Cuando Donald Trump anunció que contendería por la presidencia de Estados Unidos, distintas voces menospreciaron su candidatura e incluso dijeron que sus planes no trascenderían al Partido Republicano. Ahora, ese magnate inmobiliario de 70 años, quien a lo largo del proceso electoral ha sido cuestionado por sus posicionamientos misóginos y racistas, se ha convertido en el cuadragésimo quinto presidente de su nación.
Trump supo dirigir su discurso a una clase social resentida por la depresión económica que con su bajo nivel académico apostó todo por él, por su promesa de hacer de Estados Unidos “un gran país de nuevo”.
El republicano se valió de chivos expiatorios, como los mexicanos, los migrantes y los musulmanes, a quienes colocó todo tipo de adjetivos y responsabilizó de lo malo que sucedía a lo largo de la Unión Americana.
Y le funcionó.
El miedo a una victoria de Trump llevó a la comunidad latina a salir a votar en niveles históricos. No era para menos. El empresario conocido por su cadena de hoteles y casinos acusó a los mexicanos desde el inicio de su campaña de ser “violadores” y “narcotraficantes”. Habló de construir un muro en los 3200 km de frontera con México y de deportar a los 11 millones de indocumentados. Aún así el republicano ganó Florida, donde viven muchos de los estadounidenses de origen latino, y aunque otra historia se contó en California y Nueva York, bastiones hispanos, los números no alcanzaron.
Los primeros resultados marcaron una tendencia que se mantuvo a lo largo de la noche del martes 8 de noviembre. Trump luchó y se coronó en cada uno de los estados clave. Y el nerviosismo comenzó. Primero fue Clinton, quien con un tuit tempranero agradeció a su electorado. “Pase lo que pase esta noche, gracias por todo”, escribió. Al desconcierto de Clinton, se sumaron el hundimiento del peso mexicano y el de los mercados. Como indicadores de lo que sucedía en el mapa electoral, la moneda mexicana alcanzó su nivel histórico más bajo, mientras las bolsas de Asia cayeron en picada.
Luego llegaron los nocauts en los estados de Ohio, Florida y Carolina del Norte. Como un respiro, la costa Oeste, con California a la cabeza, respetó su fidelidad y se pintó de azul. Sin embargo el pueblo estadounidense ya había decidido y así lo mostraron los votos electorales que se materializaron con la conquista republicana de Pennsylvania.
Al final de la jornada, Clinton optó por refugiarse y no salir ante su gente, que durante las horas decisivas de la elección se mantuvo en el búnker de la demócrata mostrando caras largas ante la incredulidad del resultado. “No tendremos nada que decir esta noche. Entonces escúchenme: todos deberían ahora ir a casa, a dormir. Tendremos más para decir mañana”, se limitó a decir John Podesta, jefe de campaña de Hillary.
Del lado de Trump todo fue algarabía. El primero en salir fue el futuro Vicepresidente, Mike Pence, quien se dijo agradecido por la confianza mostrada por el electorado en lo que llamó una “noche histórica”. Minutos después salió Donald Trump con un telón musical, pintándolo como a un héroe. El ahora presidente de Estados Unidos fue escoltado por su familia y recibido por su electorado como un salvador. “Recibí una llamada de la secretaria Clinton reconociéndonos”, dijo el mandatario electo, no sin antes conocer lo ajustado del resultado.
El presidente electo habló de gobernar a una nación unida, y lo hizo dejando atrás su discurso incendiario y ofreciendo calma en sus palabras. Sin embargo, la percepción de una gran parte del mundo está lejos de lo que ofrece el tono de su voz.