DE NUEVA CUENTA una decisión impulsiva de la Casa Blanca ha escandalizado a Washington y dejado en riesgo de desempleo a los republicanos del Congreso. La semana pasada, en vez de hablar de la reforma de salud o de la política fiscal, la prensa asedió a los senadores del Partido Republicano y les exigió respuestas a la repentina decisión del presidente Donald Trump de despedir al director del FBI, James Comey, y su impacto en la investigación de la agencia en el asunto de la intervención rusa en la elección presidencial de 2016.
Muy contados republicanos se mostraron dispuestos a responder las preguntas. “Tendré algo que decir más adelante”, contestó Roger Wicker, senador por Misisipi, al entrar de prisa en un ascensor. El senador de Texas, Ted Cruz, escapó de los reporteros caminando precipitadamente hacia una escalera eléctrica, pero prometió que después haría una declaración.
Cuando los republicanos de la Cámara de Representantes aprobaron —por un estrecho margen— su proyecto para repeler y reemplazar el Obamacare, el pasado 4 de mayo, los legisladores del Partido Republicano al fin mostraron algo de energía tras su letárgico comienzo capitolino en 2017. Con todo, la controversia por el tema de Comey —quien estaba investigando los nexos de la campaña de Trump con Rusia— es un fuerte revés para los esfuerzos republicanos. Así que los senadores seguirán discutiendo por su versión del anteproyecto de salud, mientras que los representantes continuarán trabajando en una transformación fiscal que permita unificar su cámara.
Sin embargo, en el futuro inmediato también se verán obligados a invertir considerable energía para esquivar la andanada de ataques provocados por las acciones de Trump, desde los cambiantes argumentos de la Casa Blanca sobre el despido de Comey —y los crecientes indicios de que el mandatario intentaba impedir la investigación sobre Rusia— hasta lo que promete ser un proceso de confirmación brutal para quienquiera que el presidente designe como jefe de la agencia. Asimismo, el Senado tendrá una sesión informativa a puertas cerradas sobre este asunto con el subprocurador general, Rod Rosenstein, autor del memorando crítico que citó la Casa Blanca en sus argumentos para despedir a Comey.
A la zaga del despido de Comey, los demócratas han incrementado el clamor por una fiscalía especial para dirigir una investigación independiente sobre los contactos rusos de la campaña Trump y, nuevamente, han pedido el apoyo de los republicanos para semejante indagación.
Los líderes del Partido Republicano del Congreso se oponen firmemente a la idea y parecen reacios a ceder. Mitch McConnell, líder de mayoría en el Senado, argumentó en el pleno que instalar a un nuevo investigador “solo impediría que se lleve a cabo el trabajo actual” por parte del Comité de Inteligencia del Senado, que está realizando su propia indagación bipartidista. Muchos republicanos de las bases se manifestaron de acuerdo.
No obstante, hay grietas en la antaño unificada oposición republicana. “Estoy hablando con otros senadores más experimentados en asuntos judiciales, tratando de aclarar cuál es la mejor manera de proceder”, dijo Bob Corker, senador de Tennessee, al verse rodeado por los reporteros, el pasado 10 de mayo. Varios otros senadores republicanos, incluidos Susan Collins (Maine), Shelley Moore Capito (Virginia Occidental) y Ted Cruz (Florida) tampoco descargaron la posibilidad de un fiscal especial, en caso necesario.
Entre tanto, el senador de Arizona, John McCain, condenó el despido de Comey y repitió su exigencia de un comité congresista especial para investigar lo que denomina el Rusiagate. La fragmentación del Partido Republicano, junto con la filtración de noticias sobre el manejo de la Casa Blanca en el caso Comey, seguirá nutriendo los ataques demócratas en este asunto.
Por si las cosas no fueran ya bastante malas para el Partido Republicano, el voto y la audiencia de confirmación para el nuevo director del FBI promete desatar un fragor en la prensa, el cual robará un tiempo muy valioso al calendario legislativo. Dadas sus prolongadas vacaciones de verano en agosto y parte de septiembre, amén de los asuetos regulares y las festividades, los legisladores tienen contados meses este año para decidir varios proyectos de ley sobre salud e impuestos. Un tema o una nominación controvertidos pueden obstruir el pleno del Senado durante días, incluso semanas; y los demócratas ya han demostrado su disposición de utilizar retrasos procesales para frenar la agenda del Partido Republicano. Y cuanto más se aproximen al año electoral de 2018, más lentamente girarán los engranajes legislativos.
Por eso hay tanta premura para que los republicanos aprueben leyes en primavera y verano, y para que demuestren que pueden gobernar, antes de entrar en modalidad de campaña a tiempo completo. Como dijo Corker: “El director del FBI será una de las [nominaciones] más importantes, aunque sea desde la perspectiva de dar confianza a los estadounidenses en nuestros procesos”.
Ya hay indicios de que la confianza en Trump está erosionándose. En una encuesta de NBC y Survey Monkey, una pluralidad de estadounidenses —46 por ciento— opinó que Comey fue despedido por la investigación rusa. El partido del presidente en funciones suele perder escaños en las elecciones de medio periodo, así que la baja popularidad histórica de Trump incidirá especialmente en el Partido Republicano.
Por ello, no sorprende que algunos republicanos que enfrentan competencias reelectorales difíciles hayan cuestionado, abiertamente, la decisión de Trump. “He pasado varias horas buscando una lógica aceptable que explique la elección del momento para despedir a Comey. No puedo encontrarla”, tuiteó Jeff Flake, senador por Arizona, y uno de los senadores del Partido Republicano más vulnerables en 2018.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek