Hace unos años (2009), Keith Oatley, psicólogo y
periodista de la Universidad de Toronto, publicó el primer estudio sobre la
lectura de ficción y la empatía; no encontró eco, ni disposición en la
comunidad científica. Ahora es diferente, se revisan de nuevo los beneficios de leer para la imaginación, y
los resultados aparecen en Trends in
Cognittive Sciences, una revista que aborda notas en ciencias cognitivas
incluyendo la psicología, la lingüística y la filosofía.
Keith Oatley asegura que los lectores de ficción se
forman una idea más cercana de las emociones y las motivaciones de los otros, y
trasladan esas experiencias a la vida real. Se basa en sus estudios que
explican cómo la ficción simula una especie de mundo social que provoca
comprensión y empatía en el lector. Anota que lo distintivo de la especie
humana es la socialización con otras personas de una forma que no está
programada por instinto, como es el caso de los animales.
Cuando alguien lee ficción se vuelve más experto en la
comprensión de las personas y sus intensiones. No es algo privativo de la
lectura, también lo desarrollan los que ven series, o incursionan en juegos
cuyas historias se narran en primera persona; lo que comparten todas las
modalidades de la ficción es la compresión de las características que les
asignamos a los personajes. A diferencia de los lectores de temas científicos,
académicos, técnicos.
En el primer estudio que realizó Keith Oatley se les
pedía a los participantes que imaginaran una escena a partir de escuetas frases
(una alfombra azul oscuro, un lápiz de rayas naranjas), mientras permanecían
conectados a una máquina de resonancia magnética. La escena que debían recrear
en la mente, gracias a las pistas, era la de una persona que ayuda a otra a la
que se le ha caído un lápiz al suelo; con tres frases se produjo la mayor
activación del hipocampo –una región del cerebro asociada con el aprendizaje y
la memoria–. “Los escritores no necesitan describir escenarios de forma
exhaustiva, sólo tienen que sugerir una escena y la imaginación del lector hará
el resto”, añade.
Otro experimento consistía en que las personas adivinaran
lo que otros pensaban o sentían mirando fotografías de sus ojos; podían elegir
entre cuatro términos, por ejemplo, reflexivo o impaciente. La conclusión fue
que las respuestas de los lectores de ficción dieron lugar a términos más
aproximados que los lectores de ensayos y libros de no ficción.
Oatley no está solo: Frank Hakemulder,
investigador de lengua y literatura, en la Universidad de Ultrech asegura que
la complejidad de los personajes literarios ayuda a los lectores a tener ideas
más sofisticadas acerca de las emociones de los demás.