En una nueva encuesta realizada por Washington
Post/ABC News y publicada el domingo 22 de mayo, se encontró que Donald Trump y Hillary Clinton estaban en un empate
estadístico, y que Trump superaba a Clinton 46 por ciento a 44 por ciento entre
los votantes registrados. Esta es una variación de 11 por ciento en contra de Clinton
desde marzo pasado.
Asimismo, en una nueva encuesta realizada por
NBC News/Wall Street Journal, también publicada el
domingo, muestra a Clinton con un porcentaje de 46 por ciento en comparación
con el 43 por ciento de Trump. Previamente, ella presentaba un porcentaje de 50
por ciento en comparación con 39 por ciento de su oponente republicano.
Las encuestas realizadas tanto tiempo antes
de la elección no nos dicen mucho. Pero en este caso, plantean una seria
pregunta.
Desde que logró obtener la nominación
republicana hace dos semanas, Trump ha sido objeto de una publicidad aún más
desfavorable que antes, acerca de su trato hacia las mujeres, su propensión a
mentir, sus extrañas propuestas políticas.
Antes de esto, se produjeron meses de
cobertura periodística acerca de su intolerancia, su megalomanía, su
narcisismo, su xenofobia, su negativa a condenar la violencia en sus mítines,
su negativa a distanciarse de los supremacistas blancos y otras mentiras que ha
pronunciado.
Entonces, ¿cómo es que Trump puede estar
empatado con Hillary Clinton?
Durante todas las elecciones primarias del
Partido Republicano, los expertos y los encuestadores nos dijeron repetidamente
que Trump había alcanzado su punto máximo, que su más reciente declaración
escandalosa marcaba su caída, que era considerado tan poco agradable que no
tenía ni la más mínima oportunidad de ser nominado.
Sin embargo, en mis viajes por todo Estados
Unidos, he encontrado a muchas personas que lo apoyan precisamente por las
características por las que ha sido criticado.
Una mujer estadounidense de origen
latinoamericano de Laredo, Texas, me dijo que ella y la mayoría de sus amigas
estaban a favor de Trump debido a que desea mantener a los mexicanos fuera de Estados
Unidos. Ella piensa que han entrado a ese país demasiados mexicanos ilegales,
haciendo que las cosas se vuelan más difíciles para quienes están de manera
legal en el territorio estadounidense.
El miembro de un sindicato de Pittsburg
afirma que está a favor de Trump porque emprenderá medidas severas contra las
compañías estadounidenses que realicen operaciones en el extranjero, y que será
duro con los chinos y con los musulmanes.
El dueño de un pequeño negocio de Cincinnati
me dice que apoya a Trump porque “Trump no es un político. Hará que las cosas
se pongan difíciles para ellos en Washington.”
Los analistas políticos han subestimado a Trump
desde el inicio debido a que han estado mirando a través del espejo retrovisor
de la política como era antes.
El ascenso de Trump sugiere la existencia de
un nuevo tipo de política. Podríamos llamarle anti-política.
La vieja política enfrentaba a la derecha
contra la izquierda, mientras que los aspirantes presidenciales se movían hacia
el centro una vez que obtenían la nominación.
La anti-política enfrenta a las personas
enteradas de Washington, a los ejecutivos corporativos, los banqueros y los
magnates de los medios de comunicación contra un creciente número de personas
que piensan que el juego está arreglado en contra de ellas. No hay un centro,
sólo hostilidad y suspicacia.
Los estadounidenses que piensan que están
siendo explotados se sienten atraídos por un bravucón autoritario, un hombre
fuerte que pateará traseros. La antigua estrella de “reality shows” que decía
repetidamente a los participantes “¡estás despedido!” parece lo suficientemente
duro y polémico como para hacer frente a los intereses creados.
El hecho de que a la mayoría de los
estadounidenses les desagrade Trump resulta irrelevante. Como me dijo un
habitante del Medio Oeste hace unos días, “Quizás sea un idiota, pero es nuestro idiota.”
De la misma forma, en esta época de
anti-política, cualquier candidato que parezca pertenecer al orden establecido
político se encuentra en una gran desventaja. Esta podría ser la mayor
dificultad de Hillary Clinton.
La vieja política presentaba discursos cuidadosamente
elaborados y propuestas políticas calculadas para atraer a cierto tipo de
electores. En este sentido, las propuestas y discursos de la señora Clinton son
prácticamente impecables.
Pero en la nueva era de la anti-política, los
estadounidenses se muestran escépticos frente a los discursos bien elaborados y
las propuestas políticas detalladas. Ellos prefieren la autenticidad. Desean
que sus candidatos sean espontáneos y abiertos.
Un ejecutivo de nivel medio de Salt Lake City
me dijo que no estaba de acuerdo con Trump en todos los aspectos, pero que lo
apoyaba porque “el tipo es real. Dice lo que piensa y uno sabe qué es lo que él
apoya.”
En la vieja política, los partidos políticos,
los sindicatos, los grupos empresariales y la prensa mediaban entre los
candidatos y el público, explicando las posturas de un candidato, apoyando a
ciertos candidatos, organizando y movilizando a los votantes.
En esta era de anti-política, es posible que
cualquier persona con el suficiente ego, dinero y audacia, en otras palabras, Donald
Trump, lo haga todo por sí mismo, declarándose candidato, comunicándose con los
votantes y movilizándolos directamente a través de Twitter y otras redes
sociales y obteniendo publicidad gratuita en los medios de comunicación
convencionales al mostrarse indignante, políticamente incorrecto y malicioso.
Los apoyos oficiales son irrelevantes.
Donald Trump ha perfeccionado el arte de la
anti-política en un momento en que el público detesta la política. A esto se
debe que tantos expertos en la forma en que solía ser la política hayan
subestimado continuamente sus oportunidades.
Y a esto se debe también que la demagogia de Trump al canalizar
los prejuicios y miedos de los estadounidenses que han estado perdiendo
terreno, lo convierten en el más peligroso nominado por un partido político
importante en toda la historia de Estados Unidos.