Los teléfonos celulares de las personas fallecidas aún sonaban en el club nocturno Pulse el 12 de junio cuando Cathy Lanier, jefa del departamento de la Policía Metropolitana de Washington, D.C., recibió un mensaje de sus homólogos de Orlando, Florida. De acuerdo con los primeros informes, un terrorista había realizado ahí “el peor asesinato en masa en toda la historia estadounidense”.
Siendo una líder célebremente práctica y nocturna, Lanier comenzó a marcar números desde su teléfono celular. Una de esas llamadas estaba dirigida a la Fuerza Especial Conjunta Antiterrorismo, el organismo dirigido por el FBI que recopila información sobre amenazas. Otra fue hacia el centro de operaciones de Seguridad Nacional. Recibió un mensaje de texto de Muriel Bowser, la alcaldesa de D.C., pidiendo información. Lanier organizó una llamada en conferencia con sus comandantes de alto rango, quienes ya se habían desplegado debido a los juerguistas que había en la ciudad por el fin de semana anual del orgullo gay en la ciudad. Se desplegaron recursos adicionales en el distrito de los clubes nocturnos y en las sedes relacionadas con la marcha de ese día, que se esperaba atraería a más de 250,000 personas. Mientras el sol iluminaba el Monumento a Washington, el Organismo de Seguridad Nacional y Manejo de Emergencias de D.C., un centro neurálgico de teléfonos parpadeantes, operadores del 911, analistas de inteligencia, monitores de computadoras con informes de incidentes, y bancos de monitores de televisión con imágenes captadas por las cámaras en las principales avenidas y puentes de la ciudad que funciona las 24 horas del día, los siete días de la semana, obtenía datos de toda la región. Los directores de transporte subterráneo metropolitano, que batallaban con las reparaciones que habían obligado a cerrar varias líneas, estaban alerta. Todo el mundo, desde las salas de emergencias de los hospitales hasta el sistema de electricidad y la asociación de negocios habían recibido la noticia de que algo malo estaba ocurriendo a 1,367 kilómetros al sur y que podría estar en camino hacia ellos.
“Lo que uno podría esperar,” dice Lanier a Newsweek acerca de su larga mañana de colocar todas las piezas en su lugar. Lo de siempre para la funcionaria del más alto perfil y quizás la más popular de la ciudad, una rubia de 1.80 metros de alto inmediatamente reconocible que con frecuencia recorre los barrios más pobres de la ciudad al volante de su propia camioneta. Si la historia del terrorismo después del 11/9 ha sido una triste letanía de “lecciones aprendidas”, Lanier, quien se unió a la fuerza como patrullera de a pie en 1990 y rápidamente ascendió en el escalafón hasta dirigir su división de seguridad nacional y antiterrorismo antes de convertirse en jefa en 2007, está decidida a estar preparada para cualquier eventualidad.
¿Tiradores en clubes nocturnos como Omar Mateen? Revisado. ¿Bombarderos como en Bruselas el año pasado? Revisado. ¿Ántrax? Revisado. ¿Armas nucleares, químicas o biológicas? Revisado, revisado, revisado.
Desafortunadamente para Lanier, los recientes ataques en Orlando, Bruselas y París muestran que uno puede planear y entrenar hasta que el presupuesto se agote, y aun así, pocas veces es posible detener a un atacante decidido. Los “lobos solitarios” salen de la nada. Los guerrilleros urbanos del grupo militante Estado Islámico, o ISIS, utilizan equipo de encriptación de llamadas telefónicas. Mientras tanto, Lanier sabe que su ciudad no solamente es un blanco de primer nivel, sino también el más grande premio no reclamado por los terroristas. Es la floreciente capital de su archivillano, hogar del presidente que ha jurado destruirlos, del Congreso que financia las guerras contra ellos, del Pentágono, que ejecuta las órdenes presidenciales, y de la Suprema Corte, que ayuda a mantener a sus hermanos encerrados en Guantánamo.
“Baste decir que la capital sigue siendo un objetivo,” declaró a Newsweek Michael McCaul, presidente del Comité de Seguridad Nacional de la Cámara. “Les gusta volver a atacar los blancos en los que fallaron” la primera vez, como el World Trade Center, cuyo estacionamiento fue apenas levemente sacudido por un camión bomba en 1993. “Hemos detenido varios planes contra el Capitolio,” añade. Uno de los casos se relacionó con bombas de tubo y rifles AK-47; en otro había drones con explosivos. Ha habido otros planes más recientes, señala, pero “preferiría no hablar de ello.”
“Si Dios lo permite,” proclamó un combatiente en un típico video de ISIS en noviembre de 2015, “así como atacamos a Francia en el centro de su morada en París, juramos que atacaremos… a Washington.”
Un día, ellos vendrán, y Lanier lo sabe. Y a pesar de todo su incansable entrenamiento, vigilancia y planificación, ella sabe que no puede detenerlos a todos.
LISTOS PARA DISPARAR: Los aviones F-16 de la cercana base Andrews de la Fuerza Aérea pueden ser desplegados instantáneamente tras recibir la orden de interceptar a intrusos en la zona de vuelo restringido en D.C., que se extiende 24 km desde el centro de la ciudad. FOTO: MIXPIX/ALAMY
UN DESPILFARRO MULTIMILLONARIO
Washington aún se encontraba nerviosa debido a los ataques del 11/9 a finales de la primavera de 2002 cuando un pequeño avión no identificado apareció en el radar, dirigiéndose directamente a las oficinas centrales de la CIA en Langley, Virginia, a unos cuantos kilómetros del río Potomac desde el centro de D.C. “Yo estaba en el séptimo piso. Era una mañana de viernes”, recuerda Joseph Augustyn, que en ese entonces era subdirector asociado de Seguridad Nacional de la CIA. “alguien llego corriendo y dijo, ‘Está perdiendo velocidad. Estará encima de las oficinas centrales en unos ocho minutos.’”
Seis meses después de que varios secuestradores de Al-Qaeda estrellaron aviones comerciales contra el World Trade Center y el Pentágono, los funcionarios mantenían un nivel alto de alerta ante otro ataque de esa naturaleza, especialmente debido a que fueron únicamente los valientes pasajeros del vuelo 93 de United quienes evitaron que el avión secuestrado utilizara la Explanada Nacional como una enorme y verde pista para estrellarse contra el edificio del Capitolio. Se dieron cuenta de que Washington, D.C. era un proyecto inconcluso de Al-Qaeda. El grupo demostró su paciencia cuando se aseguró de destruir el World Trade Center la segunda vez, el 11/9. Desde entonces, aviones F-16 realizan patrullajes periódicos sobre la ciudad.
Ahora, un avión se dirigía directamente hacia la CIA, otro símbolo del poder estadounidense. Se desplegaron aviones F-16 para buscarlo, relata Augustyn a Newsweek, pero volaban demasiado rápido y demasiado alto como para verlo. El avión seguía acercándose. “Se dirigía directamente hacia el organismo”, dice acerca del incidente, del cual nunca se había informado. Los agentes del Servicio Secreto corrieron hacia pequeñas pistas de aterrizaje en Virginia, esperando encontrar al avión y a su propietario, pero no fue posible hallar a ninguno de ellos. Y hasta hoy, señala, Augustyn, “nadie sabe dónde aterrizó.” (La Administración Federal de Aviación declaró a Newsweek que no podía encontrar un registro del incidente sin contar con una fecha más concreta. Hasta el cierre de esta edición, el Servicio Secreto no había dado ninguna respuesta.)
La “lección aprendida”, señala Augustyn, es que “no se pueden enviar F-16; es necesario enviar helicópteros”. 14 años después, helicópteros de todo tipo, de la policía, del Servicio de Parques Nacionales, de la Infantería de Marina, de la Guardia Costera, de Aduanas, de la Administración para el Control de Drogas, del FBI y más, surcan los cielos de la ciudad. En 2013, los residentes de la frondosa región noroeste de Washington fueron molestados por ruidosos “helicópteros negros” no identificados que volaban por la noche, en forma baja y lenta, por encima de sus vecindarios. Tras muchos dimes y diretes, los funcionarios admitieron finalmente que los helicópteros habían sido enviados por la oscura Administración Nacional de Seguridad Nuclear para tomar muestras que les ayudaran a detectar la presencia de una futura “bomba sucia”, un perverso matrimonio entre los explosivos convencionales y el material radiactivo.
“No es algo muy probable, pero tampoco se puede descartar,” afirma Lanier. “Tengo que estar preparada por si ocurre hasta el tipo más remoto de ataque, de manera que podamos seguir con nuestras operaciones aquí.”
La ciudad ha construido defensas aéreas que Saddam Hussein habría envidiado. Desde la ventana que da a la ciudad de un avión de pasajeros que aterrice en el Aeropuerto Nacional de Washington, un pasajero atento puede divisar algunas de las baterías de misiles antiaéreos Stinger y ametralladoras de calibre 50 colocadas en las azoteas de los edificios de gobierno que rodean la ciudad, entre ellos, la Casa Blanca, todos los cuales están respaldados por el sistema de radar Sentinel. Aviones F-16 de la Fuerza Aérea también se encuentran “listos para disparar” en la cercana Base Andrews de la Fuerza Aérea, y pueden desplegarse inmediatamente para interceptar a los intrusos que penetren la Zona Restringida de Vuelo de D.C., que se extiende a más de 24 kilómetros desde el centro de la ciudad.
Sin embargo, aún con todo este “alambre de púas” de alta tecnología, un trabajador postal trastornado logró pilotar un autogiro a través de la zona restringida de vuelo el año pasado, rodear el Monumento a Washington, planear sobre la Explanada Nacional y aterrizar en el ala oeste del Capitolio, donde millones de personas se reunirán en enero para la toma de protesta presidencial. ¿Su carga? Una bolsa llena de peticiones para que el Congreso elimine la corrupción en las campañas. Los funcionarios de seguridad nacional se encogen de hombros ante lo que pudo haber llevado. Fue otra “lección aprendida”. “Hemos remediado eso”, le aseguró a Newsweek un funcionario de seguridad de la ciudad.
TRAMPA PARA TURISTAS: A pesar de la intensa seguridad en el área, un hombre logró estacionar recientemente su camión de carga al lado del Estanque Reflectante y dijo a la policía que llevaba un cubo de ántrax. FOTO: LISA CORSON/GALLERY STOCK
Entonces, ¿cómo explicar el incidente ocurrido hace apenas un mes, cuando un hombre de Virginia estacionó su camión de carga al lado del Estanque Reflectante, también en el ala oeste del Capitolio, y le dijo a la policía que llevaba un cubo de ántrax que lo había infectado? Los especialistas en materiales peligrosos lo derribaron, realizaron pruebas y encontraron que simplemente alucinaba. ¿Pero qué hará la policía en la Explanada llena de turistas, preguntan los expertos en seguridad? ¿Detendrán el tráfico para realizar revisiones al azar?
El espectro de un ataque biológico y químico, no sólo en Washington sino en muchas otras ciudades del país, ha atormentado a los funcionarios de seguridad desde 1995, cuando la secta apocalíptica del japonés Aum Shinrikyo realizó un ataque con gas sarin en el metro de Tokio, en el que murieron 10 personas y 5000 resultaron lesionadas. (La secta también experimentaba con el uso de la bacteria del botulismo y el ántrax para usarlos como armas). El General Charles Krulak, comandante de la Infantería de Marina, inspeccionó las defensas de Estados Unidos y se alarmó al descubrir que ni un solo organismo federal tenía una unidad de respuesta ante incidentes químicos y biológicos, por lo que ordenó al organismo crear la suya propia. Sus temores se hicieron realidad en octubre de 2001, cuando varias cartas con ántrax fueron enviadas a los edificios de la Cámara y del Senado, así como a varias organizaciones de medios de comunicación. Las oficinas del Capitolio se evacuaron y los habitantes de Washington, todavía aterrorizados por los ataques del 11/9, nuevamente se pusieron con los nervios de punta.
Sin embargo, si hay algo que el gobierno federal hace bien, es arrojar dinero ante las amenazas. Para 2014, los contribuyentes habían aportado 1.1 mil millones de dólares al programa federal BioWatch, una red de detectores de patógenos desplegada en D.C. y 33 ciudades más (además de los denominados eventos de seguridad nacional como el Super Bowl), a pesar de los persistentes cuestionamientos sobre su necesidad y confiabilidad. En 2013, el representante republicano Tim Murphy de Pennsylvania, presidente del Subcomité de Supervisión e Investigaciones del Comité de la Cámara de Energía y Comercio lo calificó como “un despilfarro”. Jeh Johnson, quien tomó las riendas del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) a finales de 2013, estuvo claramente de acuerdo. Una de sus primeras acciones fue cancelar una tercera generación planificada del programa, pero el resto de él continúa en funciones.
“El programa BioWatch fue un error desde el inicio,” declaró a Newsweek un antiguo funcionario federal de alto rango de medicina de emergencia, quien habló desde el anonimato pues teme sufrir represalias por parte del gobierno por manifestar su opinión. Los bien conocidos problemas con los detectores, señala, son altamente técnicos y prácticos. “Cualquier tipo de cosas puede volar hacia su papel filtro, y entonces te envuelves en un eje”, tratando de averiguar si es real. De las 149 muestras presuntamente patógenas recolectadas por los detectores de BioWatch en todo el país, informa, “ninguna ellas representaba una amenaza para la salud pública”. En 2003, se identificó que el origen de una alarma de tularemia en Texas era un conejo muerto.
Michael Sheehan, antiguo oficial antiterrorista de alto rango del Pentágono, del Departamento de Estado y del Departamento de Policía de Nueva York respalda tales afirmaciones. “La tecnología no funcionó y no confío en que lo haga algún día”, declaró a Newsweek. Las inmensas cantidades de tiempo y dinero invertidas en ella, añade, pudieron haber sido mejor empleadas “protegiendo a los patógenos peligrosos almacenados en los hospitales de la ciudad para evitar que cayeran en las manos equivocadas”. Cuando intentó explorar ese ángulo en el Departamento de Policía de Nueva York, los Centros para el Control y la Prevención de la Enfermedad “inicialmente no nos dijeran dónde se encontraban hasta que envié a varios detectives a Atlanta para que lo averiguaran”, dice. “Y lo hicieron, y ayudamos a los hospitales con su seguridad, y éstos se mostraron felices con la ayuda.”
Aún si BioWatch hubiera funcionado como se decía, afirman Sheehan y otros, un virus estaría prácticamente fuera de control y enviaría a muchísimas personas a las salas de emergencia para cuando las muestras de aire se hubieran recogido y analizado, y se hubieran distribuido los terribles resultados a los primeros organismos de respuesta. Sheehan sugiere que BioWatch es un martillo de mil millones de dólares en busca de un clavo, ya que “convertir en arma a los agentes biológicos es increíblemente difícil”, e incluso ISIS, que en teoría tiene los recursos científicos para crear tales armas, ha mostrado muy poco interés constante en ellas. Además, los extremistas de todas las denominaciones han demostrado durante décadas que les gustan las cosas que hacen “boom” (o tat-tat-tat, el sonido de un rifle de asalto). Así que los 1.1 mil millones de dólares que se habían gastado en BioWatch para 2014 son una cifra totalmente desproporcionada en comparación con el riesgo, señalan los críticos. Lo que realmente impulsa a programas como Way BioWatch, afirma Sheehan, además de los temores de dejar sin abordar cualquier amenaza potencial, sin importar lo pequeña que sea, es la oportunidad que da a los miembros del Congreso de otorgar recursos a las universidades y contratistas de investigación en sus respectivos estados.
Tras ser contactado por Newsweek, el vocero del DHS Scott McConnell emitió una declaración en la que califica a BioWatch como “una parte muy importante de la defensa de nuestra nación contra las amenazas biológicas”. Sin embargo, sólo bajo la condición de anonimato, un funcionario del departamento afirmó que BioWatch, “funciona las 24 horas del día, los 365 días del año… y tiene un sólido programa de aseguramiento, que incluye la evaluación y la auditoría de todos los procesos operativos desde la recolección de muestras hasta el análisis final de datos y el informe de resultados.”
El antiguo funcionario federal de emergencias médicas tiene una breve evaluación sobre esta afirmación general: “Qué tontería.”
MÚLTIPLES CABEZAS: Como directora de la policía de D.C., Lanier, izquierda, debe estar preparada para cualquier tipo de amenaza terrorista, aún la más improbable, desde ataques con drones y bombas sucias hasta tiroteos realizados por lobos solitarios. FOTO: JACQUELYN MARTIN/AP
CONSIDERAR LO IMPENSABLE
La posibilidad de que una banda de terroristas se dirija a Washington con una arma nuclear, ya sea una bomba sucia o un dispositivo como el de Hiroshima, le ha quitado el sueño a más de un funcionario estadounidense desde principios de la década de 1990, cuando salieron a la luz informes de que Al-Qaeda trataba de obtener uranio con la ayuda de Sudán. Más recientemente, surgieron pruebas de que agentes de ISIS en Bélgica vigilaban una planta nuclear; en 2012, dos empleados de una planta nuclear de ese país viajaron a Siria y se unieron a ISIS, según informes noticiosos. Tales sucesos han instado a los presidentes estadounidenses a partir de Bill Clinton, a canalizar una cantidad no mencionada de dinero a sistemas para evitar un ataque de esa naturaleza, desde detectores de uranio alrededor del centro de Washington y su sistema de transporte subterráneo hasta drones que pueden alcanzar grandes alturas para vigilar la Bahía de Chesapeake y otras importantes vías marítimas y puertos en busca de contrabando radiológico.
Con alarmante periodicidad, han surgido informes de que la primera generación de tecnología desplegada por el DHS para inspeccionar el cargamento de los barcos cargueros fue un fracaso. Las críticas más duras las recibieron los detectores de radiaciones que el DHS desplegó en los puertos. Los funcionarios habían decidido inspeccionar únicamente “[contenedores] de alto riesgo… que en realidad constituyen sólo 6% de todos los cargamentos que entran al país, dejando sin revisar a la mayoría de los contenedores e importaciones,” informó en 2007 la Iniciativa contra Amenazas Nucleares. Los falsos positivos, producidos por materiales naturalmente radiactivos como la arena para gatos, los plátanos y la cerámica, volvieron locos a los operadores, “reduc[iendo] el sentido de urgencia entre aquellas personas que respondían ante ellos,” declaró la Iniciativa. “Entre mayo de 2001 en marzo de 2005, se informa que hubo 10,000 falsas alarmas.”
A pesar de los serios cuestionamientos acerca de si el DHS estaba alterando sus estadísticas, el Congreso le permitió canalizar el equivalente a 1.15 mil millones en nuevos negocios a contratistas “para mejorar la detección de materiales radiológicos y nucleares”. Siete años después, la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno, que es la rama de investigación del Congreso, encontró que la nueva tecnología también era prácticamente un fracaso. La misma “no satisfizo los requerimientos para detectar la radiación e identificar su fuente,” señaló dicho organismo.
Problemas como esos significan que los oficiales de policía, bomberos y de salud deben considerar lo impensable. Jerome Hauer, que dirigió la Oficina de Preparación ante Emergencias de Salud Pública en el Departamento de Salud y Servicios Humanos desde 2002 hasta 2004, señala que no le preocupa que los terroristas pongan sus manos sobre un dispositivo prefabricado de plutonio al estilo de Nagasaki; le preocupa más que obtengan uranio altamente enriquecido de simpatizantes en países como Pakistán, India e Irán, o donde quiera que exista una planta nuclear, y construyan lo que denomina “un dispositivo nuclear improvisado”, o DNI.
Nadie está listo para eso. La Agencia de Seguridad Nacional y Manejo de Emergencias de D.C., o HSEMA, por sus siglas en inglés, lo admite. Su plan de respuesta señala que: “Los encargados de responder en caso de emergencia, así como los hospitales, podrían tener una capacidad limitada para aislar y tratar a las personas contaminadas con materiales químicos, biológicos, radiológicos, nucleares y/o explosivos (QBRNE).”
Sin embargo, a pesar de haber dedicado tantos años a pensar en esas graves amenazas, el plan de evacuación masiva de la ciudad está aún en desarrollo, señala un planificador de emergencia de la región de la capital. “Lo que tenía era únicamente un plan básico de transporte táctico. Lo que mostraba eran todas las rutas de evacuación y básicamente las cosas que harían durante una crisis, como ordenar a los policías que dirigieran el tránsito”, señala la fuente con la condición de mantenerse en el anonimato por hablar de un tema tan delicado. “Pero no tenía ninguna autoridad amplia que señalara cuáles son las distintas funciones y responsabilidades; esta agencia hace esto, esta otra hace aquello, cómo se movilizará el transporte.”
VISIÓN DE TÚNEL: Una importante deficiencia en el plan de respuesta de D.C. quedó expuesta el año pasado cuando los pasajeros del metro quedaron atrapados en un túnel lleno de humo y los bomberos tuvieron que usar teléfonos celulares y relevos para coordinar su rescate. FOTO: MARTIN ADOLFSSON/GALLERY STOCK
Una deficiencia importante se descubrió en enero de 2015, cuando los pasajeros del metro de D.C. quedaron atrapados en un túnel lleno de humo y los encargados de la respuesta inicial no podían comunicarse por radio con los funcionarios de emergencia del subterráneo. Los pasajeros tuvieron que esperar 35 minutos para ser rescatados. Uno de ellos murió y más de 80 resultaron heridos. “Los bomberos recurrieron a los teléfonos celulares y a una cadena de corredores para transmitir información durante el incidente del 12 de enero”, informó el Washington Post, calificándolo como “el más reciente ejemplo de la lucha continua de la región de Washington con la respuesta ante emergencias, a pesar de haber gastado cerca de mil millones de dólares en garantías federales de seguridad nacional desde los ataques del 11 de septiembre de 2001, con el objetivo de actuar rápidamente ante una crisis.”
Chris Geldart, quien asumió la dirección del HSEMA en 2012, ha refunfuñando en privado acerca de la preparación de D.C. ante una emergencia importante, señalan varias personas enteradas, pero en público, él afirma estar preparado. “Tenemos un plan de evacuación masiva”, señala. “En el pasado, teníamos varios planes distintos. Durante los últimos dos y medio o tres años, nos hemos asegurado de tener un plan holístico para eventos especiales”, como la reunión masiva anual del 4 de julio en la Explanada, “tenemos un plan de salida. El plan de evacuación por tierra”, añade, “está listo desde hace algún tiempo. Pero ahora mismo tenemos mucho trabajo que hacer para trasladar a las personas de su casa a un refugio o a un lugar fuera de la ciudad.”
Lanier, la jefa de la Policía Metropolitana, también insiste en que la ciudad está preparada. “El plan de evacuación de transporte por tierra… ha sido revisado probablemente cinco veces en los últimos 10 años”, afirma. La policía pondrá hombres en las intersecciones, sincronizará los semáforos y abrirá “las 19 principales rutas primarias” para salir de la ciudad.
SUPERA ESTO: Lanier afirma que su departamento también se apoya en la presencia masiva de policías en las calles para obtener información acerca de posibles amenazas, pero algunas personas ponen en duda la magnitud de dicha presencia. FOTO: JACQUELYN MARTIN/AP
El 13 de junio de 2008, cuando Lanier dijo que tenía un plan, la combinación de una falla de una subestación eléctrica que apagó los semáforos y un incendio en una estación del metro provocaron un atasco de tráfico inmenso en el centro de la ciudad que paralizó en las calles al personal de la policía y a los equipos de emergencia de D.C. Tres años después, cuando Lanier afirma que el plan de evacuación era sometido a una de sus revisiones rutinarias, un terremoto de 5.8 grados de magnitud sacudió a la región, provocando más dudas sobre la preparación de D.C. “Atasco de tráfico y confusión” ahogaron a la ciudad, informó el Huffington Post, principalmente porque el público recibió mensajes confusos de las autoridades locales y federales. Phil Mendelson, que ha sido concejal de D.C. desde hace mucho tiempo, se quejó de que los funcionarios de emergencia no hubieran aprendido nada del 11/9. Su incapacidad de manejar incluso una tormenta de nieve, señala, era “un plano para cualquier persona que desee cometer un acto terrorista en esta ciudad”. Ocho años después, “hay mucho trabajo que hacer, íbamos muy retrasados”, señala el planificador de emergencia. “Todavía no hay ningún plan amplio para sacar en masa a las personas de la ciudad”.
¿Otra “lección aprendida” o, como suele ser, sólo parcialmente aprendida? Geldart de HSEMA señala que su organismo trabaja estrechamente con sus equivalentes de Virginia y Maryland. Sin embargo, algunos funcionarios de D.C. parecen no estar seguros sobre quién estará a cargo de qué durante una emergencia importante. Nominalmente, la alcaldesa Bowser está a cargo, y tiene un asistente de seguridad pública y justicia, Kevin Donahue. “La alcaldesa está a cargo,” dice el vocero de este último. “Chris Geldart estará coordinando.” En realidad, como saben Geldart y Lanier, cualquiera que sea el organismo que responda primero a una escena de desastre, dependiendo del incidente, será la policía de D.C. o el Departamento de Bomberos y Servicios Médicos de Emergencia de la ciudad el que se encuentre a cargo hasta que las autoridades locales y federales averigüen quien deberá asumir el liderazgo. En caso de un claro acto de terrorismo, ese sería el FBI.
Si se detonara una bomba sucia sin ninguna advertencia cerca de la Casa Blanca, habría “mucho pánico, mucho caos”, me dijo Darrell Darnell, uno de los predecesores de Geldart, en una entrevista realizada en 2008. Sin embargo, “el explosivo convencional por sí mismo sería más perjudicial para las personas que el material radiactivo”, señala el NTI. “Una información pronta y precisa a disposición del público podría evitar el pánico que buscan los terroristas”. Sin embargo, como se ha demostrado una y otra vez durante la confusión provocada en D.C. por emergencias menores, es casi un hecho que las intersecciones en el centro de la ciudad, las principales avenidas hacia Maryland y los puentes hacia Virginia presenten atascos cuando las aterrorizadas personas se precipiten hacia ellos para huir de sus casas. La policía, sin mencionar a los equipos de emergencia, quedaría atrapada en las calles, siendo incapaz de llegar al área de desastre radiactivo, y mucho menos de transportar a los enfermos y heridos hacia los hospitales del área. Dependiendo del tamaño de la bomba y el tipo del material radiológico añadido a ella, varias partes del distrito podrían ser inhabitables durante años.
Los equipos de respuesta y hospitales de D.C. están mejor equipados para manejar una explosión radiológica de lo que estaban en 2004, cuando un sorprendente docudrama de BBC-HBO, titulado Dirty War (Guerra sucia), mostró al personal de policía y bomberos de Londres acudiendo rápidamente al sitio de una explosión y colapsando debido a un envenenamiento por radiación. Actualmente, las unidades de emergencia de D.C. están equipadas con trajes para el manejo de materiales peligrosos y equipo de descontaminación. Los hospitales del área de D.C., de acuerdo con el Dr. Bruno Petinaux, codirector del Programa de Manejo de Emergencias de la Universidad George Washington, lleva a cabo prácticas periódicas para estar preparados, incluyendo una realizada en mayo, en la que se imitó un incidente de daño multitudinario. “Tenemos un espacio designado para descontaminar a los pacientes” lavándolos con agua corriente, declaró a Newsweek. “Otros hospitales están haciendo lo mismo.”
Los médicos y enfermeras también están mejor preparados para manejar ataques químicos y biológicos debido a su experiencia con el ántrax, la gripe porcina y el ébola, señala Petinaux. “Pienso que la comunidad médica en conjunto está mucho más en sintonía con estas [amenazas] epidemiológicas”. Añade que “el Departamento de Salud de D.C. estableció un cargo de funcionario de vigilancia que está disponible las 24 horas del día, los siete días de la semana y nos permite, a las tres A.M. del sábado, notificarle acerca de algún caso inusual.”
‘EL TIPO DE LA ENTRADA ESTÁ DESANGRÁNDOSE’
Un poco de perspectiva ayuda mucho en la planificación, señala Sheehan, el subcomisionado de antiterrorismo del Departamento de Policía de Nueva York de 2003 a 2008. Llevar a cabo un ataque biológico o nuclear es “difícil”, observa. “Cualquier plan fuera de la familia tiende a salir a la luz. Además, por fortuna, la mayoría de esos terroristas son estúpidos e incompetentes, o tienen un alcance muy limitado”. Se muestra sarcástico con respecto a los “alarmistas del terrorismo” que han dedicado los años posteriores al 11/9 a predecir otro gran ataque a Estados Unidos, algo de la misma escala del caos de cuatro días ocurrido en Mumbai, India, que dejó 164 personas muertas y más de 300 heridas en 2008. Pero señala que ni Al-Qaeda, ni su rama surgida a mediados de la década de 2000 Al-Qaeda en Irak, ni ISIS “han sido capaces de organizar un ataque complejo y en múltiples frentes en Estados Unidos desde el 11/9.” Se han visto relegados a inspirar a “lobos solitarios” agentes de ISIS y aspirantes a llevar a cabo ataques llamativos con bombas, granadas y armas automáticas, los cuales distan mucho de las complicadas y sofisticadas operaciones de secuestro de varias aeronaves realizadas el 11/9. “Nada de esto es fácil, y esa es la razón por la que no han sido capaces de producir otro ataque [como el de Mumbai],” afirma. “Los tipos dispuestos y capaces de llevar a cabo algo como esto son muy poco comunes.”
Aun así, el departamento de policía de Nueva York y sus equivalentes de otras ciudades importantes estudiaron detenidamente el caso de Mumbai utilizando ejercicios teóricos y rutinas de campo para descubrir cómo podrían manejar mejor una situación similar. París fue también un elemento que “cambió las reglas del juego” para el departamento de policía de Lanier debido a que la combinación de “áreas de blancos de menor importancia y… el gran número de dignatarios” de aquella ciudad es muy similar a la de D.C. Esto “nos obligó a cambiar algunas de nuestras operaciones”, afirma, “algunas de las prácticas de nuestro equipo SWAT y de nuestros equipos de respuesta inmediata.” Las lecciones se aplicaron en las nuevas instalaciones de entrenamiento de la Policía Metropolitana, que costaron 6 millones de dólares y que tienen características como calles y edificios para practicar.
“Uno analiza todo ataque, sin importar cuán pequeño sea o cuán lejos se encuentre, y lo hace tan rápido como puede”, afirma Lanier, que desempeña una función prominente en el Equipo Especial Conjunto Antiterrorismo regional (JTTF, por sus siglas en inglés, uno de los 104 que existen en todo el país), lo cual le da acceso en tiempo real a la mejor información que poseen los federales. “Tratamos de obtener esas dinámicas conforme se van desarrollando porque no sabemos si no hay múltiples ataques planeados para otros lugares. Deseamos tener información acerca de los explosivos, quiénes son las personas involucradas y cuáles son sus relaciones, de manera que podamos comenzar a emprender acciones de protección.”
El consenso ha sido que no es posible prepararse demasiado para “lobos solitarios” como Omar Mateen, un inadaptado que juró lealtad a distintos grupos militantes islámicos antes de sembrar el terror con su rifle automático en el club nocturno Pulse de Orlando. Sheehan y otros expertos afirman que tales ataques son “muy difíciles de detener una vez que están listos para ponerse en marcha.”
Lanier y sus homólogos federales pensaban en los ataques a clubes nocturnos hace algunos meses. En abril, convocaron una reunión de propietarios de clubes nocturnos y restaurantes en un salón de banquetes a la vuelta de la Casa Blanca. “El mensaje fue terrible y obvio, alguna vez impensable y ahora inevitable”, informó el Washington Post. “¿Conoces a esos terroristas que quieren atacar Washington? Olvídate del Capitolio. La próxima vez quizás lleguen en la Hora Feliz.”
Estén preparados, les dijo a los asistentes un grupo de oficiales de policía, inteligencia y seguridad nacional. “Por ejemplo, quién estará a cargo si el tipo que cuidar la entrada está desangrándose en la acera”, de acuerdo con el Post.
“Ellos pueden elegir el blanco,” dice Sheehan acerca de los lobos solitarios, “y podemos hacer muy poco al respecto.” Sin embargo, las operaciones agresivas de inteligencia pueden echar abajo la mayoría de los planes, afirmó en un libro publicado en 2008, Crush the Cell: How to Defeat Terrorism Without Terrorizing Ourselves (Aplastar a la célula: Cómo derrotar al terrorismo sin aterrorizarnos a nosotros mismos). “¡Los espías son la clave!”, dice. El FBI, responsable de las acciones antiterrorismo en todo el país, debería trabajar más estrechamente con “las fuerzas policiacas locales que pueden dar seguimiento en los vecindarios de [los sospechosos] para frustrar un posible ataque,” afirma, “antes de que pueda ser puesto en marcha.”
Y los federales deben dejar de gastar cantidades “obscenas” de dinero “en actividades que tienen un impacto muy marginal en nuestra seguridad”. El presupuesto anual de inteligencia se ha duplicado desde el fin de la Guerra Fría, declaró Sheehan a un entrevistador en 2008, pasando de 25 mil millones, “cuando derrotamos a una verdadera amenaza estratégica que tenía cientos de armas nucleares apuntando hacia nuestras ciudades y que controlaba toda Europa oriental”, a 50 mil millones, y gran parte de ese aumento fue impulsado por la preocupación provocada por unos cuantos cientos de terroristas dedicados.
Lanier también gasta en inteligencia, afirma. “Tengo un grupo de inteligencia de campo exclusivo. Ellos están fuera, haciendo trabajo de campo, todos los días”. Ella también obtiene información del FBI y de la CIA a través del JTTF. “Pero la información viene en muchas formas,” dice. “No sólo proviene de un oficial de inteligencia”. Puede provenir de los policías en actividad o dentro de las escuelas, policías uniformados que interactúan con la gente. Otros expertos afirman que esto tiene un valor limitado, pero señalan que Lanier no puede desarrollar operaciones de inteligencia antiterrorismo más sólidas bajo las narices de las oficinas generales del FBI. “El FBI se pondría furioso,” dice un veterano del área del antiterrorismo.
Lanier exagera el número de oficiales de patrulla que están realmente en las calles en un momento dado, declaró a Newsweek un capitán de la Policía Metropolitana recientemente jubilado. “Te asustaría saber cuán pocos policías están en las calles en un momento determinado,” afirma Robert Atcheson, veterano con 20 años en la policía y antiguo comandante de la división de operaciones especiales. “A media noche, probablemente no hay más de 250 o 300 policías en las calles” de un total de 3,600 (no 3,738, que es la cantidad oficial total, explica; esa cifra menciona un límite superior autorizado que no ha sido alcanzado).
Hagamos las cuentas, dice: “Cuarenta por ciento de las fuerzas policíacas no visten un uniforme ni están asignadas a una patrulla, por lo que no responden a las llamadas al 911 o a solicitudes de servicio. Los tipos de SWAT llevan uniforme, pero sólo realizan operaciones SWAT; ellos no responden llamadas. Los técnicos de la escena del crimen visten uniformes, pero no patrullan ni responden a las llamadas al 911.” Lo mismo se aplica los oficiales de las fuerzas caninas, a los detectives y a los uniformados asignados a los equipos especiales de seguridad nacional o federales. Restemos otro 5 o 10 por ciento de lesionados, en baja por enfermedad o de vacaciones, más los 200 puestos no ocupados, y “tus 3,800 comienzan a verse bastante menguados.” De hecho, el número se reduce a alrededor de 1,650. Sólo 28 por ciento de esa cantidad, afirma, trabaja en el turno de medianoche, que es presumiblemente un buen momento para arrojar granadas en un club nocturno o conducir un camión bomba hacia la Explanada. Esto nos deja alrededor de 450 policías en las calles.
Cuando se le pregunta acerca de este cálculo (sin mencionar la fuente), Lanier ríe, califica a tales cifras como “una locura” y estalla, “Seguramente hablaste con un miembro sindicalizado descontento.” (No lo es, pero ella lo castigó a él y a un compañero en 2011 por llevar a Charlie Sheen a alta velocidad del Aeropuerto de Dulles a un concierto en el centro de la ciudad.) “Tenemos unos 900 [en las calles], pero en un solo turno puede haber hasta 1,200 o 1,300,” señala, “dependiendo del día de la semana y de lo que ocurra.”
Pero Atcheson defiende sus cifras: “No puedes hablar claro con ella,” dice. En agosto de 2015, el sindicato de policías propuso una moción de censura contra la jefa. Fue aprobada con un 97 por ciento.
Pero Lanier tiene grandes admiradores en los niveles más altos del FBI y de la CIA, donde fue “visitante frecuente” después del 11/9, señala Augustyn.
“La jefa Lanier no tiene admirador más grande que yo,” afirma Michael Rolince, un ex funcionario antiterrorista de alto rango del FBI. “Ella tiene probablemente uno de los puestos como jefe de policía más difíciles, si no es que el más difícil, de todo el país,” declaró a Newsweek, “por el simple hecho de lo que es la ciudad, de lo que representa, de quienes están aquí, y de quienes viajan aquí, y de la forma en que el mundo ve a Washington, D.C. Es marcadamente difícil y marcadamente distinta de la mayoría de las otras ciudades principales de Estados Unidos”, dice. Tras señalar los años de Lanier como directora de la unidad de operaciones especiales de la Policía Metropolitana, añade, “Ella siempre lo logra; siempre lo ha hecho.”
No obstante, sin importar su talento, nunca será capaz de proteger a D.C. al grado en el que el Comisionado del Departamento de Policía de Nueva York William Bratton puede brindar a Nueva York, afirman él y otras personas. “Simplemente hay demasiadas partes móviles” en D.C., en palabras de Augustyn, demasiados organismos y jurisdicciones federales y locales con sus propios programas de seguridad nacional.
Augustyn, que se unió a la empresa de seguridad internacional Jefferson Waterman tras retirarse de la CIA, dice que le sorprendieron mucho las fallas durante el incendio en el túnel del metro, ocurrido el año pasado. Creía que los funcionarios de D.C. habían resuelto ese problema hacía mucho tiempo, aprendiendo la lección de las fallas de radio ocurridas el 11/9 en el World Trade Center. “Pensé que, dado todo el entrenamiento… uno tiene que preguntarse en qué se está gastando el dinero.”
Lanier no tuvo ninguna participación en ese desastre, pero sugiere que su organismo no fallará en la forma en que el departamento de bomberos y los funcionarios del metro lo hicieron. “Quizás sea un tanto parcial, pero cuando hablamos acerca de [la policía en] las principales ciudades: New York, Los Ángeles, Washington, pienso que somos los más avanzados en muchas formas, pero los más avanzados en términos de preparación y respuesta en comparación con cualquier organismo de aplicación de la ley del país”. Se detiene y añade, “Tenemos que serlo”.
Todo el mundo está de acuerdo al menos en esto último. Sin embargo, a pesar del incremento en la presencia de la Policía Metropolitana durante el fin de semana del orgullo gay, un vándalo logró pintar graffiti anti-gay en una acera de Dupont Circle, el centro de acción para la comunidad LGBT de la ciudad, abierto las 24 horas del día, los siete días de la semana. Miles de juerguistas se habían reunido en el vecindario aquella noche.
Pudo haber sido mucho, mucho peor.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek