Rachel Law, la veinteañera cofundadora de una compañía neoyorquina reciente llamada Kip, está sentada junto a mí en un café, tocando la pantalla de su teléfono para mostrarme cómo el servicio de la compañía basado en la inteligencia artificial les permite a los usuarios comprar mientras están en Slack al comunicarse no con palabras tipeadas o habladas, sino con emojis de caricatura (imagen de queso más imagen de molino de viento es igual a… una orden de queso danés).
Si Law le hiciera esta demostración a Donald Trump o Hillary Clinton y usara los términos “inteligencia artificial”, “Slack” y “emoji” en la misma oración, sin duda el cerebro de los candidatos se trabaría como un motor al que se le acabó la gasolina.
Tenemos un problema, amigos. En el siguiente período presidencial, una multitud de fantásticas tecnologías nuevas, como la inteligencia artificial, la realidad virtual, cadena de bloques, genómica personal y drones, alterarán profundamente a la sociedad, los negocios y la geopolítica de maneras que nunca antes hemos visto. Y los candidatos de los dos partidos mayores de EE UU no tienen ni idea.
Este noviembre, los estadounidenses elegirán a un presidente que promete resolver problemas del siglo XX pero no puede ver soluciones —o pesadillas— del siglo XXI. Clinton publicó su plan tecnológico este verano, titulado “Iniciativa de Tecnología & Innovación”. Se arrastra por cosas familiares a los analistas políticos: neutralidad de la red, gobierno del internet, seguridad cibernética, privacidad en línea. Todos son tópicos importantes, y pudieron estar en la lista de cosas por hacer de Barack Obama en 2008 o de Al Gore en 2000. Asombrosamente, el documento no contiene el término inteligencia artificial, aun cuando la IA posiblemente tenga un impacto más grande que cualquier tecnología desde el transistor. El documento menciona dos veces el aprendizaje de máquinas —una subcategoría de la IA— de paso, sin contexto. Las palabras drone o genómica no aparecen en absoluto. Tampoco lo hace emoji, en caso de que se lo preguntara. La visión de ella es tan poco excitante como una bola de pan ácimo.
No es sólo la plataforma la que no está viendo el futuro; parece ser la mismísima Clinton. Una parte inquietante del informe más reciente del FBI sobre sus problemas con el correo electrónico está en los detalles sobre su falta rotunda de conocimiento tecnológico. Ella parece esa tía favorita que se aferra a su teléfono con tapa y compra música en CD.
Y Clinton hace ver a Trump como un neandertal tecnológico. Sin duda, el candidato republicano pensará que el término vehículo autónomo significa una limusina con chofer. Trump no ha publicado su política tecnológica, pero la Fundación de Tecnología Informática e Innovación publicó un reporte en el que compara las posturas de Clinton y Trump en casi todo tópico tecnológico. Fue un reto escribirlo porque “la característica más distintiva de la agenda de campaña de Trump en esta área ha sido su falta notable de posturas políticas articuladas”.
En otras palabras, Trump no tiene algo que decir sobre los viejos y retorcidos problemas tecnológicos, mucho menos los problemas que van a fascinar al próximo presidente. Este es el tipo que combatirá el reclutamiento de terroristas cerrando “partes de internet”, a la manera que uno cerraría una calle con algunos conos anaranjados. Con razón 145 líderes tecnológicos firmaron una carta declarando que “Trump sería un desastre para la innovación”.
Así, ¿qué hay de los problemas duros que avanzan hacia nosotros? La IA necesita ética. La Universidad de Stanford acaba de publicar un estudio, “Inteligencia Artificial y Vida en 2030”, que plantea importantes preguntas éticas. “¿Quién será responsable cuando un carro autónomo choque o un dispositivo médico inteligente falle?” O “¿cómo se puede prevenir que las aplicaciones de IA discriminen arbitrariamente?” La IA amenaza con automatizar grandes cantidades de empleos. Algunos líderes de Silicon Valley piensan que el gobierno debería instituir un ingreso básico garantizado, una red de seguridad para todos. ¿Ese es el enfoque correcto? Trump ha alborotado a sus seguidores diciendo que los inmigrantes y el comercio les quitarán sus empleos. La IA promete hacer que eso parezca como matar mosquitos cuando un semirremolque autónomo está a punto de atropellarle.
Google, Facebook, Microsoft, IBM, Amazon y otras compañías compiten para construir tecnología de IA porque saben que la IA posiblemente sea dominada por un par de cuasi monopolios superpoderosos. La IA mejora cuanto más se la usa. Así, quienquiera que establezca una ventaja puede empezar a distanciarse de los competidores: más uso genera mejor IA, lo cual atrae a más usuarios hasta que uno o dos ganadores se llevan todo. Pero ¿sí queremos eso? No queríamos que John D. Rockefeller controlara todo el petróleo en la década de 1910, por lo que el gobierno rompió su monopolio de Standard Oil. Ceder el control de toda la IA a una o dos potencias sería aún más peligroso.
Philip Rosedale, un pionero de la realidad virtual, está convencido de que dentro de una década, tendremos un internet mundial de realidad virtual, casi un mundo paralelo al nuestro, repleto de comercio, entretenimiento, fiestas. Algunas personas tendrán empleos dentro de la RV, pero ¿quién administrará ese mundo? ¿Rosedale? ¿Mark Zuckerberg, cuyo Facebook compró a la compañía Oculus Rift de RV? ¿Y una compañía privada sí hará las reglas allí? Sería agradable si el líder de EE UU tuviera algo que decir al respecto.
Las monedas digitales y las compañías incipientes como Stripe y Digit están replanteando los sistemas de finanzas y banca. Los drones están a punto de llenar nuestros cielos. Mientras discutimos sobre el Obamacare, la medicina personalizada impulsada por la IA, los dispositivos del Internet de Cosas y la secuencia barata del genoma pronto conocerán profundamente a cada individuo, haciendo obsoletos los seguros a la antigua basados en grandes cantidades de clientes. ¿Qué tal si moldeamos las finanzas, rutas aéreas y atención médica para que abracen esas nuevas realidades?
El punto es que los estadounidenses necesitamos desesperadamente un presidente que sepa de tecnología. Y no obtendremos uno.
Sentado con Rachel Law de Kip y pensando en las opciones presidenciales, caí en cuenta de que una de las barreras para una política inteligente en tecnología de Trump o Clinton podría ser la edad. Trump nació en 1946; Clinton en 1947. Cuando las PC pegaron a mediados de la década de 1980, ambos candidatos se acercaban a los 40 años. A finales de la década de 1990, cuando el boom del punto com le abrió paso a internet, ellos tenían 50 años. Cuando el iPhone salió en 2007, ellos tenían 60 años. Trump y Clinton son de la generación de la TV. La generación del iPhone piensa de una manera completamente diferente. “Las generaciones son más diferentes entre sí ahora que en cualquier momento de la memoria viva”, escribe Paul Taylor, del Centro de Investigación Pew, citando resmas de datos, en The Next America: Boomers, Millennials, and the Looming Generational Showdown.
La IA, los emojis, la bitcoin, la RV, es poco probable que Trump o Clinton jamás los entiendan cabalmente. Así, esperemos que entre ahora y la siguiente elección surja un líder en tecnología que se postule a la presidencia, el JFK de la generación del iPhone.
Pero que no sea Peter Thiel, ¿OK?
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek