Hiroshi Sudo toma un par de alicates, los sujeta alrededor del diente de un perro y tuerce. El diente se libera entre una rociada de baba sanguinolenta. El perro gruñe, pero Sudo ha atado una toallita alrededor de su hocico para que el perro no lo muerda. Sudo le entrega el diente al dueño del perro, quien lo pone bajo una manguera, luego lo seca con un trapo y se lo embolsa. Luego, él le hará un agujero, pasará un cordel de cuero por el agujero y se lo pondrá al cuello, un recuerdo horripilante.
Entre semana, Sudo es un veterinario en un hospital para animales en Toride, a unos 40 kilómetros al noreste de Tokio. Los fines de semana, dobletea en peleas de perros, suturando cortadas y extirpando dientes flojos. “Hacemos lo más mínimo aquí”, dice a través de un intérprete. “Respuesta de emergencia”. Para cualquier cosa más seria, él recomienda que el dueño del perro visite un hospital para animales. Pero esa no es una opción hoy porque es domingo, el único día de la semana cuando la mayoría de los hospitales para animales, como la mayoría de los negocios en Japón, están cerrados.
No es poco común que estos perros de pelea mueran. “Sucede, pero no tanto”, dice Sudo. Los perros, explica, son como los maratonistas: a veces exceden sus límites. Pero los veterinarios como Sudo tratan de que esto no suceda. Él toma aguja e hilo y regresa a su trabajo.
No se requieren permisos o licencias para poner a pelear perros, por lo cual no hay un registro oficial de cuántas peleas suceden cada año. Teruaki Sudo, presidente de la Asociación de Peleas de Perros del Este de Japón (y padre de Hiroshi), dice que su grupo celebra ocho o nueve torneos por año, mientras que grupos más pequeños podrían celebrar dos o tres. Entre 60 y 100 perros podrían pelear en un torneo pequeño. En un torneo grande, esa cifra podría ser tan alta como 250. Es imposible decir cuántas peleas suceden fuera de los libros cada año, en especial si se cuentan las peleas de pit bull, las cuales son casi enteramente patrocinadas por la mafia japonesa, o yakuza.
Solo cinco de las 47 prefecturas de Japón tienen leyes contra las peleas de perros. Tokio es una de ellas, por lo cual los tokiotas como Sudo vienen a las zonas rurales, a lugares como Bando, un pequeño pueblo granjero a dos horas al noreste de la capital, a pelear. Las peleas de perros son ruidosas, explica Sudo, “por lo que deben hacerse en un lugar donde casi nadie vive. Por ello montamos esta instalación”.
La instalación es un gigantesco cobertizo de metal junto a un basurero. Dentro hay tres octágonos de madera, de alrededor de casi cuatro metros de diámetro, cada uno colocado arriba de una tarima elevada. Tres pequeñas plataformas son atornilladas a los lados de cada octágono. Arriba de cada plataforma hay una sola silla plegable, y en cada silla se sienta un juez. A veces, un cuarto juez observará a nivel de suelo. Dos plataformas más grandes de acero están fijas a lados opuestos de cada octágono, dándoles a los dueños de los perros una vista despejada.
En Japón, las peleas de perros son paseos familiares. Afuera de la arena, la gente cocina brochetas yakitori en parrillas improvisadas, y los niños comen sandía y bento. Dentro, se montan filas de mesas plegables para el público. Fuman, se abanican y beben té verde en tacitas de plástico. La temperatura rebasa los 40 grados, y los tatuajes de algunos hombres son visibles a través de sus delgadas camisas de algodón, las cuales están empapadas de sudor.
La primera sangre del día se derrama antes de que los perros entren en el ring. Mientras uno asciende la rampa, otro sale disparado del octágono y hunde sus dientes en el cuello de su oponente. El agresor aprieta y sacude su cabeza de lado a lado, trayendo consigo a su oponente, jalándolo del cogote. El anunciador empieza a gritar. El público se hace hacia atrás, con los más cercanos a los perros esparciéndose fuera de su camino por su propia seguridad, con el resto formando un círculo amplio alrededor de ellos.
Pocos segundos después, los dueños de los perros los agarran de las colas y tratan de separarlos. Un tosa inu maduro—a veces llamado mastín japonés, la única raza usada tradicionalmente en las peleas de perros japonesas— puede pesar cerca de 90 kilos. Se requiere de seis hombres para separarlos. Traen una manguera que lanza aire presurizado a los rostros de los perros y fuerzan calzas de plástico en los hocicos de los perros para abrirles las mandíbulas. Finalmente se separan. El dueño del agresor arrastra a su perro de vuelta al ring.El otro forcejea para seguirlo.
Los perros pasan otros diez minutos o más mordiendo y arañando antes de que uno aúlle —una señal de rendición— y el encuentro se termina. No hay ganador.
MAFIOSOS DE TIENDA DE MASCOTAS
En comparación con aquellas de otros países desarrollados, la ley de los derechos de los animales en Japón —solo hay una a escala nacional— es débil. La Ley de Bienestar y Manejo de Animales, aprobada en 1973, es “completamente ineficaz”, dice Elizabeth Oliver, una expatriada británica quien comenzó el grupo sin fines de lucro Rescate de Animales Kanzai en 1991. En los 25 años desde que la ley se aprobó, “nada ha mejorado”, dice. Sakiko Yamazaki, una consultora de la Sociedad Humana Internacional en Japón, llama a la ley “más que decente”, pero dice que “en realidad no se la aplica a su potencial máximo”.
Ello es en parte porque la ley es muy vaga. Aun cuando criminaliza el lastimar a un animal “sin razón”, no dice cuál podría ser la razón. Incluso en casos claros de crueldad, la policía rara vez actúa, dice Oliver. Desde que la ley fue aprobada, la policía solo ha cerrado una tienda de mascotas en Tokio por violarla.
En el papel, la mayoría de los grupos en Japón por el bienestar de los animales se opone a las peleas de perros. “Pensamos que hacer pelear a los animales es en sí una crueldad con los animales”, dice Chizuko Yamaguchi, inspectora veterinaria de la Sociedad Japonesa por el Bienestar de los Animales (JAWS, por sus siglas en inglés), el grupo por el bienestar animal más antiguo y más grande de Japón, en un correo electrónico a Newsweek.
Pero ni JAWS ni algún otro grupo ha hecho un esfuerzo concentrado para prohibir las peleas de perros, por dos razones. Los “hombres de perros”, como son llamados los peleadores de perros, dicen que es parte de la historia cultural de su país, al igual que la caza de ballenas o delfines. Suficientes miembros del parlamento están de acuerdo con ellos para bloquear los cambios a la ley, dice Yamaguchi.
La otra razón son los lazos profundos de las peleas de perros con los yakuza. “En Japón, todo lo que tenga ver con perros es administrado por gánsteres”, dice Oliver. “Antaño, ellos hacían dinero con la prostitución y el tráfico de armas, pero ahora tienen ganancias enormes con el negocio de las mascotas”.
Para los yakuza, el comercio de animales es un negocio confiable. Un animal pura sangre puede costar alrededor de 7000 dólares en una tienda exclusiva de Tokio. Aun cuando las apuestas son ilegales en Japón, con un puñado de excepciones, se pueden ganar premios como aire acondicionado y televisión. También hay dinero en la crianza. En promedio, un cachorro de tosa cuesta entre 5000 y 10 000 dólares, mientras que un perro con historial ganador puede venderse por 15 000 dólares. Durante la burbuja económica del país, de 1986 a 1991, los tosa a veces se vendían entre 20 000 y 30 000 dólares, según Teruaki Sudo, el presidente del club.
A los yakuza no les gusta que fuereños metan las narices en sus negocios. La última vez que JAWS hizo ruido con respecto a prohibir las peleas de perros, personas sospechosas empezaron a presentarse en los hogares de empleados de JAWS, dice Yamaguchi. “La práctica está profundamente vinculada con actividades mafiosas; tanto el gobierno como accionistas privados por la protección de los animales están muy asustados de que el involucrarse pueda poner en riesgo su seguridad”, dice una persona involucrada en la protección de los animales en Japón, quien pidió a Newsweek el anonimato por miedo a represalias.
SUMO PARA PERROS
Un tosa necesita el equilibrio justo entre inteligencia y estupidez para ser un perro de pelea. “Si un perro es demasiado inteligente, no peleará, porque no le gusta que lo muerdan otros perros. Si un perro es estúpido, no tiene técnica”, explica Takashi Hirose, quien administra el Parque Tosa Inu, un museo-arena a unos 30 minutos al sur de la Ciudad de Kochi, en la isla de Shikoku.
Los hombres de perros de Japón llaman a lo que hacen como token, cuya traducción directa es “perros de pelea”. El token es antiguo. Cuán antiguo exactamente, no lo sabemos, pero tiene sus raíces más profundas en Kochi. Los tosa son nativos de esta área, y la gente aquí ha hecho pelear perros por lo menos 400 años. El equipo de béisbol local incluso se llama los Perros de Pelea de Kochi.
Hirose rastrea la popularidad de las peleas de perros en Kochi hasta Chosokabe Motochika, un caudillo militar del siglo XVI quien otrora gobernó todo Shikoku. Motochika promovió las peleas de perros entre sus soldados para aumentar su moral, dice Hirose. Una imagen de Motochika con armadura completa y blandiendo una lanza recibe a los visitantes del parque, de los cuales Hirose dice que hay alrededor de 700 000 anualmente.
