Las probabilidades de concebir hijos o hijas llevan
décadas desconcertando a los científicos. El fenómeno llamó la atención de Charles Darwin, quien estudió cuidadosamente
la proporción de descendencia masculina y femenina en el mundo animal. El
asunto se volvió tan complicado que, al final, Darwin se dio por vencido.
La realidad es que en el mundo nacen unos 109 varones por cada 100 niñas. La predisposición para tener
más niños o niñas reside en los genes; los
hombres con más hermanas suelen tener niñas, los que tienen hermanos
suelen tener niños. De hecho, las probabilidades de tener un niño o una niña nunca han sido exactamente de 50 por ciento.
Las madres
tienen que parir más hijos varones para que haya más que sobrevivan porque
los hombres tienen sistemas inmunes más débiles, mayores niveles de colesterol,
problemas del corazón, susceptibilidad a la diabetes, mayores tasas de cáncer y
menores posibilidades de sobrevivir a él, además constituyen más de dos tercios
de las víctimas de asesinato, tres cuartas partes de los muertos en accidentes
automovilísticos y son tres veces más propensos a cometer suicidio. Por eso.
Factores insospechados son los que en verdad influyen en el sexo de un bebé, más raros de los que se creían en la Edad Media.El tema lo aborda una mente atrevida, el científico Robert Trivers, quien trabaja como
antropólogo en la Universidad Rutgers, en Estados Unidos.
La teoría evolutiva Trivers-Willard dice, por ejemplo, la madre podría influir en el sexo del bebé antes del nacimiento dependiendo los factores ambientales. En condiciones adversas nacen más niñas y en condiciones mejores nacen más niños. Según ellos, es un hecho probado científicamente
que un alto estatus social atrae a las
mujeres; entonces, agregan, resulta claro que las mujeres fértiles
prefieren hombres más dominantes, y quienes obtienen más dinero o influencia
suelen casarse con mujeres más jóvenes, y a menudo tienen más relaciones
extramaritales. “Si tu hijo tiene éxito, ganaste en el juego de la evolución.
Pero si no lo tiene, puede que no logre encontrar pareja”.
Está también el aspecto de los recursos: “Para hacer
que un niño se convierta en un hombre dominante de un alto estatus social, los
padres tienen que hacer una gran inversión”. Con esos factores en mente,
Trivers agrega que, en condiciones
favorables, tenía sentido a
nivel evolutivo que tuvieran más niños que niñas: “pero en condiciones más desfavorables, la
selección natural haría que los padres tuvieran más niñas, pues no
tendrían que enfrentarse a tal competición”.
En esa época, bromea Trivers, decía que su teoría era perfecta
porque les tomaría 20 años probar que se equivocaba: “11 años después resultó
que tenía razón”, y la comprobación llegó de manera sorpresiva.
Cuenta que junto a colegas de la Universidad de
Columbia, Estados Unidos, comparó los bebés nacidos después de la hambruna en
China con la información sobre la provincia donde habían nacido sus padres; las madres afectadas solían tener menos niños,
y estos, a su vez, eran más propensos a
concebir niñas. Es decir, la pobre ingesta de cereales –principal
alimento– trajo alteraciones en el número y género de la progenie. Tanto como
si el hombre es millonario o no.
Según Keith Bowers, ecologista de la Universidad
de Memphis, Estados Unidos, “con el tiempo, es de esperar que se iguale el
número de niños y niñas que nacen”. Según Corry Gellatly, biólogo de la
Universidad de Utrecht, Países Bajos, puede
que este restablecimiento del equilibrio natural ya esté ocurriendo.