Alarmantemente, la tasa de homicidios en Guerrero ha aumentado, en la última década, en un porcentaje que rebasa el 300 por ciento. A lo largo de todos estos años los guerrerenses han presenciado ejecuciones, personas decapitadas y cuerpos inertes en plena calle. Una gran cantidad de niños, mujeres, ancianos o estudiantes, además, han caído muertos en fuegos cruzados, mientras cientos de extorsiones, asaltos y secuestros se padecen todos los días. Por ello, en 2012 miles de personas se alzaron en armas en Huamuxtitlán, Olinalá, Ayutla, Tecoanapa, Tixtla, Tlapa, Tierra Colorada… En pocas palabras, unos 40 municipios se unieron en un grito de guerra contra la delincuencia.
Sin embargo, ¿por qué hasta hace poco a nadie le interesaba lo que sucedía en Guerrero? ¿Por qué nadie volteó a ver los cientos de desaparecidos en lugares tan reconocidos como Taxco, Acapulco y Chilpancingo? ¿Por qué la mayoría creyó en el discurso del Estado de que todas las víctimas tenían algo que ver con el crimen organizado?
A estas y otras preguntas responde el reportero guerrerense David Espino en su libro Aunque perdamos la vida: viaje al corazón de las autodefensas. Publicada recientemente por la editorial Grijalbo, en esta crónica gigante explica, además, el surgimiento de los movimientos de autodefensa en Guerrero y las estrategias del gobierno para corromperlos y amenazar o encarcelar a sus líderes.
“Después de una primera crónica que publiqué sobre las autodefensas me surgieron más dudas que certezas”, manifiesta Espino entrevistado por Newsweek en Español. “Entre ellas, cuál era el origen, qué destino tenían, qué había detrás, ese tipo de detalles que yo de momento no vi porque, además, estaba muy emocionado, como mucha gente acá en Guerrero, cuando vi los primeros brotes de insurgencia civil no contra el gobierno sino contra el narco y todos esos delitos que surgen a partir de la violencia exponencial”.
De ahí en adelante, explica, se enfocó en investigar y conocer el movimiento a fondo y a las personas que lo encabezaban y lo integraban.
“Descubrí que el de Guerrero era un movimiento muy genuino —indica—, con gente del pueblo, de a pie, que se movía con el anhelo de recuperar su tranquilidad. El gobierno se mostraba bastante pusilánime ante una situación que estaba ahogando a todos en los pueblos escondidos y en las mismas ciudades”.
—¿Cómo se justifica, David, el surgimiento de los grupos de autodefensas?
—La gente estaba en realidad cansada, muy temerosa. Pero surgieron liderazgos como los de Nestora Salgado, Bruno Plácido Valerio, Arturo Campos, Gonzalo Molina, liderazgos que incentivaron a la gente para actuar en contra de la delincuencia, para establecer retenes en la central de sus pueblos y revisar a transeúntes y autos que pasaban por ahí. El fin era evitar la extorsión, el asalto, el secuestro, todo este tipo de delitos que se estaban dando. Este fue el embrión, después empezaron a surgir en otros lados.
Sin embargo, según Espino, desde que surgieron las autodefensas el Estado ha orquestado una serie de estrategias para minarlas o corromperlas.
“Una de ellas ha sido el domesticarlas, decir: ‘Sí, está bien, ustedes surjan, pero somos aliados, el enemigo es otro, tú y yo no somos enemigos’. Las autodefensas vieron de manera pragmática el asunto y dijeron: ‘Bueno, está bien, al final de cuentas nosotros estamos poniendo los hombres, el pellejo, lo menos que puede hacer el Estado es dotarnos de camionetas, de equipo’. Y lo recibieron bien”.
En otra tendencia se hallan los movimientos que el Estado no pudo domesticar, por eso los reprimió.
“Este fue el caso de las autodefensas en Olinalá, Ayutla de los Libres y en Tixtla, a cuyos líderes arrestó y metió en la cárcel. Nestora Salgado, de Olinalá, estuvo encerrada casi dos años acusada de secuestro; Gonzalo Molina, de Tixtla, sigue preso acusado de secuestro y terrorismo; y Arturo Campos, en Ayutla, también está preso acusado de violencia y terrorismo. Estos grupos tienen una característica muy especial: mostraron mucha rebeldía en contra de la policía y los gobiernos municipales, los acusaban directamente de proteger a los narcos en sus pueblos. Desarmaron a los policías y, en Olinalá, Nestora arrestó al síndico municipal, Armando Patrón. Ese fue el punto de inflexión para que el Estado encendiera las alarmas, y acusó a Nestora de secuestro”.
Pedro Pardo/NW Noticias
—¿Cuál es la propuesta rumbo a una sociedad sin necesidad de autodefensas?
—Que el Estado brinde o garantice un derecho tan básico como la seguridad. La seguridad de salir a la calle a dejar a tus hijos en la escuela y que puedas regresar sin problema, de que puedas mandar a tu hijo a comprar un refresco, las tortillas, y que va a volver a casa sin problema y que no va a haber un criminal impune en la calle que te lo pueda secuestrar si es niño, o si es muchacha, que la pueda raptar para violarla.
“Esa garantía en Guerrero —agrega— es muy cuestionable, muy difícil. Todo el mundo sale con miedo, persignándose, y no es exageración: aquí peligra desde el taxista hasta el muchacho que va a la escuela, el profesor, el médico. En realidad estamos en riesgo todo el mundo, no sabes a quién o en qué momento pueda pasar algo. El anhelo es que el Estado garantice esos pequeños derechos que parecieran triviales en países donde eso ni siquiera se discute”.
—¿Cuál es tu diagnóstico, en qué estadio se hallan hoy las autodefensas?
—A mí me parece un movimiento bastante legítimo. No tuvo otra opción más que llamar la atención: en realidad fue un grito de desesperación. No creo que sea el camino más viable porque tampoco andando armado todo el mundo vamos a solucionar las cosas, estaríamos como en el viejo Oeste, a ver quién saca primero la pistola, y no. Yo creo que es un movimiento legítimo, sí, pero para llamar la atención del Estado y que el Estado retome su papel de garantizar la seguridad pública, social, ciudadana, no solamente con policías, sino incrementando la seguridad con programas tan básicos como cultivar a la población de zonas rurales de Acapulco, por ejemplo, donde la media estudiantil de los chicos es primaria. Ese tipo de muchachos no tiene perspectiva de calidad de vida ni a mediano ni a largo plazo; a corto sí, si se involucran con el crimen organizado les darán 10 000 o 20 000 pesos por trabajito, pero es una experiencia de vida de cinco años… si acaso no los encarcelan o los matan antes.