Casi
todos los consejos sobre finanzas se enfocan en controlar el estímulo o la
respuesta que este provoca. Afamados gurús recomiendan que los aspirantes a
cambiar la actitud de consumo cierren Instagram y no entren a Facebook, mucho
menos a Amazon, que se despidan de los amigos no ahorradores y repudien a los
parientes derrochadores. Esfuerzos serios para controlar los estímulos.
La
mayoría trata de convertir el acto de gastar en un hecho doloroso. Y arremeten:
hay que cancelar las tarjetas de crédito, usar sólo efectivo, registrar, revisar
y sentirse mal por lo que se compró.
Y sí
funciona hasta que no funciona. De cualquier manera se sigue gastando, sólo que
ahora produce más dolor, más enojo, más culpa.
Viktor
Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco, en su libro El hombre en busca de sentido, dice: “Entre el estímulo y la
respuesta hay un espacio. En ese espacio se encuentra nuestro poder para elegir
una respuesta”. Ahí está la solución de la compra compulsiva y culposa.
Una
manera sencilla de crear ese espacio que menciona Frankl es aplicar lo que
algunos llaman la regla de las 72 horas; es decir, pensar la compra, madurar la
idea de la nueva adquisición, por unos pocos días, en lugar de la práctica común
de salir corriendo a la tienda, o darle clic al sitio web que vende aquello que
está súper de moda.
El
diseño del espacio entre el estímulo por adquirir algo y el acto de conseguirlo
puede ser de más o menos tiempo, va a depender de cada quien y sus procesos. La
idea central son las ganas honestas y auténticas de moderar una conducta que
afecta las finanzas, pero sobre todo, deja un regusto amargo en la voluntad, en
la disciplina para conducirse de cierta manera. O lo que es lo mismo; enoja y
avergüenza no ser capaz de modificar algo que se quiere cambiar.
Otro
elemento a considerar de manera formal es la posibilidad de acostumbrarse a
tener un deseo por ahí sin el apremio de saciarlo.