Mucho de la tradición token es prestado del deporte nacional de Japón, el sumo, en el que casi todo movimiento que el peleador hace antes y después de entrar en el ringestá imbuido de significado ritual. Los perros tal vez no se lo tomen tan en serio, pero sus dueños sí. Ellos llaman a su pasatiempo inuzumo, literalmente “sumo de perros”.
Como el sumo, el token es un deporte, dicen ellos. Lo que no es: crueldad animal. “Si un perro no tiene un espíritu de lucha, no lo ponemos en el ring”,dice Teruaki Sudo. Y si a los perros con ese llamado espíritu de lucha no se les permite pelear, su agresión surge de otras maneras, aseguran los dueños.
Pero los defensores de los derechos de los animales dicen que el espíritu de lucha es solo cría selectiva para agresión. “Cualquier animal puede hacerse de esa manera”, explica Keiko Yamazaki, miembro de la junta directiva de la Coalición Japonesa por el Bienestar Animal. “Si los pateas en el trasero y los mandas a la arena a pelear con otro perro, no tienen opción”, añade. “Si ellos dicen que no tienen otra manera de descargar su llamada agresión innata, ello significaría que estos perros son peligrosos, entonces uno les pediría que dejen de criarlos”.
“¡ESTÚPIDO! ¡ESTÚPIDO!”
Tatuajes de escenas de la mitología japonesa cubren la mayor parte del cuerpo de Yoshiaki Nakata, excepto sus piernas de las rodillas para abajo y una franja delgada que corre de su esternón a su entrepierna. Nakata, quien es presidente de la Asociación Nacional de Peleas de Perros, se viste de blanco de pies a cabeza, con gafas oscuras de marco dorado y micas color lavanda. Una mujer en pantalones dorados de lentejuelas quien se presenta a sí misma como esposa de él se pone un grueso anillo de diamante en la mano izquierda antes de sentarse a ver el encuentro de campeonato en Bando. Si él no es un yakuza —y él dice que no lo es— entonces se desvive por verse como uno.
El encuentro es entre dos veteranos: un perro marrón llamado Yume (sueño) y un perro negro llamado Bontenmaru. Con todas sus cicatrices y partes sin pelo donde competidores anteriores han arrancado mechones de pelaje, sus pieles se ven como extraños rompecabezas orgánicos. Sus dientes perdidos se balancean en los cuellos de sus dueños mientras les gritan desde arriba del octágono.
Su pelea dura poco menos de diez minutos. Al final, ambos animales están resollando. Tiras de baba espesa con sangre rezuman de sus hocicos. Están cortados en docenas de lugares, y trozos de su pelaje tapizan la arena. Sus costados jadean como fuelles.
Ambos perros están claramente agotados; ninguno de los dos puede continuar, pero ninguno se quiere rendir tampoco. El perro que renuncie primero pierde. Yume mira a su dueño con una mirada suplicante. El dueño de Bontenmaru le grita que continúe. “¡Baka! ¡Baka!”, grita él (¡Estúpido! ¡Estúpido!). Ninguno de los perros peleará. Después de tres minutos de inactividad, el encuentro termina en empate. Los dueños saltan al ring, agarran a sus perros y los sacan.
Cuando los perros son retirados, todos —jueces, dueños, espectadores— ayudan en la limpieza. A los niños japoneses se les enseña a limpiar su escuela. Como los niños hacen todo el trabajo, las escuelas japonesas no tienen conserjes. Al parecer, lo mismo se aplica a las peleas de perros.
Con el ringlimpio, la ceremonia de premios puede empezar. Los dueños entran con dificultad, uno por uno, a recibir sus premios. Los perros más débiles ganan los peores premios: cajas de pañuelos y repelente de mosquitos. Los mejores peleadores obtienen ventiladores eléctricos, microondas y televisores de pantalla plana. En peleas más grandes, los ganadores a veces reciben autos.
El ganador general del día, un perro llamado Lai, termina el día en una nota baja.
Lai tiene toda la apariencia de que está muriendo. Sus dueños han lanzado una lona verde al lado del camino, y Lai yace de lado sobre este. Hay sangre en la lona. Agotamiento por calor, dicen los dueños. Han cubierto su cuerpo con paquetes de hielo y lo empapan con agua fría, y Hiroshi Sudo, el veterinario, le ha aplicado una intravenosa de solución salina fría para bajar su temperatura.
Lai sobrevive. Tres días después, será capaz de caminar de nuevo. Dentro de tres meses o más, será capaz de pelear de nuevo.