EL COMEDIANTE Bill Maher plasmó la ansiedad de los demócratas por las elecciones presidenciales al volver a su programa semanal en HBO, a mediados de septiembre, tras una pausa de verano. “Cuando me fui, hace cinco semanas, Hillary tenía una ventaja enorme”, dijo el anfitrión de Real Time. “¿Qué demonios ha pasado? Dicen que la carrera se está apretando. Mi cu… es lo que se está apretando”.
Muchos votantes entenderán esa respuesta bastante “explícita”. Hillary Clinton ha perdido su amplia ventaja —es más, va a la zaga en algunos estados indecisos—, aunque sus cifras parecen aumentar poco a poco en todo el país. Los liberales que habían descartado a Donald Trump como un bombástico maquillado empiezan a verlo como un bombástico elegible; algo que sus rivales republicanos entendieron cuando el magnate ganó una primaria tras otra. Y ahora la pregunta es, ¿podrá Trump conseguir los 270 votos electorales?
La respuesta es sí; como lo es, invariablemente, para cualquier candidato de los dos partidos principales. Mas Clinton conserva ventajas, lo cual significa que aún podría perder esta carrera. Los demócratas lo saben, y es por eso que el Comité de Campaña Demócrata del Congreso, el vehículo del partido que promueve a los candidatos de la Cámara de Representantes, ha estado enviando una andanada de notas alarmistas para recaudar fondos; como una que tiene como línea de asunto: “Kiss All Hope Goodbye” (Despídete de toda esperanza) y el texto “TRUMP +3 en Ohio, 538 dice que si gana Ohio tiene 67 por ciento de probabilidad de ser presidente”. (FiveThirtyEight, el sitio Web que edita Nate Silver, es famoso por sus análisis electorales proféticos, y toma su nombre del número total de votos electorales. Sus probabilidades de que Trump gane aumentaron de un mínimo de 10.4 por ciento el 14 de agosto, a 43.1 por ciento el 21 de septiembre).
Clinton sabe que los debates son cruciales, por eso pasó semanas preparándose con los libros de información mientras estaba en la ruta de campaña, así como con sesiones de práctica cuando volvió a casa en Westchester County, Nueva York. Después de cuatro décadas de nadar en el veneno de la política, sabía que no sería fácil. Así son las elecciones presidenciales en un país donde los votantes están divididos casi por igual entre los dos partidos principales. Dado que los votantes indecisos son tan raros como los centristas en el Congreso, las victorias arrolladoras como la de Ronald Reagan —quien, en 1984, venció a Walter Mondale por más de 18 por ciento— simplemente han dejado de ocurrir. Desde entonces, los márgenes de las elecciones presidenciales no han vuelto ha ser tan grandes: en el año 2000, George W. Bush pasó rozando a Al Gore en el colegio electoral, pero perdió 0.5 por ciento del voto popular; y en 2004, su margen sobre John Kerry fue solo de 2.4 por ciento. En medio del infierno económico de las elecciones de 2008, Barack Obama superó a John McCain por un fuerte, pero nada reaganesco 7.2 por ciento, el cual se redujo a 3.9 por ciento cuando venció a Mitt Romney en 2012. Por el simple hecho de ser el candidato republicano, Trump es un ganador verosímil, y no el tonto fácilmente vencible que presumían los demócratas.
TREPAR EL MURO AZUL
A pesar de todo eso, Clinton todavía tiene claras ventajas, la primera es que Trump sigue luchando para consolidar el voto republicano, lo que resulta muy sorprendente a estas alturas de la campaña. Este desafío lo ejemplifica George H. W. Bush, un exmandatario, expresidente del Comité Nacional Republicano, e hijo de un senador republicano, quien ha dicho que no votará por Trump. El hecho de que Bush apoye a la candidata demócrata, y esposa del hombre que lo sacó de su cargo en 1992, demuestra cuán profundamente ha ofendido Trump a muchos republicanos, incluido Romney, el último nominado del partido, quien forma parte del bando “Never Trump” (Nunca Trump). Los hijos de Bush, Jeb y George W., no han llegado al extremo de afirmar que votarán por Clinton, mas han manifestado que no respaldarán a Trump. Docenas de personas que trabajaron con administraciones republicanas, entre ellos el arquitecto de la guerra de Irak, Paul Wolfowitz, y el exsecretario del Tesoro, Hank Paulson, también se han negado a votar por Trump. En agosto, diversas encuestas revelaron que apenas un 75 por ciento de los republicanos apoyaba a la estrella de reality show: muy por debajo de los niveles próximos a 90 por ciento que suelen ser típicos para el candidato de cualquiera de los partidos. Y si bien encuestas recientes revelan signos de que los republicanos están reagrupándose, es mal indicio que el candidato GOP siga preocupado por meter en el corral a los votantes de su partido.
Otra gran ventaja para Clinton es el mapa del colegio electoral, lo cual le da una ventaja, igual que sucedió con Obama. RealClear Politics, que conjunta encuestas y análisis múltiples, calcula que Clinton ya se ha embolsado 201 votos electorales, mientras que Trump solo tiene 164. Ese muro azul —los estados con fuerte tendencia demócrata desde 1992— es, en buena medida, la razón de que los demócratas hayan ganado el voto popular en cinco de las últimas seis elecciones nacionales, y pone a Trump en situación precaria. Para cerrar la brecha, el republicano tiene que ganar en todos los estados que se llevó Romney, y no será fácil. Los cambios demográficos —en particular, el aumento en la población hispana— dan a Clinton la ventaja competitiva en estados como Arizona y Georgia, que hasta ahora se consideraban fuera de su alcance. Trump no puede ganar sin esos dos estados. Y encima, Clinton ha ganado en Carolina del Norte, otro bastión de Romney. Es el noveno estado más populoso (con 15 votos electorales), y Trump no tiene muchas opciones para conseguir esos votos en otra parte, pues la oleada hispana ayudaría a Clinton a tomar Virginia y Colorado, que solían ser estados indecisos.
Esta ventaja en el colegio electoral significa que Trump tiene que sacarse de la manga una “corrida interna”, explica Karl Rove, el arquitecto de las victorias presidenciales de George W. Bush. El magnate necesita robar al menos dos de los tres estados indecisos grandes que votaron por Obama en sus dos elecciones: Ohio, Florida y Pensilvania. Y aún así, tendrá que ganar en estados más pequeños como Nueva Hampshire, cuyos cuatro votos electorales han sido demócratas desde 2004.
CAVA SU FOSO DE ODIO
Clinton tiene otra gran ventaja: un personal experto, mucho dinero, y una operación de alta tecnología ideada para llevar a los votantes demócratas a las urnas. Comparada con la republicana, su campaña cuenta con miles de voluntarios adicionales en campo, quienes utilizan el mejor software para smartphonespara abordar a los votantes. Cuando un agente de Clinton llega tu a puerta, ya conoce tu historial de votación, tus contribuciones y otros datos, y después de hablar unos minutos contigo, los correos y folletos “Vota Hillary” que recibas (e incluso la publicidad que veas en Facebook) estarán hechos a tu medida. En este sentido, la campaña Trump es burlesca. El millonario no tiene un ejército y como un ejemplo, solo mantiene un par de despachos en Florida, donde Clinton tiene 57 oficinas.
Trump depende de que el Partido Republicano haga su trabajo de campo, como la promoción puerta a puerta. Pero eso no rivaliza con la operación de Clinton, que está combinada con el Partido Demócrata y el trabajo más convencional de los grupos pro-Clinton, como los sindicatos. Como señaló hace poco Bloomberg Politics, debido a su dependencia de los partidos republicanos estatales, es posible que la campaña de Trump no esté llegando a los votantes correctos. Se espera que un tercio de los electores emita un voto temprano en estas elecciones, a partir de mediados de septiembre; y aunque, naturalmente, el Partido Republicano ha dado máxima prioridad a la participación de electores que votan por todos sus candidatos, Trump ha puesto diferentes requisitos y convoca a un grupo diferente. La verdad es que su campaña necesita hacer proselitismo entre los independientes, porque a ellos debe buena parte de sus triunfos en las primarias; y tiene que hacerlo rápido, antes que se emitan los votos anticipados. “[Aquí] no hay una campaña Trump, en realidad”, dijo a Newsweekun consultor republicano de Ohio, un estado indeciso fundamental. “Ella tiene toda la infraestructura”.
La campaña Trump ni siquiera ha averiguado cómo explotar las oportunidades tentadoras que ofrecen sus escandalosos mítines. Debería enviar datos demográficos e información de contacto a todos los asistentes para asegurar que ellos mismos hagan una convocatoria el día de las elecciones. En vez de eso, han hecho poco seguimiento después de que se apagan las luces de los platós de televisión y los aplausos.
Además, Clinton tiene una ventaja enorme en capital. Su campaña y sus grupos de apoyo han recaudado 516 millones de dólares contra solo 201 millones de dólares reunidos por Trump y sus simpatizantes (el candidato ha puesto 54 millones de su bolsillo en la campaña. Una gran cantidad, sin duda, pero también apunta a que el magnate difícilmente tiene una fortuna de 10 000 millones de dólares, como afirma. Por otra parte, se ha reembolsado mucho de ese dinero en rentas pagadas a su edificio, contratos otorgados a sus hijos, los salarios del personal de la Organización Trump detallados a la campaña, y un largo etcétera). A fines de agosto, Clinton tenía 194 millones de dólares en efectivo, incluso cuando ese mes pagó cinco veces más publicidad televisiva que Trump. En cambio, Trump disponía de 103 millones en efectivo, y su campaña contaba con que el multimillonario de Las Vegas, Sheldon Adelson, donara cerca de 100 millones de dólares a grupos pro-Trump, pero a mediados de septiembre, el magnate de los casinos anunció que solo donaría cinco millones dólares. Y los famosos hermanos Koch se han deslindado de Trump, lo cual podría ser el golpe más grave, ya que sus grupos afiliados no solo tienen dinero, sino también algunas de las mejores operaciones con mayor concurrencia en el bando republicano.
Algo más que Clinton tiene a su favor es que Trump hace gala de una capacidad aparentemente ilimitada para ofender. Las mujeres votan en mayor proporción que los hombres y la opinión que tienen de Trump es mucho más negativa que su opinión de Clinton. La campaña republicana recibiría un golpe devastador si él tuviera alguno de sus arranques o incluso soltara algo del tufillo sexista que lo envolvió en las primarias republicanas iniciales. Recuerda que las primeras palabras que Trump pronunció en un debate presidencial fueron en respuesta a la moderadora de Fox, Megyn Kelly, quien le preguntó acerca de haber llamado cerdos a las mujeres, a lo cual él respondió: “Solo a Rosie O’Donnell”. El anfitrión de The Bachelor también se mostró perplejo cuando Carly Fiorina arremetió contra él por un espantoso comentario sobre su “cara”. Ese tipo de misoginia sugiere que Clinton podría aguijonear a Trump con solo repetir sus numerosos comentarios degradantes sobre las mujeres.
Trump también ha demostrado ser muy hábil para reducir, bruscamente, sus cifras en las encuestas, con insultos y trifulcas en Twitter. En junio, el candidato fue objeto de críticas por su extinta Universidad Trump que, presuntamente, se aprovechó de los estudiantes; y luego, recibió una paliza en las encuestas al criticar al juez Gonzalo Curiel, quien preside un caso contra la Universidad Trump que se ventila en California, diciendo que el jurista no podría ser imparcial debido a su herencia mexicana. Ese fue un paso en falso muy distinto de cuando el magnate no pudo identificar la tríada nuclear; o cuando sugirió, como si nada, que incumpliría la deuda nacional; o incluso sus otros ataques racistas, como llamar “Pocahontas” a Elizabeth Warren, senadora de Massachusetts, por afirmar que tenía ascendencia nativa americana. Muchos votantes parecían dispuestos a perdonar su pasmosa ignorancia y perversidad, a condición de que Trump hablara en representación del ciudadano común, pero su ataque contra Curiel pareció más autocompasión que interés en la difícil situación económica de todos los estadounidenses.
A fines de julio, después de una convención demócrata fuerte, y rigurosamente diseñada, Trump ahondó su foso de odio iniciando un conflicto con la familia Khan, musulmanes estadounidenses cuyo hijo, Humayun, capitán del Ejército, perdió la vida en Afganistán y yace sepultado en el Cementerio Nacional de Arlington. Con el candidato republicano hablando mal de una familia Gold Star, no era de extrañar que sus cifras negativas aumentaran.
Y así, tampoco fue de extrañar que Trump recurriera a un nuevo equipo de campaña.
RIESGO DE FUGA: A pesar de las persistentes ofensas que Trump lanza a los inmigrantes mexicanos, el apoyo hispano para Clinton es vacilante. Foto: CARLOS BARRIA/REUTERS
LOS NIÑOS RENCOROSOS DE BERNIE
Pese a estas muchas ventajas, Clinton aún puede meter la pata. Trump tiene una buena oportunidad de ganar debido a las debilidades y fortalezas de su rival. Si representas el statu quo,es difícil que presentes un argumento a favor del cambio, aun sabiendo que las encuestas demuestran que los estadounidenses lo ansían. Clinton está teniendo problemas para retener algunos elementos de la coalición central que fue crítica para las victorias de Obama en 2008 y 2012. Bautizada como “coalición del ascendente” por el autor Ronald Brownstein, esta se basa mucho en las minorías, los jóvenes, y los profesionales educados, sobre todo mujeres. Clinton se ha metido en problemas con los votantes más jóvenes, cosa que tiene algo de sentido pues se esforzó en acabar con Bernie Sanders quien, durante las primarias demócratas, ganó de manera consistente en el grupo de votantes de 18 y 29 años. Tras aquella amarga competencia, Sanders ha hecho campaña por Clinton, mas no ha restañado la hemorragia. Y dos candidatos de terceros partidos están robando votantes jóvenes a Clinton: el libertario Gary Johnson y Jill Stein, del Partido Verde. Por supuesto, la candidatura de Johnson también está captando republicanos, y al principio se esperaba que dañara más a Trump que a Clinton. Después de todo, Johnson es un exgobernador republicano que comparte papeleta con Bill Weld, exgobernador republicano de Massachusetts. Sin embargo, los análisis demuestran que Johnson parece perjudicar más a Clinton. Según varias encuestas, al preguntar a los votantes sobre una competencia de tres frentes que incluye a Johnson, la delantera nacional de la demócrata sobre Trump se reduce en un par de puntos porcentuales. El enfrentamiento de cuatro frentes produce un resultado similar, y nadie cree que Stein esté obteniendo su (escaso) apoyo del fondo de Trump.
Otro escenario en el que Clinton podría perder sería si su fuerte apoyo hispano se debilitara, aunque sea un poco. En general, los hispanos son un gran activo para la campaña de Clinton, como lo fueron para Obama. Sin embargo, el margen del apoyo hispano para Clinton respecto de Trump está cayendo en algunos estados, y Clinton atrae menos hispanos que Obama, quien ganó ese segmento demográfico por 71 a 29 contra Mitt Romney. El promedio de las últimas encuestas RealClearPolitics calcula un apoyo hispano de 63 por ciento para Clinton y 25 por ciento para Trump. Dado que los hispanos representan alrededor de 12 por ciento de los votantes elegibles en Estados Unidos, la diferencia entre lo que Obama recibió y lo que Clinton podría obtener, reduciría en un punto porcentual completo el conteo nacional de Clinton, e incluso podría cambiar su tendencia en algunos estados con un alto porcentaje de hispanos. A pesar de las propuestas de Trump de acabar de tajo con la inmigración y deportar a los indocumentados, el proponente del muro fronterizo se ha desempeñado sorprendentemente bien con los hispanos, quizá porque algunos no creen su retórica. Alrededor de 40 por ciento duda de que lleve a cabo su plan de deportación.
EL PODER BLANCO
Clinton tiene también un problema con la clase obrera blanca. Sería una contrariedad manejable si ese grupo demográfico —en su mayoría, partidarios de Trump— votara en niveles normales, pero podría abrumarla si el grupo se presenta en masa (y furioso) el día de las elecciones, y algunos sondeos sugieren que los votantes de Trump están más motivados que la gente de Clinton. Miremos lo que ocurre en Florida, posiblemente el estado más crítico para una elección presidencial. Obama lo ganó dos veces, así que debiera ser un frente primordial para Clinton; mas la fortaleza de Trump con los votantes blancos le ha vinculado con el Estado del Sol, pese a su demografía 20 por ciento hispana y 17 por ciento afroestadounidense. Si Trump logra vencer a Clinton en Florida, sería razonable imaginar que un estado indeciso aun más blanco, como Ohio (14 por ciento afro-estadounidense y 3 por ciento hispano), se vuelva republicano.
Si nos fijamos en los estados con una gran cantidad de blancos de ingresos bajos —por ejemplo, Kentucky o Virginia Occidental—, notaremos que han sido eliminados completamente de la columna demócrata; y entonces entenderemos el dilema de Clinton. Tiene tan mala reputación entre los blancos de bajos ingresos, que no ha podido hacer campaña en Arkansas, aun cuando ha sido residente del estado durante 18 años e incluso fue su primera dama, su marido fue electo a un cargo estatal en siete ocasiones, además de haber sido presidente del país dos veces, y su nombre (junto con el de su esposo) figura en el aeropuerto de la capital, Little Rock.
Hace poco, conduje casi 3200 kilómetros por las zonas rurales de Maryland, Ohio, Kentucky, Indiana y Virginia Occidental, estados y regiones con grandes concentraciones de blancos sin educación universitaria. Las evidencias de la fortaleza de Trump y la debilidad de Clinton eran visibles. Mientras que había anuncios de Trump en todas partes, solo vi par de letreros de Clinton cuando pasé por Louisville y Cincinnati. Al detenerme a pasar la noche en el río Ohio, por el lado de Virginia Occidental, el hotelero se lanzó en una diatriba no solicitada sobre las elecciones. Dijo que odiaba “al mentiroso Trump”, pero reservó lo peor de su rabia para la ex primera dama, a quien llamó una “perra mentirosa, confabuladora, y psicópata”. Este es un ejemplo anecdótico, pero revelador de lo que podría ser el mayor lastre de Clinton en estas elecciones: las décadas en que ha sido vilipendiada por los conservadores, su propia conducta furtiva, y la desconfianza generalizada que ha engendrado. A mediados de septiembre, una encuesta de NBC News/Wall Street Journalencontró que una pluralidad de votantes opina que Trump es más confiable que Clinton. Sin embargo, esa misma encuesta demostró que, en una competencia uno a uno, ella ganaría por 5 por ciento, señal de que algunos de los que desconfían de Clinton votarán por ella de cualquier manera.
EL ESCÁNDALO DEL DÍA
El otro problema de Clinton es la lista, aparentemente interminable, de “escándalos”, en su mayoría con poco o ningún fundamento. Un buen ejemplo es el furor persistente sobre el servidor privado que utilizó cuando se desempeñaba como secretaria de Estado. Como ha explicado nuestro colega de Newsweek,Kurt Eichenwald, con lujo de detalles, el manejo (y mal manejo) de los correos electrónicos de Clinton no difirió mucho de lo que hicieron los otros exmiembros del gabinete. Sin embargo, los titulares la han lastimado, igual que las acusaciones de “pago por juego” contra la Fundación Clinton, otro escándalo ficticio que contribuyó a reducir sus cifras en agosto y septiembre. Sería irónico que Clinton perdiera debido a una entidad que ayudó a salvar millones de vidas; y contra un tipo cuya beneficencia es mejor conocida por ser utilizada para solventar una demanda legal en su contra. La forma como los conservadores transformaron la Fundación Clinton de un motivo de elogio en una vergüenza es muy similar a las bajezas que han tenido que soportar otros nominados demócratas. En 2004, John Kerry habló con orgullo de haber sido voluntario en Vietnam. Los republicanos tomaron lo que parecía una narrativa fabulosa (un egresado de Yale se alista en la Marina por su sentido del deber y después dirige a la oposición veterana a la guerra) y atacaron suciamente (“swift-boated”) al senador de Massachusetts, convirtiendo su servicio en los barcos que patrullaban ríos vietnamitas, conocidos como “swift boats” (lanchas rápidas), en un defecto de carácter en vez de un mérito.
Algo similar ocurrió con Clinton. La demanda legal de un grupo conservador provocó que se liberaran correos electrónicos que sugerían que los donantes de la fundación habían recibido favores de la secretaria de Estado. Eso no es lo que pasó, pero las acusaciones contribuyeron a la idea preexistente de que Clinton no es confiable. Cuando la exsecretaria de Estado presentó un problema de salud durante un evento conmemorativo del 11/9 y se demoró excesivamente en reconocer que padecía de neumonía, sus cifras cayeron aún más porque agravó la impresión de que estaba ocultando otro escándalo. Cuando, de manera algo pretenciosa, metió a “la mitad” de los partidarios de Trump en una, ahora infame, “canasta de deplorables” durante un evento septembrino para recaudar fondos, sus cifras recibieron otra paliza.
Suma todo eso, y la palabrería jactanciosa de principios de agosto, sobre una victoria aplastante (de incluso ser competitiva en Carolina del Sur, uno de los estados más republicanos), se ha visto sustituida por temores de ser incapaz siquiera de conservar Ohio y Nevada. Y si eso ocurre, tal vez Trump deba pedir que le envíen su correspondencia a Washington, D. C.
JUVENTUD DESPERDICIADA: Las primarias revelaron el tibio apoyo de Clinton entre los votantes jóvenes, y ni siquiera el respaldo de Sanders le ha ayudado. Foto: BRENDAN SMIALOWSKI/AFP/GETTY
VENGO A ENTERRAR A TRUMP
Hay otro elemento en esta campaña que acosa a Clinton, y a no pocos demócratas y republicanos: la posibilidad de que el trumpismo no desaparezca, aunque Trump pierda. En su esencia, el trumpismo no trata solo de acabar con la inmigración ilegal, también hace un recorte drástico en la inmigración legal (una idea que la prensa poco ha señalado). Si combinamos esto con la retractación de los compromisos con el exterior (considera la postura del magnate de “lo tomas o lo dejas” frente a la OTAN) y con el hiperproteccionismo, tenemos una ideología que, obviamente, no nació de las formidables cejas de Trump. Es un movimiento impulsado por la enorme migración de esos blancos de clase obrera hacia el GOP; y de hecho, entraron en la carpa del Partido Republicano mucho antes antes que Trump amenazara con quemarla. Pero su efecto electrizante en cuantos viven enfurecidos por la globalización ha hecho crecer el movimiento, que está alineado con la campaña brexitdel Reino Unido, y con el ascenso de partidos antiinmigratorios de Alemania y de otros países europeos. Es un movimiento aislacionista extremo, de producción nacional.
La historia es instructiva en este asunto: cualquiera que escriba y piense en la política aprenderá una lección leyendo los periódicos del otoño de 1964. Entre anuncios de pieles y cigarrillos al estilo Mad Men, encontrarás una amplia cobertura de la competencia presidencial entre el republicano Barry Goldwater y el demócrata Lyndon Baines Johnson. La prensa predijo que Johnson aplastaría a Goldwater, y así fue. De lo que nadie se dio cuenta es de que Goldwater tendría una influencia importante en el GOP durante décadas. Debido a que los votantes repudiaron a Goldwater, la prensa proclamó que el conservadurismo había muerto; y hoy, muchos republicanos y demócratas creen que la derrota de Trump acabará con el trumpismo. En aquellos días, Newsweekno hizo mención alguna de Ronald Reagan, la estrella del anuncio de 30 minutos de Goldwater, el cual lo convirtió en un icono conservador y dos años después, lo condujo a la gubernatura de California. La revista Timeauguró que “el futuro del conservadurismo estaba en las manos de los hombres moderados”. Pero de hecho, los conservadores siguieron adquiriendo fuerza en el Partido Republicano, mientras que los republicanos liberales de Rockefeller se volvían una especie en peligro de extinción y terminaron por extinguirse.
Por supuesto, Trump no es Goldwater. Este fue reclutado por los conservadores, igual que la recién fallecida Phyllis Schlafly, quien luego lideró la oposición a la Enmienda por la Igualdad de Derechos y se hizo famosa gracias a su exitoso libro contra el republicanismo liberal, A Choice Not an Echo,y a William Buckley, influyente autor y editor de revistas. El senador de Arizona era un hombre serio con ideas serias, y eso no cambió aunque LBJ lo aplastara. No es que vivamos en un “mundo Goldwater”, mas sus ideas sobre reducir el gasto y la regulación nacional, al tiempo que se financia el desarrollo de las fuerzas armadas, influyeron en su protegido, Reagan, quien se ha convertido en un dios para los conservadores.
Aunque no haya un presidente Trump, su sombra podría oscurecer la presidencia de Clinton. Todos esos rabiosos votantes blancos de clase obrera seguirán clamando por más empleos, menos inmigrantes, y el derrocamiento de una clase política cuya cabeza, si no se atraganta, podría ser una ex Chica Goldwater, la presidenta Hillary Clinton.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek