SOLÍA DAR CLASES en un bachillerato donde todos los varones
tenían que usar corbata como parte del uniforme cotidiano. Una mañana, un
alumno de primer año, llamado Sammy, apareció con una que le llegaba a las
rodillas, así que le ordené salir del aula. Sammy arguyó que jamás había tenido
que usar corbata y que hizo su mejor esfuerzo. Respondí que, durante el curso
de orientación de otoño, recibieron abundantes lecciones sobre nudos de corbata
y que la mayoría de sus compañeros eran capaces de lucir las suyas con un largo
adecuado.
Sammy se escabulló fuera del aula, pero volvió minutos más
tarde, con el extremo de la corbata justo donde debía quedar, exactamente en el
punto medio del cinturón. Ese año, no volvimos a tener más problemas
relacionados con el largo de la corbata, y estoy seguro de que, desde entonces,
Sammy lleva sus corbatas como es debido.
A todas luces, nuestro nuevo presidente no recibió una
lección parecida en su juventud. O si lo hizo, no la aprendió. De las muchas
controversias que rodean a la presidencia de Donald Trump, una atrocidad que me
atormenta continuamente es su costumbre de usar corbatas que le llegan a la
mitad del muslo. Como tantas otras cosas relacionadas con Trump, las corbatas
son indicadores prosaicos de riqueza y poder. Y aunque puedo tolerarlas, no
puedo resistir el tema de la longitud.
Y no soy el único. Durante su campaña, el gran humorista
conservador, P.J. O’Rourke, comentó sobre los trajes mal ceñidos y las corbatas
aun peor anudadas de Trump. “Trump mide 1.92 y usa un nudo Windsor con el
extremo demasiado largo”, escribió. “¿Cómo se las arregla para que la punta de
sus corbatas llegue hasta donde jamás ha llegado una corbata, colgando a medio
camino entre las pelotas y las rodillas? Las corbatas deben hacerse por orden
especial”.
A mediados de febrero, las corbatas de Trump recibieron una
extensa cobertura en dos periódicos importantes. Beth Teitell, de The Boston Globe,
arguyó, en esencia, que las corbatas largas son una decisión estratégica; algo
parecido a los delirantes tweets que lanza desde la Casa Blanca antes del
amanecer, con los cuales, presuntamente, pretende distraer a los votantes de
otros asuntos. “Con sus preferencias de corbata, Trump desconcierta al público;
y la teoría predominante es que, tratándose de un hombre voluminoso que parece
valorar una silueta esbelta, tal vez intenta ocultar un área problemática”,
escribió. Por supuesto, esa área problemática es una panza prodigiosa que llena
con un flujo continuo de comida chatarra. Por su parte, un diseñador de
vestuario especula que “la corbata larga cubre cómodamente el punto donde el
vientre se une al cinturón”, creando la ilusión de esbeltez.
Claro está que la esbeltez puede lograrse por otros medios,
como el ejercicio, pero Trump es el primer presidente moderno que no se
ejercita con regularidad (lo siento, el golf no cuenta). De hecho, según se ha
informado, incluso teme bajar por la escalera.
En The New York Times, Richard Thompson Ford nos ofreció una
teoría más psicológica sobre las corbatas demasiado largas de Trump. Ford,
erudito legal de Stanford, propuso que las corbatas largas eran un despliegue
desesperado de masculinidad. “Las corbatas simétricas, pero excesivamente
largas, de Trump descuellan como una afectación machista, estudiada y burda,
como una forma de sobrecompensación”, escribe Ford, comparando las corbatas con
una bragueta rellena a reventar.
Ford, quien está escribiendo un libro sobre códigos de
vestimenta, reconoce que, si bien las corbatas de Trump pueden ser ofensivas
para el establishment, es posible que las use para enviar una señal a sus
partidarios de la clase trabajadora:
Las corbatas del señor Trump nos revelan algo sobre sus
nexos sociales y políticos. Ha convertido en su marca registrada la
personalidad del magnate escandaloso y ordinario. Muchos de sus partidarios lo
aplauden debido a su falta de refinamiento; lo consideran un cambio refrescante
respecto de los políticos de alcurnia, quienes nacieron sujetando un
pisacorbatas de plata con sus dedos largos y elegantes.
Por supuesto, hay que señalar que pocos presidentes han sido
celebrados por sus opciones de vestimenta. Barack Obama muchas veces fue blanco
de mofas por su aspecto de papá, mientras que Bill Clinton solía llevar trajes
que parecían salidos de tiendas de mayoreo. Sin embargo, ambos seguían más o
menos el estilo establecido, tal vez porque los dos eran hombres que alcanzaron
el éxito por cuenta propia, y adoptaron las costumbres de la elite de la que
aspiraban formar parte.
En cambio., Trump nació en la riqueza, pero la elite siempre
lo ha rechazado por ser un farsante fuereño y vulgar. Así pues, esas corbatas
largas pueden interpretarse como un símbolo desafiante, un dedo medio alzado
hacia los republicanos de sangre azul.
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Publicado
en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek