A FINES DE LA DÉCADA DE 1980, justo antes de un partido de fútbol entre la Universidad de Miami y Notre Dame, el capellán del equipo de los Hurricanes descartó la idea de que los Catholics de South Bend, Indiana, tuvieran al Todopoderoso a su favor. “A Dios no le interesa el fútbol”, resopló el clérigo.
Al enterarse, Lou Holtz, el coach de los Irlandeses Peleadores en aquel momento, comentó: “Tampoco creo que a Dios le interese quién gane”, y añadió con una sonrisita sarcástica: “Pero a Su Madre, sí”.
¿Cómo la Virgen María, la mujer más famosa de la historia, modelo de virtud y pacifismo, quedó tan indisolublemente ligada al violento fútbol americano? ¿Cómo es posible que, casi cualquier fin de semana de otoño, invoquen su nombre no solo en plegarias, sino incluso los locutores? ¿Cómo fue que la jugada más espectacular en el deporte más popular de Estados Unidos terminó por conocerse como el pase ave María, y por qué nos entusiasma tanto? “Las historias más famosas tienen los arcos más grandes”, explica Brock Huard, analista de ESPN y exmariscal de campo (quarterback) de la NFL. “Eso hace que el ave María sea especial. En un instante pone de cabeza toda la historia”.
De la agonía al éxtasis. Del sufrimiento a la redención. De Flutie a Phelan. El pase ave María rescata almas perdidas del tormento, si no a los pecadores, y entonces los defensas se lanzan contra tres jugadores dejando ocho atrás. Para quienes sienten el dolor de su terrible picadura, el ave María es la respuesta de este deporte a un destino inexorable: saber lo que está por llegar y ser impotente para evitarlo.
¡SANTO MOSH PIT!
Recientemente, un sábado, en el crepúsculo de Athens, Georgia, los Bulldogs de la Universidad de Georgia iban detrás de los Volunteers de Tennessee 28-24 y solo quedaban 19 segundos. Jacob Eason, quarterback de Georgia, se movió a la derecha de la bolsa de protección y lanzó un pase de 47 yardas a Riley Ridley, quien lo atrapó mientras corría junto a la línea lateral izquierda, justo cuando cruzaba la zona de anotación. Eso no fue un ave María. “No, en absoluto”, explica Huard. “Eason sabía exactamente quién era el receptor previsto, y lanzó con calma”.
La siguiente jugada, después del kickoff y tras dos castigos en contra de los Bulldogs, Josh Dobbs, la contraparte de Eason en los Volunteers, recibió el balón con apenas cuatro segundos y lanzó una “plegaria” de 43 yardas a la zona de anotación. “Dobbs heaves it [Dobbs lanza]”, entonó Verne Lundquist, locutor de CBS. “Están todos en la zona de anotación… Se elevan [no era así, pero el “tío Verne” tiene 76 años y trataba de describir un pase ave María al vuelo]… ¡Completo! ¡Completo! ¡Jauan Jennings! ¡Jauan Jennings!”. Ahora sí, eso es un ave María.
Para quienes solo están familiarizados con la oración (“Ave María, llena eres de gracia / el Señor es contigo…”), ave María también es un pase que se lanza en la desesperación de los últimos momentos de un partido de fútbol americano. Aunque el término se ha asociado con cualquier victoria inopinada e improbable al agotarse el tiempo, el verdadero ave María tiene características definitorias: 1) el pase debe lanzarse desde al menos 40 yardas fuera de la zona de anotación; 2) el equipo que lanza el pase debe ir perdiendo; 3) el juego debe estar en sus últimos segundos y, de preferencia, ocurrirá justo cuando expire el juego; y 4) el pase no debe ir dirigido a un receptor en particular, sino a un área próxima a la zona de anotación.
“Me gusta pensar que el área adonde se lanza el balón es como un mosh pit”, dice Huard, nativo de Seattle que jugó con la Universidad de Washington en la década de 1990, en la era del grunge.“Debe haber jugadores de los dos equipos, empujándose y arañándose para ponerse en posición y atrapar el balón”.
Es una buena descripción, pero el ave María es más como una novia lanzando el ramo por encima del hombro hacia un montón de invitadas solteras e impacientes. Impera la angustia del lanzamiento a ciegas, la desesperación mientras el proyectil traza su parábola, el amontonamiento de los aspirantes que compiten por una posición, la euforia de atrapar el premio y el horror de las manos vacías. Lo único que hace falta es que Brent Musburger brame: “¡No me lo creo!”.
De todas las jugadas deportivas singulares, ninguna se compara con el ave María. El jonrón se parece un poco, pero esa situación produce una mayor gama de resultados de lo que sugiere el poema “Casey al bate”, de Ernest Lawrence Thayer. Por supuesto, el bateador puede ser ponchado o sacar la pelota del campo y ganar el partido, pero también puede recibir una base por bola y extender el resultado final, por lo menos, hasta el siguiente bateador. El ave María es una táctica de todo o nada cuya gravedad asegura una resolución definitiva. Es como apostar todo tu dinero en la ruleta a rojo o negro, en vez de dividirlo entre cuatro números.
“Su rapidez y finalidad son lo que lo hacen tan increíble”, asegura Huard. “Y me parece que es distinto para los jugadores y los entrenadores. Para los jugadores, la emoción de estar en el lado victorioso del ave María es, probablemente, mucho mayor que la sensación de ser víctimas del pase. Pero ¿para los entrenadores? Creo que perder con un ave María es algo que los acompañará hasta el día de su muerte”.
VALS DE TENNESSEE: Jennings anotó una plegaria de último segundo para los Volunteers contra Georgia, que perdió a pesar de inundar con defensores la zona de anotación. Foto: PAUL ABELL/AP
NOTAS LLENAS DE GRACIA
En YouTube hay más aves Marías que cuentas en un rosario: el “Milagro de Michigan”, las 64 yardas que Kordell Stewart lanzó a su compañero de Colorado, Michael Westbrook, conmocionando a los Wolverines en 1994; la “Oración en el Jordan-Hare”, las 73 yardas conseguidas por Auburn en el último cuarto, un acto de resurrección frente a Georgia hace tres años (los Bulldogs de verdad necesitan mejorar su karma). En la NFL, tienes ejemplos insignes, como los dos aves Marías de Aaron Rodgers la temporada pasada, uno de 61 y otro de 41 yardas; o el “fail Mary” de 2012 en Seattle, cuando los jugadores de ambos equipos parecieron atrapar el balón.
El tiempo y el espacio limitan un análisis detallado de todos estos lanzamientos, pero conocemos a un hombre —Musburger, de ESPN— que presenció los dos aves Marías más famosas en la historia del fútbol: la “plegaria atendida” de los Dallas Cowboys en 1975, en los playoffs de la NFC contra los Vikingos de Minnesota en Bloomington, Minnesota, y el “Hail Flutie” de Miami lanzado nueve años más tarde. “Lo que recuerdo del pase de [Roger] Staubach para [Troy] Pearson es que pareció como si Pearson hubiera empujado al defensa”, comenta Musburger, quien entonces era anfitrión de CBS en el segmento previo al partido y estaba parado al otro lado del campo, pero en la misma zona de anotación. “También recuerdo que hacía un frío increíble”.
Musburger, de 77 años, tiene recuerdos más claros del partido que relató para CBS entre Boston College y Miami, el viernes inmediato al Día de Acción de Gracias de 1984. Los Hurricanes iban ganando 45-41 con pocos segundos para terminar. Las Águilas, lideradas por el diminuto quarterback Doug Flutie, candidato al Trofeo Heisman, le quitaron el balón a Miami en la yarda 48. “Flutie tuvo que salir del equipo ofensivo”, recuerda Musberger. “Mientras la pelota volaba por el aire [fue un pase de 65 yardas], lo único que pude ver fue que un jugador de BC había atrapado el balón. Pero no supe quién”.
Por fortuna para Musburger, en el camión de producción había un exalumno de Boston College quien también era ejecutivo de CBS. El tipo fue a un micrófono conectado con el audífono de Musburger y dijo: “Phelan. Gerard Phelan”.
Musburger, con la misma fe ciega que Flutie mostró momentos antes, repitió el nombre a su teleauditorio boquiabierto. “Años después, Flutie me dijo que tampoco tenía idea de quién había atrapado el balón”, agrega Musburger. “Así que preguntó a su centro, mientras salían del campo, y este respondió: ‘Doug, fue tu compañero de dormitorio’”.
SAN JUDAS
El ave María, igual que el yunque que cae del cielo en la cabeza del coyote que persigue al correcaminos, es implacable y doloroso. Lo que enloquece a los defensas es que saben, perfectamente, qué está por llegar y, sin embargo, a veces son incapaces de detenerlo (según ESPN Stats & Info, alrededor de diez por ciento de los pases ave María lanzados en los últimos cinco años han sido exitosos; es un porcentaje bajo, pero si a “plegarias atendidas” vamos, podría ser mucho peor).
¿Cuáles son las formas más seguras de sufrir una derrota con un pase ave María? Primero, envía solamente tres linieros a la zona de golpeo. Segundo, coloca un comité defensivo cerca de la zona de anotación, y asegúrate de que todos piensen que algunos de sus compañeros será quien derribe el misil que viene del cielo. En el partido contra Tennessee, el entrenador de Georgia, Kirby Smart, puso en la zona de anotación al jugador más alto de los Bulldogs —Lorenzo Carter, un linebacker de 2.01 metros de estatura—, con el propósito explícito de derribar la pelota. Pero Carter fue derribado por dos compañeros mientras Jennings, de los Volunteers, se llevaba el trofeo celestial. “Todos en el campo hicieron su trabajo”, dijo Smart, desalentado, una observación que tal vez te recuerde lo que dijo John McKay, exentrenador de USC, cuando le preguntaron qué opinaba del desempeño de su equipo tras una derrota. McKay bromeó: “Estoy a favor”.
El ave María no solo es una anomalía; es un nombre inadecuado. Después de todo, san Judas es el patrono de las causas perdidas, y es él a quien los católicos suelen dirigirse en circunstancias desesperadas. Si hay un santo cuyo nombre invocaría con la esperanza de completar un pase de último segundo —además de Drew Brees—, el único que se me ocurre es san Judas. ¿Qué tal un pase “Oración a San Judas” o algo más secularizado, “Hey, Jude”? Pero no, la expresión ave María se ha instalado en la terminología. ¿Por qué?
La respuesta podría encontrarse en cierta universidad del medio oeste obsesionada con el fútbol y que fue nombrada en su honor. Notre Dame, vocablo francés que significa “Nuestra Señora”.
El 24 de noviembre de 1934, La Armada y Notre Dame jugaron ante 80 000 aficionados en el estadio de los Yankees. Con el marcador empatado 6-6 en el último cuarto y Notre Dame situado en su yarda 48 yardas, el quarterback de los irlandeses, Andy Pilney, lanzó un pase de 27 yardas, en medio de mucho tráfico pesado, al receptor Dan Hanley. En la siguiente jugada, ambos se confabularon para un touchdown de 25 yardas que les valió ganar el partido. En su columna para el Daily News, Paul Gallico escribió acerca del primero de los dos lanzamientos: “Este pase llevaba consigo varias aves Marías, por no mencionar las bendiciones especiales de Roma. Fue lanzado con fe devota”.
Seis días después, The Scholastic, la publicación estudiantil semanal de la universidad, la emprendió contra Gallico por lo que consideró un comentario pernicioso (y tú pensabas que los universitarios hipersensibles eran un fenómeno del siglo XXI). “[Gallico] no tiene derecho… de introducir prejuicios religiosos en el presunto relato de una competencia atlética que se destacó por una deportividad inusualmente buena”, respingó el semanario.
En su reseña del encuentro, en ese mismo número, The Scholasticdescribió el partido en los siguientes términos: “Con una misión imposible delante suyo y la defensiva de La Armada respirándole en la nunca, Andy [Pilney] consiguió pasar. Dan Hanley se levantó en el aire y arrebató la pelota de manos de dos cadetes que lo rodeaban, siendo derribado inmediatamente en la yarda 25”. El prejuicio de un escritor es la mordacidad de otro.
Aunque la columna de Gallico es la primera referencia escrita de la Virgen María en relación con el fútbol americano, desde hace años Elmer Layden, exjugador y entrenador de Notre Dame, ha contado una historia en diferentes sobremesas, alegando que la expresión original data de 1922. Durante un partido contrea Georgia Tech, en el que los Irlandeses iban perdiendo 3-0 en la segunda mitad, un liniero ofensivo quien, por casualidad, era presbiteriano, supuestamente sugirió rezar un ave María en plena reunión. Dicha jugada condujo a un touchdown.
Más adelante, en cuarta oportunidad,el mismo jugador hizo la misma sugerencia con el mismo resultado. Los Irlandeses ganaron 13-3 y, según la historia de Layden, ese jugador dijo a sus coequiperos: “El ave María es nuestra mejor jugada”.
En el mejor de los casos, se trata de un relato apócrifo, pero vale la pena repetirlo por esta razón: ese jugador se llamaba Noble Kizer. En la presente temporada, el mariscal de campo de Notre Dame se llama DeShone Kizer. Y aunque no son parientes, tal vez te interese saber que la Universidad de Nuestra Señora jamás ha lanzado un ave María auténtico para ganar un partido.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek