Las negociaciones, iniciadas bajo el mandato de Benito Juárez, no solo prevalecen como ejemplo de una resolución apegada al derecho entre dos países con desigualdad abismal en términos de poder e influencia global, sino como el alumbramiento de un camino por el que podrían transitar el resto de las naciones latinoamericanas para resolver controversias de corte internacional. Fue el pequeño paso de un país que derivó en el gran salto de las relaciones exteriores.
“En los hechos se trata de una pequeña porción territorial que, sin embargo, encierra un gran poder simbólico”, resume Laura del Alizal, especialista en relaciones internacionales de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM Iztapalapa). “Tras ello inicia un clima de acuerdo, de armonía en las relaciones, que permitió que la política exterior, cuando en ese momento Estados Unidos se estaba proponiendo para América Latina, pudiera llevarse a cabo. México fue un país que colaboró con Estados Unidos para esta puesta en marcha de la Alianza para el Progreso”.
El momento en el que Díaz y Johnson tomaron la palabra en la inauguración de las obras que establecían el nuevo puerto de entrada entre uno y otro país tiene su momento legal cuatro años antes: el 29 de agosto de 1963, con la firma de la Convención entre México y Estados Unidos que marcó el final de la disputa. En los hechos se trataba de una aceptación a un laudo arbitral favorable a México, que databa de 1911. La visita de Estado efectuada por John F. Kennedy, en junio de 1962, había dado pie al presidente Adolfo López Mateos para recordarle los términos de aquel fallo. Kennedy procedió entonces a reconocerlo, interesado como estaba, en cimentar el liderazgo hemisférico tras la crisis de Los Misiles.
El contexto de la Guerra Fría, recuerda el historiador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) Ricardo León, es el ingrediente que posiblemente determina la resolución final.
“Cuando el gobierno mexicano vuelve a tratar el tema, en 1962, el triunfo de la Revolución Cubana está en la preocupación de la administración de Kennedy”, señala. “Se estaba promoviendo la Alianza para el Progreso, y una controversia legal podría empañar los planes que se tenían para América Latina. Aquí debemos tomar en cuenta la sagacidad de los hombres que rodeaban al presidente mexicano Adolfo López Mateos; no creo que haya sido un asunto de muchísima presión para la diplomacia estadounidense, pero más valía mantener tranquilas las aguas. Así que tenemos un asunto de diplomacia, de justicia internacional y el elemento político. De todo esto se compone la historia”.
FECHA HISTÓRICA: Los presidentes Lindon B. Johnson y Adolfo López Mateos marcan el pacífico final del problema de El Chamizal y acuerdan el nuevo límite territorial, el 25 de septiembre de 1964. Fotos: Especial.
El domingo despunta con un sol que calienta, pero no quema. Es una mañana con el clima perfecto para que miles de juarenses tomen su lugar bajo la sombra de los árboles del principal parque de la ciudad. Fuera de alcances históricos, El Chamizal contiene los mayores símbolos de la identidad regional, como el campus principal de la UACJ, el estadio olímpico o la plaza de la mexicanidad, rematada por una X, hasta hoy la obra de mayor dimensión concebida por Sebastián, el mismo creador de El Caballito sobre avenida Reforma, en la Ciudad de México.
Es un área que sobrevive a pesar del poco entusiasmo institucional. Con el tiempo se ha ido calcinando como los paneles de mármol del monumento principal. Pero en un lugar en donde la vida suele ser pasajera, el desgaste pasa inadvertido, y con él se ceba a una sociedad en igual abandono.
“El diseño arquitectónico era una maravilla: en torno al monumento flotaban banderas y escudos de cada una de las entidades de la república, había un espejo de agua y, más allá, una fuente iluminada que hoy ya no existe”. Es así como describe el proyecto que ejecutó medio siglo atrás Jaime Canales. “No sé qué ha pasado que todo eso desapareció, y hay basura y huele a desechos humanos”.
El ingeniero era un privilegiado en la Ciudad Juárez de entonces. Sobrino de Teófilo Borunda, el primer director de Petróleos Mexicanos y exgobernador de Chihuahua, Canales heredó de su padre la empresa constructora que recibió por asignación directa la construcción de la obra y el descampado de las 177 hectáreas que terminaron por constituirse en parque. Aun así, fue como sacarse la rifa del tigre. Lo seleccionaron a finales de mayo para concluir, sí o sí, en cinco meses, sin ningún día de gracia. La fecha del encuentro presidencial estaba programada desde antes.
En 1954, el padre de Canales se había encargado de la construcción de un par de puentes para salvar el cauce desviado del río Bravo. Noventa años antes, una creciente inesperada había modificado el trazo natural establecido desde los tratados de Guadalupe-Hidalgo (1848) como la frontera entre ambos países, tras finalizar la guerra con la que se perdió California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas y parte de Wyoming, Arizona, Colorado, Kansas y Oklahoma.
Las avenidas de agua de 1864 irrumpieron con fuerza desde 80 kilómetros al norte, donde se encuentra el quiebre continental que marca el declive hacia el sur, y labró con ello el nuevo cauce que dejó al original reducido a un arroyo pequeño. El territorio, conocido ya desde entonces como El Chamizal, no solo quedó como un islote en ese anillo caprichoso, sino con un nuevo e inesperado trazo fronterizo.
TRIUNFO DIPLOMÁTICO: Johnson estrecha la mano de Díaz Ordaz, en el Monumento a El Chamizal, en Juárez, México, el 28 de octubre de 1967. FOTOS: ESPECIAL; ITZEL AGUILERA
El registro más ancestral que se tiene sobre esas tierras data de 1818. En junio de ese año, un colono llamado Ricardo Bruselas realizó una solicitud de título ante las autoridades virreinales de la Nueva España. La demarcación estaba debidamente señalada en la parte suroeste del lindero del río, y comprendía 246 hectáreas dentro de una superficie total de aproximadamente 333. Años más tarde el título de propiedad pasó a manos de otro colono, identificado como Lorenzo del Barrio. Esas tierras, destinadas al cultivo, terminarían como herencia de Pedro Ignacio del Barrio, un hombre nacido en 1847, en pleno fragor de la guerra, y quien terminaría como afectado principal tras el abrupto desplazamiento del cauce.
Pedro Ignacio es el particular que emprendió el reclamo judicial sobre El Chamizal, según consta en Breve historia de Ciudad Juárez y su región, de Martín González de la Vara. Ese litigio se hallaba en su fase inicial cuando el presidente Benito Juárez, en su periplo por el norte mexicano, arribó a la antigua Paso del Norte. Enterado del incidente, Juárez instruyó a Manuel Lerdo de Tejada, entonces secretario de Relaciones Exteriores y Gobierno, comenzar las gestiones diplomáticas para recuperar ese pedazo de patria.
Las labores del cuerpo diplomático se prolongarían los años venideros, sin éxito hasta 1910, en que se firma en Washington la “Convención para terminar con las diferencias sobre el dominio eminente sobre el territorio de El Chamizal”. A partir de ahí se establece un Tribunal de Arbitraje que terminaría con un laudo favorable a México en 1911. No se ordenaba la restitución del total de hectáreas, sino de únicamente 177. Como sea, Estados Unidos se negó al veredicto.
En 1954 la insistencia del gobierno mexicano persistía para recuperar el territorio. Sin embargo, se ordenó construir un par de puentes de concreto para salvar el cauce removido, uno de entrada y otro que diera salida al tránsito entre uno y otro país. El Chamizal era entonces un campo cubierto de maleza al que los estadounidenses habían rebautizado como Isla de Córdova. Por los puentes construidos por su padre, Jaime Canales, entonces de 18 años, solía internarse en el islote junto con sus amigos para ir a pescar cangrejos en las aguas bajas del arroyo en que se había convertido el cauce original del río Bravo.
Los puentes, el de entrada y el de salida, siguen en funciones. Pero en vez de salvar el cauce del río hoy lo hacen con el anillo periférico de la ciudad, popularmente conocido como El Ribereno.
Jaime Canales cotizó la obra del monumento, la explanada y el descampado de El Chamizal por 6 millones de pesos en 1967. Trabajó con su cuadrilla de hombres, dos tractores y una aplanadora seis días de cada semana hasta la víspera del encuentro entre Díaz y Johnson. Eso, sin embargo, no fue lo angustiante, sino conseguir el mármol travertino, que finalmente adquirió en Puebla, en un local, propiedad de Gonzalo Bautista, a la postre gobernador interino de esa entidad.
JAIME CANALES fue el ingeniero a cargo del monumento en el
que fue celebrado, en 1967, el encuentro entre los presidentes de México y EE.
UU. para consumar la entrega de El Chamizal. FOTO: ITZEL AGUILERA
El escenario estuvo listo para la ocasión, con bombo y platillo.
Es un caso único en la historia común de las naciones. Y deja una gran lección, sobre todo ahora en que la virtud parece ajena a la diplomacia.
“El ejemplo principal es que México, para tratar con Estados Unidos, un país con el que existe una diferencia enorme en términos de poder, debe mantenerse siempre apegado a las normas que rigen la convivencia internacional. La gesta por El Chamizal es la gran defensa de un país con mucho menor poder que logra finalmente justicia, y que supo aprovechar la coincidencia de intereses que, en ese momento, con Kennedy como presidente, tenía Estados Unidos. Se puso fin a una disputa centenaria sin generar un motivo de resentimiento, y eso es un logro enorme”, dice Laura del Alizal, la especialista en Relaciones Internacionales de la UAM Iztapalapa.
A partir de entonces, añade, hubo un cambio en la relación bilateral que se mantuvo durante años. “Se estableció una relación directa en la que ha habido momentos de una comunicación fluida, que eso es lo que se ha buscado en las relaciones entre los dos países. Cordialidad cuando ha sido posible, porque ha habido momentos en los que no —pensemos en el gobierno de Reagan, que fue sumamente conflicto, o la situación actual—, pero lo que sí es que a partir de ese momento queda, para la relación bilateral, la posibilidad de que existan canales para la comunicación que permitan solucionar los diferendos a través de los vínculos, no a escala de los presidentes, sino de un funcionamiento de las dos cancillerías”.
En términos populares, aquello tampoco se olvida. Al menos no en la memoria formal.
“Para la gente de Juárez significó apropiarse de los reflectores nacionales, aunque fuera por unas semanas”, cuenta Ricardo León, el historiador de la UACJ. “Contar con la presencia de Kennedy y López Mateos, primero, de Johnson y López Mateos, después, y de Johnson y Díaz Ordaz, al último, es permitir que los mexicanos voltearan la vista a la frontera. Por esa razón hay fiesta cuando se anuncia que habrá acuerdo; hay fiesta cuando se da la primera reunión entre Kennedy y López Mateos; hay fiesta cuando se hace la entrega simbólica; hay fiesta cuando se hace la devolución física. Ciudad Juárez está en las primeras planas de los periódicos, en las portadas de las revistas, en los noticiarios de la televisión que iniciaba, en los noticieros que se pasaban antes de la función en el cine. Ya no era solamente el Juárez del cruce de ilegales, el Juárez de los mojados deportados o de los braceros abandonados a su suerte, el Juárez de los divorcios al vapor y la permanente vida nocturna”.
Lo que viene después es un romance que toca el esplendor y el deterioro de una comunidad con ese espacio recuperado.
“Ciudad Juárez —dice León— tiene la característica de carecer de espacios públicos que permitan la convivencia, situación que se agrava por la expansión de la mancha urbana. El establecimiento del parque dentro de los terrenos devueltos permitió satisfacer en mínima parte esa demanda. Quizá lo hizo satisfactoriamente en 1970, hoy es insuficiente. Aun así, El Chamizal se ha convertido en “el parque” de los juarenses. El único lugar donde miles pueden hacer un día de campo, donde hay instalaciones deportivas, donde hay un museo (incluso), donde se puede estar a la sombra de los árboles en medio de un desierto de arena y concreto. En muchos sentidos, es el pulmón de los juarenses, aunque ya para muchos el episodio de la controversia diplomática y política sea de su total desconocimiento”.