De nueva cuenta, una imagen
impactante de un niño sirio vulnerable ha dominado las primeras planas de los
diarios y provocado marejadas emocionales en todo el mundo.
Omran Daqneesh, un niño de
cinco años originario de Alepo, pudo romper la “fatiga del público” y movilizar
a millones en todo el mundo con una grabación en la que es retirado de debajo
de los escombros de su hogar, cubierto de polvo y sangre. Su mirada vacía,
comunicando el trauma de una guerra tan vieja como él, puso en vergüenza a
quienes permanecen impasibles mientras el conflicto continúa.
Esta semana se cumple un año
desde que Rusia firmara un acuerdo de “defensa” con el gobierno sirio,
permitiéndole iniciar ataques aéreos que han destruido hogares y hospitales.
Aunque no queda claro si fue una bomba del gobierno ruso o siro la que destruyó
el hogar de Omran, es indudable que la responsabilidad recae en el gobierno
sirio, sustentado por Irán y Rusia, pues es el único bando que utiliza ataques
aéreos en las devastadoras batallas de Alepo.
Esos son los explosivos y los
horrores de la guerra de los que han estado huyendo los refugiados sirios. Más
de 6 millones han sido desplazados internamente, 4 millones de refugiados viven
en condiciones extremas en los países vecinos, mientras que decenas de miles
languidecen en las fronteras de naciones abrumadas por los millones que han
escapado de la guerra. Y conforme la región se inunda de refugiados procedentes
de Siria, Irak, Palestina, Libia y otros lugares, miles de sirios entregan
todas sus posesiones a los traficantes que prometen darles acceso a Europa.
Esto no tiene que ser así. Hay
maneras de proteger al pueblo sirio, desde la posibilidad de crear zonas de
exclusión aérea hasta comprometiéndose con una solución política para la
guerra. Sin embargo, en ausencia de un gobierno sirio interesado en el
bienestar de todos sus ciudadanos, y en presencia de extremistas, guerras por
poderes y una administración estadounidense abúlica, lo menos que podrían hacer
los líderes del mundo es acatar el derecho internacional. La Convención de
Naciones Unidas de 1951 y el Protocolo de 1967 sobre el Estado de los
Refugiados obliga a los países a proporcionar protección a quienes buscan
refugio de la guerra y la persecución. Y no obstante, los políticos de los
mismos países que afirman adherirse al derecho internacional están violando
esos principios.
La xenofobia y el oportunismo
político están acelerándose en ciertos círculos estadounidenses y europeos, y
los refugiados sirios se convierten en los blancos principales. Desde Nigel
Farage, utilizando una fotografía de refugiados sirios que cruzan la frontera
eslovena, hasta la campaña “Brexit” y Chris Christie declarando que ni siquiera
un huérfano sirio de cinco años debe ser admitido en Estados Unidos, la tónica
contra los refugiados se ha establecido. La semana pasada, la insistencia de
Donald Trump en que admitir refugiados solo sería un “problema” para Estados
Unidos, aunada a su xenofobia vehemente, agrava el sufrimiento de quienes
necesitan apoyo para confrontar las guerras y emprender los peligrosos viajes
que los vuelven apátridas. Para ellos, todos los refugiados, sobre todo de
países mayormente musulmanes como Siria, son culpables de posible extremismo
hasta que “demuestren su inocencia”. Lo irónico que es la mayoría de esos
refugiados huyen del extremismo y la violencia de la que deben demostrar
inocencia.
Con todo, sería un error
culpar solo a los políticos extremos que utilizan la política divisiva en
beneficio propio. Palabras de compasión huecas es lo único que reciben hoy los
sirios por parte de la mayoría de los funcionarios estadounidenses y europeos;
con contadas excepciones, incluidas la parlamentaria británica asesinada Jo Fox,
y la alemana Angela Merkel.
En respuesta a la efusividad
emocional desatada por Omran, el ministro del Interior británico, Boris
Johnson, emitió una tibia declaración por correo electrónico diciendo: “Todo el
mundo está horrorizado por el sufrimiento del pueblo de Alepo; el bombardeo de
civiles inocentes, el asesinato de niños indefensos”. La diferencia entre
Johnson y “todo el mundo” es que él está en una posición de poder para, al
menos, ayudar a recibir niños como Omran, quienes intentan escapar de la
violencia. Pero en vez de ello, en abril pasado, Johnson y otros 290
parlamentarios votaron en contra de recibir a 3,000 niños refugiados que habían
llegado a Europa sin compañía.
Cosa nada sorprendente, la
respuesta del presidente Obama ha sido enfocarse en reuniones internacionales y
grandilocuentes declaraciones de “apoyo” que se traducen en fondos de ayuda que
apenas cubren las necesidades más básicas de los refugiados. Un portavoz del
Departamento de Estado de Estados Unidos dijo que John Kerry, el secretario de
Estado, “insta a Rusia a colaborar con él… en una solución perdurable para que
no tengamos que ver más imágenes como la de ese niñito de Alepo”, refiriéndose
a Omran.
En un esfuerzo para parecer
que “actúan”, los líderes mundiales ser reunirán en Nueva York para una Cumbre
de Refugiados y Migrantes el 19 de septiembre, seguida al día siguiente de una
sesión de alto nivel convocada por Obama, la cual solo tratará de los
refugiados. Las reuniones no pueden servir, meramente, como una oportunidad de
promoción, con poco o ningún compromiso de implementación. Eso no es lo que
necesitan los niños ni las familias de Siria. Por el contrario, debe ser un
momento para retomar los principios de proteger a los más vulnerables del mundo
y dar refugio tangible a quienes más lo necesitan.
La decisión del gobierno
canadiense de reubicar a 25,000 refugiados sirios entre noviembre de 2015 y
febrero de 2016, y el éxito de procesar peticiones de asilo en cuestión de
semanas, demuestra que habiendo voluntad política, todo puede suceder. Si bien
no es factible, ni deseable, reubicar a todos los civiles sirios, lo menos que
puede hacerse es ayudar a quienes han salido, en vez de dejarlos vivir en
condiciones precarias o a merced de los traficantes.
La imagen de Omran, quien por
fortuna ha sobrevivido a pesar de su trauma y de perder a su hermano mayor,
Ali, circula casi un año después de la desgarradora imagen del Aylan Kurdi, de
tres años, quien murió en el mar el 2 de septiembre de
2015, cuando su familia intentaba escapar de la guerra siria. Ellos representan
a los miles de niños muertos, heridos o desplazados en la guerra de Siria,
quienes en su gran mayoría permanecen anónimos y en las sombras, pero que
tienen todo el derecho de recibir nuestra atención y nuestra acción.
Mina Al-Oraibi es una reportera iraquí-británica,
miembro Yale World, y miembro distinguido de Institute of State Effectiveness.
Síguela en Twitter @AlOraibi.
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Publicado en colaboración con Newsweek / Published in colaboration with Newsweek