LAS BATERÍASde la artillería norcoreana yacen justo al otro lado de la zona desmilitarizada de la península dividida. Hay miles de ellas, algunas ocultas y otras a la vista. Los proyectiles de artillería están almacenados en una intrincada red de túneles, y aunque gran parte del armamento y de las municiones son antiguas, las fuerzas estadounidenses estacionadas en Corea del Sur no dudan que serían eficaces.
A menos de 64 kilómetros al sur se encuentra la gran ciudad de Seúl, capital de Corea del Sur, con un área metropolitana de 24 millones de habitantes. Incluso desde que un alto al fuego terminó con las hostilidades entre Corea del Norte y Corea del Sur, en 1953, los seulenses han vivido sabiendo que una guerra con sus hermanos del norte podría desatarse nuevamente; es una idea que no siempre se reconoce, pero que está arraigada en su ADN.
Y, ahora, de nueva cuenta, la frágil Península de Corea parece encontrarse a tan solo un mal cálculo de la calamidad. Desde su elección, el presidente estadounidense Donald Trump y su equipo de política exterior han intensificado su retórica sobre Corea del Norte y han insistido en que la paciencia de Estados Unidos con el programa nuclear y de misiles de ese país se ha terminado. Pionyang ha respondido con una retórica aún más belicosa de lo común. El 20 de abril, en un diario propiedad del Estado se amenazó diciendo que Pionyang enviaría “un ataque preventivo superpoderoso” contra Estados Unidos, cuyas fuerzas se encontraban en medio de amplios ejercicios militares con su aliado de Corea del Sur.
Ningún habitante de Seúl se dirige todavía hacia los refugios antiaéreos. Prevalecen el pragmatismo y una suposición perdurable de que realmente no ocurrirá nada terriblemente malo. “Sin importar cuánto crezcan las tensiones, nosotros simplemente seguimos con nuestra vida”, dice Park Chung Hee, un hombre de negocios de cuarenta años de edad cuyo abuelo murió en la Guerra de Corea. “¿Qué otra cosa podemos hacer?”.
Pero todas las personas que viven en la península saben que esas baterías de artillería norcoreanas están ahí para atacar Seúl si se desata otra guerra. Y si eso ocurre, Seúl será severamente golpeada. ¿El tiempo que pasa desde el instante en que se dispara un proyectil y su impacto en la capital surcoreana? Apenas 45 segundos.
La alarma estadounidense con respecto a Corea del Norte ha aumentado marcadamente por dos razones. La primera de ellas es el agresivo régimen de pruebas de misiles que Pionyang ha llevado a cabo durante el gobierno de Kim Jong-Un. En sus cuatro años en el cargo, Pionyang ha probado 66 misiles, el doble que su padre, Kim Jong Il, durante sus 17 años en el poder. El régimen de Kim ha aumentado gradualmente el alcance de sus misiles. Si combinamos esto con los esfuerzos norcoreanos para miniaturizar su arsenal nuclear de manera que puedan caber entre 10 y 16 bombas en una ojiva, “tendremos dos tendencias conjuntas, alcance y miniaturización, con las que no desearíamos cruzarnos”, señala el almirante jubilado James Stavridis, quien actualmente es decano de la Facultad Fletcher de Derecho y Diplomacia de la Universidad de Tufts.
HUMO SOBRE EL AGUA: Lanzamiento de un misil norcoreano en 2016. La agresiva realización de pruebas por parte de Pionyang ha alarmado al gobierno de Trump. FOTO: KCNA/REUTERS
Algunos comandantes estadounidenses temen que Corea del Norte pueda poner una ojiva nuclear en un misil. El almirante Bill Gortney, director del Comando Aeroespacial de América del Norte, dijo al Congreso hace dos años que creía que Pionyang podía usar un misil de alcance medio para disparar una carga nuclear, lo que significaba que podía atacar a Corea del Sur o a Japón. El cálculo general de la inteligencia es que Corea del Norte está ahora a entre 18 y 36 meses de añadir una carga nuclear a un misil que pueda llegar a Los Ángeles.
Todo ello explica por qué los funcionarios militares actuales y antiguos hablan cada vez más sobre un ataque preventivo. En noviembre de 2016, el general Walter Sharp, excomandante de las Fuerzas Estadounidenses en Corea, dijo que si Corea del Norte pone un misil de largo alcance en una plataforma de lanzamiento y Estados Unidos no está seguro acerca de su carga, Washington debería ordenar un ataque preventivo para destruir dicho misil.
Sin embargo, la aterradora realidad es que un ataque preventivo contra misiles o instalaciones nucleares de Corea del Norte podría significar la guerra. Si llegara el día en que Trump creyese que necesita ordenar un ataque preventivo contra objetivos en Corea del Norte para eliminar una amenaza directa, Estados Unidos no podría retirar toda la artillería norcoreana asentada cerca de la frontera.
“No sería posible”, señala Victor Cha, antiguo miembro del Consejo Nacional de Seguridad, “sin utilizar armas nucleares tácticas”, que no es algo que Estados Unidos consideraría, dado que Seúl se encuentra directamente en el camino. En pocas palabras, un ataque estadounidense podría desencadenar la segunda Guerra de Corea.
¿Cómo sería otro conflicto armado en la península? Durante la Guerra de Corea, que duró de 1950 a 1953, alrededor de 2.7 millones de coreanos murieron, junto con 33,000 estadounidenses y 800,000 chinos. Actualmente, en cualquier situación preventiva, Estados Unidos deberá tratar de hacer que el ataque se limite a la tarea designada; al mismo tiempo, Washington deberá comunicar por todos los medios posibles, probablemente a través del aliado de Corea del Norte en Pekín, que no busca una guerra más amplia.
Durante los últimos dos años, Estados Unidos y Corea del Sur han venido practicando ejercicios preventivos. En 2015, adoptaron un nuevo plan de guerra denominado OPLAN 5015, que incluye ataques contra las instalaciones nucleares y misiles de Corea del Norte, así como “ataques de decapitación” contra Kim Jong-Un y el resto de los líderes norcoreanos.
Corea del Sur también desarrolló sus propios planes de ataque preventivo y adquirió, de acuerdo con funcionarios estadounidenses y coreanos, armas capaces de destruir algunas de las armas de destrucción masiva de Corea del Norte. Además, Seúl ha construido un elaborado sistema de defensa, que comprende la reciente entrega del sistema de defensa terminal de gran altitud por parte de Estados Unidos, capaz de derribar misiles entrantes en la fase final de su descenso.
Desde luego, Estados Unidos no desea tener que realizar ningún ataque preventivo. Como señaló el 16 de abril H. R. McMaster, asesor de seguridad nacional de Trump, toda opción “en el límite de la guerra” está sobre la mesa para disuadir a Corea del Norte de desplegar armas nucleares en misiles de largo alcance. “Nadie está buscando pelea ahí”, insiste otro asesor de Trump, quien no estaba autorizado a hablar de manera oficial sobre estos asuntos.
Si lo hace o no, dependerá de la forma en que Kim reaccione a la presión que actualmente ejerce Occidente sobre él. Estados Unidos sabe relativamente poco sobre la psique y la estabilidad del joven gobernante, pero lo que sí sabe no es nada alentador. Además de su agresivo programa de pruebas de misiles, Kim cuenta con un nuevo programa de guerra propio: realizar una invasión completa a Corea del Sur en una semana utilizando capacidades asimétricas que comprenden armas nucleares y misiles.
La reunificación de las dos Coreas bajo el gobierno de Pionyang, tan ridícula como podría parecer al mundo exterior, siempre ha sido el objetivo principal de Kim y de su padre. Durante un tiempo, después de la hambruna de finales de la década de 1990, en la que murieron decenas de miles de norcoreanos, y de la profunda y despiadada pobreza que le siguió, los estrategas militares comenzaron a desestimar esa posibilidad, creyendo que se trataba de una retórica alejada de la realidad. Lo único que tenemos que hacer es mirar las imágenes de satélite de Seúl y Pionyang, una brillante y la otra oscura, para ver cuál mitad de Corea era la fuerte y cuál la débil.
Y aunque la disparidad económica no ha cambiado mucho, el armamento de Corea del Norte sí que lo ha hecho, al igual que su plan de guerra y la retórica belicosa de su dictador. El joven, conocido en China como “Kim Tercero el Gordo” (Kim Jong-Un es nieto de Kim Il Sung, quien fue el líder supremo de la República Popular Democrática de Corea desde su fundación, en 1948, hasta 1994) parece hablar en serio en cuanto a gobernar una potencia nuclear. En sus discursos, menciona la reunificación en muchas más ocasiones que su padre, señalan los observadores de Corea del Norte. Si Estados Unidos lanza un ataque preventivo, al parecer, Kim contraatacará, comenzando con una descarga de artillería: miles de rondas por hora.
“Sin mover un solo soldado de su ejército de millones de hombres”, señala Bruce Klingner, exanalista de la CIA y actualmente miembro de la Fundación Heritage, “Corea del Norte podría lanzar un ataque devastador contra Seúl”.
¿Ambas partes serán capaces de revertir la escalada en ese punto? Un desertor militar norcoreano de alto rango ha dicho que, de acuerdo con el nuevo plan de guerra de Kim, Corea del Norte pretende ocupar todo el territorio de Corea del Sur antes de que una cantidad importante de refuerzos estadounidenses puedan volar desde Japón y otras partes del mundo. Esta invasión podría comenzar, escribió Cha en su reciente libro, The ImpossibleState (el Estado imposible), aterrorizando a la población de Corea del Sur mediante armas químicas. “Un arsenal de 600 misiles Scud químicamente armados se dispararían hacia todos los aeropuertos, estaciones de tren y puertos marítimos de Corea del Sur, imposibilitando el escape de la población civil”.
CONTENER EL ALIENTO: Ejercicio antiterrorismo en Seúl. Muchas personas piensan que la capital surcoreana sería fuertemente atacada en una guerra entre Estados Unidos y Pionyang. FOTO: LEE JIN-MAN/AP
El arsenal de misiles de mediano alcance de Corea del Norte también podría ser equipado con ojivas químicas y lanzado hacia Japón, retrasando el flujo de refuerzos estadounidenses. Y esos refuerzos se necesitarían urgentemente en la Península de Corea, dado que Estados Unidos tiene únicamente 28,000 soldados en Corea del Sur, y las Fuerzas Armadas de este país, aunque están mejor entrenadas y equipadas que las de Corea del Norte, se componen solo de 660,000 elementos, una deficiencia de más de 300,000 soldados con respecto a Corea del Norte.
Los planificadores de guerra de Estados Unidos piensan que las fuerzas norcoreanas tratarían de superar las defensas de Corea del Sur y llegar a Seúl antes de que Estados Unidos y Corea del Sur pudieran responder con una fuerza aplastante. Como dice Cha, “en términos de guerra, estas podrían ser las condiciones de batalla más implacables que pudieran imaginarse: una densidad extremadamente alta de fuerzas aliadas y enemigas, y más de dos millones de fuerzas mecanizadas convergiendo en un espacio de batalla total equivalente a la distancia entre Washington, D. C., y Boston”.
Estados Unidos enviaría inmediatamente seis divisiones de combate en tierra de hasta 20,000 soldados cada una, diez unidades de la Fuerza Aérea de alrededor de veinte pilotos de combate por unidad y cuatro o cinco portaaviones. De acuerdo con la situación planteada por Cha, “los soldados [de Estados Unidos y Corea del Norte] combatirán con pocas defensas contra la artillería y los bombardeos aéreos de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), así como en un entorno urbano contaminado con 5000 toneladas métricas de agentes químicos de la RPDC”.
Aun si esa descarga de artillería y la incursión hacia Corea del Sur dan la iniciativa a Corea del Norte, los planificadores militares señalan que no hay ninguna duda sobre quién ganaría al final en una segunda Guerra de Corea. Estados Unidos y Corea del Sur tienen una enorme capacidad militar, y si Kim decide ir a la guerra, ese sería el fin de su régimen, independientemente de si lo sabe o no.
Sin embargo, este no sería un paseo de una semana, como la primera Guerra del Golfo contra Saddam Hussein, en la que el ejército de este último estaba esparcido como pichones de arcilla en los desiertos de Irak y Kuwait, donde fue fácilmente destruido por el armamento aéreo de Estados Unidos. La opinión generalizada en el Pentágono es que será un conflicto de entre cuatro y seis meses con combates de alta intensidad y muchas muertes. En 1994, cuando el presidente Bill Clinton contempló la idea de utilizar la fuerza para eliminar el programa de armas nucleares de Corea del Norte, Gary Luck, el entonces comandante de las fuerzas estadounidenses en Corea del Sur, le indicó a su comandante en jefe que una guerra en la península tendría como probable resultado alrededor de un millón de muertos y cerca de un billón de dólares en daños económicos.
Es concebible que la carnicería resulte aún peor en la actualidad, dado que Estados Unidos piensa que Pionyang cuenta con entre 10 y 16 armas nucleares. Si Corea del Norte puede hallar la manera de lanzar una de ellas, ¿por qué Kim no habría de involucrarse plenamente?
¿Los mensajes emitidos hasta ahora por el gobierno de Trump con respecto a Corea del Norte hacen que la guerra sea más o menos probable? Trump fue serenado por el consejo del gobierno de Obama de que las cosas en Corea del Norte se estaban poniendo más peligrosas. El presidente puso en marcha una amplia revisión de política poco después de asumir el cargo, la cual generó informes de prensa de que “todas las opciones” estaban en la mesa (incluido el uso de la fuerza) para hacer frente a Corea del Norte. Debió haberse logrado mucho con esa revisión, dado que, en cualquier reseña formal, se analizan todos los aspectos de la política.
Cuando al presidente electo Trump se le informó que Corea del Norte afirmaba que había alcanzado “la etapa final de preparaciones para realizar un lanzamiento de prueba de un misil balístico intercontinental”, Trump tuiteó: “No va a suceder”. Kellyanne Conway, consejera del presidente, explicó que Trump había enviado una “clara advertencia” a Corea del Norte y que había puesto a Pionyang “bajo aviso”. Añadió que “el presidente de Estados Unidos se interpondrá entre ellos y sus capacidades de misiles”.
Poco después de asumir el cargo, el secretario de Estado Rex Tillerson dijo que la era de la “paciencia estratégica” (la frase del gobierno de Obama para definir su política) con Corea del Norte se había terminado. Y aun cuando McMaster dijo que toda opción “en el límite de la guerra” se estaba considerando, también dijo que una Corea del Norte con capacidades nucleares “es inaceptable [y] por ello, el presidente nos ha pedido prepararnos para presentarle una amplia gama de opciones para eliminar la amenaza al pueblo estadounidense y a nuestros aliados y socios de la región”. Su uso de la palabra “eliminar” pareció implicar el uso de la fuerza y puso nerviosos a los gobiernos de Seúl, Tokio y Pekín.
¿Trump ha trazado una línea roja para usar todos los medios necesarios para evitar que Corea del Norte complete su programa de misiles balísticos intercontinentales? O bien, ¿está haciendo un faroleo del “loco que cruza el mar” para asustar a Corea del Norte e instigar algo de pánico en los chinos, esperando instar a estos últimos a usar su ventaja económica (Corea del Norte realiza 85 por ciento de su comercio exterior con China) para controlar a Kim?
EL GRAN JEFE: El vicepresidente Mike Pence mira hacia Corea del Norte desde un puesto de observación. Muchas personas afirman que un ataque preventivo por parte de Estados Unidos podría iniciar una guerra en la que moriría un millón de personas. FOTO: LEE JIN-MAN/AP
Klingner, el exanalista de la CIA, señala que, dado el veloz ritmo del programa de pruebas de Corea del Norte en 2016 y la tendencia del régimen a poner a prueba a un nuevo presidente desde los primeros días de su mandato, es probable que no pase mucho tiempo antes de que Trump reciba informes sobre otra prueba de misiles de largo alcance o armas nucleares realizada por Corea del Norte. Es aquí donde las cosas podrían ponerse peligrosas. Otra prueba con misiles no constituye una crisis del tipo que podría desencadenar otra guerra de Corea. Si acaso, le daría a Estados Unidos una mayor ventaja con China para apretar la soga económica alrededor de Pionyang. Sin embargo, todos los comentarios acerca de los ataques preventivos, parte de los cuales han surgido en Seúl, han instado a los líderes de la RPDC a lanzar sus propias amenazas relacionadas con ataques preventivos.
En un informe reciente ampliamente leído en el Pentágono y en la comunidad de inteligencia, Klingner afirmó que es necesario que paren los comentarios sobre ataques preventivos y las declaraciones de que todas las opciones están sobre la mesa. “Manifestarse a favor de los ataques preventivos por parte de Corea del Norte y Estados Unidos y sus aliados resulta desestabilizador”, escribió, y podría elevar las posibilidades de que cualquiera de los bandos realice un cálculo equivocado. Es posible que Pionyang no se dé cuenta de que cuanto más demuestre y amenace con usar sus capacidades nucleares, tanto más crecen las posibilidades de una acción por parte de los aliados durante una crisis.
“Cada uno de los bandos podría malinterpretar las intenciones del otro, alimentando así la tensión, intensificando la necesidad percibida de aumentar la intensidad y elevando el riesgo de realizar un cálculo erróneo, incluido un ataque preventivo”, sigue diciendo Klingner. “Incluso un incidente militar táctico en la Península de Corea siempre conlleva la posibilidad de crecer hasta convertirse en un choque estratégico. Sin ninguna vía de salida a la vista en el camino hacia una crisis, el peligro de un choque militar en la Península de Corea ha vuelto a aumentar”.
Es ahí donde estamos ahora. Algunos diplomáticos, analistas de inteligencia y funcionarios militares actuales y anteriores señalan que, como una alternativa a las amenazas, la reducción de las tensiones ahora requiere el despliegue constante y discreto de equipo militar adicional en la región, así como la aplicación tras bambalinas del poder diplomático de China de lo que muchos analistas piensan que es un Pekín cada vez más exasperado.
Estos son los motivos que podrían aclararle las cosas a Kim Jong-Un. Estar a un mal cálculo de distancia de la próxima guerra de Corea es estar demasiado cerca como para que cualquiera se sienta cómodo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek