En 1972, cuando China era desesperadamente pobre y se encontraba prácticamente aislada, el presidente estadounidense Richard Nixon, un acérrimo partidario de la Guerra Fría, viajó a Pekín para sostener históricas reuniones con Mao Zedong, el padre de la Revolución Comunista en ese país. En esa época, Estados Unidos reconoció al vecino Taiwán y a sus líderes, a quienes Mao había derrotado como los verdaderos líderes de China. Sin embargo, el objetivo de la visita de Nixon era cambiar el curso. Como dijo después Henry Kissinger, el arquitecto de la estrategia del presidente, “queríamos ver si era posible iniciar la reconciliación”.
Por ello, resultó muy revelador el hecho de que Kissinger, ahora viejo y frágil, acudiera a la Casa Blanca en octubre para reunirse con Donald Trump. El gobierno se encuentra en medio de una revisión de su política con China, la cual ha durado todo un mes y concluirá cuando el presidente estadounidense se embarque en un viaje al este de Asia en noviembre. El momento es importante. China, Estados Unidos, Japón y Corea del Sur están gravemente preocupados por Corea del Norte y su creciente arsenal de armas nucleares, así como por el avance que ha logrado en el lanzamiento de misiles con dichas armas.
La belicosa retórica de “fuego y furia” de Trump, además de sus crípticas advertencias (esta es “la calma antes de la tormenta”, dijo en una reunión militar a principios de octubre) han puesto nerviosos no solo a los aliados de Estados Unidos, sino también a Pekín (las agresivas respuestas norcoreanas han tenido un efecto similar). El secretario de Estado, Rex Tillerson, y el secretario de Defensa James Mattis, han sido mucho más diplomáticos que su jefe, y han hecho que los chinos se pregunten si se trata de una estrategia de “policía bueno-policía malo”, o si el nuevo presidente simplemente está chiflado.
Las personas enteradas afirman que Kissinger, que ha hablado antes con Trump sobre política exterior, fue invitado a la Casa Blanca para enviar una señal a Pekín de que Trump, de hecho, está cuerdo. Los líderes de China consideran a Kissinger como un viejo amigo, alguien que comprende el país y contempla sus desafíos en el contexto histórico adecuado.
LA GRAN DISTENSIÓN DE CHINA: Nixon, derecha, pudo llegar a
un acuerdo con Mao, izquierda. FOTO: AFP/GETTY
Sin embargo, hubo más acerca de la visita de Kissinger. Dada la creciente amenaza de las armas nucleares de Corea del Norte, el equipo de Trump considera la posibilidad de establecer un gran acuerdo con China, casi tan audaz como el de Nixon: si Pekín utiliza toda su ventaja diplomática y económica para presionar al régimen de Kim Jong Un para abandonar su programa nuclear, y si Kim lo hace en una forma que pueda ser verificada, Estados Unidos acordaría reconocer diplomáticamente a Corea del Norte, proporcionarle ayuda económica y, en un futuro, retirar a sus 29,000 soldados estacionados en Corea del Sur. Desde hace mucho tiempo, esta ha sido una de las exigencias fundamentales hechas por Pionyang a Estados Unidos.
La idea se basa en una política diseñada por Tillerson a principios de este año. En sus palabras, “No buscamos un cambio de régimen [en Corea del Norte], no buscamos la caída del régimen, no buscamos una reunificación acelerada de la península, y no buscamos una razón para enviar a nuestras fuerzas al norte de la zona desmilitarizada”.
La declaración de Tillerson (a la que llamó “los Cuatro Nos”), logró atraer la atención de Pekín. Algunos miembros del Partido Comunista de China piensan que Estados Unidos busca todo lo antes mencionado y que podría aprovecharse de una crisis nuclear con Kim para destruir a su régimen. Sin embargo, los líderes del partido han dicho a sus homólogos estadounidenses que las ideas de Tillerson son algo en lo que ambos bandos pueden apoyarse. Dennis Wilder, que dirigió la política de Asia del Consejo de Seguridad Nacional durante el régimen del presidente George W. Bush, señala que, en un viaje reciente a Pekín, los funcionarios con los que se reunió querían saber si el gobierno hablaba en serio y si Tillerson había persuadido a Trump de convertir su declaración en una política oficial. “Estaban muy interesados en los Cuatro Nos”, dice. Heather Nauert, vocera del Departamento de Estado, dijo que, si Pionyang se desnucleariza de manera “verificable y completa”, el gobierno se comprometería con las ideas expresadas por Tillerson.
Estados Unidos y China aún están muy lejos de lograr un acuerdo con respecto a esto, y el gobierno no ha dicho si eso fue de lo que hablaron Trump y Kissinger. Sin embargo, a Trump le encantan las acciones arriesgadas, y si desea realizar una de ellas con respecto a Corea del Norte, la diplomacia podría ser una mejor opción que una guerra potencialmente brutal y sangrienta. Kissinger habló a favor de algo encaminado a lograr un gran acuerdo a finales de este verano en un artículo de opinión publicado en The Wall Street Journal. “La desnuclearización —escribió— no se puede lograr únicamente mediante la presión económica”. Requiere “un entendimiento con China, que es necesario para ejercer una presión máxima y garantías con las que se pueda trabajar”.
LA RIFA DEL TIGRE: Algunas personas afirman que Tillerson no podrá hacer ningún pacto debido a la competencia económica entre Estados Unidos y China.FOTO: LINTAO ZHANG/GETTY
No hay ninguna garantía de que este posible acuerdo vaya a funcionar. Algunas personas afirman que China no tiene tanta influencia sobre Pionyang como muchos creen, y que Kim podría percibir un acuerdo entre Washington y Pekín como un acto hostil, haciendo que se aferre aún más a sus armas nucleares. Otras personas afirman que cualquier disminución importante en el número de soldados en Corea del Sur mientras el régimen de Pionyang permanezca en el poder resulta impensable, aunque el ejército de Corea del Sur ha crecido hasta convertirse en una importante fuerza. Este bando piensa que lo máximo que puede hacer Estados Unidos sin atemorizar a Japón y a Seúl es comprometerse a “no enviar tropas” al norte de la zona desmilitarizada.
Otro problema: la economía. Steve Bannon, el exconsejero principal de Trump y halcón interino sobre China, ha sido echado de la Casa Blanca, pero el presidente aún se inclina a confrontar a Pekín de manera más directa con respecto al comercio, y ya ha aumentado las sanciones a las empresas chinas que hacen negocios con Pionyang. Algunos de los asesores del presidente dudan que cualquier gran acuerdo con Pekín sea posible en tanto ambas partes se encaminen hacia una relación económica de mayor confrontación.
Sin embargo, funcionarios del gobierno, desde Mattis y Tillerson hasta el asesor de Seguridad Nacional H. R. McMaster, han dicho repetidamente que no hay mucho tiempo para llegar a un acuerdo con Corea del Norte, y lo mismo se aplica para Pekín. Hacer más de lo mismo con China, es decir, engatusar a ese país para que ayude a Estados Unidos, al tiempo que se le amenaza con castigar a sus empresas que hagan negocios con Pionyang, es algo que no está funcionando.
Los instintos de Trump, desde los bienes raíces hasta la televisión y la política, siempre se han inclinado hacia la audacia. Con Kissinger murmurándole al oído, esos instintos bien podrían manifestarse de nuevo y conducirlo a realizar un acuerdo inesperado.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek