JUCHITÁN, OAX.— Las escenas de la Carretera Internacional podrían anunciar la guerra. Con armaduras, chalecos, antifaces, cascos, equipados como guerreros de una conflagración galáctica, bajo 35 grados centígrados los agentes de la Gendarmería Nacional avanzan raudos en sus convoyes y alzan los rifles de asalto CZ 805 BREN, como si en este mediodía húmedo de Oaxaca el enemigo pudiera surgir rabioso en pleno día de elecciones municipales y estatales, y hubiera que aniquilarlo con el plomo fulminante de sus armas europeas. Los más de 200 elementos del máximo cuerpo de seguridad de México no están solos en Juchitán, este municipio que desconocen y donde sus zapotecos habitantes dicen “hola” con una palabra tan extraña como “Shinuushou”. Adelante, atrás, patrullan junto a los gendarmes cientos de otros agentes —la Policía Estatal— también bañados en sudor pero menos extraviados en esta violentísima ciudad que cada día atasca al periódico El Sur de titulares como los de este fin de semana: “Acribillan a infortunada mujer” o el más reciente, “Ejecutan a mototaxistas”, sobre un doble homicidio ocurrido en la Gustavo Pineda, colonia a unos metros de donde en este instante se forma el impactante desfile armado pero que está completamente vacía de vigilancia policial.
Entro a la colonia Gustavo Pineda cuando las casillas cumplen cuatro horas de instaladas. El jardín del Centro Recreativo Infantil es una gritona verbena a la que llegan cargamentos de refrescos y tortas con un destino preciso: mujeres y hombres vigilados por una decena de tipos corpulentos que mascullan a sus radios: “Ya llegaron, no han venido, ya se apuntó, que se apure”. Sus ojos se ensartan en las identidades de quienes votan. De pie, una mujer sostiene una charla de la que alcanzo a oír: “Me dijo ‘quítese’. Era alguien del PRI pero todos nosotros ya sabíamos que teníamos que votar por Rogelia (González, candidata a diputada por el PRD-PAN) No entienden que deben saber por quién votan”, dice la joven en cuyas manos hay un poker de credenciales para votar. Dice llamarse Mariana Ruiz.
—¿Cómo ve el proceso?
—Bien.
—¿Se vota libremente?
—Sí.
—¿Por qué tiene tantas credenciales?
—De mi familia.
—La oí decir: teníamos que votar por Rogelia.
Nerviosa dice que alguien la presionó para votar al PRI, se calla y se va.
Al exterior del parque, un albañil de 50 años devenido por el desempleo en vendedor de palomitas suelta el secreto para la supervivencia de él, sus dos hijos y su esposa: “Un kilo de frijol alcanza cuatro días”, dice Alberto López, que votó más como autómata que como demócrata: “Los gobernantes de Juchitán entran en huaraches, salen con aviones y siempre ofrecen cambio. Su cambio es muerte, carestía, robo, abandono”. Me detengo en una de esas desgracias, la muerte, y repaso la nota de El Sur: “Dos integrantes del grupo de mototaxis Badu Bazendu fueron ejecutados durante la tarde de ayer, cuando ambos se encontraban en el interior del autolavado Chava que se encuentra ubicado sobre la calle Ponciano Gallegos”.
—¿Dónde queda la calle Ponciano Gallegos? —pregunto a un vecino que toma el fresco en la calle David López, al lado de las casillas.
—Dos cuadras a la derecha y una a la izquierda —dice—. Los mataron aquí junto.
Hacia allá me encamino.
El partido Despierta Juchitán perteneciente a la familia Terán, acusada de pertenecer a la delincuencia organizada, obtuvo el tercer lugar con 18.47 por ciento de los votos. Foto: Aníbal Santiago.
CUCHILLO TRAMONTINA
Hoy, al Palacio de Gobierno local lo definen dos cosas. Uno, el plantón que enfrente, en el Parque Municipal Juchitán, mantienen docentes contra la Reforma Educativa y por la liberación del juchiteco Heriberto Magariño y cinco profesores más, encarcelados por causas penales pero que, según la Sección 22 de la CNTE, son presos políticos. Y dos, las inconmensurables moscas de este edificio donde se gobierna a una población de 100 000 personas (hablantes de zapoteco siete de cada diez).
Sin embargo, el Palacio de Gobierno de Juchitán ostenta un rico capítulo de la historia de México por otra razón. Aquí, hace 35 años un partido de izquierda gobernó un municipio por primera vez en el país.
La Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo de Tehuantepec (COCEI) que lideraba Leopoldo de Gyves fue respaldada por una gran base campesina que superó al PRI en las elecciones de 1981. Ya con el poder, ese partido socialista defendió la tierra comunal y el interés de los pobres en una de las épocas más rancias, rígidas y corruptas del partido tricolor que encabezaba el presidente José López Portillo. El insólito resultado electoral y las nuevas prácticas resultaron intolerables para las administraciones estatal y federal, que revertieron con violencia la voluntad social. El Congreso oaxaqueño, dominado por el gobernador Pedro Vázquez Colmenares, desconoció al ayuntamiento entrante, impuso un Consejo Municipal con miembros del PRI y persiguió siete años a sus dirigentes.
Hoy, aunque uno de aquellos líderes gobierna Juchitán, Saúl Vázquez, el Palacio Municipal es una catástrofe. La Comisión Federal de Electricidad cortó la luz a la alcaldía por un adeudo de siete millones de pesos que el gobierno perredista no paga. Entonces, valiéndose de la mugre y un calor que llega a los 40 grados, las moscas. Moscas en oficinas, corredores y baños que revolotean entre funcionarios, indigentes, rincones con desperdicios y policías municipales que buscan alivio acercándose a un ventilador que acaso funciona por el arte del diablito. El aparato es vecino de un escritorio que ocupa el jefe policial Roberto Palacios, emperador decadente que, sofocado por el calor, mira paralizado el caos.
Él y sus compañeros se secan el sudor con trapos integrados a un escenario que incluye garrafones de agua vacíos, cubetas, trapeadores, envases de refresco con calientes restos líquidos y un pizarrón con las y los desaparecidos de la región. Entre ellos, la joven turista china Jenny Chen, que con mochila backpacker y sombrero cazador sonríe en la foto de un anuncio titulado “DESAPARECIDA” bajo la leyenda: “iba rumbo a Cancún vía Juchitán viajando de aventón sobre la Carretera Internacional”. Desde el 11 de abril, de ella nada se sabe.
El jefe policial, que a la derecha de su escritorio ha puesto un pequeño cuchillo Tramontina, me señala su cinturón para que vea la funda de revolver vacía: “No tenemos medios para luchar contra esta gente (los criminales): no se puede hacer nada contra la ola de violencia”.
“Nada, nada”, repite y aclara que la única función de los policías municipales es ser una suerte de guías turísticos de los estatales, que con sus armas los suelen visitar desde que Juchitán apila muertos por razones de las que nadie quiere hablar, pero que según pobladores, autoridades y empresarios tiene nombre y apellido: Juan Terán, padre de Pamela Terán, candidata independiente a presidenta municipal bajo la fórmula Despierta Juchitán. “Ahí vamos desarmados en las persecuciones —farfulla el policía—. Ni cómo meternos, ni cómo detenerlos, ni cómo enfrentarlos”.
Chas-chas-chas resuena a su izquierda un crujido metálico en medio del pasillo recibidor del palacio. Con su vaso morado que hace de maraca, Emitrio López, ex vendedor de gelatinas de 68 años, ocupa este protagónico espacio del gobierno porque en 2012 perdió su pierna derecha, la que le quedaba desde que 13 años antes la diabetes le arrancara la izquierda. Monta un triciclo adaptado que él mismo fabricó y que mueve con un pedal manual. Celeste, lleno de manchas de grasa y comida, su pantalón le cubre los muñones: “Cuando perdí la última pierna era un dolor físico, hermano, pero más un dolor moral que no se me quita”. Con 11 hijos “y quién sabe cuántos nietos”, por la segunda amputación dejó de trabajar y optó por recorrer la ciudad de lunes a viernes; los sábados, día de cobro de los empleados municipales, se instala en la presidencia ¿Y qué hará en las elecciones? “Mañana voto por el mejor”. ¿Y quién es el mejor? “El que me apoya”, se ríe, y eso quiere decir: el que me da limosna.
Emitrio conoce a los candidatos. Sabe quién da y quién no.
Su cruz sobre la papeleta será como agitar su vaso, que no para de moverse. Chas-chas-chas, sonará hasta su último día: “Mi alma se siente turbada. Cada día digo: Dios, te entrego mi espíritu, ya no me des tanto sufrir”.
Chas-chas-chas, suena el vasito de Emitrio.
En colonias populares operadores del PRI realizaron pase de lista para controlar a los grupos clientelares. Foto: Aníbal Santiago.
CABEZA EN URNA
Casi nadie conoce su cara, pero en Juchitán es difícil que alguien se resista a hablar sobre él. ¿Quién es Juan Terán? “Un delincuente”. La frase, repetida en cada juchiteco consultado, carece de eco en la justicia oaxaqueña, que no lo persigue porque no hay cargos que lo justifiquen o porque no se le da la gana. Empresario constructor, Terán es un patriarca de negra leyenda.
La violencia se disparó en esta primavera porque han venido a buscarlo. Mantas en lugares públicos dicen cosas así: “Juan Terán, eres una lacra en esta pobre ciudad. Venimos por ti. Si eres vergón da la cara porque de todos modos te vamos a encontrar”. O así: “A partir de las 21:00 hrs no queremos ver a mototaxistas de Badu Bazendu porque los vamos a reventar. No es juego. A todos los protectores de Juan Terán, esperen nuestra respuesta”.
¿Badu Bazendu? En Juchitán quien presuma ser líder político debe poseer mototaxistas. Los choferes, a cambio de ingresos mensuales de unos 2 500 pesos, les dan el voto en elecciones y cerca de 200 pesos diarios que multiplicados por 3 000 mototaxis suman al año 220 millones de pesos que, en gran parte, van a los bolsillos de las cabezas de los partidos; cerca de diez personajes.
Terán sabe de negocios: compró este año 250 motos, las volvió mototaxis y en febrero les asignó a igual número de chóferes. Llamó a su empresa Badu Bazendu (“muchacho travieso” en zapoteco).
Los ejecutados del autolavado de la colonia Gustavo Pineda eran conductores de Badu Bazendu, igual que Alfredo Orozco, asesinado días atrás. La casa de María Reyes, jefa de esos transportistas, fue atacada a tiros, donde una cartulina avisó: “María, eres igual que tu patrón Juan Terán; mugroso, perro, extorsionador. Te damos 12 horas para que te vayas de Juchitán, de lo contrario vamos a matar a tu familia”. El hermano de Juan, el dirigente de la CTM René Terán, fue acribillado en su casa hace un mes con 30 balazos. Pariente de Terán e hijo de la regidora de Mercados del Ayuntamiento, Sinaí Vega Terán fue asesinado en el centro la semana pasada. “Terán pasó de asaltabancos a secuestrador, saltó a la extorsión telefónica y luego a la extorsión a empresarios”, dice una fuente que pide anonimato. El portal Noticias Voz e Imagen al que pertenecen cuatro diarios de la región, publicó: “A partir del 2011 se ha identificado a la familia de los Terán como operadores de trasiego de droga en la zona del Istmo”.
¿Cómo es el rostro de Juan Terán? Pocos lo saben. Al lanzara su hija Pamela como candidata independiente por Despierta Juchitán AC, testigos dicen haberlo visto en una marcha cerca de ella, maquillado, con los labios pintados y un adorno en la cabeza. Todos saben que vive en la Séptima Sección, quizá la que padece la violencia más espeluznante. El corazón de “La Séptima” es la calle Constitución, donde está la casilla de la Sección 312 en el zaguán de una casa en cuya ventana cuelga, a metros de los funcionarios electorales, una propaganda de la hija de Juan. Junto a las urnas, dos hombres con la calcomanía de una nutria en el pecho —logo que identifica a ese partido familiar— observan a los votantes.
Rigoberto López, bajito joven de copete, opina sobre el miedo a Terán: “La gente se deja llevar por chismes: el señor es empresario”. Y el pescador Francisco Antonio 1.90 mts, barba sobre el cuello, marcas en el mentón de rasurado torpe y bermudas) responde una pregunta sobre Terán, con quien jugó futbol llanero en La Lorenza: “Lo conocí de chamaco. Jugaba descalzo, viene de abajo”, dice el hombre con pinta de Danny Trejo.
—¿Y todo lo que se dice de él?
—Algo tendrá de cierto, algo no. Le temen y lo están difamando demasiado.
Ni una palabra más del señor cruzado de brazos que enfrente suyo tiene a Margarita López, de 55 años, a la que varios votantes se acercan para dictarle su nombre. Ella apunta y revisa con sus lentes hojas con listas de nombres (15 son visibles) escritos a mano. Los dos primeros son Faustina Martínez y Martín López.
—¿Cómo ve la votación? —pregunto.
—Tranquila. Sin problemas.
—¿Y esos nombres que escribe?
—Vengo del PRI y tenemos una relación de nuestra gente.
—¿No es influir el voto?
—Son libres para votar, no se obliga a nadie. Pero tenemos derecho a saber quién sí cumplió: se me acerca uno del PRI y me avisa: “Ya voté, manita”. “Qué bueno”, les digo.
Una mujer de rojo mete la cabeza a la casilla para observar qué candidatos cruza un ciudadano, y otro, y otro. Husmea y corrobora lo que parece un acuerdo. Cuestiono al presidente de casilla, Jorge Vicente Torres: “¿ya vio eso?”. Justifica sereno: “Son personas que ayudan a votar a los analfabetas”.
AQUÍ ESTOY PARA AYUDARLOS
A la candidata del PRD-PAN, Gloria Sánchez, la celebraron a tiros. Volvía el 10 de Mayo de festejar a las madres del pueblo de Álvaro Obregón, cuando con piedras y palos a su comitiva se le cerró el camino. Al virar, los disparos bañaron a sus autos y mataron al policía Virgilio Orozco. A la dirigente popular desde 1974 —hermana de líder campesino y diputado Carlos Sánchez, asesinado en 2003— las balas no la tocaron. Pero no tuvo dudas. Atentó contra ella el tricolor local, dirigido por su rival, el empresario Daniel Gurrión: “Responsabilizamos directamente al PRI”, declaró entonces la mujer que esta mañana, menos de un mes después, organiza a cientos de fieles en su casa de campaña para que saquen su histamina en las casillas. La mujer que en unas horas ganará la contienda con 10 058 votos, 907 más que Gurrión (cifras al cierre de esta edición), ve la grabadora y escapa. Insisto y acepta.
—¿Con el antecedente del atentado, cómo gobernar si gana la elección?
—No te conozco.
—Se la ve muy desprotegida, ¿cuenta con protección?
—Ese punto no lo quisiera comentar.
—¿Cómo sacar adelante un municipio que resuelve todo a tiros?
—Ese punto no lo quisiera comentar. No sé con quién estoy hablando.
—¿Qué piensa del clima violencia?
Gloria manotea y amaga irse.
—Deme una simple opinión.
—Me preocupa y duele todo, pero no le diré nada porque a usted no lo conozco.
—Es imposible que conozca a toda la prensa nacional.
—¿Me disculpa? —vuelve a manotear y va con sus operadores que reparten bolsas de refrescos y tortas. Uno de ellos, Miguel García (“mi comisión es llevar alimento a los compañeros”, dice) compensa el silencio de su candidata: “Gloria representa la fuerza de la mujer juchiteca”, asegura y carga con víveres los mototaxis que ella posee y que irán hasta la colonia Héroes Juchitecos, trazado de calles lodosas, piedras, techos de palma y vallas de ramas con una misma propaganda: el candidato a gobernador del PRI-PVEM-Panal, Alejandro Murat, que en horas vencerá con 32.03 por ciento de la votación, siete puntos más que José Estefan de la alianza PAN-PRD.
En la calle Heliodoro Charis de esta colonia marginal, el viernes 3 de junio fue asesinada con cuatro disparos la joven Alma Delia Morgan, de 24 años, viuda y madre de dos niños. Su caso se suma a los casi 500 feminicidios que registran los 5.5 años de administración del gobernador Gabino Cué. Es decir, en promedio cada mes son asesinadas en el estado de siete a ocho mujeres. “La mataron donde está el charquito”, estira su dedo una vecina hasta un hueco inundado, distante dos cuadras de la casilla 0285 donde montones de mujeres votan. “Antes dormías fuera de tu casa sobre una ramada. Ahora pura matanza”, lamenta la anciana Elsa Gutiérrez. “Antes la aspiración era estudiar o trabajar; ahora, ser delincuente”, repone su esposo Miguel Pérez. Y Órfida Sánchez, mamá de 37 años, sueña escapar. “No quiero un futuro en Juchitán: quiero irme a donde mis hijos crezcan sin delincuencia”.
—¿Dónde?
—Lejos, una montaña —dice y alguien bromea: “Vete con Heidi y su abuelo”.
Aunque ella no está en Suiza aún desea votar con libertad. Pero parece que hay quien no quiere eso: cómoda en una banca, Ángeles Armando recibe gente y apunta nombres en papeles que sólo deja de ver si sus ojos atienden a la fila de las casillas.
—¿Cómo ve la votación? —pregunto.
—Todo tranquilo.
—¿Qué hace aquí?
-Apoyo a mis candidatos del PRI Alejandro Murat, Daniel Gurrión y Vicky Calvo.
—¿Y todos esos nombres escritos?
—Son los analfabetos que no saben el abecedario. Me preguntan dónde votar. No me gusta que lo ancianos sufran: aquí estoy para ayudarlos.
SI YO FUERA BANDIDO
El vecino dice “los mataron aquí junto” y, rumbo al lugar del crimen de los mototaxistas, escucho un rezo colectivo. En la Iglesia del Nazareno Príncipe de Paz, fresco templo pintado de amarillo, 30 mujeres de trenzas y coloridos trajes típicos istmeños, de pie y Biblia en mano repiten inexpresivas el Libro de Ester: “Todos los siervos del rey y el pueblo de las provincias del rey saben que todo varón o mujer que vaya al rey en el patio interior sin ser llamado, por una sola ley ha de morir”.
Giro en Ponciano Gallegos, calle sarpullida de charcos, casas con varillas salidas, terracería con heces fecales y propaganda sobre los tabiques del candidato a gobernador de Morena, Salomón Jara -abrazado a López Obrador-, y de Gloria, la candidata del PRD a la alcaldía. Un hombre se hamaca en este mismo sendero donde hace 17 horas mataron a Vicente Ruiz alias “Chente Mole” y a Cristian Regalado —de 34 y 33 años—para luego darles el tiro de gracia en la frente. Una lámina que sostiene un tronco flaco indica “Lavado de Autos ‘Chava’, Pase Usted”. Adentro, dos perros retozan en un piso con mangueras, huacales, un bote de Clarasol y detergente Blanca Nieves: el mismo piso donde a las 19:35 de ayer fueron descerrajados con saña tiros y tiros sobre los cuerpos. Los elementos de la Agencia Estatal de Investigaciones arribaron y levantaron casquillos 9 mm. Un asesinato como tantos otros, si no fuera por la escena final que vio un testigo: “Llegaron familiares de uno de los difuntos (y lo) abordaron a un mototaxi para trasladarlo a su domicilio”, narró el reportero Raúl Rojas. Ni levantamiento oficial del occiso, ni autopsia, ni investigación del SEMEFO. En Juchitán, un cadáver vuelve a casa llevado a cuestas por su familia en transporte público.
“Oí las balas y creí que era una carrillera”, dice Norma, para quien los disparos eran pirotecnia de feria. La chica almuerza pollo con papas en la mesa alargada de su casa, cuyo amplio portón deja ver íntegro al autolavado macabro. Norma come unos tacos junto a su madre, Benita Gómez, y su padre, Marciano Vázquez, abuelo que me dice “Pásele, le informo lo que quiera” sentado en un patio repleto con todos los bártulos imaginables para un hogar donde crecieron seis hijas, dos hijos y que ahora recibe 22 nietos. Ex platero, herrero, pescador, albañil, ferrocarrilero, es un atleta de 70 años con músculos torneados y una prominencia con canas sobre un hombro: “Un callo —ríe—, me salió por cargar durmientes de 110 kilos”.
—¿Vieron algo del crimen de aquí enfrente? —pregunto al hombre.
—Señor, fuimos a una pachanga a dos cuadras, volvimos, había un chingo de gente y el rumor: uno (lo mataron) acá y otro allá-, señala dos veces con su índice y su hija complementa: “por donde está la basura quedó uno; por donde está la silla verde, otro. Diario matan gente”.
—¿Había pasado algo así en esta colonia?
—Fueron a matar a mi hijo, mataron un hijo mío —recuerda Marciano—. En su casa, el 5 de diciembre de 2013. Un mecánico, Israel Vázquez. Ya va para tres años y todavía duele el corazón de uno. Llegaron en moto. Él estaba platicando con su mamá en la banqueta de su casa, en la (colonia) 22 (de febrero). Dos muchachos llegaron y pam-pam-pam. Vinieron a avisarme: mataron a tu hijo. Si tuviera yo pistola, si fuera yo bandido, los matara también para que sus familiares sintieran el dolor del corazón de uno. Pero mi familia dice: que Dios haga justicia; no tú. Ella (mira a su esposa) está enferma del dolor. Llora-llora-llora-llora-llora con su dolor (en ese momento doña Benita se levanta de la mesa). El chamaco no debía nada, era trabajador de la Jurisdicción (Sanitaria). Quizá lo mataron por envidia. 36 años. Casado y tres niñas que ya tienen 10, 17 y 20. Nuestro hijo murió en los brazos de mi esposa. Ella vio el bum-bum-bum y se privó. Está jodida. Gracias a Dios ayer que asesinaron a los muchachos no estaba. Llegamos de la pachanga y empezó a llorar: ay-ay-ay-, cuenta Marciano, que ve a su esposa volver a la mesa: “Estaba yo sentada platicando con mi hijo -reitera ella-. Ya se lo llevaron muerto”.
—El dolor es inimaginable —le digo a la mujer—, ¿alivia en algo tener 22 nietos?
—Pero él era mi hijo —se cubre el rostro.
A tres cuadras, en la Sección 284 del Centro Recreativo Infantil, la votación sigue, como siguen los hombres con radios. De pronto, descubro al operador Miguel García que minutos atrás entrevisté en la casa de campaña de Gloria Sánchez. “¿Qué tal?”, le digo. “Aquí, acarreando”, ríe camino a la casilla.
De los mototaxis cubiertos de propaganda electoral bajan montones de votantes. “Jicho” es chofer del Sitio Maíz Octava, donde maneja uno de los “900” mototaxis de Alberto Reyna, candidato a diputado por MORENA. Está “obligado” a votar por él, dice, y a darle dinero, como el resto de sus compañeros: “Todos los días, 200 para él y 100 nosotros”. Reyna no respondió a una solicitud de entrevista.
—¿El candidato no les pide demasiado?
—Es que nos da la mano: ante un problemita, te da un licenciado. ¿Una enfermedad? Se mocha con 500, 1000 pesos.
A su lado, Ángel Vicente, de 60 años, sin dientes y con vitiligo se confiesa: “Ya voté por Gloria (candidata del PRD-PAN)”.
—¿Por qué por ella?
—Para ella trabajo: yo barro en (el área de) Parques del Municipio (que gobierna el PRD). Me dijeron: a votar por Gloria.
—¿Quién le dijo?
—Los patrones.
—Ya cumplió.
—Sí.
Una mujer de unos 50 años que ha visto en silencio mis entrevistas ahora me pega un grito: “¿Vas a pagar?, ¿por tus entrevistas vas a pagarles?”.
—¿Pagar por mis entrevistas?
—Güero, aquí todo se paga.