En noviembre pasado, la noche de la elección presidencial en Estados Unidos, el estado de ánimo en el bar Union Jack de Moscú era de gran regocijo. Un grupo selecto de ejecutivos de medios de comunicación rusos, activistas a favor del Kremlin y miembros de la Duma veían cada vez con mayor emoción y alegre incredulidad cómo los votos del Colegio Electoral a favor de Donald Trump se sumaban rumbo a la victoria. Reverentemente desplegado en una esquina del bar se encontraba un tríptico de retratos al óleo encargados especialmente, que mostraban, con un estilo del realismo socialista, a Trump, Marine Le Pen de Francia y al presidente ruso Vladimir Putin. Un productor de alto nivel de Tsargrad TV, el canal de televisión ruso ortodoxo y patriótico, señaló al trío lleno de júbilo. “¡El futuro les pertenece a ellos!”.
Actualmente, ese nuevo orden mundial no se ve por ningún lado. El Congreso estadounidense ha irrumpido en el romance entre Trump y Putin, y ha obligado al presidente estadounidense a firmar las sanciones económicas más punitivas jamás impuestas a Rusia para castigar a Moscú por entrometerse en Ucrania y Siria, junto con su intromisión informática relacionada con la elección en Estados Unidos. Y dado que las revelaciones sobre una posible colusión entre el equipo de Trump y el Kremlin han comenzado a crecer hasta convertirse posiblemente en una crisis de juicio político, los alguna vez efusivos elogios del presidente estadounidense hacia Putin se han desvanecido.
El colapso de la sociedad de admiración mutua entre Trump y Putin, que era posiblemente la relación con mayor importancia política del mundo, es una historia de esperanzas poco realistas por parte de Rusia, gestos mal concebidos por parte de Estados Unidos, y los intentos mal dirigidos del Kremlin para interferir en la democracia estadounidense. Putin creyó que Trump era un hombre con el que podía hacer negocios, un pragmatista dispuesto a pasar por alto la anexión de Crimea por parte de Moscú, su apoyo al presidente sirio Bashar al Assad y su belicismo en Ucrania Oriental, alguien que le daría al Kremlin manos libres a cambio del apoyo de Rusia contra el terrorismo. Trump ha admirado desde hace mucho tiempo el liderazgo autoritario de Putin y ha envidiado sus índices de aprobación, semejantes a los de una dictadura. En la ruta de campaña, también consideró los elogios hacia Putin como una herramienta útil, aunque poco importante, en su arsenal de invectivas contra Clinton. “Pienso que yo tendría una muy, muy buena relación con Putin”, dijo Trump en septiembre de 2016. “Y pienso que tendría una muy, muy buena relación con Rusia”.
Ambos se equivocaron.
AMADO LÍDER: Antes de ganar la elección presidencial de 2016, Trump ya admiraba el liderazgo autoritario de Putin y envidiaba sus índices de aprobación, semejantes a los de un dictador. FOTO: CHIP SOMODEVILLA/GETTY
CUALQUIERA, MENOS HILLARY
La reciente narrativa en los medios de comunicación de Washington ha sido que Rusia trabajó duro, utilizando el hackeo, la propaganda y la desinformación para lograr que Trump llegara a la Casa Blanca. Esa no es toda la verdad. La prioridad más antigua y más urgente del Kremlin era lograr la elección de cualquiera, menos Hillary Clinton. Al menos un año antes de que Trump se convirtiera en un candidato viable, Rusia comenzó a intentar perjudicar al Partido Demócrata y a su probable candidata presidencial. El Kremlin ha odiado a Clinton desde finales de 2011, cuando Putin la acusó de “enviar una señal” a cientos de miles de activistas que salieron a las calles de toda Rusia para protestar contra el tercer periodo presidencial del antiguo agente de la KGB. Ese odio no hizo más que aumentar cuando Clinton se manifestó a favor de imponer sanciones más severas contra Moscú después de la anexión de Crimea en marzo de 2014. “Pensamos que cualquiera sería mejor que Clinton”, recuerda Leonid Kalashnikov, director del Comité de la Duma sobre la antigua Unión Soviética y la integración europea.
El primer ataque de Rusia contra la campaña de Clinton, consistente en enviar correos falsos para el robo de datos al personal del Comité Nacional Demócrata, fue señalado por el FBI desde octubre de 2015. En una investigación posterior se descubrió que alrededor de 4,000 correos electrónicos dirigidos a destinatarios específicos fueron enviados por un grupo de piratas informáticos rusos, llamado Amenaza Avanzada Persistente 28, por los organismos de aplicación de la ley de Estados Unidos, el cual, como se descubrió después, tenía relación con el Servicio Federal de Seguridad de Rusia. El 19 de marzo de 2016, los piratas informáticos incursionaron en la cuenta de correo electrónico de John Podesta, jefe de campaña de Clinton. Meses después, publicaron en WikiLeaks los correos electrónicos que habían robado, utilizando un débil conjunto de identidades señuelo para ocultar su origen. Las revelaciones de riñas entre los demócratas resultaron ligeramente embarazosas para la exsecretaria de Estado y, finalmente, acabaron ayudando a Trump; sin embargo, el esfuerzo de hackeo se produjo mucho tiempo antes de la candidatura del magnate de los bienes raíces.
El romance del Kremlin con Trump comenzó inmediatamente después del Supermartes, el 1 de marzo de 2016, cuando el republicano ganó inesperadamente siete estados en las elecciones primarias republicanas. Los medios de Rusia, controlados por el Estado, comenzaron a calificarlo como un inconformista prorruso que admiraba a Putin. “Nunca creímos que el orden establecido estadounidense pudiera permitir que [Trump] ganara”, recuerda un veterano presentador televisivo ruso y conocido propagandista a favor del Kremlin, que pidió mantenerse en el anonimato al hablar de la evolución de la postura política de su programa. “Pero parecía que este hombre estaba interesado en un ideal. Parecía alguien que deseaba acabar con los clichés de Washington acerca de Rusia… Básicamente, parecía que podía ser nash, es decir, uno de los nuestros”. La televisión controlada por el Kremlin, junto con RT y las agencias noticiosas Sputnik, sus voceras en otros idiomas, comenzaron a difundir la versión de que Trump era admirador de Putin y enemigo del orden establecido de Washington, que supuestamente odiaba a Rusia. Mientras tanto, en el lado oscuro, piratas informáticos rusos comenzaban a crear bots para impulsar los números de Trump en Twitter (aún no se ha demostrado si ello ocurrió por órdenes del Kremlin) y para retuitear memes anti-Clinton como #HillaryCorrupta. “Trump ha dicho que no desea imponer la voluntad estadounidense a otras naciones soberanas”, declaró a Newsweek en aquella época Vyacheslav Nikonov, que encabeza el Comité de Educación de la Duma.
SIN ELLA: La prioridad más urgente del Kremlin era lograr que cualquier candidato fuera electo en 2016, excepto Hillary Clinton. Moscú la odiaba desde 2011 por “enviar una señal” de apoyo a cientos de miles de manifestantes rusos. FOTO: JEWEL SAMAD/AFP/GETTY
Muchos rusos se emocionaron con el cariño de Trump hacia su líder supremo. Ya desde octubre de 2007, Trump le dijo a Larry King de CNN que Putin estaba “realizando un gran trabajo al reconstruir la imagen de Rusia y también al reconstruir el período ruso”. En 2013, cuando Trump llevó a Moscú el concurso Miss Universo, se preguntó en un tuit si Putin podría “convertirse en mi mejor amigo. (Trump también afirmó falsamente que se había reunido con Putin durante su visita). Y en diciembre de 2015, en el programa Morning Joe de MSNBC, Trump defendió al líder ruso contra las afirmaciones de que había ordenado los asesinatos de periodistas, respondiendo que “en nuestro país también se producen muchos asesinatos”. Lo más atractivo para los rusos era la repetida insistencia de Trump en el mismo tipo de machismo que forma la base del culto a la personalidad de Putin. “No creo que [Putin] le tenga ningún respeto a Clinton”, dijo Trump en julio de 2016. “Pienso que él me respeta”.
