones con Moscú, sino que también instó al Congreso a aprobar más sanciones contra Rusia y algunos de sus funcionarios y empresarios más importantes. Desde esa perspectiva, el triunfo de Putin resulta contraproducente, afirma Nina Khrushcheva, profesora de relaciones internacionales en New School, en Nueva York, y bisnieta del exdirigente soviético Nikita Khrushchev. “De hecho, no estoy segura de que sea un gran ganador; tal vez lo es de una pequeña manera táctica —dice—. Era el sueño de todos los soviéticos que lo precedieron: avergonzar y socavar a Estados Unidos, así que dejó claro su propósito”.
Para Putin y su círculo, “la relación de Rusia con Occidente es un juego de suma cero”, comentó el periodista ruso Leonid Bershidsky, a principios de este año. Si Estados Unidos va ganando, entonces Rusia debe ir perdiendo. Por ello, Putin ha tratado de desatar el caos político en Estados Unidos con diversas estrategias, que abarcan desde comprometer a los asistentes de Trump mediante reuniones con el Kremlin hasta inundar Facebook y Twitter con noticias falsas para atizar las divisiones raciales.
Sin embargo, Khrushcheva asegura que terminará por arrepentirse. “Necesita el poder de Estados Unidos. Necesita cooperación en muchas áreas, en todo el mundo”, asegura. “Es imposible que [Putin] crea que acabar con Estados Unidos sea completamente bueno para él o para el mundo”.
Por eso Papadopoulos —egresado de la universidad en 2009, y cuyo currículo cita su participación en el Modelo de la ONU como experiencia en política exterior— podría representar una amenaza para Trump y Rusia. Su cooperación con los federales (tal vez durante varios meses) dio a Mueller una vía de acceso hacia mucho de lo que Trump y sus asesores estuvieron diciendo y haciendo, en privado, sobre los rusos.
SUBE POR LA ESCALERA: Segretti fue clave para descubrir el
escándalo Watergate; Gates fue acusado con Manafort por lavado de dinero. FOTOS:
AFP/AFP/GETTY; CHIP SOMODEVILLA/GETTY
Y ya ha surgido un indicio de esas conversaciones: en un correo electrónico que Papadopoulos envió en julio a uno de sus contactos en el Kremlin, el cual Bloomberg Newsdescubrió en una declaración juramentada del FBI, respaldando las acusaciones contra el treintañero. Papadopoulos escribió que “nuestro bando ha aprobado” una reunión entre los rusos y “mi presidente nacional y, tal vez, algún otro asesor en política exterior”. Manafort no es identificado en el correo, pero, en esos días, era el presidente de la campaña nacional de Trump. Y los principales asesores en política exterior del candidato eran Sessions y Flynn, el exdirector de la Agencia de Inteligencia de la Defensa, quien había desarrollado nexos con el embajador moscovita en Estados Unidos y con el canal televisivo estatal Russia Today.
No queda claro si lo que relata Papadopoulos en ese correo era verídico, pero su cooperación con los federales parece echar por tierra más de un año de declaraciones de Trump, quien ha afirmado que “no tuve nada que ver con los rusos”.
“De hecho, cuando los libros de historia hablen de la investigación Trump-Rusia, es muy probable que el acuerdo de culpabilidad entre el asesor especial Robert Mueller y… Papadopoulos sea descrito como el momento crucial”, escribió Michael Cohen, columnista del Boston Globe. “Esta es la primera pieza de evidencia [oficial] que demuestra el esfuerzo continuo de la campaña de Trump para coludirse con el gobierno ruso”.
Hayden no deja de asombrarse por el descuido de los asociados de Trump para reunirse con agentes de una potencia hostil, y describe sus acciones como una “negligencia” de seguridad nacional. La colaboración de Papadopoulos con los emisarios del Kremlin fue “temeraria, en el mejor de los casos”, dice un exanalista ruso de la CIA, quien pidió el anonimato a cambio de abordar un tema tan delicado. Este actor, tan joven e inexperto, “no se percató del peligro potencial de la situación, tanto en el aspecto de contrainteligencia como en el sentido de la óptica política para Estados Unidos”, agregó el analista, estudiante veterano de las guerras de espionaje entre Moscú y Washington.
Al principio, Papadopoulos mintió al FBI sobre sus contactos rusos; otra decisión de aficionado que condujo a su imputación. Pero ahora que está hablando, es probable que no purgue una condena larga. En ese sentido, se parece mucho a Segretti, el embaucador de Nixon que terminó cumpliendo una sentencia de prisión de cuatro a seis meses tras declararse culpable de tres acusaciones por distribuir literatura de campaña ilegal.
A mediados de la década de 1990, el abogado Segretti se postuló para una magistratura en Orange County, California, hasta donde le acompañó su reputación de Watergate. “La respuesta a su candidatura fue tan negativa que decidió retirarse”, informó Los Angeles Times.
La gente “solo quería hablar de Nixon y Watergate”, dijo Segretti al diario.
Y es probable que lo mismo suceda a George Papadopoulos. Hace apenas tres semanas, estaba buscando “un editor prominente” en su página LinkedIn. Sin embargo, resultó que ya había contado su historia a los federales. ¿Un título posible para su libro? Papanatas.
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