El video se volvió viral casi instantáneamente, y por una buena razón. Un ejecutivo corporativo (Chris Nelson, presidente de Carrier, una subsidiaria de United Technologies, fabricante de equipos de aire acondicionado) está de pie frente a un numeroso grupo de trabajadores en la planta de la empresa en Indianápolis en febrero pasado. Les dice que la fábrica va a cerrar y que se trasladará a Monterrey, México. Hay gritos de furia y obscenidades. Mil cuatrocientas personas que tenían trabajos bien pagados de tiempo completo se enteran de que eso se acabó. En un momento dado, con un rostro serio, Nelson dice: “Quiero dejar claro que se trata estrictamente de una decisión de negocios”, como si pudiera haber sido alguna otra cosa.
El video se volvió viral debido a que resume la división en el consenso sobre el libre comercio en Estados Unidos, la creciente reacción contra la globalización económica y el fuego político que los acuerdos comerciales, pasados y presentes, han provocado durante las campañas presidenciales de este año. Durante la noche de las últimas elecciones primarias, el virtual nominado republicano Donald Trump repitió su acostumbrada diatriba acerca de los males provocados por los acuerdos comerciales desventajosos, jurando que “el empleo del trabajador estadounidense estará protegido contra la competencia extranjera”. Y aunque Hillary Clinton ha sido menos estridente con respecto al comercio que su rival demócrata Bernie Sanders, quien durante la campaña relacionó repetidamente la decadencia en los empleos de fabricación en Estados Unidos con “políticas comerciales fallidas”, la ex secretaria de Estado ahora dice que se opone al Acuerdo Transpacífico del gobierno de Obama, un acuerdo pendiente de libre comercio con 11 naciones asiáticas que fue negociado cuando ella dirigía el Departamento de Estado.
La caída del consenso sobre el libre comercio en Estados Unidos ha sido sorprendentemente rápida, impulsada en parte por el crecimiento de China y la persistencia de enormes déficits comerciales bilaterales con Beijing. Trump se ha unido a la parte del Partido Demócrata apoyada por los sindicatos que siempre ha sido proteccionista. Su sorprendente apoderamiento del Partido Republicano ha sido impulsado en gran medida por la oposición a los acuerdos comerciales que el partido solía apoyar de manera sistemática. Muchos partidarios de Trump, sin mencionar a sus admiradores y admiradoras de los medios de comunicación conservadores (véase a Sean Hannity o a la conductora de radio Laura Ingraham) se describen típicamente como “republicanos de Reagan,” pero Reagan estaba completamente a favor del libre comercio, mientras que actualmente, los partidarios de Trump se comportan como si hubieran sido poseídos por el espíritu de Richard Gephardt, el antiguo líder de la mayoría del Congreso que se postuló dos veces para la nominación demócrata presentando plataformas proteccionistas y fracasó.
Esta hostilidad política hacia el libre comercio es aún más sorprendente debido a que la gran mayoría de los economistas, independientemente de si se inclinan hacia la izquierda o la derecha, están de acuerdo en que el libre comercio es un beneficio económico neto para cualquier país que lo practique. De hecho, es posible que aún haya un mayor consenso en este tema que en cualquier otro en la economía convencional.
Entonces, la pregunta es: ¿quién tiene la razón? ¿Acaso los acuerdos comerciales que Trump ha convertido en epítetos son malos para el país? Los críticos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), el pacto establecido en 1993 por Estados Unidos, Canadá y México, o el acceso de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, que fue defendido por Estados Unidos, afirman que el hecho de permitir importaciones irrestrictas de países con bajos sueldos pone a Estados Unidos y sus empleos de fabricación en una “carrera hacia el fondo”. El crítico del libre comercio Alan Tonelson afirma que es una carrera que no podemos ganar, dada la cantidad de dinero que gana un trabajador industrial estadounidense en comparación con su homólogo de, digamos el delta del río Yangtze en China. Aparte de esto, los críticos afirman que los acuerdos comerciales desventajosos han provocado la decadencia del empleo de fabricación en Estados Unidos, el cual ha descendido 30 por ciento desde el año 2000, así como un estancamiento en los salarios de fabricación y, debido a los déficits comerciales persistentemente amplios (los cuales disminuyen el Producto Interno Bruto) el crecimiento económico se ha vuelto más lento.
GRACIAS, TLC: Los empleados de Carrier, en sentido horario, Nicole Hargrove, Robin Maynard y Jennifer Shanklin-Hawkins, perdieron sus empleos cuando la compañía cerró su fábrica en Indiana. FOTO: JOSHUA LOTT/THE NEW YORK TIMES/REDUX
No nos equivoquemos: el TLC, la admisión de China en la OMC y un gran número de acuerdos de libre comercio con distintos países (20 durante los últimos 30 años) han resultado perturbadores para empresas, industrias y comunidades individuales. El TLC, cuya intención era aumentar el comercio y la inversión entre los tres países participantes hace que sea más fácil para empresas como Carrier mudarse a México, dejando indefensos a sus empleados de Indiana. La potencia política de esto es real.
Mucho menos claro es si los argumentos económicos contra los acuerdos comerciales se sostienen. Consideremos el TLC. En su primera década, conforme crecieron los flujos de inversiones y una mayor cantidad de capital salía de Estados Unidos dirigiéndose a México y Canadá, el impacto en el empleo fue menos importante de lo que el debate político de la actualidad pretende hacernos creer. Anualmente, dependiendo de quién cuente, la pérdida de empleos relacionada con el TLC en Estados Unidos fue de entre 60 000 y 190 000. Supongamos, en nuestro argumento, que el límite superior de estos cálculos es el correcto: que Estados Unidos perdió 1.9 millones de empleos en la década posterior a su ratificación. Durante el mismo período, la economía estadounidense creó 34 millones de empleos, Canadá generó 3 millones y México 10 millones. “En el gran esquema de fuerzas económicas, el TLC no ha sido más que un problema menor en el panorama del empleo en Estados Unidos”, afirma Gary Clyde Hufbauer, economista del Instituto Peterson de Economía Internacional, que ha escrito un libro sobre el TLC.
Sin embargo, ¿qué hay acerca de los salarios? Los críticos de libre comercio dicen que los acuerdos comerciales como el TLC reducen los salarios de fabricación en Estados Unidos, dado que los empleadores tienen la posibilidad de mudarse a México, obligándoles a no pedir aumentos de sueldo. En su libro, Hufbauer examinó la relación entre el comercio y los salarios y encontró que no existe una diferencia importante en los índices salariales de Estados Unidos entre industrias con un amplio volumen de importaciones de México y aquellas que tienen un volumen menor.
Así que el TLC no parece haber producido una diferencia importante en relación con el estancamiento de los salarios. Sin embargo, aunque Hufbauer difícilmente es un partidario de Trump, es lo suficientemente honesto como para reconocer algo más. “Con mucho, el canal más importante por el cual México influye en los salarios de Estados Unidos es la inmigración, legal e ilegal.”
Lo que ha hecho que expandir el comercio con China y México sea tan controvertido es que Estados Unidos, tras firmar los acuerdos, no se centró en cuáles serían las consecuencias en comunidades específicas. Hufbauer dice que la ayuda para el ajuste comercial en Estados Unidos es “precaria.” El trabajador promedio que pierde su empleo debido a la competencia de las importaciones o a que la fábrica en la que trabajaba se mudó a China o a México recibe pagos semanales de mantenimiento del ingreso que suman alrededor de 70 por ciento de su ingreso previo, y es elegible para participar en programas de retención. Su costo total en el año fiscal de 2013 fue de sólo 756 millones de dólares. El Acuerdo Transpacífico incluye beneficios más generosos para los trabajadores. Desgraciadamente para los defensores del libre mercado, el acuerdo parece estar liquidado si hemos de creer a la retórica de los dos virtuales nominados presidenciales.
Los acuerdos de libre comercio, aun en climas políticos relativamente normales, son difíciles de defender. Eso se debe a que sus beneficios son difusos, se extienden a toda la economía en formas que no son tan visibles ni poderosas como cuando el ejecutivo de una empresa le dice a una planta llena de trabajadores que sus empleos serán trasladados a Monterrey o a los suburbios de Shanghái. Sin embargo, la razón por la que el comercio sigue siendo relativamente incontrovertido entre los economistas es que sus beneficios son patentes.
Los economistas Lindsay Oldenski y Theodore Moran analizaron el consumo en los hogares estadounidenses en las industrias más expuestas a la competencia comercial: la ropa, los zapatos, los alimentos, los aparatos electrónicos y otros bienes domésticos (en el estudio no se incluyeron industrias como la automotriz y la del acero, que también han resultado afectadas desde la década de 1970). Estos investigadores encontraron que la proporción del gasto familiar empleado en los productos que se incluyen en el estudio ha disminuido constantemente. En dólares actuales, 34 por ciento del gasto anual general de una familia promedio se utilizó en esos elementos en 1973, mucho tiempo antes del TLC o del surgimiento de China como potencia económica. Para 2013, este gasto se redujo a 20.2 por ciento: 8 156 dólares extra que cada familia pudo ahorrar o gastar en otras cosas. Además, esto no significa que las familias hayan reducido la compra de ropa o aparatos electrónicos. Por el contrario, la cantidad de cosas que las familias adquieren en estas categorías se ha incrementado y, aun así, están pagando menos.
Por supuesto, ese resultado está relacionado directamente con la expansión del comercio y, en particular, con el crecimiento de China, que se aceleró en gran medida después de que ese país se unió a la OMC. Los opositores al libre comercio desestiman este fenómeno calificándolo simplemente como el “efecto Wal-Mart”, como si no tuviera importancia. Y la tiene. Otro economista, Edward Gresser, analizó específicamente a las familias que ganan no más de 35 000 dólares y encontró que la cantidad de dinero que gastan en las categorías analizadas por Oldenski y Moran se ha reducido más rápidamente con el paso del tiempo para las familias menos adineradas que para las más ricas. Estos hechos son indudables. “Las familias más pobres y de clase media ganan como consumidoras con la globalización”, afirma Hufbauer.
Trump y sus devotos de los medios de comunicación desestiman esto, pues parecen ser inmunes a los hechos, y se centran exclusivamente en el aspecto del empleo de la ecuación comercial. Las personas pierden sus empleos o no obtienen aumentos debido al comercio, y esa es la razón por la que necesitamos “traer de vuelta” los empleos de México y China. Sin embargo, también en este caso, los hechos son los hechos: la rotación en el mercado laboral de una economía tan grande como la de Estados Unidos es muy alta; existen entre 16 millones y 18 millones de personas despedidas, recontratadas y contratadas por primera vez cada año, dependiendo del lugar en que nos encontremos en el ciclo de negocios. De estos cambios de empleo, únicamente 2 o 3 por ciento se relacionan con la competencia de las exportaciones o con la expansión de las exportaciones, de acuerdo con un estudio realizado por el Instituto Peterson.
Distintos cálculos muestran que la aprobación del Acuerdo Transpacífico no hará mucho para cambiar estas cifras. El hecho es que restringir el comercio tendrá amplias consecuencias negativas, particularmente entre las familias de ingresos bajos y medios, los estadounidenses ordinarios en cuyo nombre Clinton y Trump afirman postularse. Si tan sólo tuviéramos una elección en la que los hechos importaran.