En Birmania, ubicada en el sudeste
asiático, la industria del jade genera cerca de la mitad del Producto Interno
Bruto del país; es la fuente indiscutible de las jadeítas más finas del mundo.
El
jade puede tener varios colores: verde, blanco, gris, negro, amarillo, naranja
y violeta, pero al que se refiere comúnmente el término son a las hermosas
piedras verdes casi traslúcidas. La piedra descubierta tiene 4.3 metros de alto
y 5.8 metros de largo, y la encontraron en una mina del estado norteño de
Kachin.
La
mayor parte de esas piedras semipreciosas van a China, cuya presencia en
Birmania ha crecido a un ritmo acelerado desde el fin de la dictadura militar
en 2011. De
hecho, en China, el jade es conocido como “la piedra del paraíso”.
Cuentan
los expertos que el jade fue descubierto hace unos siete mil años, y que en la prehistoria
se utilizaba para fabricar armas y utensilios porque es un material muy duro.
Para
los mayas y los aztecas tenía más valor que el oro, y para los emperadores
chinos era una gema muy apreciada.
El
devenir del jade birmano está inexorablemente ligado a la turbulenta historia
de Kachin, la región minera que en otra época se trataba de un país de
exuberantes colinas y barrancos, que rozaba la frontera con Nagalandia, el
estado sin ley del nordeste de India.