LA TARDE del 10 de abril estuvo nublada y, aun así, en el norte de Moscú se congregó una multitud fuera de la cárcel donde el líder de oposición rusa, Alexei Navalny, terminaba otro periodo entre rejas. La muchedumbre, en su mayoría reporteros y activistas de oposición, esperaba escuchar un discurso incendiario de Navalny, un activista anticorrupción de cuarenta años.
Pero no habría discurso. En un aparente intento por evitar que Navalny se dirigiera a los medios, las autoridades rusas lo transfirieron en secreto a una cárcel distinta a unos 15 kilómetros de distancia para liberarlo allí, y Navalny tuvo que regresar a casa en el metro, solo.
Para sus seguidores, esa acción solapada fue indicio de la creciente relevancia del activista en el país, y un reconocimiento indirecto de que Navalny es el único personaje que tiene alguna posibilidad de derrotar al presidente Vladimir Putin en las elecciones de 2018. Por supuesto, si logra poner su nombre en las boletas.
Putin y su círculo de allegados tienen motivos para estar nerviosos. El 26 de marzo, Navalny organizó las protestas antigubernamentales más multitudinarias que se hayan visto en años: decenas de miles de personas desafiaron las prohibiciones policiales para manifestarse en casi cien ciudades y poblaciones de toda Rusia. La policía antimotines sofocó los mítines con lujo de violencia y arrestó a más de mil personas solo en Moscú, incluido Navalny, quien fue sentenciado a 15 días tras las rejas por desobedecer las órdenes de la policía.
Las protestas se centraron en alegatos de que el primer ministro ruso, Dmitry Medvedev, había recibido más de 1,000 millones de dólares en sobornos de bancos estatales y empresarios ultrarricos. En un video de YouTube que ha recibido más de 17 millones de visitas, Navalny dijo que Medvedev ha canalizado los pagos ilícitos a través de organizaciones de beneficencia dudosas para adquirir yates y bienes raíces lujosos. El video provocó el clamor de la ciudadanía, que encara crecientes dificultades debido al debilitamiento de la economía nacional, causado en parte por las sanciones impuestas a Putin tras la anexión de Crimea en 2014. Unos 23 millones de personas —casi 16 por ciento de la población— viven ahora por debajo del nivel de pobreza, y una encuesta reciente de la Escuela Superior de Economía de Moscú reveló que 41 por ciento de los rusos pasa apuros para comer y vestirse.
El Kremlin no ha comentado sobre los alegatos de Navalny, y el Parlamento ruso se ha negado a crear una comisión para investigarlos. Luego de semanas de silencio, Medvedev negó las acusaciones y, siguiendo la política del Kremlin, se negó a mencionar a Navalny por su nombre.
Pero Navalny no desaparecerá así nada más. “Está atacando a Medvedev para fortalecer su reputación nacional como un hombre que combate la corrupción”, dice Dmitry Oreshkin, importante analista político de Moscú.
INTERMEDIARIOS: Simpatizantes de Navalny bloquean el vehículo policiaco que lo transporta tras su arresto por dirigir una protesta nacional masiva, el 26 de marzo. Foto: JOHN HOPPER/AP
Las protestas han dado impulso a Navalny. Una encuesta de opinión del Centro Levada de Moscú indicó que 38 por ciento de los rusos apoyaba los mítines, y que 67 por ciento responsabilizaba a Putin, personalmente, por el alto índice de corrupción. Pero, quizá más importante, la encuesta reveló también que 10 por ciento de los rusos estaría dispuesto a votar por Navalny en las elecciones presidenciales de marzo próximo. Para un político que los medios estatales solo mencionan cuando es acusado de ser un agente extranjero traidor, esto es un logro notable.
Si bien ha luchado contra la corrupción durante décadas, Navalny se convirtió en un personaje prominente hasta después de las elecciones parlamentarias de diciembre de 2011, cuando estallaron protestas en Moscú en respuesta al presunto fraude electoral del partido Rusia Unida, de Putin. Más tarde, Navalny se postuló a la alcaldía moscovita y recibió casi 30 por ciento de los votos, pese a que había un veto general contra su candidatura en la televisión estatal.
Navalny ha sufrido por ser opositor purgando varias sentencias cortas de cárcel. En 2013, fue condenado a cinco años de prisión por lo que, según él, fueron acusaciones de fraude políticamente motivadas; mas fue liberado al día siguiente, luego de que sus seguidores desoyeran las advertencias policiacas y organizaran un mitin masivo frente al Parlamento. Más tarde, durante la apelación, la sentencia fue conmutada por libertad condicional. En 2014, su hermano menor, Oleg, fue sentenciado a más de tres años de cárcel por cargos de corrupción. Según Navalny, la intención era hacerlo callar. “Han tomado a mi hermano de rehén”, estalló fuera del tribunal.
Pasaría algún tiempo, pero la ira de Navalny resultó contagiosa y la más reciente oleada de disensión pública tomó por sorpresa al Kremlin. Las manifestaciones de 2011 y 2012 se limitaron a la capital y, en buena medida, corrieron a cargo de moscovitas mayores, de clase media. Pero las protestas de esta primavera han vigorizado las provincias y encontrado apoyo masivo entre los rusos jóvenes, una generación que tiene pocos o ningún recuerdo de la vida antes de Putin. “A diferencia de la mayoría de los adultos, obtenemos noticias de internet, en vez de la televisión estatal, la cual, como todos saben, está censurada”, dice Yelena, estudiante de 18 años de San Petersburgo, quien me pide que solo use su nombre de pila para hablar abiertamente sobre política. “La mayoría de los adultos ha desistido de cambiar la situación, pero nosotros aún confiamos en que, un día, viviremos en un país normal”.
Navalny y sus seguidores abrigan esperanzas parecidas. En un esfuerzo para forzar al Kremlin a registrarlo como candidato presidencial, han abierto docenas de oficinas de campaña en todo el país. Navalny asegura que ha reunido 2.3 millones de rublos (467,000 dólares) en donativos públicos en apenas tres meses, y que más de 75,000 personas se han ofrecido como voluntarios de campaña.
De hecho, su campaña se ha convertido en un fenómeno sin precedentes en la Rusia moderna. A diferencia de países como Estados Unidos, los candidatos rusos empiezan a hacer campaña solo unos pocos meses antes de las elecciones. Putin, quien dice no tener tiempo para esas cosas, apenas si ha hecho campaña desde que llegó al poder en el año 2000, y jamás se ha enfrentado con un rival en un debate, televisado o de otro tipo.
No obstante, Navalny tendrá que superar obstáculos considerables si quiere ver su nombre en la boleta electoral. “El Kremlin necesita distanciar a Navalny de la elección”, dijo Gleb Pavlovksy, exasesor del Kremlin y, ahora, crítico de Putin, en entrevista con Newsweek. “Es muy imprevisible y hará que la campaña sea difícil para Putin”.
Bajo la ley rusa, nadie que haya sido condenado por un delito puede aspirar a un cargo público. Pero la Constitución establece que solo los ciudadanos que no estén presos pueden postularse, y Navalny argumenta que esto le permite participar en la competencia. El comité electoral de Rusia, controlado por el Estado y con la costumbre de bloquear a los candidatos inconvenientes, emitirá el fallo sobre su solicitud en diciembre.
Entre tanto, las autoridades locales no han visto con buenos ojos las visitas de Navalny a sus poblaciones y ciudades. En Tomsk, Siberia occidental, voluntarios de campaña quedaron atrapados en sus apartamentos cuando vándalos no identificados sellaron las puertas con espuma aislante, y acuchillaron los neumáticos de sus autos. A pesar de que va acompañado de un guardaespaldas, Navalny ha sido atacado en dos ocasiones durante sus recorridos por el interior ruso; una vez, por un activista del Kremlin que roció su rostro con colorante verde, y otra, por individuos que afirmaron ser cosacos.
Estos obstáculos, junto con la censura mediática estatal y el presunto fraude electoral, son las razones por las que Navalny dice que Putin nunca será derrotado en las encuestas, aunque persiste en su campaña en un esfuerzo para ejercer presión en el Kremlin. El activista anticorrupción me dice: “Al negarse a permitir una competencia política auténtica, Putin hace todo lo posible para asegurar que sea expulsado por otros medios”.
A pesar de que Navalny enfurece ante la sugerencia de que es el Donald Trump de Rusia, es francamente aislacionista y antiinmigración. “Construiremos relaciones maravillosas con Occidente”, dijo hace poco a la prensa. “Pero mi política exterior empieza en casa. Construiremos caminos normales, y solo entonces empezaremos a ocuparnos de nuestra fuerza militar. Aumentaremos las pensiones y los salarios mínimos aquí, antes de apoyar al régimen de [el presidente sirio] Assad”.
Hasta 2012, Navalny participaba en la Marcha Rusa, una concentración anual de nacionalistas y ultraderechistas radicales en Moscú. En 2013, respaldó públicamente a los manifestantes que exigían la expulsión de los chechenos de una población del sur de Rusia, y también utilizó términos ofensivos al expresarse de los habitantes de las regiones rusas del Cáucaso del Norte y Asia central.
Pero en los últimos años, Navalny ha moderado su retórica antiinmigrante, y goza del apoyo general de los rusos liberales. Sin embargo, algunos miembros de la oposición dicen que jamás podrían estar de su lado, ni siquiera contra Putin.
“Hace una labor anticorrupción importante, pero su programa político se basa en el nacionalismo-populismo y en eslóganes impulsivos”, dice Anya Sarang, importante activista VIH. “Me parece que quienes lo apoyan lo hacen por desesperación”.
Desesperados o no, Navalny es uno de los pocos políticos rusos capaces de sacar a las calles a cantidades ingentes de ciudadanos. Y pretende seguir usando ese poder. Sin dejarse amedrentar por su reciente periodo entre rejas, ha convocado a nuevas protestas nacionales para el 12 de junio, la festividad pública del Día de Rusia.
“Si los ciudadanos rusos no tienen el derecho de salir a las calles con banderas nacionales el Día de Rusia, eso significa que su único objetivo es transformar el país en su billetera personal”, dice en un video en línea, subido el 12 de abril, dirigiéndose a Putin y Medvedev.
Al día siguiente, la policía llevó a cabo una serie de redadas en los hogares de activistas anti-Putin de toda Rusia. ¿Qué respondió Navalny? “Hay que mantener la presión”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek