EL CHICO de ojos azules y mejillas redondas sigue hablando
de las películas que veía después de la escuela y que tanto le gustaban. Eso
fue hace tres años, cuando apenas tenía nueve y vivía en los alrededores de Al
Raqa, en el norte de Siria. A veces su padre los llevaba a él y su hermano
pequeño a un cine improvisado al aire libre, o acudía con su maestro y sus
compañeros de la escuela.
Se sentaban en sillas de plástico y mordisqueaban galletas
frente a una enorme pantalla de televisión protegida del sol con una sombrilla.
Las películas variaban, pero la trama casi siempre era la misma: miembros del
grupo Estado Islámico (EI), vestidos completamente de negro, “liberaban”
ciudades de los kuffar, o infieles, arrancándoles la cabeza en una sangrienta
celebración de los justos. Nada de eso era actuado. Las películas mostraban
sucesos reales. “Yo creía —recuerda el niño— que sería divertido ir a la
yihad”.
Actualmente, el niño, que pidió ser identificado únicamente
como Mohammed por motivos de seguridad, vive con su tío en la ciudad turca de
Reyhanli. Cuando nos reunimos, una fría tarde de mayo, en la ordenada pero atestada
casa de su tío, me sorprende escuchar que la violencia de esos videos nunca lo
atemorizó. “Son kuffar, y está bien matarlos”, explica. En lugar de ello,
recuerda sentirse “emocionado” ante la acción en la pantalla o cuando veía a
los combatientes del EI patrullando las calles de Al Raqa y exigiendo el
cumplimiento de los estrictos códigos de vestimenta y asistencia a las
mezquitas ordenados por la interpretación radical de la ley islámica.
La inclinación de Mohammed y sus dos hermanos hacia el Estado
Islámico preocupaba a su tío, quien pidió ser identificado únicamente como
Ra’ed. El año pasado convenció al padre de los niños para que estos salieran de
Al Raqa, el principal bastión del grupo en Siria, para mudarse con su familia
en Turquía. Actualmente, Ra’ed y su propia familia comparten su casa con los
tres chicos, Mohammed, que actualmente tiene 12 años, Ibrahim de 10 y Salim de
16, así como con sus padres. Los muchachos estudian en una escuela apoyada por
la UNICEF para refugiados sirios. A la espera de alejarlos de la violenta
yihad, Ra’ed les compró iPads, deja que lo ayuden en su tienda de ropa de
segunda mano y trata de poner en duda discretamente sus creencias sobre lo que
significa ser un buen musulmán. Sin embargo, incluso después de haberse
mantenido alejados durante nueve meses del grupo yihadista, los chicos aún
idolatran a los soldados del autodenominado califato. “Todo el tiempo me
gritan: ‘¿Por qué nos trajiste aquí?’”, señala Ra’ed. “Va a tomar tiempo. Su
cerebro no es como una computadora. Una vez que descarga información, no se
puede borrarla fácilmente”.
El Estado Islámico dedicó recursos exclusivos para el
adoctrinamiento de los niños en su territorio, el cual, en su mejor momento,
desde mediados de 2014 y durante todo 2015, abarcó aproximadamente un tercio de
Siria e Irak y albergaba entre 6 y 12 millones de civiles. De manera rápida y
metódica, el grupo impuso su programa en las escuelas y atrajo a los niños a
sus campos de entrenamiento con regalos y videos de propaganda. El EI también
capturó a los hijos de sus enemigos, que comprendían a los grupos yazidíes y
cristianos, y sometió a muchos de ellos a lavados de cerebro en campos de
entrenamiento antes de mandarlos al campo de batalla como soldados o
bombarderos suicidas.
Ahora, mientras las fuerzas apoyadas por Estados Unidos en
Siria e Irak van sitiando los últimos bastiones del Estado Islámico, el mundo
obtiene una visión cada vez más detallada del daño producido a toda una
generación de jóvenes. Los primeros en enfrentar este daño son quienes viven en
las afueras del cada vez más pequeño territorio del EI. Las entrevistas con los
niños que viven ahora en el sur de Turquía y el norte de Irak y que asistieron
a campos de entrenamiento y escuelas del Estado Islámico, así como con los
terapeutas y funcionarios de seguridad que hacen hasta lo imposible para
evaluarlos, nos dan una visión de la crisis. Además de encontrarse muy
rezagados en cuanto a su educación, muchos de esos niños sufren traumas y otros
problemas de salud mental. Algunos de ellos también alarman a las autoridades
y, en algunos casos, a sus familias, con sus puntos de vista extremistas y su
conducta violenta.
Liesbeth van der Heide, experta en rehabilitación y
reintegración de terroristas del Centro Internacional de Antiterrorismo de La
Haya, señala que el EI es un desafío mucho más grave que otros grupos
extremistas que trataron de radicalizar a comunidades enteras. A diferencia de
las FARC en Colombia, de la ETA en España y de otros grupos que principalmente
aglutinaban a los habitantes de las localidades en las que operaban, el EI
llega a todo el mundo. También gobernó a una población de civiles mucho más
grande que otros grupos con ambiciones similares, como Al Qaeda. “El Estado
Islámico dirigía literalmente una operación semejante a un Estado,
proporcionando educación, atención a la salud y servicios legales a los
ciudadanos”, dice. Esto hace que resulte mucho más probable que los niños que
vivieron en el territorio del EI, muchos de los cuales tienen lazos con otros
países, fueran contagiados por su ideología. En un lugar tan alejado de Oriente
Medio como los Países Bajos, donde vive Van der Heide, los funcionarios de
seguridad se preparan para la posible llegada de alrededor de 80 niños
holandeses nacidos o criados en el territorio del EI. Otros países del mundo
también luchan con el mismo problema: qué hacer con un gran número de jóvenes
posiblemente radicalizados sin contar con precedentes similares que los
orienten.
Aunque Siria, Irak y los países vecinos enfrentan lo más
grave de esta crisis, los expertos advierten que la salida de refugiados y el
regreso de combatientes extranjeros del Estado Islámico y sus familias
extenderá en distintos países del mundo la carga de evaluar, tratar y
reintegrar a los miles de niños dañados por la organización terrorista. Todos
estos niños necesitan ayuda, y algunos de ellos podrían ser peligrosos.
VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE: Un niño yazidí que fue entrenado
por el grupo militarista Estado Islámico, extremo derecho, con otros dos
refugiados en Duhok, Irak. El EI capturó a los hijos de sus enemigos y los envió
a la guerra. FOTO: AHMED JADALLAH/REUTERS
EL ABECÉ DE LA DECAPITACIÓN
Cuando el Estado Islámico tomó el control de Mosul, en Irak,
y anunció el establecimiento de su califato en junio de 2014, Umar Aljbouri
trabajaba en un instituto dirigido por el gobierno en ese país para atender a
mujeres y niños. Este servidor público continuó asistiendo a trabajar cada día
mientras los militantes imponían su control sobre los casi dos millones de
habitantes de Mosul, tomando una institución a la vez. Finalmente, cerraron el
Instituto y le ordenaron a Aljbouri que comenzara a trabajar en una escuela
primaria local que se había quedado sin maestros. Aunque Aljbouri nunca había
dado clases, tenía miedo de oponerse y estuvo de acuerdo en asistir a cursos de
capacitación obligatorios para maestros, impuestos por el EI.
En ellos, aprendió que los maestros y los niños de todas las
edades estarían separados por sexos y que tendrían que apegarse al estricto
código islámico de vestimenta. Muchas de las materias que se enseñaban, como la
historia y la literatura, fueron desechadas; las matemáticas, el idioma árabe y
el estudio del islam seguían enseñándose, pero de acuerdo con el programa de
estudios del Estado Islámico. Finalmente, la oficina de educación del grupo
distribuyó materiales y libros de texto del grupo terrorista.
En una llamada telefónica realizada desde la parte oriental
de Mosul poco después de su liberación a principios de este año, Aljbouri
afirma que supo de inmediato que rehusaría seguir el mandato del grupo. “El
programa de estudios del EI se basaba en una doctrina extremista”, dice.
“Invitaba a los niños a odiar y asesinar a personas de otras religiones.
Incluso en matemáticas, en lugar de enseñar ‘1 manzana + 2 manzanas = 3
manzanas’, decían, ‘1 bala + 2 balas = 3 balas’. Los padres estaban muy
preocupados”.
La reforma de la educación fue parte de un adoctrinamiento
más amplio para los niños, instituido por el EI en pueblos y ciudades de todo
su territorio. Mohammed Alhamed, un activista que da seguimiento a la educación
del grupo en Siria, señala que este utilizaba las escuelas para atraer
fácilmente a los niños a su organización. “El Estado Islámico no obliga a los
niños a unírseles. Sin embargo, les enseñan las reglas y todo acerca de la
yihad y el EI, y cuando crecen, ellos mismos desean unirse”.
Aunque la organización amenazaba con multas y azotes a los
padres que no mandaban a sus hijos a la escuela, su enfoque hacia los alumnos era
menos estricto. Mohammed, el chico que ahora se encuentra en Reyhanli, asistió
durante dos años a una escuela dirigida por el EI en una mezquita de Al Raqa.
Señala que sus maestros nunca usaron castigos corporales y que trataban a los
alumnos “muy bien. Me agradaban, y me gustaba el islam. Decían que, si leías el
Corán, obtenías recompensas”. Le daban a Mohammed armas de juguete y dinero
para gastar. Su hermano Ibrahim, de diez años, estaba particularmente
encariñado con un miswak, una especie de ramita para limpiarse los dientes,
supuestamente utilizada por el profeta Mahoma, que le dio un maestro.
Los maestros de la escuela de Mohammed e Ibrahim también les
hablaban acerca de lo que se esperaba de ellos cuando crecieran y de lo
glorioso que era defender al Estado Islámico. “Decían que, cuando creces, debes
dejarte crecer una barba larga e impedir que tu esposa salga de casa y
asegurarte de que ella esté completamente cubierta”, dice Mohammed. “Nos decían
que combatían a los kuffar, como el régimen [sirio], Israel, Irán y Estados
Unidos, y que se volvían cada vez más poderosos. Tomaban a las personas más
grandes que yo y les enseñaban cómo usar las armas en campos de entrenamiento.
Pero yo les dije que solo deseaba aprender sobre las armas, pero no pelear”.
No todos los estudiantes que asistieron a la escuela en el
territorio del EI estuvieron expuestos a enseñanzas extremistas. Poniendo su
vida en gran riesgo, Aljbouri y muchos de sus colegas de la escuela primaria
rehusaron seguir el programa de estudios del grupo. En lugar de ello, dedicó
dos años a enseñar a escondidas principalmente lectura y escritura. Señala que
muchos padres también se arriesgaban a sufrir castigos por parte de la
organización al rehusarse enviar a sus hijos a la escuela. Aljbouri pudo ver
cambios perturbadores en los alumnos que asistían a las escuelas vecinas donde
enseñaban colegas suyos más sumisos. “Comenzaron a llevar atuendos negros del
Estado Islámico al estilo afgano y deseaban saber más acerca de la yihad.
Comenzaron a practicar el takfir”, dice, refiriéndose a la práctica islámica de
la excomunión. “Si un musulmán hacía algo que no estuviera de acuerdo con la
doctrina del grupo, decían que se había convertido [en un infiel] y que había
dejado de ser musulmán. Así que incluso estos niños tan pequeños comenzaban a
hablar como adultos extremistas. Hablaban acerca de Roma, de ocupar o controlar
Roma. ¿Puedes imaginarlo?”.
PEQUEÑOS HERMANOS DAÑADOS: En forma rápida y metódica, el EI
incorporó su programa de estudios en las escuelas y atrajo a los niños a sus
campos de entrenamiento con regalos y videos propagandísticos. FOTO: OBTENIDA
POR NEWSWEEK
SUPERHÉROES DE PELÍCULAS SNUFF
Más que el programa de estudios del Estado Islámico, a los
niños les resulta más perjudicial su propaganda. Alhamed vivió durante un año
bajo el control de los militantes después de que estos ocuparon Der Ezzor. En
ese tiempo comenzó a documentar secretamente sus actividades, lo cual,
finalmente, lo llevó a ser encarcelado en una prisión del grupo. Cuando fue
liberado, en 2015, escapó a través de la frontera hacia la ciudad turca de
Gaziantep, donde continúa su trabajo como activista anti-EI. Hablando desde su
casa en esa ciudad a principios de este año, afirma que las proyecciones al
aire libre de películas del grupo eran, desde su punto de vista, la más
poderosa herramienta de reclutamiento del grupo. “Pasaban películas de la
organización sobre lo que les hacían a los kuffar, cómo los asesinaban. Les
daban a los niños tarjetas de memoria para sus teléfonos inteligentes, las
cuales contenían nasheeds [canciones religiosas] y textos islámicos. Y a los
niños les encantaban”. Después de las proyecciones, los reclutadores del Estado
Islámico les preguntaban a los niños si estaban listos para unirse y pelear.
“Yo me encontraba en un rincón observando, y después de cada proyección, cuatro
o cinco niños levantaban la mano y ellos se los llevaban”, dice, y añade que
los niños consideraban que los combatientes eran superhéroes. “Ven el estilo de
vida del EI: tienen autos, dinero, el control de la tierra, y desean ser como
ellos”. Alhamed calcula que entre 700 y 1,000 niños fueron reclutados por el
grupo en Der Ezzor desde que los combatientes llegaron a esa ciudad, en 2014.
Una vez que se encontraban en los campos de entrenamiento
del Estado Islámico, los niños seguían un riguroso programa para prepararse
para el combate. Ahmed Amin Koro, un iraquí de 16 años, fue secuestrado y
obligado a permanecer en un campamento de entrenamiento con más de 200 niños,
capturados por la organización cuando esta invadió su pueblo, en el verano de
2014. Afirma que el entrenamiento comenzó con un mes de estudio religioso
diario, en el cual él, que es seguidor de la religión yazidí, era obligado a
leer el Corán, estudiar la ley islámica, escuchar nasheeds y aprender “cómo ser
musulmán”.
Pernoctaba en una burda casa en la que él y docenas más de
niños, incluso algunos de seis años, dormían sin sábanas sobre un frío piso de
concreto. Los días comenzaban con una oración antes del amanecer, seguida por
un entrenamiento con armas a las seis de la mañana. “Todos los días, venía un
tipo y nos enseñaba a usar pistolas, AK-47 o cinturones suicidas. Por la noche,
veíamos videos de cómo mataban a la gente, usaban una gran pantalla de
proyección para pasarnos esas películas en una enorme sala”.
Los entrenadores de Koro utilizaban una combinación de
recompensas (visitas familiares) y brutales castigos (hambre, confinamiento
solitario y golpizas) para estimular el cumplimiento de las reglas. Cuando un
guardia del Estado Islámico descubrió que Koro tenía un teléfono celular, lo
cual violaba las reglas, tres hombres le ataron las manos a la espalda, le
cubrieron los ojos y le hicieron arrodillarse en el piso mientras se turnaban
para golpearle la espalda un total de 250 veces con una manguera de plástico.
Desde entonces, su esternón sobresale tanto de su pecho que la deformidad puede
verse a través de sus ropas.
Koro me dice que la brutalidad de los entrenadores lo
aterrorizaba, mientras reproduce en su teléfono un video de propaganda del
grupo en el que él aparece. No es tan espantoso como los muchos videos del EI
en el que se muestra a niños pequeños ejecutando a prisioneros, fusilándolos o
cortándoles la cabeza, aunque no deja de ser inquietante. El video comienza con
una escena en un salón de clases; Koro está sentado en un escritorio de madera
entre más de una docena de jóvenes estudiantes, todos ellos con camisetas
negras y bandas de la organización atadas en la cabeza. Los estudiantes dirigen
una mirada vacía hacia la cámara mientras el narrador los exalta como la
próxima generación de combatientes del Estado Islámico. Después, vemos a Koro
trepando por una cuerda mientras un niño pequeño da un giro con el cuerpo para
entrar a cuadro. Finalmente, aparece el narrador. Se trata de un adolescente
mal encarado que grita amenazas a los enemigos del grupo. Koro dice que el
joven era un yazidí como él, pero que había sido uno de los pocos reclutas de
su grupo que había adoptado con entusiasmo la violenta ideología de la
organización. “Lo vi ayudando a comprar y vender esclavas sexuales yazidíes”,
dice Koro.
Ahora que el califato se derrumba, Koro no está seguro del
paradero del chico. Es posible que haya sido muerto o capturado en batalla. También
es posible que simplemente se haya alejado del frente de combate y que ahora
trate de reintegrarse a la sociedad normal, caminando entre personas ordinarias
que no saben que es un yihadista.
HERIDAS INTERNAS: Un niño sirio se sienta frente a su casa
en el distrito de Al Bab en Alepo, Siria. Muchos de los niños que vivieron bajo
el régimen del EI sufren traumas extremos. FOTO: KEREM KOCALAR/ANADOLU/GETTY
“SI PUDIERAN, NOS MATARÍAN A TODOS”
La prisión de Erbil, la capital de la región kurda
semiautónoma de Irak, utilizada para detener a jóvenes sospechosos de
pertenecer al Estado Islámico, se asienta sobre un camino transitado, a unas
cuantas calles de un popular centro comercial. Está oculta, a la vista, por un alto
muro decorado con murales y coronado con alambre de púas. En uno de los murales
se muestra una figura humana que sale, en una secuencia de varias pinturas, de
un oscuro sitio.
Antes de octubre pasado, cuando se estableció en el lugar un
conjunto de fuerzas para expulsar al EI de Mosul, el Reformatorio para Mujeres
y Niños de Erbil albergaba a poco más de 200 internos; actualmente, aloja a
cerca de 500. En ese entonces, la mayoría de las mujeres y niños estaban allí
por haber cometido crímenes comunes: drogas, prostitución, latrocinio y, en
ocasiones, asesinato. Pero cuando comenzó la ofensiva en Mosul, el reformatorio
fue inundado repentinamente con adolescentes, así como algunas mujeres,
sospechosos o condenados por crímenes relacionados con el grupo.
Las fuerzas iraquíes y kurdas locales que se han abierto
paso, calle por calle, hacia el territorio de la organización han enfrentado la
complicada tarea de distinguir quiénes, de entre los desesperados habitantes de
la localidad, podrían ser miembros o simpatizantes del Estado Islámico. Cada
uno de los grupos que participan en la ofensiva ha estado deteniendo
prisioneros, entre ellos, jóvenes, y canalizándolos hacia distintas
instalaciones, donde, supuestamente, sus casos serán incorporados al sistema de
justicia. Han surgido informes de que estos grupos han tomado la justicia en
sus propias manos. Por ejemplo, Human Rights Watch publicó un informe en el que
17 niños, de los que se sospechaba que eran miembros del EI, afirman haber sido
torturados por fuerzas de seguridad kurdas.
Un oficial kurdo señala que esas afirmaciones son
“evidentemente falsas” y que los grupos de derechos humanos nunca presentaron
ninguna prueba de estas afirmaciones ante los servicios de seguridad. Añade que
los niños detenidos tienen “un acceso ilimitado e irrestricto a la Cruz Roja”.
Esos niños capturados, al igual que muchos otros sospechosos
de pertenecer al grupo, finalmente fueron transportados al sobrepoblado y
escaso de fondos Reformatorio para Mujeres y Niños, dirigido durante los
últimos dos años por una mujer llamada Diman Muhamed Bayiz.
En octubre, cuando comenzó a llegar la primera ola de
jóvenes prisioneros, según afirma Bayiz, sus empleados les temían. Estaban
sucios, tenía el cabello largo y vestían ropas al estilo del Estado Islámico.
Algunos estaban acusados de delitos menores: comunicarse con el EI por
Internet, entrenar con el grupo, haber sido obligados a trabajar con la
organización. Sin embargo, otros estaban acusados de crímenes más graves, como
herir o asesinar soldados en la batalla de Mosul. Algunos ya habían sido
condenados y estaban ahí para cumplir sus sentencias que, en la región kurda de
Irak, no pueden ser de más de un año para cualquier persona de menos de 18 años
de edad, sin importar el crimen que haya cometido.
Al principio, el personal desconfiaba de estos detenidos, a
quienes separaron de la población carcelaria general por temor a que pudieran
adoctrinar a otros. Sin embargo, con el paso del tiempo descubrieron que
mostraban una buena conducta, y que algunos incluso daban lástima, señala
Bayiz. “La vida de la mayoría de estos niños fue destruida bajo el régimen del
Estado Islámico. Algunos de ellos perdieron a sus padres o a sus familias.
Otros perdieron sus casas… Creo que no dan muchos problemas debido a lo mucho
que sufrieron bajo el control del grupo y a que han descubierto que la
situación es mejor aquí”.
El personal de Bayiz pretende que los niños se centren en el
contraste entre su vida dentro y fuera del control de la organización terrorista
mientras los llevan de la mano a través de un programa cuya intención es
prepararlos para reintegrarse a la sociedad. Comienza, en una forma muy
parecida al programa del EI para los recién llegados, con un cambio de escuela
y de guardarropa. “Lo primero que les hacemos en el instituto es cambiar su
ropa, rasurar la barba y cortarles el cabello. Cambiamos su apariencia
externa”, dice Bayiz. “Luego enviamos a alguien, por ejemplo, un trabajador
social, para sacarlos al patio, quizás a jugar balompié y hablarles para
hacerlos sentir cómodos. Después de eso, comenzamos a impartirles cursos”.
Debido a la escasez de fondos y a la grave sobrepoblación
(la instalación, construida para albergar a 120 personas, alojaba 475 a finales
de mayo), los cursos ofrecidos no están tan desarrollados como Bayiz quisiera,
pero su personal logra arreglárselas. Además de los cursos opcionales de
deportes, música, computación e idiomas, los internos son visitados una o dos
veces por semana por trabajadores sociales y tienen acceso a psicólogos,
médicos y a un imán, que les habla acerca de lo que Bayiz denomina “el
verdadero islam”. El centro de medios de comunicación del Instituto también
organiza de vez en cuando proyecciones de documentales con la intención de
poner en tela de juicio las creencias de los niños acerca del Estado Islámico.
“En las películas se les muestra cómo la ideología del EI es negativa y cómo
ese grupo destruye ciudades y mata gente”, dice Bayiz, y señala que los
trabajadores sociales están cerca durante las previsiones para guiar las
discusiones. “También les muestran cómo la organización terrorista ha destruido
la vida de las personas”.
Bayiz ha observado algunos cambios alentadores. “Cuando
llegan, no desean ver a ninguna mujer, consideran nuestro gobierno como de
infieles y califican a todo nuestro personal de la misma forma. Nos dicen que
nos matarían a todos si pudieran”. Sin embargo, señala que su personal encuestó
recientemente a los niños acerca de las actividades en las que estarían
interesados, y una gran mayoría de ellos eligió el dibujo y la música,
actividades prohibidas por el EI. Algunos chicos también pidieron cortes de
cabello a la moda, prohibidos por el grupo y por la prisión. “Preguntaron si
podían cortarse el cabello como los modelos de moda”, dice Bayiz says. “Esa es
una señal de que sus mentes están cambiando”.
Sin embargo, algunos de ellos se resisten. Un chico volvió a
unirse a los militantes inmediatamente después de cumplir su sentencia. Fue
arrestado nuevamente, acusado y vuelto a sentenciar. “No es fácil cambiar su
mente y cambiar sus ideas”, dice Bayiz. “Se requiere mucho tiempo”.
LOS HIJOS DE LA ANARQUÍA: Niños que escaparon del dominio
del EI, en las afueras de la ciudad kurda de Erbil, en Irak. Muchos países
enfrentan el problema de cómo evaluar y rehabilitar a jóvenes posiblemente
radicalizados. FOTO: AZAD LASHKARI/REUTERS
¿HAY VIDA DESPUÉS DEL ESTADO ISLÁMICO?
Jan Ilhan Kizilhan, un kurdoalemán experto en traumas y
rector de un nuevo Instituto de psicología en el norte de Irak, cree que
incluso los niños más profundamente adoctrinados pueden ser rehabilitados, y ha
visto algunos de los peores casos. En 2014, un programa alemán para refugiados
le pidió que evaluara a 1,400 víctimas del Estado Islámico a quienes se
consideraba otorgarles asilo de emergencia. Muchos de ellos eran niños que
habían sido capturados y obligados a asistir a escuelas y campos de
entrenamiento de la organización. Algunos de ellos eran tan pequeños cuando
fueron capturados que no tenían ningún recuerdo de su vida antes del EI. Al ser
rescatados y reunidos con su familia, algunos de los niños rehusaron y atacaron
a sus propios familiares. A pesar de que todos ellos eran no musulmanes,
algunos insultaban a otros por ser kuffar. Un niño de nueve años que pasó dos
años y medio con la organización atemorizó a su familia, pues seguía realizando
en casa sus ejercicios de entrenamiento de combate.
Durante un desayuno, el catedrático describe el tratamiento
ideal para un niño que ha sufrido un lavado de cerebro por parte de
extremistas: duraría dos o tres años y comenzaría con un periodo de
“estabilización” en el que el niño simplemente se ajustaría a una rutina
normal. Esto podría significar ir a la escuela, practicar algún deporte y, de
manera muy importante, reunirse con un trabajador social diariamente. “Debemos
tener un contacto muy estrecho con ellos. Deben sentir que hay personas que
confían en ellos y que desean ayudarlos. Necesitan recuperar su confianza en la
humanidad y en los seres humanos”, dice. Una vez que el niño ha establecido una
confianza suficiente con el trabajador social y con el psicólogo, pueden
comenzar las sesiones de psicoterapia.
No todos los niños que asistieron a escuelas, o incluso a
campos de entrenamiento del Estado Islámico, fueron adoctrinados. Kizilhan dice
que el cerebro de los niños pequeños no está lo suficientemente desarrollado
para comprender plenamente la ideología que el grupo enseña. Los adolescentes
mayores, que comienzan a desarrollar una identidad política, afirma, son mucho
más susceptibles al adoctrinamiento. De igual forma, añade, no todas las
personas que han sufrido eventos traumáticos estando en el territorio del EI
acabarán traumatizados o con algún daño psicológico de otra naturaleza.
Menciona un estudio realizado en Alemania y señala que la mitad de todas las
personas que experimentan eventos traumáticos (por ejemplo, un accidente
automovilístico o presenciar decapitaciones) “encontrarán su camino” sin
necesitar atención clínica. El otro 50 por ciento podría sufrir distintos
trastornos que van desde la depresión y el trastorno de estrés postraumático
hasta una conducta antisocial más peligrosa.
Aun así, el número de niños y adultos afectados por la
organización terrorista únicamente en el norte de Irak que necesitan atención
psicológica urgente excede por mucho el número de instalaciones y expertos
disponibles para tratarlos. Kizilhan calcula que hay menos de treinta
psicólogos especialistas en traumas en toda la región, que actualmente aloja a
cerca de dos millones de personas desplazadas por la guerra.
Ako Faiq Mohammed dirige una de las pocas clínicas de
rehabilitación para pacientes hospitalizados que manejan alguno de los casos
más urgentes de la región. Desde que fue inaugurada, en 2015, en esta
instalación se ha tratado a setenta niños que vivieron en el territorio del
Estado Islámico. Al igual que los pacientes de Kizilhan, la mayoría de ellos
pertenecían a minorías religiosas y fueron secuestrados para obligarlos a
entrenar en los campos del grupo. Muchos salieron de ahí lo suficientemente
adoctrinados y violentos como para que sus familiares, trabajadores sociales u
otras autoridades los enviaran a esa institución para recibir un tratamiento a
largo plazo. Un chico intentó varias veces prenderle fuego a su hermana porque
era “una infiel”. Otro de ellos, que vio cómo el grupo ejecutaba a sus
prisioneros, llegó allí después de volverse violento en su casa y de encerrar a
su hermano menor en un refrigerador. “Estos niños son antisociales. Rechazan su
propia sociedad. Son agresivos y golpean a sus amigos y a sus familiares”, dice
Mohammed. Incluso él ha sido golpeado por algunos pacientes. “Cuando crezcan,
matar a alguien será muy fácil para ellos si no resolvemos estos problemas
ahora”.
En un esfuerzo para aumentar el número de profesionales
locales de la salud mental que estén equipados para hacer frente a la crisis,
en marzo pasado Kizilhan inauguró un Instituto de psicología clínica en Duhok
con financiación alemana. En este momento está capacitando a su primera generación
de psicólogos que habrán de graduarse en 2020. Espera que el programa se
expanda cada año, de manera que para 2030 haya miles de terapeutas
especialistas en traumas en el norte de Irak.
Mientras tanto, es probable que los niños traumatizados o
adoctrinados solo reciban tratamiento durante un breve periodo por parte de los
abrumados asesores, trabajadores sociales o de uno de los pocos psicólogos
agobiados por la excesiva carga de trabajo, si es que reciben algún tratamiento
en absoluto.
FOTOS:
OBTENIDAS POR NEWSWEEK
DECAPITACIONES VS. BIKINIS
Mohammed, Ibrahim y Salim, los sobrinos de Ra’ed
provenientes de Al Raqa, quienes pasaron dos años en el territorio del Estado
Islámico, continúan en Turquía, viviendo entre los habitantes locales y otros
refugiados sirios. A pesar de sus ruegos ocasionales de regresar a casa, él
rehúsa permitirles volver a Siria hasta que terminen su educación, debido a que
le preocupa que corran a tomar las armas para luchar por el grupo sin
comprender las consecuencias de sus acciones. “Creen que es un juego. Pero aún
son niños y no comprenden lo que significa morir”, dice. También lo preocupa
que vuelvan a Siria una vez que el EI sea derrotado. Teme que quienquiera que
controle Al Raqa castigue a los simpatizantes de la yihad, sin importarles su
edad o sus circunstancias. “Serán torturados, a pesar de que son víctimas”.
Sus sobrinos le dicen a Ra’ed que volverán a casa tan pronto
como se gradúen de la secundaria, pero están estableciéndose de mala gana en la
vida de Reyhanli. Antes de que estallara la guerra en Siria, en 2011, este era
un pueblo agrícola poco poblado situado a unos cuantos kilómetros de la
frontera. Ahora, sus calles principales bullen de actividad: los niños juegan,
los vendedores pregonan sus mercancías en árabe para la clientela del pueblo,
que actualmente está compuesta principalmente por sirios que se han refugiado
allí durante los últimos seis años. Lo mismo ha ocurrido en los muchos pueblos
y vecindarios en toda Turquía, Jordania y Líbano, que albergan a la mayoría de
los más de cinco millones de refugiados de la guerra civil de Siria. Entre toda
esa masa se encuentra un número indeterminado de niños que han tenido algún
contacto con las escuelas, campos de entrenamiento y medios de comunicación del
Estado Islámico.
Se han realizado esfuerzos pequeños y esporádicos para
identificar a los pequeños que necesitan ayuda, pero para sus padres es fácil
mantenerlos en las sombras. Algunas familias que desean recibir ayuda para sus
hijos radicalizados rehúsan buscarla por temor a que sean investigadas y
castigadas por los servicios locales de seguridad. Otras personas, como Ra’ed,
piensan que pueden manejar el problema por ellas mismas.
FOTOS:
OBTENIDAS POR NEWSWEEK
El patriarca de la familia reconoce que ha habido algunos
errores en sus esfuerzos para rehabilitar a sus sobrinos. Una vez, cuando Salim
llegó de Al Raqa, Ra’ed llevó al adolescente a la playa para poner en tela de
juicio sus puntos de vista profundamente conservadores acerca de las mujeres.
Al ver mujeres en bikini, Salim se enfureció y dijo que debería “decapitarlas y
hacer que el mar enrojeciera con su sangre”. Cuando le compró un iPad a
Ibrahim, el chico comenzó de inmediato a descargar juegos de guerra.
Sin embargo, piensa que poco a poco está ganando esta guerra
de jóvenes corazones y mentes. “Todos ellos están mejorando”, insiste. “Aquí
tenemos un estilo de vida distinto y, poco a poco, están comenzando a cambiar”.
Sin embargo, se muestra menos optimista con respecto a los
hijos de los simpatizantes del EI, a quienes ve de vez en cuando alrededor de
Reyhanli. Uno de ellos visitó recientemente su tienda de ropa de segunda mano.
El chico estalló en rabia cuando su hermana se acercó a Ra’ed para preguntarle
sobre una talla. “¿Por qué hablas con un hombre?”, gritó. “Si tienes una
pregunta, me la dices y yo se la hago a él. Juro por Dios que volveré a casa y
haré que tu hermano mayor te corte la cabeza”.
Mientras Ra’ed recuerda esta historia, sacude la cabeza.
“Algunos de esos niños están creciendo con ideas yihadistas. Y serán un
problema para el futuro de todo el mundo”.