Sin embargo, Putin se mostró muy cauteloso en sus declaraciones públicas acerca de Trump. En diciembre de 2015, calificó al estadounidense como “una personalidad brillante”, aunque yarky, la palabra que Putin utilizó, era un elogio muy débil, pues lo mismo puede significar “extravagante” o “de alto perfil”. Trump retorció la frase de Putin, haciendo que el presidente ruso pareciera un admirador suyo. “Me dijo que yo era un genio”, afirmó Trump dos meses después. “Dijo, Donald Trump es un genio y será el líder del partido y se convertirá en un líder mundial, o algo así”. Cuando Trump ganó la elección en noviembre de 2016, el escenario mundial parecía preparado para un importante acercamiento entre Moscú y Washington, basado no en una afinidad política o en intereses estratégicos compartidos, sino en la atracción entre dos egos monumentales.
“Ha llegado el momento de una nueva era en las relaciones entre Rusia y Estados Unidos”, anunció el político ultranacionalista Vladimir Zhirinovsky al celebrar la victoria de Trump con un brindis con champán, transmitido en vivo por la televisión rusa, horas después de que toda la Duma había prorrumpido en aplausos cuando la noticia fue anunciada oficialmente. “Habrá un respeto mutuo… Dos grandes potencias nucleares se reunirán de nuevo como iguales”.
SE PONE CADA VEZ MEJOR: En sentido horario, desde la esquina superior izquierda, el exembajador de Rusia en Estados Unidos Sergey Kislyak, el miembro de la Duma Leonid Kalashnikov, el miembro de la Duma Sergei Zheleznyak y el editor en jefe del diario Nezavisimaya Gazeta Konstantin Remchukov. Tras la elección de Trump, muchas personas en Moscú pensaban que este contribuiría a mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia. FOTOS: ALEXEY AGARISHEV/SPUTNIK/AP; ANNA ISAKOVA/TASS/GETTY; VLADIMIR TREFILOV/SPUTNIK/AP; MIKHAIL METZEL/TASS/GETTY
LA LUNA DE MIEL
Antes de que pudiera tener lugar el gran reinicio de relaciones entre Trump y Putin, estaba el pequeño asunto de la intervención de Rusia en la elección. Expertos en cibernética de Silicon Valley y organismos de aplicación de la ley habían comenzado a elaborar un poderoso (aunque circunstancial) caso judicial donde ligaban con el Kremlin la revelación masiva de correos electrónicos realizada en julio por WikiLeaks. De hecho, Trump había llamado públicamente a los piratas informáticos rusos, “si están escuchando”, para que encontraran los correos electrónicos perdidos de Hillary Clinton. Más tarde, Trump dijo que esas declaraciones habían sido “una broma”. Sin embargo, cuando surgieron las noticias de que los rusos también habían tratado de irrumpir en los registros electorales y en otros elementos de la infraestructura de votación, la cuestión de la intromisión rusa, y la posible colusión entre los miembros del equipo de Trump y Moscú, pronto dejó de ser tema de bromas. Al mismo tiempo, surgió una historia extraordinaria (y totalmente sin fundamentos) en la que se insinuaba que Rusia podría haber grabado un video de Trump en una posición comprometedora con prostitutas durante su visita realizada en 2013. Esto fue seguido por otras revelaciones, reconocidas posteriormente por la Casa Blanca, de contactos entre miembros de la familia de Trump con una abogada rusa que afirmó haber entregado material comprometedor sobre Clinton de parte de los socios de Trump en el concurso Miss Mundo, la familia Agalarov. Tras su victoria en la elección, Trump pronto dejó de exaltar a Putin.
Aun cuando había cada vez más ira y más pruebas sobre la interferencia de Moscú en las elecciones, el Kremlin seguía esperando que su peligrosa apuesta rindiera frutos. Así como negó haber enviado tropas a Crimea o que Rusia hubiera desempeñado alguna función en el derribamiento de un avión civil que volaba sobre Ucrania, negó indignado cualquier participación en la incursión de los piratas informáticos. Y cuando el gobierno del presidente saliente Barack Obama respondió a ese hecho a finales de diciembre, afirmando que planeaba expulsar a 35 diplomáticos rusos, cerrar dos complejos diplomáticos e imponer nuevas sanciones, el Kremlin se resistió a la tentación de responder con medidas similares. De acuerdo con intercepciones telefónicas realizadas por el FBI y filtradas por el diario The Washington Post, Sergey Kislyak, que en ese momento era el embajador de Rusia en Washington, habló en persona y por teléfono con el recién nombrado Asesor de Seguridad Nacional, el General Mike Flynn, simpatizante de Rusia desde sus días como experto en el canal RT, propiedad del Kremlin, y con Jared Kushner, el yerno de Trump. Putin, satisfecho con las declaraciones aparentemente tranquilizadoras de Flynn con respecto a que el nuevo gobierno repararía el daño diplomático y político, recurrió a la estrategia tradicional de dar una cosa por otra. “Le dimos al gobierno de Trump una oportunidad para modificar el curso establecido por Obama”, declaró Nikonov a Newsweek. “No tomamos ninguna represalia”.
Sin embargo, la reparación nunca ocurrió. Al enfrentar acusaciones de relaciones indebidas con Rusia, Trump fue obligado a demostrar que no estaba en deuda con Moscú al despedir (a regañadientes) a Flynn. Luego, bombardeó una base aérea en poder del régimen de Siria, desafiando el apoyo de Putin hacia Assad. En mayo, el Secretario de Estado Rex Tillerson hizo algunos intentos para reabrir las instalaciones pertenecientes a la embajada rusa, pero “se enfrentó a una fuerte oposición de la comunidad de inteligencia”, declaró a Newsweek un funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos durante una reunión informativa.
¿AMOR EN LOS TIEMPOS DEL KOMPROMAT? Desde la divulgación de una extraordinaria y no comprobada historia, según la cual Rusia podría tener pruebas de mala conducta contra Trump, los elogios de este hacia Putin han desaparecido. FOTO: ANATOLIY ZHDANOV/KOMMERSANT/GETTY
En julio pasado, cuando Putin y Trump tuvieron su primer encuentro cara a cara en la reunión del G-20 en Hamburgo, Alemania, la relación que Trump había esperado alguna vez estaba definitivamente fuera de programa. Para la ira de Trump, la investigación de un fiscal especial en Washington indagaba sobre una posible colusión entre los miembros de su campaña y el Kremlin, junto con supuestos lazos financieros entre el imperio de negocios de Trump y el lavado de dinero ruso. La reunión de dos horas en Hamburgo fue “constructiva” y “sustantiva”, señala un funcionario del ministerio de Relaciones Exteriores ruso que tuvo conocimiento directo de ella y que pidió mantenerse en el anonimato debido a la delicadeza del tema. Sin embargo, lo que Tillerson calificó como “un diálogo muy sólido y prolongado” acerca de las acusaciones del hackeo ruso, el cual fue negado otra vez por Putin, eclipsó los intentos de ambas partes para hablar sobre un enfoque conjunto con respecto a Siria.
“[Trump] es un empresario, y quería obtener algunas concesiones de Putin con respecto a Siria, Corea, Ucrania, con el objetivo de regresar con algo entre las manos para decirles a sus votantes que había logrado un acuerdo”, declaró a Newsweek Konstantin Kosachev, director del Comité de Asuntos Internacionales del Consejo de las Federación, el equivalente ruso del Senado estadounidense. “Sin embargo, no pudo hacerlo. Putin no cedió”. En cuanto a Trump, cualesquier concesiones hechas a Rusia pudieron haber sido consideradas como una señal de debilidad, o de colusión. “Trump no pudo decir nada”, afirma Kosachev. En lugar de ser el comienzo de una amistad en ciernes, Hamburgo marcó poco más que el intercambio de lugares comunes entre dos hombres atrapados por las circunstancias: Trump obstruido por las acusaciones sobre el Rusiagate, y Putin paralizado por el temor de parecer débil.
Cuando el Viceprimer Ministro de Relaciones Exteriores de Rusia Sergei Ryabkov viajó a Washington el 17 de julio en un intento desesperado de negociar un acuerdo con respecto a las instalaciones diplomáticas cerradas, la relación entre Estados Unidos y Rusia parecía casi tan gélida como lo era en la época de la Guerra Fría. “Por desgracia, hay muy pocas áreas en las que podemos hablar de una cooperación constructiva”, dice Ryabkov. “Parece haber muy poca disposición del lado estadounidense para iniciar un nuevo capítulo”. Ryabkov voló de vuelta a Moscú sin nada que mostrar por sus esfuerzos. Y la relación entre ambos países no hizo más que empeorar.
¿HIJO DE VLADIMIR? Provocando la ira de Trump, un fiscal especial en Washington investiga la posible colusión entre miembros de su campaña y el Kremlin, junto con supuestos lazos financieros entre el imperio comercial de Trump y el lavado de dinero ruso. FOTO: MLADEN ANTONOV/AFP/GETTY
“IMPOTENCIA TOTAL”
El 25 de julio, el Congreso finalmente dio fin a cualquier oportunidad de un reinicio en las relaciones entre Trump y Putin, cuando ambas cámaras aprobaron con una mayoría abrumadora un proyecto de ley que convertía en ley las sanciones económicas de Obama contra Moscú, recomendaba la imposición de más sanciones contra el sector energético de Rusia y prohibía que el presidente las relajara sin la aprobación del Congreso. Esta ley golpeó el punto mismo en el que el Kremlin había puesto sus esperanzas: la autoridad de Trump para crear su propia política con respecto a Rusia. Varios funcionarios de alto nivel de Moscú entendieron rápidamente que el Congreso había neutralizado al presidente, al menos, en lo relacionado con el Kremlin.
“El gobierno de Trump ha demostrado una impotencia total al someter su autoridad ejecutiva ante el Congreso en la forma más humillante”, escribió el Primer Ministro ruso Dmitry Medvedev en una publicación de Facebook. “El orden establecido de Estados Unidos burló completamente a Trump.… Se terminó la esperanza de que nuestras relaciones con el nuevo gobierno estadounidense mejorarían”. O como declaró a Newsweek Sergei Zheleznyak, vicepresidente del Comité de Asuntos Extranjeros de la Duma, “Trump ya no está a cargo. ¿Qué caso tiene que Putin hable con él? ¿Qué caso tiene hablar con Tillerson si viene a nosotros, cuando [Putin] sabe que [Trump] no puede eliminar las sanciones?”
El Kremlin estaba en un aprieto. Con un tono de arrepentimiento, Putin dijo que las sanciones eran “insolentes” y prometió “una respuesta adecuada”. El problema fue que no había ninguna respuesta que Rusia pudiera dar, aparte de la guerra nuclear, para perjudicar a Estados Unidos. Por ello, Putin pronunció una réplica en la que hizo referencia a la rencilla diplomática de diciembre en lugar de hablar de las sanciones. Ordenó reducir el personal de la embajada estadounidense en Moscú a 455 personas, para hacer coincidir esta cifra con el número de trabajadores de la embajada rusa en Washington, así como la confiscación de una casa campestre alquilada por Estados Unidos en los suburbios de Moscú. Los medios de comunicación rusos presentaron la represalia de Putin como la “expulsión” de 700 diplomáticos, pero no fue nada parecido. De acuerdo con un informe presentado en 2013 por la Oficina del Inspector General de Estados Unidos (que contiene las cifras más recientes disponibles para el público), solo 345 miembros del personal de la embajada eran estadounidenses. Las “severas” medidas de Putin no hicieron que ni un sólo diplomático estadounidense tuviera que empacar sus maletas, pero sí hizo que más de 800 empleados rusos de la embajada perdieran sus empleos.
“Esta es una forma de decirle al Congreso cómo puede y cómo no puede tratar a Rusia”, señala Zheleznyak. Con una ironía no intencionada, tiene razón: Moscú está esencialmente incapacitado para tomar represalias. Nikonov habla de retirar los 109,000 millones de dólares en bonos del tesoro de Estados Unidos como represalia por las sanciones. Sin embargo, dado que los rendimientos de los bonos del tesoro en Wall Street son de 490,000 millones de dólares diarios, se requeriría tan sólo media mañana para liquidar toda la posición de Rusia, sin que ello pudiera provocar ni una sola sacudida en el mercado. Otra opción podría ser dar por terminada la cooperación entre la NASA y la agencia espacial rusa Roscosmos, a la que Estados Unidos ha recurrido para enviar astronautas a la Estación Espacial Internacional desde que ese país disminuyó el presupuesto para la construcción de naves espaciales en 2011. Sin embargo, Moscú redujo el presupuesto de Roscosmos a 10 años, de 64,000 millones a 21,000 millones de dólares en 2014. Y sin los 3.96 mil millones de dólares que la NASA tiene programado gastar en vuelos de astronautas, la agencia espacial rusa se vería en graves problemas.
La línea oficial del Kremlin sobre las nuevas sanciones es que Rusia sobrevivirá orgullosamente, así como ha sobrevivido a otras agresiones extranjeras. Al día siguiente de que se reveló la noticia sobre el voto del Congreso, el Viceprimer Ministro de Rusia Dmitry Rogozin publicó en su página de Facebook un vídeo de “La fortaleza de Brest”, una canción patriótica sobre los defensores de una ciudad fronteriza soviética que lucharon contra los invasores nazis en junio de 1941. La mentalidad de asedio de Rogozin pareció menos exagerada cuando el vicepresidente Mike Pence viajó a Estonia y Georgia días después del voto del Congreso y advirtió contra futuras agresiones perpetradas por “su imprevisible vecino del este”.
“Esas sanciones son la institucionalización de la nueva Guerra Fría”, dice Nikonov. “Siempre hemos vivido con agresiones externas y este pedazo de papel es parte del mismo patrón. Estuvimos bajo sanciones durante décadas en la época soviética. Ahora, estamos obligados a resolver nosotros mismos nuestros propios problemas internos. Esas sanciones nos harán más fuertes, más unidos y más independientes”.
Gennady Zyuganov, líder del Partido Comunista, incluso pareció dar la bienvenida a las nuevas sanciones, elogiándolas como una oportunidad para que Rusia pueda “reconstruir nuestra economía, relanzar nuestra tecnología y nuestra ciencia, así como las industrias de construcción de aeronaves y de automóviles”, declaró a Newsweek. “Hemos sido dependientes de dependido de Occidente durante demasiado tiempo”.
EL ROMPIMIENTO: Cuando Putin y Trump finalmente se reunieron cara a cara, la relación que el primero había esperado estaba definitivamente fuera del programa. FOTO: BPA/GETTY
La verdad es más prosaica. Las sanciones, ahora convertidas en ley, evitan que varias compañías rusas obtengan capital en mercados monetarios internacionales y prohíben que las empresas estadounidenses hagan negocios con ellas. Esto perjudica gravemente los planes de desarrollo económico a largo plazo de Rusia y daña a una gran variedad de industrias clave, especialmente aquellas que necesitan grandes cantidades de capitalización, como la industria de perforación para la extracción de gas y petróleo. Sin embargo, en la práctica, no han hecho mella en el índice de aprobación de Putin de más de 80 por ciento. Los consumidores rusos promedio no han sufrido grandes penurias económicas, principalmente debido a la rápida implementación de contra-sanciones en 2014, las cuales prohibían la importación de todos los productos alimenticios de Estados Unidos y de la Unión Europea, además de proteger a la mayoría de los consumidores locales contra aumentos drásticos en los precios. Y a pesar de las sanciones y de los decrecientes precios del petróleo, la economía de Rusia creció 0.3 por ciento en el último trimestre de 2016, tras siete trimestres consecutivos de contracción, de acuerdo con Bloomberg.
El funcionario estadounidense de alto rango en Moscú afirma que las nuevas sanciones son “un momento de ‘Ay, carajo’ para la élite rusa; finalmente se están dando cuenta de que sus líderes los están llevando por mal camino”. Sin embargo, la verdad parece ser otra. Aunque la economía de Rusia pasa por un mal momento, Putin ha prosperado al oponerse a Estados Unidos y en su capacidad para promoverse como un líder que resiste las agresiones extranjeras. El fracaso de su intento de distinción con Trump, la injusticia percibida de las nuevas sanciones y la constante propaganda sobre la “histeria antirrusa” en Washington han impulsado la identidad patriótica de Putin, al menos por ahora.
Es decir, patriótica para consumo del público. En realidad, como dice la frase característica de Kislyak, “es mucho más lo que une a Estados Unidos y Rusia que lo que nos separa. A pesar de todas las bravatas sobre la independencia, Moscú es mucho más dependiente del sistema financiero y de la tecnología occidentales de lo que Occidente pudiera depender de Rusia. Y Putin no puede darse el lujo de separar completamente a su país de Occidente debido a que muchos miembros de la élite rusa tienen ahí su dinero, y en muchos casos, también a sus familias. Hasta hace poco tiempo, incluso la hija de Putin vivía en los Países Bajos. Y los Papeles de Panamá revelaron docenas de nombres de acólitos clave de Putin con fortunas inexplicables guardadas en el extranjero, como Sergei Roldugin, un famoso chelista y amigo desde hace mucho tiempo del presidente ruso, que supuestamente posee empresas con un valor de 2,000 millones de dólares. En palabras de Konstantin Remchukov, editor en jefe (y antiguo dueño) del diario Nezavisimaya Gazeta: Rusia sigue estando “profunda e inextricablemente unida a la economía de Occidente”.
A corto plazo, es posible que el fracaso del reinicio de relaciones propuesto por Trump haya dejado a Putin políticamente ileso. Pero a largo plazo, el líder ruso tiene cada vez menos opciones. Quizás Putin esperaba que una amistad personal con Trump lo liberara de sus pecados en Ucrania y Georgia. En lugar de ello, la línea de Washington sobre Moscú se vuelve más severa cada día. Kurt Volker, ex embajador ante la OTAN, director de la fundación del senador John McCain, archienemigo de Rusia, y enérgico defensor de dar armamento a Ucrania contra Rusia, acaba de ser nombrado representante especial de Estados Unidos en Kiev. Según informes, la mayoría de los miembros del gabinete de Trump también apoyan el envío de armas letales a Ucrania, lo cual, probablemente, convertirá al conflicto en Donbass en una guerra de poder entre Washington y Moscú.
LA RESACA: Aún si Trump sigue albergando un amor secreto por Putin, se ha vuelto políticamente imposible para él portarse bien con Moscú por temor a más acusaciones de colusión. FOTO: JUSTIN MERRIMAN/GETTY
Desde de que Trump firmó a regañadientes el proyecto de ley de sanciones, al que la Casa Blanca calificó como “gravemente fallido… y probablemente anticonstitucional”, muchos funcionarios rusos han afirmado que Trump desea ser más amistoso con Moscú, pero que los halcones de Washington se lo impiden. “El Congreso está sitiado por una locura asesina; están sedientos de sangre”, tuiteó el senador ruso Alexei Pushkov. “Están atándole las manos a Trump, enfureciendo a la Unión Europea, alejando a Rusia”. Otras personas esperan que las nuevas sanciones interfieran con la capacidad de las empresas de la Unión Europea de hacer negocios en Rusia, lo cual produciría un conflicto entre Europa y Estados Unidos que resultaría a favor de Moscú.
Ambas esperanzas parecen bastante vanas. Aún si Trump sigue albergando un amor secreto por Putin, se ha vuelto políticamente imposible para él portarse bien con Moscú por temor a mas acusaciones de colusión. Y la Casa Blanca ya ha dejado claro que todas las futuras sanciones recomendadas por el Congreso se aplicarán “consultando con nuestros aliados”, limitando las posibilidades de una separación entre la Unión Europea y Estados Unidos con respecto a Rusia (el bloque europeo tiene sus propias sanciones contra Moscú, también por el caso de Ucrania).
El fracaso de Putin y Trump de poner en marcha una nueva era de cooperación post-post-Guerra Fría costará mucho a ambos hombres. El líder ruso enfrenta un aislamiento internacional cada vez más profundo y una lenta estrangulación económica. Pero esto es peor para Trump. Sus palabras de halago incitaron el intento de Putin de ayudarlo a llegar a la Casa Blanca. Hasta ahora, no existen pruebas de que Trump hubiera instigado directamente ese esfuerzo. Sin embargo, la aceptación de Putin podría resultar políticamente fatal para el millonario, que sólo quería ser el “mejor amigo” del líder ruso.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek