EN LOS ÚLTIMOS AÑOS una ola cultural antisistema de grandes dimensiones ha sorprendido al mundo. Desde los primeros signos como la primavera árabe, los indignados en España y las manifestaciones de Brasil, hasta los últimos meses con las victorias electorales del brexit en el Reino Unido, Trump en Estados Unidos y el éxito de Lepen en Francia.
En 1989 se publicó el libro de Alejandro Llano La nueva sensibilidad, en el que abordaba el análisis de las últimas causas del malestar social, escondidas a simple vista, pero palpables de manera evidente a través de sus consecuencias.
En dicho libro escribía haciendo alusión al filósofo y sociólogo Jürgen Habermas “(…) que la consabida crisis del Estado del Bienestar no es solo ni fundamentalmente un atasco funcional, sino que remite a una complejidad cada vez menos abarcable con nuestros recursos intelectuales y operativos, a una ausencia de panorama para articular sobre él visiones comprensivas y proyectos viables. La falta de panorama, de capacidad de percibir totalidades con sentido, está conduciendo a una generalizada perplejidad (…)”.
En otras partes del libro aludido Alejandro Llano se adelantaba en el diagnóstico a fenómenos de los que era difícil imaginar en 1989, año de la caída del muro de Berlín, de un panorama optimista —casi utópico— que en realidad se estaba viviendo la crisis de la época moderna a la que posteriormente muchos autores denominaron “posmodernidad”.
La parte interesante de la postura de Llano, así como de otra serie de pensadores como el propio Habermas o Macintyre, es el reconocimiento de i) la existencia de una nueva y cada vez mayor complejidad, ii) la insuficiencia de nuestros modelos de pensamiento totalizantes (económicos y políticos) y iii) la perplejidad que ello genera ante la pérdida de panorama.
Ante esta realidad la pregunta que nos viene inmediatamente es: ¿qué es un sistema? Según el Diccionario de la Real Academia, un sistema es un “(…) conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí (…)”.
Uno de los intelectuales que más desarrolló el tema fue el alemán Niklas Luhman para quien el sistema es un coto cerrado de razón que no puede operar más allá de sus límites, pero puede sobrepasarlos para relacionarse con el entorno. Así, un sistema político es aquel que tiene sus propias reglas y principios dentro de un entorno que es el amplio cuerpo social.
Según J. K. Galbraith, el actual sistema político-económico ha adquirido la forma de tecnoestructura en la que se encuentra presente el gobierno y las empresas del denominado planning system, que en contraposición a las del denominado market system son aquellas que por su poder económico tienen una fuerte influencia en el sistema político. A estos actores que señalaba Galbraith podrían añadirse hoy los entes y empresas que dominan el denominado big data, toda la información que permite conocer las opiniones y preferencias de los consumidores y ciudadanos prediciendo sus decisiones.
Cada uno de los actores que conforman la tecnoestructura: gobierno, empresas del planning system y las entidades y empresas que dominan el big data, juega un rol distinto y complementario en su funcionamiento.
Cada uno de ellos posee un factor simbólico distinto: el gobierno, el poder ;las empresas del planning system, el dinero ;y los entes y empresas que dominan el big data, la información.
Los tres elementos: poder, dinero e información, son intercambiables entre sí: se puede intercambiar poder por dinero, dinero por información o información por dinero. Los tres elementos dialogan entre sí, de manera que forman un verdadero sistema.
Por otro lado, las sociedades están compuestas por el denominado mundo vital. El mundo vital es el que responde a la parte más profunda del hombre, sus ilusiones, su modo de ver el mundo. En este sentido, parece ser que el origen del malestar está en la distancia a veces de mucha lejanía que existe entre la tecnoestructura y el mundo vital.
Si la tecnoestructura forma un sistema en el que solamente lee y entiende en clave de poder, dinero e información, como consecuencia se vuelve incapaz de leer en clave de sentimientos, afectos y otros aspectos que forman lo que entendemos por cultura.
El ciudadano de a pie se siente alejado del discurso, la lógica de funcionamiento y el rumbo que la tecnoestructura decide para la sociedad a la que pertenece. Por su parte, la tecnoestructura supone que los complejos problemas que se viven en los ámbitos profundos de la vida social se resuelven de forma exclusiva con medidas de carácter político, económico o publicitario que han demostrado ser insuficientes.
La insuficiencia reiterada de las soluciones planteadas nos lleva a concluir que es tiempo de buscar respuestas en el humanismo y la cultura.
Las claves de pensamiento con las que debemos enfrentar el complejo fenómeno son fundamentalmente de carácter filosófico y sociológico. La filosofía, que tiene como objeto la búsqueda de la verdad a través de sus últimas causas, y la sociología, que tiene como objeto el análisis del comportamiento de los grupos humanos y la naturaleza de sus relaciones, proporcionan ópticas distintas y complementarias a la visión estrictamente económica o política.
Siguiendo las ideas de los autores que se han aproximado a este problema podríamos decir que la sociedad occidental dominada por la relación Estado-mercado ha construido los modelos de vida ciudadana de espaldas a aspectos más profundos de la personalidad.
Estos aspectos más profundos de la personalidad recorren la aproximación a la cultura, a la expresión personal y artística, a las necesidades de carácter más espiritual. De manera que los modelos que los olvidan producen desencanto en el ciudadano de a pie. Es momento de regresar a ellos.