Vinieron por Bill, pero se llevaron a Hillary.
La filántropa de San Francisco Susie Tompkins Buell dice
que la primera vez que estuvo en la misma habitación con Hillary Clinton fue en
un evento de recaudación de fondos para Bill Clinton en el Área de la Bahía a
principios de la década de 1990. Hillary estaba allí para hacer la presentación
de su marido y Buell quedó fascinada de inmediato, pero no por el candidato.
“Recuerdo haber pensado: ella se postulará para presidenta algún día; debe
hacerlo”, recuerda Buell, fundadora de la línea de ropa Esprit. “No es que él
me hubiera desilusionado, fue sólo que me sentí muy atraída por ella. Podía
sentir su dedicación”.
La filántropa Swanee Hunt, que gasta gran parte del dinero
que heredó de su padre, el magnate texano de los campos petroleros H.L. Hunt,
de tendencia conservadora, en causas y candidatos progresistas, tiene un
recuerdo similar. En octubre de 1992, ella organizó un evento de recaudación de
fondos en Denver denominado “Mujeres serias, asuntos serios y dinero en serio”,
con el objetivo de recaudar un millón de dólares para la campaña presidencial
de Bill Clinton. Hillary era una de las oradoras clave. “Me senté allí entre el
público, escuchando a Hillary hablar acerca de la economía, y pensé, Santo
cielo, ¿cómo puede alguien pararse ahí sin notas y hablar como si fuera la
directora del Banco Mundial o de la Reserva Federal?” Más tarde, Hillary llamó
a Hunt para agradecerle su contribución, recuerda esta última. “Le dije, ‘Ah,
en realidad no es para él; es para ti’”.
Judith Hope, que en esa época era presidente del Partido
Demócrata en el Estado de Nueva York, se dio cuenta por primera vez del
potencial de Clinton en un almuerzo de mujeres líderes en Manhattan en 1996.
“Miré a las mujeres que estaban en la habitación y me di cuenta de que las
había cautivado absolutamente con su inteligencia y su sentido del humor. Ella
simplemente lo tenía todo. Y yo pensé, Esta mujer sería una estupenda candidata”.
Buell y Hunt siguieron adelante hasta convertirse en
importantes donadoras de Hillary Clinton, y Hope ayudó a poner en marcha y a
organizar la campaña de Hillary para el Senado en el año 2000, su primera
incursión en la política electoral. Las tres mujeres pertenecen ahora a un
pequeño círculo, todas ellas mujeres, todas más o menos de la misma edad, que
han salido a la carretera con ella y que han hecho pijamadas con ella, han
bebido martinis con ella, llorado con ella y reído con las sarcásticas bromas
que ella nunca cuenta en público. Ellas han sido las destinatarias de sus
destellos de poesía enviados por correo electrónico y se han sentido halagadas
por el grato recuerdo que tiene ella de sus ideas y sus aportaciones. Y han
estado esperando y planificando y gastando durante años para llevarla a la Casa
Blanca.
‘ESTA ES UNA VERDADERA HERMANDAD’
Durante los últimos 40 años, Hillary Clinton se ha rodeado
de mujeres profundamente leales: políticas profesionales, muchas de ellas un
poco más jóvenes que ella y que parecen haber sido elegidas tanto por su
diversidad (negras, morenas, de origen latino, musulmanas, judías) como por su
género y su inteligencia. Entre sus amistades políticas de sexo femenino se
encuentran la gurú de la publicidad Mandy Grunwald, la abogada Cheryl Mills, la
antigua jefa del Estado Mayor Maggie Williams y la asesora Huma Abedin.
Además de la parvada de estrategas y encuestadores que
calibra constantemente su imagen y su mensaje, Hillary confía en los consejos
(así como en el amor y el dinero incondicionales) de un estrecho círculo de
amigas que la idolatran, que creen que ella es una fuerza del bien moral en la
política estadounidense y que desean ardientemente ver una mujer presidente.
“Esta es una generación de mujeres que creían firmemente que nunca verían en el
transcurso de su vida que una mujer fuera electa presidente”, afirma Debbie
Walsh, directora del Centro de las Mujeres Estadounidenses y la Política de la
Universidad de Rutgers.
Al igual que su candidata, la mayoría de ellas creció en
la década de 1960. Al hojear sus anuarios y álbumes de bodas, encontraremos
pantalones acampanados, cabellos largos y anteojos de abuelita, la misma imagen
que Hillary mostraba en Wellesley. Si adelantamos unas cuantas páginas, las
veremos usando hombreras y siendo frecuentemente las únicas mujeres a la vista
en el bufete jurídico o en la oficina corporativa. Ellas comenzaron a obtener
empleos antes de 1980, cuando había más mujeres que se identificaban como amas
de casa que como trabajadoras, y formaron parte de la revolución social que ha
hecho que las mujeres conformen ahora casi 50 por ciento de la fuerza laboral
de Estados Unidos.
Muchas de las mujeres que pertenecen al círculo de Clinton
fueron, al igual que ella, “pioneras”. Una amiga muy cercana de la secundaria
fue la azafata que dirigió la lucha contra la discriminación de género en las
líneas aéreas. Otra fue la primera alumna mujer de su escuela de negocios.
Algunas de ellas crearon sus propias fortunas, mientras
que otras heredaron dinero o se casaron con hombres ricos, pero todas ellas
comenzaron a girar cheques por grandes cantidades en un momento, no hace mucho
tiempo, cuando los hombres eran quienes se hacían cargo de esos sucios
menesteres. Las principales mujeres donantes de Clinton ahora se encuentran
entre los 150 donantes más generosos, que siguen siendo varones en su gran
mayoría, para los supercomités de acción política de Clinton. Esta es una señal
de dudosa distinción en la era de Ciudadanos Unidos, pero constituye un hito en
el surgimiento del poder político femenino.
Si fueran varones, podrían ser conocidos como hacedores de
reyes. Los reporteros se habrían reunido con ellos en los bares de los hoteles,
bebiendo whisky mientras trataban de contar sus historias. Pero estas hacedoras
de reinas toman té de hierbas (y ocasionalmente, un martini) y salpican su
diálogo con palabras de la Nueva Era como “nuestro viaje” y “la diosa de la
luz”.
“Somos el viento detrás de sus alas,” suspira Buell,
graduada del muy sesentero y muy Nueva Era Instituto Esalen, en Big Sur,
California. “Haríamos cualquier cosa por ella, y ella lo sabe.”
EL LARGO CAMINO: Judith Hope acompañó a Clinton en su
“gira de escucha” en todo el Estado, mientras se preparaba para su primera
campaña para obtener un escaño en el Senado para representar a Nueva York. Su
victoria la preparó para su primera postulación a la Casa Blanca en 2008. FOTO:
DOUG KANTER/AFP/GETTY
SIN “SEXO Y LA CIUDAD” EN EL ÁREA VIP
Hillary Clinton ha sido una parte importante de la escena
nacional desde 1991, pero su carrera política no comenzó sino hasta 1999, en
Nueva York, cuando una pandilla de mujeres estaba ansiosa de tomar a una
humillada primera dama con grandes ambiciones y colocarla en el Senado
estadounidense. En el transcurso de esta transformación, Clinton dirigió su
primera campaña importante puesta en marcha, alimentada y dirigida por mujeres.
Tras reunirse con Hillary en 1996, Judith Hope había
esperado mudarse a Nueva York y postularse para obtener uno de los escaños del
Senado de ese estado. Hope sabía un par de cosas acerca de ser la primera en
algo: había sido elegida como la primera mujer supervisora de la ciudad en East
Hampton, Nueva York, y había sido la primera presidente mujer del Partido
Demócrata del Estado. Ella deseaba que Clinton se convirtiera en la primera
mujer en ser elegida para un cargo con influencia en todo el Estado de Nueva
York.
Muchas mujeres se mudaron a Nueva York y vivieron su
faceta de Sexo y la Ciudad en su segunda y tercera década de vida. Hillary
llegó a esa ciudad con más de 50 años, y el tipo de chismorreo que la mantenía
despierta se relacionaba con los miembros del gabinete y con los congresistas,
y no con zapatos de Manolo Blahnik. Ella era famosa internacionalmente, una
brillante experta en política que había pasado su vida adulta en Arkansas y en
Washington D.C. y había pasado los ocho años anteriores en el Ala Este, en una
postura cada vez más defensiva, esquivando ataques contra todo lo que hacía,
desde su malogrado apoyo a la reforma de la atención sanitaria hasta sus
cambiantes peinados.
También había soportado la humillación de ser la fiel
esposa de un presidente repetidamente infiel. Lo que muchas mujeres
neoyorquinas veían cuando miraban a Hillary Clinton era una mujer que todavía
adoptaba en ocasiones el espeso acento sureño que había adquirido en Little
Rock, al lado de un hombre al que ellas habrían descartado hace tiempo. Ahora
se les pedía que la coronaran como senadora.
Hope acompañó a Clinton en su primera “gira de escucha”
por todo el Estado y se sintió animada. Las mujeres del norte del estado,
abuelas con nietas, mujeres trabajadoras, madres, se volcaron a las plazas
desde Oswego hasta Cooperstown para conocer a la primera dama. Sin embargo, las
mujeres de los suburbios y de las ciudades no se mostraron tan fascinadas.
“Para mi gran sorpresa, había mucha resistencia”, señala Hope. “Simplemente no
les agradaba y no sabían por qué.”
Hope y unas cuantas fervientes admiradoras de Clinton de
la ciudad de Nueva York comenzaron a organizar reuniones en apartamentos y
casas para otras mujeres con el objetivo de responder preguntas y resolver
dudas acerca de su candidata. El mensaje que transmitían era “Déjenme contarles
acerca de la Hillary que conozco”, recuerda Hope. “Déjenme contarles cómo
condujo a través de una tormenta para asistir al funeral de mi esposo, o como
me ayudó cuando mi hijo estaba enfermo. Esta mujer ha realizado muchos actos de
bondad en su vida para propios y extraños. A las personas les sorprende
escuchar estas cosas porque ella nunca las comunica. Ella mantiene oculta esta
faceta”.
La filántropa Jill Iscol fue una de las que abrieron las
puertas de su sala a la versión política de un club de lectura, además de
proclamar la buena nueva en otros lugares. “Fue muy difícil”, recuerda. “Las
mujeres que no la respaldaban bebían el Kool-Aid [de la oposición]. Nosotras
entrábamos y ellas sacaban a la luz información desagradable. Se trata de
mujeres inteligentes de Upper West Side, y pensaban que estaban muy bien
informadas… Todo el mundo era bombardeado con falsedades. Tratamos de cambiar
mentalidades, y lo logramos”.
Iscol conoció a los Clinton en Martha’s Vineyard a
principios de la década de 1990 e inició lo que ella denomina un “viaje” al
girar su primer cheque “de gran magnitud” para el Comité Nacional Demócrata en
1994, cuando aún era muy inusual que una mujer lo hiciera. Desde entonces, ella
y su marido han donado varios millones más. Ella dice estar “obsesionada” con
Hillary desde el comienzo. “El trabajo que ella hizo con el paso del tiempo fue
tan inspirador que me motivó.”
Iscol enumera los ejemplos: un programa doméstico de
educación para padres de preescolares en Arkansas; ir de puerta en puerta en
1973 en New Bedford, Massachusetts, para el Fondo de Defensa para la Infancia;
registrar a niños discapacitados a quienes no se les permitía ingresar en las
escuelas públicas, un trabajo que condujo posteriormente a la creación de la
Ley para los Estadounidenses con Discapacidad; su liderazgo a favor de los
derechos de las mujeres en la Conferencia Mundial de las Mujeres de 1995 en
Beijing. “Pensé que quizás yo no sería capaz de hacer lo que ella hace, pero
haría lo que pudiera”.
Aquellas sesiones en las salas dieron buenos frutos. Las
encuestas de salida mostraron que 60 por ciento de las mujeres votaron por
Clinton en la elección para el Senado del año 2000. Se trató de un resultado
inesperado: ella había obtenido resultados muy pobres entre las mujeres
suburbanas de raza blanca durante toda la campaña; también fue una gran
noticia.
Para las mujeres interesadas en la política, aquella
campaña, organizada por mujeres y dirigida a mujeres para elegir a una mujer,
representó un nuevo tipo de política, la clase que ellas habían estado buscando
durante años. “Era una organización horizontal. No era necesario ascender a
través de ningún tipo de jerarquía de campaña”, señala Ann Lewis, asesora
principal de la campaña de Clinton para el Senado. “Tampoco tenía un título, lo
cual también la hace muy diferente de la mayoría de las campañas. Y en tercer
lugar, se basó en la comunicación mutua con un mayor intercambio de ‘Esto es lo
que pienso, ¿qué piensas tú?’”
¿AHORA ES SU TURNO?
Hillary Rodham, en el escenario, en la Convención Nacional Demócrata. FOTO:
JUSTIN SULLIVAN/GETTY
BOLSO CONTRA BILLETERA
En sus postulaciones para el Senado y la presidencia,
Clinton ha necesitado toneladas de dinero, y siempre ha logrado conseguirlo:
durante los últimos 20 años, ha recaudado dinero suficiente para financiar el
gobierno de una nación africana mediana durante unos cuantos años. Hasta ahora,
los varones han sido los mayores donantes, pero su campaña de 2016 ha
establecido un récord de recaudación política entre mujeres: en el mes de
junio, ella había recaudado un mayor porcentaje de fondos de campaña de manos
de mujeres que cualquier otro candidato presidencial en la historia reciente,
de acuerdo con el Centro para la Política Responsiva. Y la cantidad total de
dinero proveniente de mujeres es mayor para ella que para cualquier otro candidato
en este año.
Sus donantes femeninas no pueden ni acercarse a las
cantidades donadas por los principales financiadores de la política
estadounidense, hombres como Haim Saban, Sheldon Adelson o los hermanos Koch.
Sin embargo, tienen una cosa en común con estos megadonadores: ellas donan para
apoyar una sola causa. Su objetivo es elegir a más mujeres.
La filántropa de Boston Barbar Lee ha donado 1.1 millones
de dólares a la campaña de 2016 de Clinton, convirtiéndose en la tercera mujer
donante más generosa. Cuando Hillary consideraba la posibilidad de postularse
para el Senado en Nueva York, Lee aportaba carretadas de dinero al Proyecto
Casa Blanca, diseñado para alentar a las mujeres a postularse para la
presidencia. Ella instó a Clinton a postularse para el Senado y desde entonces
ha donado a todas sus campañas.
El atractivo para los bolsos de las mujeres comenzó en
Nueva York. Hope y Lewis y otras partidarias tempranas de Clinton hablaron en
todo el circuito de salas de Manhattan y Westchester County, y poco a poco
convencieron a mujeres adineradas de Nueva York que nunca habían sido donadoras
políticas. “En ese entonces, era inusual que una mujer, por sí misma, girara un
cheque por 50 de los grandes”, recuerda Iscol, que actualmente es copresidente
del consejo financiero nacional de Ready for Hillary (Listos para Hillary).
Algunas de las primeras donadoras de Hillary, como la diseñadora Lisa Perry y
la coleccionista de arte Ann Tenenbaum, estaban casadas con millonarios de Wall
Street. Otras, como la corredora de bolsa retirada Margo Alexander (una de las
24 mujeres que formaban parte de un grupo de la escuela de negocios de Harvard,
compuesto por 800 estudiantes en 1970), habían generado sus propias fortunas.
Perry y Alexander pronto se unieron a Iscol como miembros del círculo íntimo de
Hillary y han organizado algunos de los mayores eventos de recaudación de
fondos de esta candidata. De nueva cuenta, el motivo era Hillary y más allá.
“En 1998, cuando la política me interesó por primera vez,
el Senado estaba compuesto por 91 hombres y nueve mujeres”, señala Perry.
“Simplemente no entendía cómo era posible que un grupo numeroso de varones
estuviera tomando decisiones cruciales acerca del cuerpo de las mujeres”.
Cuando conoció a Clinton en 1998, quedó “completamente enamorada”, señala.
Ellen Malcolm, la activista política que fundó Emily’s
List (La lista de Emily) en 1985 para alentar a las mujeres a donar más dinero
para elegir candidatas de sexo femenino, dice que la nominación presidencial de
Clinton es la culminación de décadas de trabajo. “Las mujeres pasaron de vender
pasteles a hacer historia en cada ciclo electoral”, afirma. “Buscamos este
increíble flujo de apoyo para las mujeres. Muchas de esas personas han estado
realizando la tarea más difícil, que es girar su primer cheque político. Y
girarán más, una vez que les ayudes a superar ese primer obstáculo”.
Buell ha gastado 15 millones de dólares en los Clinton y
sus causas, de acuerdo con el diario Los Angeles Times. Dice que no desea
ocupar un puesto oficial en el gobierno de Clinton, pero piensa que Hillary se
rodeará de mujeres si resulta electa, algo que ella considera como un logro
importante. “No pienso que llenará la Sala Oval con mujeres para demostrar
algo”, dice Buell. “Sin embargo, ella conoce a algunas mujeres grandiosas. No
quiero decir que se desviará de su camino para encontrar mujeres, pero eso es
lo que hace. Sé que en mi negocio prefiero trabajar con mujeres”.
ELLA SABE QUE LA HEMOS TRAÍDO DE VUELTA
Una semana después de la Convención Demócrata de 2016 en
Filadelfia, cuatro de las más antiguas y más cercanas amigas de Hillary
Clinton, que junto con ella pertenecen a la generación de 1965 de una
secundaria de Park Ridge, Illinois, acordaron reunirse para almorzar con un
reportero en el restaurante Petro’s del centro de Chicago. La líder de este
grupo de amigas íntimas de toda la vida de Clinton, Betsy Ebeling, trabaja para
el Estado de Illinois en la promoción de los derechos humanos de la comunidad
LGBT y, por esa razón, está más involucrada en la política que las demás. Como
delegada de Illinois en la Convención, se le asignó la misión de declarar los
votos de ese estado, haciendo oficial la nominación de su amiga de la infancia.
Ebeling suele llamar a Hillary “Gertie,” un apodo que inventaron
después de reírse de la forma en que el ex gobernador de Illinois Rod
Blagojevich llamó por error “Nancy” a Ebeling y le dijo que pensaba que “su
amiga” (Hillary) era grandiosa. Otra de las amigas que estuvieron presentes en
el almuerzo fueron Kathy Burgess, la ex azafata, que actualmente es funcionaria
de obtención de fondos para el apoyo infantil; Bonnie Klehr, artista y
diseñadora de joyas, y la empresaria Ann Drake. Cada una de estas mujeres tiene
70 años o está a punto de cumplirlos. Cuando eran unas niñas que crecían en la
utopía del Chicago suburbano y de raza blanca de la era de Eisenhower, todas
ellas entraban y salían de las casas de las otras, conocían a sus madres,
padres y hermanos y se burlaban de los chicos que las acompañarían a los valles
de graduación. Finalmente, cada una asistió a la boda de las demás y a los
funerales de sus padres.
Durante años, se han reunido para un “fin de semana de
chicas” en una cabaña remota de Indiana, propiedad de una de ellas, y se han
acostumbrado a los agentes del servicio secreto que merodean justo detrás de la
fogata entre el bosque. Planean reunirse en Nueva York con su vieja amiga la
noche de la elección.
No hablan de política cuando están con “Hill.” Pasan mucho
tiempo riendo por tonterías, como la vez que sus madres las apuntaron para
recibir lecciones de piano de una extraña vecina que tenía varios perros
pomeranos disecados (sus mascotas muertas) en una caja de cristal en su casa,
mientras que su mascota viva se metía debajo del piano para mordisquear los
pies de las niñas. “Ese fue el principio y el fin de nuestra educación
musical”, afirma Ebeling.
LÁSTIMA DE SUFRAGISTAS: La mayoría de los miembros del
círculo íntimo de Clinton lucharon las batallas de la primera ola del feminismo
y les sorprende que muchas jóvenes no la vean como un icono del movimiento.
FOTO: SPENCER PLATT/GETTY
Durante todos los años que Clinton ha pasado en la vida
pública, sus amigas de Park Ridge han abastecido de manera privada a su famosa
amiga con actualizaciones y chismes de su ciudad natal. La publicación por
parte del Departamento de Estado de decenas de miles de correos electrónicos
pertenecientes a la correspondencia privada y profesional de la entonces
Secretaria de Estado, obtenidos a través de una demanda judicial presentada por
un organismo conservador de vigilancia, comprende docenas de correos
electrónicos dirigidos a Ebeling. Ella intercambiaba correspondencia con
frecuencia y de manera informal con Clinton, enviando chistes, noticias locales
y, en ocasiones, halagos íntimos. (“Cabello, joyería, una imagen muy dulce. Muy
natural”, se leía en un mensaje de enero de 2013). A diferencia de muchos de
los correos electrónicos enviados por amigos y conocidos, los de Ebeling no
incluyen las consabidas solicitudes de favores, sesiones de fotos para
terceros, y a veces más cosas. A su vez, Clinton se desahogaba en ocasiones con
ella. Cuando judíos jasídicos la borraron de una fotografía publicada en un
diario en 2011, envió una mención del hecho a Ebeling, entre otras personas,
bajo el título de “increíble”.
Aunque crecieron en la década de 1960, su década no fue la
era psicodélica representada por bandas de rock como Grateful Dead, sino los
bailes y el anhelo de ser la reina de la fiesta de graduación de los que se
habla con nostalgia en la canción “American Pie.” Eran chicas buenas que
participaban activamente en los consejos estudiantiles y en la decoración del
gimnasio para los bailes estudiantiles. Hacían su tarea a tiempo y obtenían
buenas notas, y todas ellas recuerdan a Hillary Rodham destacándose como la
chica más organizada del aula. Ella era quien le pedía al profesor que
repitiera y explicara las instrucciones porque deseaba entender todo
perfectamente.
En ese entonces, dicen, nadie hubiera pronosticado que
“Hill” se postularía para presidente. Sus ambiciones eran silenciadas. Las
listas de trabajos para mujeres aún aparecían en una página separada de la
sección de anuncios clasificados, y sólo ciertas carreras eran consideradas
“adecuadas”. “Si dudabas, te enviaban a la escuela de enfermería”, afirma
Ebeling. Cuando tenía unos 22 años, a Burgess le regalaron un libro titulado
Cómo ser asertiva y no agresiva. Dice que se había olvidado de él hasta que vio
cómo los comentaristas criticaban a Clinton por gritar en un mitin a principios
de este año.
En la secundaria, no se sentaban por ahí planeando
derrocar al patriarcado. Daban por hecho que se casarían, pero después de eso,
quizás pudieran trabajar. Sin embargo, para la década de 1980, su amiga, en ese
momento primera dama de Arkansas (y abogada en activo) se había convertido en
un símbolo para muchas mujeres del país, y también para ellas. Burgess llamó
Hillary a su primera hija en honor a su amiga. En ocasiones, Klehr ve collares
que ha diseñado y regalado a Hillary alrededor del cuello de la candidata en
sus apariciones en la televisión. Para corresponder, las amigas de la
secundaria le ofrecen su amistad incondicional. “Ella sabe que la hemos traído
de vuelta”, afirma Klehr.
LA GENERACIÓN DEL AMOR
Para su círculo más íntimo, la nominación oficial de
Clinton como candidata presidencial demócrata ocurrida este verano fue un
suceso emocionante. Allí estaban en Filadelfia, secándose las lágrimas y
hablando acerca del amor; ¿de qué otra cosa podría ser? La palabra fue
estampada en la mercancía oficial de la convención y pronunciada prácticamente
en todos los discursos. Pudo haber parecido un contraste calculado al festival
del odio que los republicanos habían organizado durante su convención en Cleveland,
pero refleja algo auténtico de Hillary: a principios de este año, concedió una
notable entrevista a una joven reportera de BuzzFeed, en la que resumió su
temario político como “Hablo acerca del amor y la gentileza”. Admitió haber
dejado de hablar públicamente de “esas cosas” cuando recibió duras críticas por
instar la creación de “una política de significados” a principios de su período
como primera dama, pero dijo que ese siguió siendo su tema, en privado, con las
chicas.
“Pienso que hay experiencias de vida y que, ya sabes,
cuando hablo acerca de estas cosas, lo hago con mis amigas, ¿verdad?”, declaró
a BuzzFeed. “Es decir, tenemos esas conversaciones. Intercambiamos citas.
Intercambiamos libros. Intercambiamos ideas. Y eso es totalmente normal para
nosotras. Hemos pasado juntas por muchas cosas: muertes, divorcios,
enfermedades, y cosas buenas como nuestros nietos. Así que para las personas en
esos entornos, es muy natural tener ese tipo de conversaciones, ¿verdad? Y
simplemente no aparece mucho en el discurso público, así que ya veremos si lo
que trato de hacer tendrá algún impacto o no”.
En Filadelfia, convertida temporalmente en la Ciudad del
Amor de Hermanas, algunas de las amigas que intercambian libros con ella y
hablan acerca de “esas cosas” retomaron el contacto. Buell señala que estaba
segura de que Clinton “había planeado” el tema de la convención. “Ella estaba
muy abierta al amor que deseaba proyectar”, dice Buell. “Pienso que se aseguró
de que fuera transmitido”. El círculo íntimo está convencido de que Clinton
realmente está comprometida con el amor y la gentileza y le quitan importancia
o pasan por alto cosas que obsesionan a sus detractores: Benghazi, los correos
electrónicos, el voto a favor de la guerra en Irak, los discursos sobre Goldman
Sachs, los ocasionales cambios de opinión. Su Hillary está dedicada a ayudar a
las mujeres, a los niños y a los pobres, pero también es la mejor de las
amigas, una que nunca olvida cuando la mamá o el hijo de alguien está enfermo,
asiste a las bodas y a los funerales, y las invita al interior de la Casa
Blanca o incluso, quizás, a una fiesta con George Clooney.
Las hacedoras de reinas no comprenden por qué Clinton no
ha logrado encender las pasiones de las jóvenes. Al igual que sus amigas de la
secundaria, que ven a la antigua “Hill” de 14 años cuando miran a la candidata
presidencial, aquellas que recién se hicieron sus amigas, hermanas de armas de
Nueva York, también ven a la luchadora a favor de las mujeres y los niños, la
feminista mundial que históricamente ha enlazado a las mujeres y los derechos
humanos, y no a la mujer que ha amasado, junto con su esposo, una fortuna de 50
millones de dólares y que ha estado instalada en la élite global durante
décadas.
Les sorprende que muchas jóvenes no se den cuenta de que
Hillary Clinton es una revolucionaria. Su círculo la conoce como un enlace
viviente con una era de opresión y humillación, pero para las jóvenes,
acostumbradas a superar en número a los hombres en la Universidad y a trabajar
junto con ellos, a dar por hecho el acceso al aborto cuando lo requieran y,
claro, a tener a una mujer postulándose como presidente, ella no es más que
otro miembro rico y de raza blanca del orden establecido. Sin embargo, las
mujeres en el interior del bunker de Clinton están seguras de que esto es
erróneo y creen que esta elección podría ser el triunfo de la segunda ola del
feminismo. Hillary Clinton en la ruta de campaña podría lucir como otra
abuelita vistiendo un traje sastre, pero ellas todavía la ven como era en
Wellesley, encendida y luchando contra un orden establecido al que todas ellas,
para bien o para mal, pertenecen.
En este momento en que sus cifras en las encuestas crecen
cada vez que Donald Trump lanza otra invectiva sin bases reales, el círculo
íntimo de Clinton es cautelosamente optimista. Sin embargo, esperan ver unos
tres meses terribles previos al día de la elección. Una de ellas dice, “No es
posible derrocar 5000 años de patriarcado sin luchar”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in
cooperation with Newsweek